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La tempestad

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Miguel Benasayag analiza la que se viene. Las elecciones de Argentina y los atentados en París se cruzan en esta charla sobre el miedo y las mutaciones del presente, los terroristas y Monsanto, la tecno-ciencia y la dictadura. Psicoanalista, filósofo, neurocientífico e investigador social, Benasayag mezcla sus saberes para arriesgar qué podemos hacer.

La tempestad

Miguel Benasayag y Angelique Del Rey con su hija Sara Luna.

Miguel Benasayag ha pasado un mes en Buenos Aires  durante los días previos al balotaje. Nuestra última cena fue en el departamento porteño de Miguel, al que propone ingresar sin zapatos. Descalzos, entonces, jugando con las pequeñas hijas de Miguel y Angelique Del Rey, con quien ha escrito su último libro, El compromiso en una época oscura.

Miguel estuvo detenido y fue torturado en las cárceles de la dictadura. Cenar pollo orgánico acompañado por quia salteada preparada por Angelique, rodeados de nuevas vidas representa, entonces, la celebración de algo conmovedor: el triunfo de la vida sobre el terror.

Cerrábamos así un encuentro que había comenzado con una reunión con todos los integrantes de nuestra cooperativa. Estábamos tristes y de duelo: habían asesinado a puñaladas a nuestra querida amiga Diana Sacayán, una de las mentes más brillantes del movimiento trans argentino.  Miguel nos encontró sumidos en esa mezcla de desconcierto y dolor, aturdidos.

Lejos de consolarnos, nos retó.

Nos sacudió con las palabras justas, nos ubicó de nuevo en nuestra ruta y nos devolvió, así, el empuje que la tristeza nos había arrebatado, junto a la vida de Diana.

Miguel llegó a París y pocos días después ocurrieron los atentados que dejaron un saldo de 124 muertes incomprensibles, tremendas, siniestras.

Durante esos días las comunicaciones fueron las que imponía la situación: saber cómo estaban, comentar las derivaciones políticas que el miedo impondría, la interferencia en nuestro trabajo de construir lazos. Miguel nos contó que su hija mayor estaba justo en ese momento cantando en un local cerca de una de las masacres, y que en medio del show irrumpió una mujer con el abdomen perforado por los tiros.  Esa imagen se impregnó en su sentido del momento, como en nosotros al imaginarla.

En el medio, en Argentina triunfó “el cambio”.

Esta semana, me cuenta ahora Miguel por teléfono, tuvo una reunión con un grupo que trabaja en la periferia parisina. Conocían a personas que habían muerto en los atentados, estaban aterrados, desconcertados.

En lugar de consolarlos, Miguel los retó.

Todo este contexto es para explicar esta primera pregunta.

¿Te das cuenta de que con muy poca diferencia de tiempo tuviste que hacer lo mismo en Buenos Aires y en París?

Partimos de la extrañeza de que en un momento dado tenga que hablarle a los amigos así. Decirles: “Bueno, acá hay que bancarse algo”. No se puede ceder al terror. Mataron a Diana. Entonces les digo a los compañeros de MU: esto es lo que está pasando, esto no es un accidente. Mataron a los vecinos de mi barrio en París: también eso es lo que está pasando y no es un accidente. Me encuentro así en un momento en el que uno no puede decirle a sus amigos, a la gente que uno quiere, “bueno a ver qué pasa”, o lanzarles un discurso psicologista del tipo “esto te reactualiza un trauma de chiquito”. Ni tampoco puedo decir, como el mili-infradotado: “esto es la culpa del sistema y hay que hacer esto y aquello…”. Es un momento en el que uno tiene que decir: va a haber que bancársela, porque acá no hay un afuera de la situación. Llego a Francia, y unos días después, bum, estos atentados terribles contra todos los jóvenes que caminan en mi barrio, con mi hija cantando en medio de los tiroteos. Eso implica que se pudre la mano con respecto a todo nuestro trabajo de crear un espacio donde no se trate de franceses ni inmigrantes, sino de solidaridad, y todos los etcéteras que eso implica. Por poner un ejemplo, tratar de ayudar a los amigos que quieren crear una Teología de la Liberación en el Islam. Todo eso de repente es atacado, perforado por esos balazos. Entonces me encuentro con trabajadores sociales de la periferia parisina, y me doy cuenta que lo que quieren es que les haga de mamita psicóloga : “Cómo sufrieron mis queridos” . O que me comporte como el estúpido visionario y les diga: “Ahora la historia pasa por allá y por acá”. Y la única posición que puedo tener -y la que pienso que tenemos que tener- es la de pensar lo siguiente: no estamos afuera de la situación, en nada estamos afuera… Acá se formaron muchas células psicológicas para contener a la gente que estuvo en los atentados, y digo: ¿desde dónde un psicoanalista escucha eso? ¿De dónde él tiene un afuera que le permita mirar eso como un objeto? No tiene ningún afuera, más allá del que le da la típica cobardía mayoritaria en mi gremio. Con Angelique nos dijimos: acá hay una situación nueva, hay que tener cuidado, ver qué pasa. Uno está en el barco y el barco se está sacudiendo muy mal. Hay gente que se cayó del barco, pero uno está todavía arriba sin protección. Pero a pesar de todo uno trata de decir: no hay que volverse loco, hay que poder ver hacia dónde se va. La cuestión es cómo crear algo concreto, sólido, dentro de la tempestad. A mí me emocionó muchísimo observar, cuando hubo una tempestad terrible en París, cómo se habían volado a la mierda los nidos de los pajaritos. Y claro, ¿qué es un nido de pájaro? Una cosa súper frágil que está, en un equilibrio totalmente inestable, colgando de un árbol. Pero para los pichones eso representa una estabilidad en medio de la fragilidad. Y como la mayor parte de los nidos no se caen, los pajaritos viven un momento de estabilidad, sin que esa estabilidad se pase en un mundo sin fragilidad. Toda estabilidad estructurante, todo lo que puede llegar a ser consistente, que puede llegar a proteger la vida, no puede construirse desde el cemento. No existe un mundo-cemento. Un mundo-cemento es un mundo de muerte. La posición ética hoy en día tiene que ser esa: ser conscientes de la fragilidad.

En medio de esta tempestad, ¿de qué te agarrás para no caer del barco? Entiendo lo de no construir desde el cemento, pero, ¿de dónde sacás coraje sin convertirte en un aparato, sin blindarte?

Hay que entender el miedo total que está invadiendo a los franceses, el sentimiento de miedo y resentimiento que invade a los argentinos frente a este hecho histórico que representa la primera vez que la derecha dura gana las elecciones. Y hay que entender que estamos viviendo una época de mutación total. Ya no se trata de no saber, sino directamente de no tener la más pálida idea de qué va a ser/pasar. Inclusive, físicamente todas las mutaciones, los cambios de lo vivo, incluido el humano y su cultura, está mutando. Hay un sustrato de mutación tal que, efectivamente, no puede no crear un cimbronazo de miedo. Eso, por supuesto, tiene sus dimensiones y corolarios, que son las guerras sin sentido. La guerra de liberación de Argelia era horrible, con sentido. Nadie dice que los argelinos eran santos ni que los franceses eran santos, pero hay un sentido que permite una lectura. Hoy en Siria no hay lectura, porque mismo cuando uno trata de tener una lectura por intereses económicos, como les gusta tanto a los marxistas, ni siquiera desde ese punto de vista tiene un sentido. Y ese miedo que provoca el sinsetido, de repente, se encarna con los terroristas. Es como si se cristalizaran en 8 personajes vestidos de negro y con la cara tapada, todos esos miedos telúricos, trascendentes. Y es como si fuera bienvenido. ¡Welcome! Porque es muy paradojal lo que dicen los franceses: a este enemigo no se le ve la cara. Pero es totalmente al revés: ahora finalmente le vemos la cara. Porque la cara del enemigo tiene hoy un lado real y un lado engaña pichanga: Monsanto mata mil veces más que el terrorista, pero con los terroristas volvemos a la idea de que “el mal” está hecho por hombres con libre arbitrio. Eso les encanta a todos los intelectuales pajeros, digamos, no a las personas comunes. Les encanta a los intelectuales pajeros, digo, porque si hay terroristas podemos pensar que si el mal está dirigido con una intencionalidad humana, el bien también. Entonces estos actos terroristas les permite poner en pausa, hacer el recreo, ignorar lo que hoy está pasando en París, que es la conferencia del clima. Y eso no lo maneja nadie. Por supuesto que hay gente que se beneficia del desastre climático, pero no lo pueden manejar ni ellos.

En medio de eso, ¿qué hacemos?

No hace falta gente que prometa pavadas porque nadie puede tener una información o una mirada desde afuera de barco. Ni tampoco hace falta aumentar el terror, ni hacerle creer a la gente que el terror tiene que ver con sus vidas personales. Hace falta que algunas y algunos podamos apostar a la vida. Es una apuesta de decir: “no es cierto que todo es un mambo, no es cierto que lo único que se puede desear es ser un bárbaro para proteger a mi tribu”. Es necesario que un mínimo de mujeres y hombres apuesten a que capaz, a pesar de todo, la vida es otra cosa. Creo que es ese el nivel más alto de racionalidad posible de la emancipación hoy. No hay nada más que podamos decir que eso. Que un grupo de mujeres y hombres, rompiéndose el culo, porque es un laburo titanesco, apostemos a que “capaz que no”. A que la vida no es solamente este caos. ¿Qué es lo que a uno lo consolida? Entre la materia y la antimateria no puede haber simetrías, sino no hay mundo. Entre el amor y el odio no puede haber simetrías, sino no hay mundo. Tiene que haber un poquito más de amor que de odio… Digamos que en mometos así lo que nos sostiene es la historia, es el amor, son las experiencias de pueblos en lucha, de abrazos, de amistades, de arte, de belleza, todas cosas que nos dicen que no todo es lo mismo. Nadie es un santo. Todos tenemos lados chotos, pero el asunto es que hay algunos que tratamos que durante las 24 horas del día sean solamente pocos minutos donde el lado choto se manifieste. Ahora, eso tiene que hacerse con alegría. Para mí es una alegría. Es una alegría llorona: me la paso llorando porque quiero amiguitos, quiero cómplices … Y los encuentro cuando logro hacer asociaciones que logran que una especie de organismo multidimensional pueda existir. Hace tiempo que me di cuenta que no todo el mundo puede hacer todo. Y que entonces, dentro de esta tarea de proteger la vida, hay que hacer lo que uno sabe hacer. No hay que pedirle a todos que tengan un sentido social, solidario, que sepan entender la complejidad, ser corajudos: no. Uno puede ser cobarde e integrar este organismo, porque sabiéndose cobarde se protege en este organismo; el otro puede ser muy inteligente, pero faltarle práctica. Y esas son las dimensiones en cada uno compone este organismo que estamos permanentemente de crear y recrear.

¿Cuál es el mayor peligro?

Que no haya masa crítica de mujeres y hombres que apuesten a la vida y que, entonces, no haya relación de fuerza contra la destrucción. Es por eso que toda persona que sabe hacer algo no tiene que quedarse haciendo lo que sabe hacer, sino que tiene que buscar a dónde tiene que estar: su lugar. El peligro es que la dislocación, la descomposición, vaya demasiado rápido.

Y eso es lo que notás: que va muy rápido

Sí. Es una época muy, muy exigente, donde hay que inventar en permanencia vías pragmáticas que no sean dogmáticas, para poder abandonarlas cuando no andan. No hay que preguntarse qué es lo que puedo hacer, hay que preguntarse qué es lo que hay que hacer. Y con lo que uno puede hacer, asociarse al organismo donde uno ponga el hombro.

¿Digamos que es un momento incómodo?

Y es un momento magnífico a la vez. Es decir, hay que desviar la mirada del yo, de la persona que uno es y pensar qué es lo que hay que hacer. El asunto no es el yo, el asunto es cómo uno debe incorporarse al organismo que corresponde al desafío.

¿Es un momento de trascendencia?

Es más allá de mí, más allá de hoy. Es más allá de mí, entonces no tengo que pararme en mí. Y es más allá de hoy, por más que hoy sea oscuro. Eso también exige un poco de humildad con respecto a lo que un individuo puede entender. Hay que entender que no se puede entender. Es una especie de práctica muy difícil, sobre todo para los intelectuales y los militantes, eso de ser consciente de que hay cosas que no podés entender. Hay localmente cosas que son claras, pero con respecto a que hay mañana, es una apuesta. No puede ser una conclusión.

Si hoy vivimos una guerra entre lo vivo y lo destructivo, también vivimos una guerra entre el miedo y ¿qué?

Y el aguante. El coraje es eso: aguantar. ¿Y cómo aguantás? Aguantás desde algo que no te pertenece y que es la apuesta de que no tenés que creerte que todo terminó. Uno aguanta desde esa apuesta, que es pura dinámica, pura vida, puro deseo… Es cierto que cuando uno aguantó muchas veces va teniendo un poco más de valor. Que después, no tenés tanto miedo. Hay por supuesto gente que tiene más miedo o menos miedo, pero más allá de la cantidad de miedo que uno soporta, se trata de aguantar. ¿Sobre qué se aguanta? Sobre todo lo bello, lo bueno, el amor, el pensamiento, la solidaridad que a uno lo formó y que forma al mundo. Sólo así uno no aguanta como un faquir. La mujer, el hombre que está aguantando, anida todo lo bello de la vida. Aguanta por eso, no porque es un sacrificado. Aguanta como nido de la alegría y de pensamiento, de todo lo que hay bello. Aguanta porque en el corazón tiene eso. Y esa apuesta no es una apuesta desesperada, sino que es simplemente algo que desde hace millones de años se confirma: a pesar de todo la vida se desarrolla, se reestructura. Con esfuerzo. Es un momento en el que  no solamente hay “no sabemos”, sino que hay un tsunami técnico macroeconómico que está empujando esto hacia la destrucción. Entonces, creo que un mundo se acaba… Durante la dictadura pensabas, por ejemplo,  que algún día metan presos a estos tipos, que se recuperen los nietos, y cuando lo vas logrando hay una especie de “uf, la tormenta pasó”.  Acá no se trata ya de que pase la tormenta: acá el territorio que nos sostiene y nuestra propia composición está mutando.

Somos la tormenta

Somos la tormenta, exactamente. No podemos pedirle a todo el mundo que lo asuma, porque la gente asume niveles diferentes de caos con respecto a su estructura. Tampoco se trata de pasearnos como un profeta del apocalipsis. Tenemos la responsabilidad enorme no solamente de ver lo que está mutando, sino de mantenernos. Y encima, de no ser estúpidos. Y de no exigir que si yo aguanto, todo el mundo se la aguante y sea consciente de lo que está pasando. Hay mucha gente que no puede, y no hay que volverse loco por eso. No hay que esperar lo que no hay. Ahora estoy estudiando lo más parecido que pasó a lo que vivimos hoy: la gran crisis del año mil, que representó el nacimiento del Occidente. Pero hay un “pero”: esta mutación incluye, por primera vez, la materialidad de los organismos vivos. Si desde la revolución industrial hasta ahora, el ser humano modificó todo su medioambiente, ahora lo que está pasando de diferente es que empezó a modificar de una manera absolutamente irresponsable el interior mismo de los bichos y del humano. Entonces: agarrate Catalina.

¿Puede ser un desastre o podemos apostar a algo mejor?

Nada permite pensar que la digitalización del mundo forzosamente va a resultar en una destrucción. Va a ser una mutación radical, total, pero nada permite pensar que la vida no pueda, finalmente, colonizar la máquina. ¿De qué depende? De lo que hagamos.

Y de lo que dejemos de hacer.

Exacto.

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