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La que se viene

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La Aurora, en Benito Juárez. ¿Se puede trabajar en el campo sin agrotóxicos ni fertilizantes, y ser rentable y eficiente? Un establecimiento agroecológico bonaerense muestra sus cultivos, su ganadería y sus resultados. La alianza entre productor y agrónomo, y un nuevo paradigma sobre cómo independizarse del modelo transgénico para hacer una agricultura sana.

La que se viene

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Si se levanta la vista del diario, el paisaje desde la ventanilla del micro es un océano de campos sojeros que se cruza a 90 km por hora por la Ruta 3, hasta que se llega a Benito Juárez, 15.000 habitantes, Capital de la Amistad, 400 kilómetros al sur de Buenos Aires. Y luego a un campo de 650 hectáreas llamado La Aurora. Otro paisaje y otras palabras.

Allí, junto a un tractor está Juan Kiehr, 71 años, manos grandes de trabajar en el campo, botas de caña alta, sombrero de ala corta, productor agropecuario que concibió un proyecto casi épico a esta altura de la historia: vivir tranquilo.

La 4×4 y la F100

Juan Kiehr es nieto de daneses, cordial, hospitalario y con tendencia a la perseverancia: se casó una sola vez, hace más de 40 años, con la suiza Erna Bloti, tiene dos hijas, y no anda en una vulgar 4×4, sino en su F100 que cumplió 47 años y una cantidad incierta de mundos recorridos, ya que hace mucho se le rompió el cuenta kilómetros. “Y si tengo que viajar uso el Mégane, que es una joyita”.

En la F100 llegamos a una loma desde la que se ve el campo en perspectiva. Cuenta con su voz cascada y serena: “Esto era de mi padre. Yo me hice cargo en 1981 cuando él falleció. Los primeros años seguí un poco la corriente, como cualquier productor. Pero el tiempo, sobre todo en los últimos 15 ó 20 años, me mostró lo que producen los agrotóxicos en el suelo, y eso sumado a las estadísticas de lo que se usa en Argentina, es una cosa escalofriante”.

No habla para convencer a nadie, sólo cuenta su experiencia. “Pensé: no quiero dejarle un cadáver a los que me sucedan. Quiero que este campo quede tan bien o mejor que como lo encontré. No me sumo a ese modo de trabajar”.

Otro programa de acción: “Tengo como una alergia psicológica a trabajar con venenos. No es que tenga miedo a manejarlos, pero veo lo que le hacen al suelo y al agua, cosas muy difíciles de recomponer. Y yo estaba aquí con mi familia. No quería eso para el lugar en el que vivimos”.

Algo más: “Para colmo, todos esos productos son carísimos. Y como van perdiendo su efecto, tenés que usar cada vez más. Empezaron con 2 litros por hectárea, y ya están en 12 ó 14. O sea: gastar más, envenenar más, para obtener lo mismo”.

Juan tenía otro sueño resbaladizo: vivir, en lo posible, sin sobresaltos económicos. “Que a la familia no le falte. Uno trabaja todo lo que puede porque es el rol de la paternidad con responsabilidad, digo yo. No es decir: me voy a pescar y que se arreglen”.

Corazón + rentabilidad

Rumiaba Juan sus proyectos cuando su camino se cruzó con el de un ingeniero agrónomo, Eduardo Cerdá, que desde 1990 asesoraba a varios productores de la zona organizados como cooperativa. El grupo se fue desmantelando por distintas razones, fallecimientos (cáncer), miradas diferentes sobre cómo trabajar el campo. Desde 1997, poco después de la apertura menemista al modelo transgénico vía aprobación del uso del glifosato solicitada por Monsanto, Eduardo se convirtió en asesor de Juan.

Cerdá había estudiado en La Plata, donde conoció al ingeniero agrónomo Santiago Sarandón, profesor de la Cátedra de Cereales, de la que Cerdá fue adjunto. Sarandón (MU de julio) venía tratando de encontrarle un sentido a su carrera, más allá del estereotipo de una agronomía reducida a aplicar recetas y recomendar productos químicos, y creó la primera cátedra de Agroecología del país, ciencia que combina la agronomía con la ecología.

Definición técnica: “Agroecología es la aplicación de conceptos y principios ecológicos en el diseño y gestión de agroecosistemas sostenibles. La agroecología aprovecha los procesos naturales de las interacciones que se producen en la finca con el fin de reducir el uso de insumos externos y mejorar la eficiencia biológica de los sistemas de cultivo”.

Los insumos externos son los herbicidas, plaguicidas, fertilizantes y demás inventos de la industria química, que crearon la superstición de que es imposible trabajar sin su uso masivo, sumado a los cultivos transgénicos como soja, maíz, colza, girasol, algodón y  arroz.

Cerdá venía con este equipaje de ideas sobre la agroecología que hacia fines de los 90 chocaba con un territorio cada vez más inundado de fumigaciones masivas y monocultivo de soja transgénica. “El argumento de la agroecología era teórico, pero no adaptado a situaciones productivas concretas, sobre todo en esta zona”.   

En la zona, a Juan le fertilizaban la desconfianza: “Venían ingenieros agrónomos que en realidad son vendedores de productos. A lo mejor no tienen otra alternativa que esa, pero al productor lo endulzan, lo llevan de la nariz como a una vaca de exposición, le regalan una gorrita, le hablan de tecnología de punta para vender productos y maquinarias, todo un aparato propagandístico que se ve en Chacra o Clarín Rural” (folletería de venta libre). Abre sus manos: “Uno es un agricultor, no un explotador agropecuario. Pero es como una vorágine que te quieren hacer sentir: estás en la tecnología que te venden, o sos un pobre atrasado. No quiero acusar a nadie por lo que hace, pero no es cierto que eso sea lo único ni lo mejor que hay. Y además, ¿quién es el que se beneficia en serio? ¿El productor, o las empresas que fabrican y publicitan todo eso?”.

A nivel nacional, la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (CASAFE) señaló que el consumo de pesticidas aumentó 858% en las últimas dos décadas, la superficie cultivada sólo en un 50% y el rendimiento de los cultivos un 30% (dato de la Red Universitaria de Ambiente y Salud). El negocio que encabezan corporaciones como Syngenta, Bayer y Monsanto significó la aplicación de 317 millones de litros de pesticidas en Argentina durante la campaña 2012/13 (200 millones de glifosato), con una facturación de 2.381 millones de dólares.   

En La Aurora, en cambio, había recorridas por los lotes en la F100, charlas que armonizaban lo que Cerdá traía de la facultad con lo que Kiehr sabía del suelo. No fue un cambio de un día para el otro, sino de una vida para otra. El campo se fue rediseñando agroecológicamente, con gente capaz de tener el corazón, la cabeza y los pies en la tierra.

El corazón, porque es el campo familiar que Juan heredó, ama, y que dejará a los suyos.

La cabeza, para pensar cómo gestionarlo de un modo que no empobrezca o mate el suelo, ni sea un peligro para los seres vivos, incluyendo a los humanos.

Y los pies en la tierra, para que ese trabajo valorice el campo en lugar de vampirizarlo, y permita una producción que, además, sea eficiente y rentable.

Solo queda pendiente un pequeño detalle: ¿cómo se hace?

República Transgentina

La Aurora aparece como caso de estudio en uno de los libros más interesantes y revulsivos del momento, aún no publicado pero que puede ser descargado gratuita y libremente de Internet googleando Agroecología: bases teóricas para el diseño y manejo de agroecosistemas sustentables. Lo editó la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad de La Plata, escrito por el ingeniero agrónomo Santiago Sarandón y su colega Cecilia Flores, con aportes de otros profesionales.

O sea: un trabajo científico y técnico que estudia la producción, describe nuevos paradigmas para comprender la situación rural, y traza propuestas. Por ejemplo, el Capítulo 1 se llama La insustentabilidad del modelo agrícola actual. 

Plantea entre otros problemas:

La dependencia agroquímicos (insecticidas, herbicidas, fungicidas, fertilizantes).

Contaminación de alimentos, aguas, suelos y personas por pesticidas y productos derivados del uso de fertilizantes sintéticos.

Desarrollo de resistencia a los plaguicidas de ciertas plagas y patógenos.

Pérdida de la capacidad productiva de los suelos, debido a la erosión, degradación, salinización y desertificación.

Pérdida de nutrientes de los suelos.

Pérdida de biodiversidad.

Contribución al calentamiento global y disminución de la capa de ozono.

No ha solucionado el problema de la pobreza rural.

El último capítulo está dedicado a La Aurora, y fue escrito por Sarandón y Flores junto al propio Eduardo Cerdá, en su doble condición de agrónomo y asesor del campo de Juan Kiehr. Allí se explica la situación pampeana, donde se reemplazó a la ganadería por la agricultura dependiente de insumos tóxicos, se incrementaron los costos y eso expulsó a productores de escala intermedia de tipo familiar: en 20 años, la cantidad de establecimientos agrícolas se redujo a la mitad en la región, concentrando en pocas manos la propiedad de la tierra. Con ese paisaje, vuelve la pregunta: ¿cómo hicieron para concretar un modelo sin agrotóxicos y eficiente, que ahora describen hasta los libros científicos?

El arte de rediseñar

La casa es amplia, bella, cálida. No es “estilo campo”, sino estilo Juan-Erna. Hay muebles de madera que se trajeron del Chaco, un living con bibliotecas y recuerdos familiares, LCD y reproductor de videos, una salamandra para pasar el invierno, una gran cocina comedor por la cual a estos lugares se los llama hogar. Hay una segunda casa para los huéspedes. Juan habla orgulloso de sus hijas: Teresa es médica y Sara fisioterapeuta. Ambas casadas, le han dado 3 nietos. Sara vive en Alemania, donde la familia suele visitarla todos los años. Aporte casi pictórico sobre el campo: “Estoy rodeado por explotaciones sojeras. Es toda una naturaleza muerta. No hay ni pájaros”.

Mientras Juan ceba el mate, cuenta el ingeniero Cerdá: “La clave surgió del intercambio con Juan sobre el diseño de la producción. Por ejemplo, había mucho girasol, pero Juan propuso cambiarlo”. Kiehr: “Lo hicimos durante años con herbicidas preemergentes (previos a que crezca el cultivo). Pero dejaban el suelo polvoriento, raro. Después había babosas y había que fumigar otra vez, y otra más por las malezas, y después por plagas como la isoca, hasta que dije: basta. Decidí volcarme más a la ganadería”. La Aurora tiene 297 hectáreas para agricultura, y 334 (cerros y bajos) más aptas para el ganado.

Eliminaron el girasol y comenzaron un trabajo de consolidación de lo ganadero (haciendo cría y además invernada), como base para relanzar así la producción agrícola, pero sin agrotóxicos. Cerdá: “La ganadería no dejaba tanta plata como la agricultura, pero servía como una gran base y complemento para pasar a tener una producción de trigo, avena, cebada y sorgo, no dependiente de los insumos”.

Esquema y logros

La agroecología aplicada a La Aurora, en pocos trazos:

La ganadería sana, libre, alimentada a pastos naturales, con terneros que llegan a 500 kilos y se venden como novillos de exportación, alimenta el suelo con bosta y orín. Hay entre 600 y 700 cabezas. Juan instaló estratégicamente 25 bebederos (donde los animales bostean naturalmente) para cubrir la superficie del campo.

El suelo así se fortalece, se enriquece, se fertiliza y conserva mejor la humedad y los nutrientes. Detalle: así como un feed lot voltea por el olor a podredumbre sobre el que viven los animales, en La Aurora jamás hay olor a bosta.

Las plantaciones sobre esos suelos se hacen con cultivos asociados, leguminosas como el trébol rojo, que evitan el nacimiento de malezas y fijan el nitrógeno, nutriente fundamental del suelo. Así el policultivo evita, desde 2001, que compren fertilizantes como la urea.

El suelo nutrido y vital, sumado a sistemas que permiten el hábitat natural de insectos que, además, aportan beneficios al ecosistema, anula la necesidad de herbicidas, fungicidas, insecticidas, y fertilizantes químicos.

Todo esto es más fácil escribirlo que hacerlo, pero el resultado (ver el gráfico) es que sin contar las ganancias ganaderas, por la agricultura Juan obtiene casi el mismo rendimiento que los campos vecinos (un 10% menos), pero el gasto es menor: 300 dólares menos por hectárea en el caso del trigo. En las 80 hectáreas que está cultivando en estos días, este ahorro representa 24.000 dólares, y salva al suelo, al agua y a todos de los diluvios de venenos cada vez más inútiles, y de químicos que fertilizan poco y mal: solo dos o tres de los nutrientes, contra los 16 del proceso natural de La Aurora. Al faltar esos nutrientes la planta está débil (aunque drogada por los fertilizantes) y así se convierte en víctima de hongos y enfermedades, que obligan a usar más fungicidas y químicos, calesita eterna que beneficia ya se sabe a quiénes.        

Juan Kiehr evita todo eso, cubre sus costos velozmente, gasta menos, obtiene prácticamente lo mismo, pero sano y sin estimulantes artificiales, y tiene una ganancia mayor (762 dólares por ha contra 549 de los convencionales), además de un mayor retorno: el campo le devuelve 5,15 dólares por cada dólar invertido, contra 1,13 que recupera el productor convencional.

Cerdá: “Si el sistema trabaja con transgénicos y agrotóxicos, es por su enorme ineficiencia y porque reina una lógica empresarial, desnaturalizada, yo diría que como la del drogadicto, basada en la química y la plata. Nosotros apuntamos a una agricultura con salud, que restablezca los procesos biológicos, no degrade los recursos y tenga eficiencia en la producción. Esto es una mirada de independización, de no quedar atado a un modelo que intoxica y empobrece”.

Cómo funciona   

El campo utiliza semillas propias. Cerdá: “¿Cómo vas a patentar algo vivo, como pretenden los laboratorios, por más que le hayas metido un gen? Todo muestra que lo transgénico no es conveniente para el país, los ciudadanos y los productores. El alimento tiene un principio activo en la planta, destinado a lepidópteros, isocas, plagas, que lo consumimos las personas sin conocer sus efectos y capacidad de transfigurar evolutivamente. Esas semillas y transgenes no ayudan al productor, sólo lo endeudan, y terminan provocando una extracción de la riqueza del suelo que regalamos vía exportación de granos para animales y aceite, sobre todo para China”.

Juan acota: “Y no es cierto que sea para alimentar al mundo, porque sobran alimentos. El problema es que están mal distribuidos. Lo hacen por puro interés comercial. Además, la Ley para Monsanto por las semillas me hace pensar en Colombia: la gente no puede tener sus propias semillas, es ilegal, se las queman si no son las que venden las corporaciones. Veo que aquí el gobierno impulsa esa ley, que es de derecha, pero también hacen cosas buenas con el IPAF (Instituto para la Pequeña Agricultura Familiar): es contradictorio, no sé si es un gobierno de derecha disfrazado de izquierda pero, claro, puede ser que me equivoque”.   

La agroecología aplicada a este campo permitió además el aumento de stock ganadero, engorde más eficiente, y alta estabilidad en la producción (95 toneladas anuales). En la mayor sequía de los últimos 70 años (2008/9) murieron 15.000 cabezas por falta de alimento en la región. La Aurora no tuvo pérdidas, gracias a que el suelo y los pastos así trabajados resistieron la debacle.

¿Lo agroecológico tiene que ver con lo orgánico? Cerdá: “Los orgánicos en esta zona hacen el mismo modelo convencional, sin pesticidas”. La certificación de “orgánico” termina siendo el nicho supuestamente sano del mismo mercado fumigador, a precios prohibitivos. “Cuando los veo, hablan de qué negocio hicieron, cuánto ganaron, nunca hablan del suelo, cómo trabajarlo. Sus campos son buenos, pero rinden mucho menos que La Aurora (1.000 kilos de trigo x ha contra 5.000), y usan fertilizantes químicos, que es como drogar a las plantas para que luzcan bien, con productos que perjudican el biosistema del suelo, y drenan hacia las napas subterráneas generando contaminación y toxicidad por nitratos y nitritos. Comprás una lechuga crujiente y colorida pero por los fertilizantes no sabés qué perturbaciones pueden traerte. Lo orgánico no está teniendo una mirada agroecológica”.      

Capital y motivación

Una frase: “Es importante destacar que las tecnologías que se utilizaron en este campo son de fácil apropiación por parte de los productores, dado que no requieren importantes sumas de capital, dependen más del ingenio, la complementación asesor-productor y la motivación que genera entender lo que uno está diseñando y manejando”, dice el libro de Sarandón-Flores en el capítulo sobre La Aurora, destacando que los resultados obtenidos “muestran las potencialidades de este enfoque para ser aplicado en sistemas extensivos (traducción: grandes campos) de clima templado como los de la Región Pampeana Argentina”.   

Sigue el mate, Cerdá al micrófono: “Juan pudo vivir sin sobresaltos, sus hijas pudieron estudiar, viajan, y aunque algunos vean la F100 como un símbolo de pobreza, Juan no se compra la 4×4 porque no le interesa estar simulando gastos para achicar impuesto a las ganancias, ni tener todos los costos que implica la 4×4. Está al día con todos sus impuestos, y tiene todo el campo en blanco”. Kiehr agrega otra hazaña: “Jamás tuve que pedir un crédito”.

El INTA y otras entidades empezaron a acercarse de modo a veces sinuoso, y se han visto obligados a pronunciar con mayor frecuencia la palabra agroecología. Los visitantes se entusiasman, como pasa con una experiencia similar en Guadalupe Norte, Santa Fe: la Granja Naturaleza Viva de la familia Vénica.

En Agronomía de La Plata, Kiehr y Cerdá tuvieron a 400 estudiantes como público. “Eso me hace muy bien”, dice Juan, como retomando lo que su esposa Erna describe como años maravillosos. Se conocieron en Chaco a principios de los 70, ella como enfermera y él como integrante de una iglesia luterana, ambos colaborando con el pueblo qom, al que entonces llamaban toba. “Ese trabajo me transformó”, dice Juan. “Entendí qué significaba eso de no tener tantas cosas, pero ser más persona. Cuando volví me costaba adaptarme. Mis vecinos se la pasaban hablando del culo de esta o de aquella, y yo sentía un vacío. Ahora estoy contento, haciendo algo que siento útil, conectándome con otra gente. Son cosas que agradezco, y me cambiaron la vida”.

Noticias chinas

Cerdá cuenta algo nuevo: “En Rosario estoy trabajando con productores sojeros, que empiezan a desandar el camino de lo transgénico. No se hace de golpe, como un adicto no se cura de un día para el otro, pero se va confirmando que es factible hacerlo”.

Tal vez sea pura prudencia: en China la publicación que en Occidente se conoce como Science & Technology Abstracts Newspaper, del Ministerio de Ciencia y Tecnología, publicó en abril un artículo que refleja la preocupación oficial por las consecuencias del consumo masivo durante casi dos décadas de alimentos derivados de la soja transgénica (forraje para sus animales y aceite), que por lo tanto contienen glifosato, que empiezan a relacionar con malformaciones infantiles, aumento de casos de cáncer, muchos de ellos inusuales, infertilidad y otras enfermedades. “Debemos enfrentar los daños causados por la soja transgénica importada a 1,3 mil millones de chinos”, es el título del artículo de Mi Zhen-yu, teniente general y ex vicepresidente de la Academia de Ciencias Militares, entre otros cargos.

Hipótesis: si en China, principal consumidor mundial de estas cosas, se están dando cuenta de lo mismo que aquí comprendieron los pueblos fumigados, productores como Juan Kiehr, o científicos como el fallecido Andrés Carrasco, es posible que esté germinando un cambio grueso en toda esta historia. Tal vez algún día, como imagina Sarandón, la agroecología sea el nombre de toda la agronomía.

Mientras tanto, Cerdá está asesorando en Benito Juárez a un campo vecino, de la documentalista Valeria Mapelman, que en apenas dos años hizo su propia reconversión agroecológica y ya está resultando más rentable de lo esperado y de lo que hubieran ganado arrendándolo a pooles de siembra, que entran al negocio hasta que vuelan buitrescamente hacia otras burbujas. 

Los pájaros han vuelto al campo.

Juan sonríe.

Además, se puede escuchar el silencio o mirar el horizonte con los pies en la tierra.

Todo es una novedad que se está diseñando día a día en La Aurora: como su nombre lo indica, tal vez signifique también alba, amanecer y mañana.

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