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El señor Techint

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Paolo Rocca. Es el hombre más rico de Argentina, pero es italiano y mudó parte de la administración del grupo a Uruguay. Maneja un emporio con empresas en 100 países. Formado en las ciencias sociales, le tocó conducir el timón en el océano de la globalización. Logró que Chávez le pagara cuando estatizó su empresa, pero no pudo comprarle al Estado argentino su parte en Siderar. En la coyuntura electoral, juega a la devaluación para bajar el costo salarial en relación al dólar. Genealogía de uno de los principales jugadores económicos de la actualidad.

El señor Techint
En su exilio de Puerta de Hierro, Juan Perón recreaba un chiste que los españoles hacen sobre los gallegos: “Un buen político es alguien a quien uno ve en una escalera, y no se sabe si está subiendo o bajando”. A los empresarios puede caberles idéntica habilidad, pero quizás el más rico y poderoso de todos en estas playas, el ítalo-argentino Paolo Rocca, nacido en Milán en 1952, merezca recuadro aparte.
Para los que creen en los astros, nació bajo Libra (como Perón), supuesto signo de equilibrio, encanto, sociabilidad, y lealtades un tanto difusas.
Para los que creen en la genealogía, su abuelo Agostino nació en 1895, fue educado en el Colegio Militar de Roma, operó como artillero en la Primera Guerra Mundial, adhirió al fascismo en los años 20, se recibió de ingeniero, creció en el IRI (Istituto per la Ricostruzione Industriale), llegó a ser hombre de confianza de Benito Mussolini en los complejos metalúrgicos y empresarios de la Italia fascista y abasteció de acero a la blindada Alemania nazi, nada menos. Agostino aseguraba que se había alejado del Duce, justo al final, y terminó preso por colaboracionista. Tras la guerra emigró a un país hospitalario con quienes huyeran de su pasado: Argentina. Su pasaporte de llegada fue otro italiano, Torcuato Di Tella. Rocca trasladó la Compagnia Tecnica Internazionale (Techint) que logró sus primeros y gigantescos contratos de obras públicas para un gasoducto, desde la Patagonia a Buenos Aires, durante el peronismo. Techint se instaló en Campana para fabricar tubos sin costura. Decía que Italia era su madre, y Argentina su esposa. Según la Fundación Konex (que omite el origen militar y fascista que Rocca no negaba), Agostino decía: “Actúa como si hubieras de vivir eternamente, pero piensa como si hubieras de morir mañana”.
Roberto, hijo de Agostino, había sido oficial de un submarino de las fuerzas fascistas durante la guerra, pero en los 50 emergió en el MIT (Massachusetts Institute of Technology). Egresó con un doctorado en Metalurgia, vino a Argentina y, tras la muerte de su padre, se hizo cargo de Techint, en 1978. Excelente relación con los militares: se investiga qué tan excelente en términos de desapariciones forzadas de personas en la planta Dalmine, de Campana, lindera al centro clandestino que funcionó en el Tiro Federal. En esa época el grupo disfrutó –como siempre– de protección frente a importaciones, subsidios para producir y exportar, contratos con el Estado a precios maravillosos, licuación de sus pasivos. Gran relación también con el alfonsinismo: era uno de los Capitanes de la Industria. Con Carlos Menem, los Rocca combinaron su sensación de menosprecio (por el riojano patilludo) con sonrisas, como cuando consiguieron la privatización de SOMISA a precio vil, ya con Menem rubio y de ojos celestes. Saldo: 8.000 obreros desocupados con indemnizaciones para comprar kioscos y remises en San Nicolás.
En 1993 Roberto fue sucedido en la presidencia de Techint por su hijo Agostino, que renovó el poder de alcance internacional de la empresa gracias a esa privatización. Acompañó luego a la Alianza colocando al ministro José Luis Machinea mientras duró, y a Domingo Cavallo hasta que todo estalló. Agostino murió en mayo de 2001, al caer sobre Roque Pérez el avión privado que lo llevaba a El Calafate. Lo acompañaba Germán Sopeña, del diario La Nación. En el entierro de Agostino, en Campana, como en el de su abuelo homónimo, se escuchó un coral italiano de 1918, El testamento del capitán, en el que un capitán moribundo solicita a sus soldados que lo partan en pedazos tras su muerte para repartirlos entre la patria, el batallón, su madre, su amada y las montañas. La letra no detalla qué parte a cada una.
La era de Paolo
Llegó entonces el turno de Paolo, el tercer hijo de Roberto Rocca. Es hoy el empresario más rico de Argentina, fortuna número 195 del mundo, junto a su hermano mayor, Gianfelice, que maneja la parte italiana de los bienes familiares, que suman 6.100 millones de dólares.
Sigue en debate si Techint puede considerarse “argentina”, siendo que –acaso siguiendo al coral italiano– han partido a la empresa en indescifrables sellos y subdivisiones (aunque todo parece culminar en nombres poco conocidos como San Faustin o Rocca&Partners) que radican en Islas Vírgenes, Islas Caimán, Curazao, España, cada vez más en Luxemburgo y quién sabe dónde, mostrando afán muy competitivo y poco impositivo, a tono con el capitalismo global.
Gramsci y el arte
A diferencia del tumulto de ingenieros de la familia, Paolo estudió Ciencias Políticas en Italia. Rumores jamás confirmados cuentan que papá Roberto lo mandó a estudiar a Estados Unidos cuando olfateó en el joven Paolo ciertas simpatías por las Brigadas Rojas en los convulsionados 70. Una de las personas que lo conoce sostiene: “Es un humanista, se define como un gramsciano”. No es sorprendente: gramsciano –en esta jerga que no necesariamente tiene que ver con Antonio Gramsci– debe leerse como persona políticamente correcta, progresista en su discurso, no ostentosa, culta, interesada por el arte, incapaz de aprobar explícitamente las brutalidades que buena parte del poder económico local ha sido capaz de cometer y convalidar. De su propia familia, nada mejor que el silencio.
Por eso es reservado. No busca ser el centro, le gusta en todo caso preguntar y escuchar más que hablar (a la inversa de casi todos los periodistas televisivos del momento). Eso, en sus relaciones personales y sociales. Cuando hay que salir a pelear mercados, salarios o poder, lo gramsciano se hace invisible a los ojos.
El Facebook de Techint
Rocca suele ser descripto como una persona desconfiada, subyugada por la tecnología. Su orgullo es la empresa, pero su estilo no es el del clásico patrón. Su liderazgo se basa en haber entendido, más allá de sus desconfianzas, las ventajas de fomentar el diálogo.
A tono con la época, y entendiendo el capital que significa la conectividad, Rocca ha estimulado la incorporación de novedades tecnológicas como la intranet de Techint, que conecta a los empleados de todo el mundo al estilo Facebook para que compartan, consulten y resuelvan problemas grupalmente, en forma más horizontal. Hasta el “me gusta” forma parte del dispositivo que intenta dar una herramienta cotidiana para una nueva generación de directivos, facilitar los intercambios, y extraer el mayor rendimiento con aires participativos y democráticos, si cabe la palabra. La práctica evita que algún “superior” impida esas formas cooperativas de trabajo y facilita flujos de abajo hacia arriba, que los emporios han comprendido que son más valiosos que las antiguas jerarquías. Buena onda más que órdenes, seducción más que explotación. Esto puede ser real o simulado, pero genera mayor entusiasmo en el que trabaja, mejora el clima interno, exprime mejor la capacidad de la gente, y los jerarcas menos dogmáticos salen ganando.
Rocca, el cientista político, aprendió que muchas cabezas piensan mejor que una. El uso de esa masa de capital humano luego sirve para aplicar a las batallas comerciales que mantienen la hegemonía de sus negocios en el mundo.
Asambleísta glam
El tiempo de Rocca se divide aproximadamente entre Milán (25%), Argentina (50%) y el resto del mundo. En Milán vive la madre de sus dos hijos, Beatrice Bergamasco. Hasta donde se sabe están civilizadamente separados. De todos modos en diciembre y enero la familia se reúne en Laguna Garzón, Punta del Este, donde Rocca tiene su casa de verano. Allí el empresario argentino Eduardo Constantini (negocios inmobiliarios: Museo Malba y Nordelta) intenta construir un barrio privado al que se oponen Rocca, Beatrice y sus vecinos, conservacionistas de la calma. Constantini quiere construir un puente para cruzar esa laguna para la que actualmente se utilizan balsas (como forma de no romper el ecosistema). Otro vecino empresario, Santiago Soldati, inició acciones legales contra el proyecto de Constantini. Y Beatrice Bergamasco ha participado en asambleas en defensa de la zona y preside Amigos de las Lagunas Costeras de Rocha. Lo que Techint quiere hacer en Quilmes, los Rocca no quieren que se haga en “su” Laguna Garzón.
A contramano de sus colegas ricos, Paolo tiene casa en Palermo Viejo, y recorre establecimientos de la zona, como el Bar 6. Otras fuentes dan como su morada una mansión en San Isidro, donde en realidad vive Adriana Rosenberg, presidenta de la Fundación Proa de La Boca, formalmente financiada por Techint a través de Tenaris. Paolo y Adriana comparten asiduamente cócteles y cenas, pero también obras teatrales del off Corrientes, como las de Timbre 4, en Boedo. Para la farándula empresaria son rarezas que se reflejan en comentarios como el de El Cronista Comercial: “Paolo Rocca fue visto en la terraza de la Fundación Proa acompañado por un libro”. La última de las exposiciones organizadas por Proa-Techint, o Adriana-Paolo, celebra el “perfil fantasmal” de La Boca, pero resuena en su título lo que ha sido la relación Techint-Gobierno: Medio lleno o medio vacío.
Techint, Ternium, Tenaris, Siderca, Siderar, Tecpetrol y siguen las firmas: cada empresa es un tanque que a su vez posee y se relaciona con otras de Brasil, Canadá, Reino Unido, Estados Unidos, Uruguay, Japón, Venezuela: 100 países, 68.000 empleados, facturaciones anuales por casi 30.000 millones de dólares. No puede decirse que Techint sea un grupo argentino, pero el país sigue siendo el escenario de media vida de Paolo Rocca, de sus amores y desamores.
El escenario interno
Al asumir Néstor Kirchner, en 2003, mantuvo como ministro de Economía a Roberto Lavagna, quien venía de ejercer con Eduardo Duhalde, había sido secretario de Industria con Alfonsín, y de eterna relación y confianza con Techint y los Rocca. La devaluación, pesificación, etc., tras la crisis 2001, licuó los salarios argentinos y eyectó el proyecto de Paolo Rocca de consolidar a Techint en el mundo, con el auge de los negocios petroleros (33% de los caños del mundo), acero para el crecimiento chino, para los negocios navieros globales, los autos, electrodomésticos, manteniendo internamente todos los sistemas de subsidios, protecciones (frente a chinos, brasileños y otros). Apertura al mundo, proteccionismo interno, salarios baratos en dólares, ganancias extraordinarias.
Hasta allí, la relación Gobierno-Techint era de aliados con desconfianzas mutuas y una amistad en común, Hugo Chávez. Ya en 2005 el gobierno percibió que las ganancias de los grandes capitales no se transformaban en inversión, y comenzaba la remarcación de precios, empezando por mercados oligo o monopólicos en los que manda Techint. Lavagna decía que era culpa de los aumentos salariales, de los sobreprecios en las obras públicas, y no apoyó la idea de Kirchner de atacar por el lado de los formadores de precios (caso emblemático, la campaña de boicot a la Shell). Tuvieron discusiones fuertes, Lavagna creyó salir del gobierno con fuerte capital político, y fue candidato a presidente en 2007, con la UCR y el apoyo de Techint (momento en el que Rocca olvidó la frase de Perón). El plan empresario era el de siempre: la demanda de nuevos ajustes devaluatorios (bajas de salarios en dólares) para recuperar rentabilidad. El conflicto del campo o el choque del gobierno con el Grupo Clarín tuvo a Techint jugando sin romper relaciones con el gobierno, sin embanderarse públicamente, pero con Kirchner reconociendo: “Les dimos millones en subsidios, y nos dan vuelta la cara”. Paralelamente, ese 2008 estallaba la crisis financiera mundial y un crecimiento chino e internacional menos viagrístico, que obligó a Rocca a no quemar ninguna nave.
 
Cristina Kirchner y Paolo Rocca labran una mutua desconfianza. Él mantiene sus encuentros con Héctor Magnetto, “pero ni dice ni piensa las cosas que dicen en Clarín del gobierno”. Acaso haya leído El arte de la guerra de Sun Tzu: “Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla”. En 2012 Clarín publicó una nota que revelaba opiniones de Rocca sobre esta etapa: cuestionaba los salarios –por elevados–, la falta de rumbo económico y de capacidad de gestión. La Presidenta denunció que era una operación política y Rocca inmediatamente le envió una carta bajando el tono de lo dicho (no desmintiéndolo) y aclarando: “no hacemos operaciones políticas”, modo gramsciano de despegarse de Clarín. Entre otras cosas, Rocca le debe al gobierno argentino que lo haya apoyado para que Chávez pagara la estatización de Sidor. Venezuela pagó los 4.000 millones que ni Rocca esperaba (pero nadie se quejó por los sobreprecios). Techint pudo hacerse poco antes de una metalúrgica norteamericana con nombre de sheriff, Maverick, que cumple el sueño de Rocca de contar con la mejor tabla para surfear en la ola tecnológica y lo metió de cabeza en el mercado energético de Estados Unidos y Canadá.
 
Aquí, mientras tanto, saltaba otro conflicto: la entrada del Estado a una de sus perlas, Siderar (SOMISA privatizada), a través de las acciones de Anses. Rocca había ofrecido a Aldo Ferrer que ocupara ese lugar. El gobierno envió a Ferrer como embajador a Francia, y puso a Axel Kicillof, al cual el periódico zonal La Nación calificaba como marxista. Techint ofreció comprarle al Estado sus acciones (el 26% de Siderar) por 2.900 millones de pesos. No hubo caso. Rocca releyó a Sun Tzu, y Kicillof quedó en el directorio.
 
El gobierno muestra que Techint goza de precios internos siderales en el mercado de chapas y aceros (que abastecen a la construcción, fabricación de autos y electrodomésticos). Techint responde que los salarios le quitan competitividad. Y China, donde también leen a Sun Tzu, está empezando a autoabastecerse de acero. El gobierno ya está devaluando (el dólar oficial, el blue es tema aparte) a razón del 20% anual. Mayor devaluación puede llegar a ser de cine catástrofe en un contexto de inflación, empujones y año electoral. El psicoanalista argentino radicado en Francia, Eduardo Colombo, plantea que el problema de lo electoral es que por su propia estructura siempre lleva a votar al mal menor. Como Medio lleno o medio vacío, podría ser el título de alguna otra exposición de arte de Proa que también celebre lo fantasmal. Tal vez no sea solo un tema electoralista sino cotidiano, y los próximos meses se dibujarán según el mal menor que termine eligiendo cada sujeto de lo hasta aquí escrito.

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Y azul quedó

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