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Caravana para cambiar la historia

Miles de personas marcharon en caravana por las calles de La Matanza para conmemorar los seis años del secuestro, desaparición y muerte de Luciano Arruga.

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Miles de personas marcharon el sábado 31 por las calles de La Matanza para conmemorar los seis años del secuestro, desaparición y muerte de Luciano Arruga. En una jornada impecable, con fuerte presencia juvenil, dos frases sintetizaron el corazón de la actividad: “La policía lo mató. El Estado lo desapareció”. Escraches, tres horas de movilización y 30 cuadras de recorrido dejaron en claro el principal objetivo de la movilización: construir condena social.
Caravana para cambiar la historia
A las 10 de la mañana, Lomas del Mirador despertó. Sus calles matanceras, cubiertas de negocios y un cemento que golpea como el sol, suelen ofrecer un cuadro similar, uniforme, monótono a lo largo de los 364 días del año que cubren el ancho de la avenida Mosconi, su arteria principal. Las persianas se abren, los autos arrancan, algunos frenan, otros se saltan los semáforos en rojo, los colectivos atestados, la gente se putea, pocos piden permiso, y ese círculo humano y social que se pone en marcha y poco difiere del día anterior.
Un Truman Show conurbano. Mejor dicho: uno de muchos.
Pero hay un día, uno solo, que subvierte ese lienzo. Que lo toma, lo da vuelta, lo sacude y lo transforma. Por eso, cuando Lomas del Mirador, partido de La Matanza, corazón del Gran Buenos Aires, despertó, a las 10 de la mañana del 31 de enero de 2015, el mundo volvió a su lugar exacto, después de un año, luego del anterior 31 de enero, y del anterior a ese, y del otro, y así hace seis años.
Seis.
Así, envuelto en un sol que se mostró bondadoso a lo largo del día, durante 32 cuadras, La Matanza vibró bajo un solo nombre, escrito en las paredes, en las calles, en las plazas, colgado en los postes de luz y grabado en cada una de las miles de personas que participaron de una jornada memorable, impecable, sólida, histórica.
Un solo nombre. Una síntesis. Una cuestión nacional.
Luciano Arruga.

El mensaje

La caravana partió a las 12 del mediodía. Organizaciones de derechos humanos y sociales (APDH, H.I.J.O.S., Correpi, Ceprodh, La Poderosa, entre otras) y partidos políticos de todos los colores (estuvieron dirigentes como Christian Castillo, Vilma Ripoll, Pablo Ferreyra, Horacio Pietragalla, entre otros y otras), confluyeron en la placita de Perú y Pringles, en el barrio 12 de Octubre, a pocas cuadras donde Luciano Arruga vivió gran parte de su vida. Tenía 16 años y sufría un profundo hostigamiento policial cuando el 31 de enero de 2009 desapareció. No volvió a su casa. Su hermana Vanesa y su mamá Mónica lo buscaron por todos lados. Sólo sabían algo: a Luciano lo metieron en un patrullero y a Luciano lo vieron golpeado en el ex destacamento de Lomas del Mirador. Esa subdelegación policial, que dependía de la Comisaría 8va (ex Centro Clandestino de Detención en dictadura, conocido como “Sheraton”), no estaba autorizada a alojar detenidos. Sin embargo, Vanesa y Mónica ya habían escuchado cómo su hermano pedía ayuda cuando el 22 de septiembre de 2008 los policías de ese lugar – que no era ni más ni menos que un simple chalet barrial- lo detuvieron y lo torturaron.
El motivo: Luciano se negó a robar para la policía. Los oficiales le ofrecían “seguridad”, herramientas y dinero para efectuar robos. Luciano no quiso. Luciano dijo no.
Y el mensaje fue aterrador: Luciano desapareció.

Vecino, vecina

La Caravana era muy nutrida. En su gran mayoría, jóvenes. La salida de la plaza derivó en la avenida Mosconi, y de allí siguió hasta avenida San Martín. Familiares de víctimas de la represion policial y la violencia estatal encabezaban la marcha, con las fotos de sus hijos, de sus sobrinos, de sus nietos, de sus hermanos, de sus primos, unidos bajo los carteles de “Justicia”, y entrelazados, hombres y mujeres, niñas y niños, más fuerte que nunca.
Frente a ellos, un camión guiaba el recorrido. Llevaba los carteles para señalizar los lugares y albergaba los equipos de sonido. Allí, en la calle, Vanesa Orieta condujo la movilización.
Tomó el micrófono.
“Hoy nos encontramos marchando para que los vecinos y vecinas entiendan lo que significa en este barrio la violencia por parte de la policía y qué representa que un niño de 16 años estuviera desaparecido durante 5 años y 8 meses”, comenzó. “Luciano está desaparecido, vecino y vecina, por haberse negado a robar para la policía de este barrio. La misma policía que trata por medio de amenazas de incorporar a los jóvenes de los barrios humildes a redes delictivas manejadas por la policía. Vecino, vecina: usted lo sabe, sabe de las zonas liberadas, de los desarmaderos de autos, de los expendios de drogas, de los delitos cometidos en complicidad y con participación de la policía. Por lo tanto, vecino y vecina, dejemos de criminalizar a los pibes que vienen en los barrios y empecemos a poner el acento en esa policía que está al servicio del delito y somete a nuestros pibes a detenciones arbitrarias, a torturas, al gatillo fácil, a desapariciones forzadas. Empecemos a tener conciencia de que hoy, los pibes en los barrios humildes no son respetados”.
Vanesa hablaba, Vanesa explicaba, Vanesa caminaba. Vanesa conducía y hablaba a esa columna en movimiento que se extendía por cuadras, y que escuchaba, porque no podía no escuchar, porque era imposible no sentirse parte de un evento único y conmoverse con esa mujer que se ha convertido en una referente ineludible de una generación, que no paró de denunciar a todos los actores, a todos los policías, políticos, jueces, fiscales y médicos que no supieron ni quisieron decirle qué había pasado con su hermano, y que contribuyeron a que un niño de 16 años estuviera desaparecido casi seis años.
Por eso, a las 12 de la mañana, Lomas del Mirador no sólo estaba despierta.
Lomas del Mirador latía.

Los días previos

Las actividades que Familiares y Amigos de Luciano Arruga han organizado durante los 5 años de pedido de justicia se han convertido en auténticos festivales, con una convocatoria masiva brillante. Durante cinco años, la agrupación transformó ese evento en una ceremonia colectiva que enseñó cómo construir Justicia en uno de los lugares más picantes del conurbano bonaerense.
Pero los días, las semanas, los meses previos a la conmemoración de los seis años fueron movidos. El pasado 17 de octubre una noticia conmovió al país. Luego de 5 años y 8 meses de búsqueda y lucha inclaudicable, se supo dónde estaba Luciano. Una batería de medidas desatadas a raíz de la presentación de un hábeas corpus concluyó que Luciano estaba enterrado como NN en el Cementerio de la Chacarita. Luego, se supo que Luciano había sido atropellado a las 3.21 de la madrugada en el cruce de General Paz y Emilio Castro; que falleció el 1 de febrero de 2009 a las 8 de la mañana en el Hospital Santojanni; que había sido trasladado por el SAME; que fue catalogado como NN en la Morgue Judicial y ese fue su destino en el Cementerio.

Dos frases

Nada cerraba. Luciano intentó cruzar la General Paz por un lugar imposible. Vanesa, al cierre de la marcha, advirtió: “Quería que vieran ustedes mismos por donde quiso cruzar mi hermano”. Así fue: ese fue el sitio donde la actividad culminó. En ese lugar hay un terraplén de césped que sólo trepando se puede acceder a la vía rápida de la avenida. A metros del punto exacto donde Luciano fue atropellado, hay un paso a nivel. Luciano lo sabía: su casa está a 17 cuadras de allí.
Hay más. El conductor que atropelló a Luciano declaró que el joven “cruzó como desesperado”. Aclaró que “no estaba trotando ni caminando sino corriendo”. Y el punto que más llamó la atención de los funcionarios y actores judiciales que intervienen hoy en la causa: “Por lógica parecía que estaba escapando”. Pero, por si fuera poco, declaró un testigo que fue la primera persona que vio e intervino en el hecho. Fue un motociclista que, al detenerse en plena General Paz para evitar que Luciano fuera atropellado por otros vehículos, divisó una camioneta doble cabina de la Bonaerense estacionada con las balizas apagadas en la colectora de la avenida, a la altura del atropello.
Por eso, la principal hipótesis en la investigación que busca determinar que sucedió entre esas horas en las que Luciano fue visto por última vez en su barrio y las que fue atropellado, sigue la hipótesis policial.
Por eso, la convocatoria, las paredes y las banderas sintetizaban dos frases.
Una: “La policía lo mató”.
La otra: “El Estado lo desapareció”.

El villero que no quiso robar

Manzanas, bananas, agua, jugo. Algunos buscaban sombra. Otras preferían un gorro. Hizo calor y el sol, aunque menos violento que eneros anteriores, picó. Vanesa conducía, hablaba. El camión se movía a un ritmo lento para que la Caravana pudiera seguirlo a pocos metros. En la vereda, un integrante de Familiares y Amigos trepó por una escalera y colgó un cartel en un poste de luz. “31/01/09. Prohibido olvidar”, rezaba. Luego, se cruzó e hizo lo mismo en la mano de enfrente.
La Caravana dobló por avenida San Martín y se detuvo en la intersección con Indart. Allí, a media cuadra, funcionó el ex destacamento que detuvo, secuestró y torturó a Luciano Arruga. Allí fue visto la noche de su desaparición. Y así lo marcaba otro cartel colgado en otro poste de luz: “A 200 mt funcionó el destacamento donde fue torturado Luciano”. El verbo está en pasado. La lucha de Familiares y Amigos, que incluyó un acampe que soportó los peores climas y las peores provocaciones vecinales, logró expropiar ese lugar para instalar allí un centro cultural que lleve el nombre de Luciano. Por esa razón la voz de Vanesa se volvió ronca.
“En 2007 se inauguró en esa casa un destacamento bajo el pedido de más seguridad de un grupo de vecinos nucleados en VALOMI (Vecinos en Alerta de Lomas del Mirador). Debía ser una mera base de operaciones de la comisaría 8va. Pero en este lugar se llevaron adelante detenciones arbitrarias. No tenía instalaciones para albergar detenidos. Hace muy poco conseguimos la llave del exdestacamento. Ese lugar se va a convertir en un espacio de memoria social y cultural que va a llevar el nombre de un pibe de un barrio humilde”.
Vanesa respiró hondo y largó:
“¡Este espacio se va a llamar Luciano Arruga, en memoria de un villero que se negó a robar para la policía bonaerense!”.
La calle casi se hunde.

Escrache

La marcha y las señalizaciones siguieron. La Caravana continuó por avenida San Martín hasta el predio Monte Dorrego, un lugar de recreación y actividad deportiva donde un peritaje con perros ordenado en el marco de la investigación por la desaparición de Luciano arrojó un resultado positivo. Allí fue trasladado el destacamento que funcionaba en Indart luego de su cierre producto de la lucha y la movilización de Familiares y Amigos. En ese lugar hubo escrache.
“Luciano desaparece, la sociedad Arruga”, se podía leer en el suelo, frente a la subdelegación. Otras pintadas y frases ilustraron el lugar. Hubo cantos contra la policía y la denuncia implacable de Vanesa: “Basura, cobardes, asesinos. Verguenza no tienen, porque si tuvieran, saldrían a denunciar los graves delitos que cometen sus compañeros. Esta familia no va a parar hasta que cada uno de sus compañeros termine preso”.

Práctica sistemática

La columna avanzó por San Martín hasta Ruta 3. El próximo destino fue la comisaría 8va, conocida como el Sheraton en tiempos de dictadura. De esa comisaría dependía el exdestacamento que secuestró y desapareció a Luciano Arruga. El joven, tras negarse a robar para la policía, comenzó a ser hostigado y a sufrir detenciones arbitrarias por parte de esa misma fuerza. “Los vecinos de Lomas tienen que tener en cuenta que es un hecho gravísimo”, sostuvo Vanesa. “Esto pasaba habitualmente en dictadura. Los mataban, los desaparecían. Esta es una marcha que viene a demostrar que no todos queremos silenciar la violencia por parte de la policía. Y esta marcha viene a demostrar tristremente que son muchos los familiares que denuncian la violencia institucional”.
Así fue. A lo largo de la movilización hablaron, entre otros y otras, Martín Bernhardt, hermano de Matías Bernhardt, asesinado por un policía federal en 2007; Angélica Urquiza, mamá de Jonathan “Kiki” Lezcano, asesinado por un policía federal en 2009; Celeste Lepratti, hermana de Claudio “Pocho” Lepratti, asesinado en 2001; familiares de Facundo Rivera Alegre, asesinado en Córdoba; sobrevivientes de Cromañón y de la tragedia de Once.
También hubo familiares de Ismael Sosa, el joven que viajó a Córdoba para ir a ver a La Renga y desapareció. Ni siquiera pudo entrar al recital. Denunciaron que fue reprimido por la policía en el primer control de ingreso. Su cuerpo apareció flotando en el río. “Todavía no tenemos noticias de lo que pasó”, afirmaron en la marcha. El lunes habrá una movilización a Plaza de Mayo a las 19.

Cambiar

Faltaba poco para que la movilización llegara al final. Faltaban pocas cuadras para que la nutrida caravana llegara hasta la intersección de General Paz y Mosconi (Emilio Castro del lado de Capital). Vanesa volvió a hablar, críticó al gobernador de la provincia de Buenos Aires y futuro precandidato presidencial, Daniel Scioli (“basura política”), como uno de los principales responsables políticos de la desaparición de Luciano, y sentenció: “Es necesario que un solo objetivo tengamos en común: defender los derechos humanos de los pibes. Nuestros enemigos son las policías torturando a nuestros pibes. Nuestros enemigos son los políticos que generan discriminación y criminalización. Nuestros enemigos son esa Justicia de mierda a la llegan nuestras causas y nunca avanzan. Esos son nuestros enemigos, no una familia que denuncia la violencia institucional. Son los que matan a nuestros pibes”.
Desde el comienzo de la movilización hasta el cierre, Vanesa Orieta jamás perdió el eje de su discurso, fuertemente político. Sus palabras focalizaron en una nueva agenda de derechos humanos, que subraye cuál es el sujeto de represión de esta época: pibes pobres de barrios pobres. “Somos todos del mismo lugar: sectores humildes”, puntualizó. “Hacia nosotros están dirigidas fundamentalmente la violencia y la represión. Y somos nosotros los que podemos cambiar ese todo de las cosas. Somos nosotros los que podemos cambiar la historia”.

Parte de la historia

La última parada fue General Paz y Mosconi. Tras más tres horas de marcha y más de 30 cuadras de movilización, las Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora tomaron la palabra. Primero, Norita Cortiñas: “No podemos concebir que Argentina siga siendo un país de impunidad”. Luego fue el turno de Elia Espen: “Con todo el dolor que pasamos, seguimos peleando. No hay que callarse”.
Un capítulo aparte se merece la organización de la jornada. Sólidos, ordenados, metódicos, anticipándose a cada movimiento, la seguridad de la movilización no tuvo fallas, y cada corte de calle demostró a las claras la rigurosa planificación previa de la actividad. Sin lugar a dudas, allí radica gran parte del éxito de una tarde admirable.
Pablo Pimentel, referente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Matanza (una de los organismos que acompañó a la familia desde el minuto cero), también habló: “Pasaron más de cinco años de impunidad. Los derechos humanos son para todos. Luciano tiene que ser la bisagra para equilibrar la balanza de la justicia. Luciano Arruga ya no es solamente de su familia. Luciano es parte de la historia argentina”.
Luego se leyó el documento de Familiares y Amigos, que llevó la adhesión de organizaciones sociales, partidos políticos y medios comunitarios y populares. El comunicado denunció la complicidad de los funcionarios políticos que posibilitaron que un joven de 16 años estuviera desaparecido durante casi seis años. También recordó la desidia de los actores judiciales que convirtieron la causa de Luciano en un monumento a la impunidad judicial: el juez Gustavo Banco y las fiscales Roxana Castelli y Celia Cejas, que este año afrontarán un jury de enjuiciamiento. “Vamos a ir hasta el final. El hallazgo del cuerpo puso al descubierto un entramado de complicidades”, leyeron.

La lucha

Mónica Alegre, mamá de Luciano, fue de las últimas oradoras. “Gracias a todos por estar, por hacernos el aguante, por acordarse del Negro todos los días y por hacerlo parte de ustedes”, dijo.
Vanesa fue la encargada de cerrar la jornada: “Acá hubo que luchar mucho, poner mucho el cuerpo y desgastarse. Y a pesar de eso, somos una familia que salimos adelante, con valor y fortaleza. Nosotros empezamos siendo un grupo de familiares y amigos que luchaban solos. Enfrentamos a la Bonaerense, fuimos perseguidos, golpeados, amenazados. Y fruto de seis años de lucha dio la posibilidad de visibilizar la causa de Luciano. Y también esta lucha dio la posibilidad que entendieran que había una familia que denunciaba que esto no se trataba de hechos aislados, sino de una problemática que se llevaba la vida de muchos pibes. Y todo este fue lo que hoy generó esta marcha”.
Vanesa agradeció a todas las personas que participaron de la movilización. Agradeció puntualmente a sus compañeras y compañeros por la impecable organización. Y esa porción de La Matanza, nuevamente despierta, luego de un año, y así hasta el próximo, se sumió en un grito unánime, completo, recargado:
“¡Luciano Arruga, presente! ¡Ahora y siempre!”.

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Memoria, verdad, justicia y Norita

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Partidaria de los besos y los abrazos, reivindica la sonrisa como principal bandera de lucha. Cumplió 94 años este 22 de marzo y hace siempre que puede la ronda de Madres de Plaza de Mayo, hoy ya en silla de ruedas. Vida, obra y endorfinas de una mujer que ha acompañado a fábricas recuperadas, pueblos originarios, comunidades afectadas por el extractivismo, jóvenes y mujeres en situaciones de violencia, todo como una continuidad en la defensa de los derechos humanos. El clítoris, el cannabis y las autodefiniciones. Esperando el 24 de marzo, compartimos esta nota y retrato, publicada originalmente en la revista MU 138 (2019, todavía tiempos macristas). El movimiento, la calle, y lo que ella piensa (y hace) frente a la historia y los futuros posibles.

Texto: Sergio Ciancaglini

Nora revisa su cartera en la que lleva el pañuelo blanco, el verde, crema de cannabis medicinal, una lata de sardinas y la agenda en la que anota sus hiperactividades cotidianas, entre otros secretos. Está también su DNI: 0.019.538. Ríe: “Fui de las primeras en la cola para sacarlo. El otro día, por un trámite, los empleados de un banco me dijeron que la máquina no podía interpretar un número tan bajo”.
Estamos en la sede de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. Envolvemos las masitas que no alcanzamos a engullir y que se incorporan a la cartera de Nora para llevárselas a una amiga. Luego guarda un par de carpetas, limpia la mesa de papelitos y me pide que cierre las persianas y puertas del balcón que da sobre Piedras al 100, Buenos Aires. Ya tiene el llavero en la mano esta señora que no puede ser interpretada por las máquinas. Chequea que esté todo ordenado. Empieza a apagar las luces que iluminan salones, oficinas y paredes atiborradas de recuerdos de las Madres, homenajes, reconocimientos, diplomas y tres imágenes: Azucena De Vincenti, Mary Bianco y Esther Careaga: sus apellidos de casadas pero sobre todo, el de sus hijos e hijas. Fueron las madres secuestradas en diciembre de 1977 en un operativo organizado por la ESMA, que culminó con 12 desapariciones incluyendo a dos religiosas francesas.

Memoria, verdad, justicia y Norita

El saludo de Nora en una de las marchas actuales, con la foto de su hijo, la bandera de los 30.000 detenidos-desaparecidos, y el acompañamiento de una nueva generación.


Nora se pone el ponchito de barracán, agarra la cartera, el bastón, y cumple con el rito según el cual el último –la última- apaga la luz. Y cierra la puerta con llave.
La escena podría parecer un tanto melancólica, pero es al revés.
Al cerrar esa puerta, da media vuelta y abre un mundo.
Nora se transforma en Norita, que en lugar de ser un diminutivo resulta un aumentativo, una clave, un código de acción.
Sale Nora de Madres y entra Norita a la calle, las plazas, las ciudades, los pueblos, las rutas, las fábricas, la naturaleza, los conflictos.
Entra a sus verdaderos lugares de acción: lo público, los espacios donde ocurren las cosas, o donde las cosas se manifiestan escapando de los encierros y del silencio.
Lo mismo sucede cada vez que sale de su casa en Castelar, llena de muñecas, libros, plantas y recuerdos, se toma un micro hasta la estación (evita los taxis y es ajena a las aplicaciones uberísticas), luego el tren Sarmiento, luego el subte A o lo que haya que abordar para ir a donde quiere ir.
Su estrategia consiste en intentar estar donde haya injusticias, violencias, crímenes, abusos, discriminaciones, psicopatías estatales o privadas y otras desventuras nacionales que son del orden de lo clásico: nunca pasan de moda.
Logra materializar ese acompañamiento con una eficiencia casi incomprensible. Ana María Careaga (desaparecida a los 16 años estando embarazada e hija de aquella madre secuestrada en la iglesia) cuenta que una vez le dijeron al sacerdote pasionista Carlos Sarracini que Nora parece Dios, porque está en todas partes. El cura no se mosqueó con la comparación y subió la apuesta: “Sí, pero a Nora se la ve”.
“Cuando dicen esas cosas me estremecen –corcovea Nora–, me da un poco de vergüenza. Siento que son como abrazos para darme fuerza, pero no me generan soberbia ni nada. Lo que digo es sencillo. Si no es para pelear contra la injusticia, los organismos de derechos humanos, ¿para qué estamos?”.

Memoria, verdad, justicia y Norita

Sobre la magia y el clítoris

Plaza de Mayo, jueves, 15.30.
Las Madres están partidas desde 1986, pero allí están. Girando siempre en sentido inverso al de las agujas del reloj, como para recuperar el tiempo perdido por tanta muerte, cada uno de los dos grupos (Asociación y Línea Fundadora) en el extremo opuesto de ese círculo alrededor de la Pirámide de Mayo que culmina con una estatua que representa a la Libertad. La libertad está inmóvil, mientras la memoria, la verdad y la justicia rondan alrededor.
Bajo una placa descansan las cenizas de Azucena Villaflor de De Vincenti, quien junto a las otras dos madres desaparecidas fue arrojada viva por los militares desde un avión al mar. La marea luego devolvió los cuerpos a la costa de Santa Teresita en enero de 1978.
En Línea Fundadora la única madre que ronda hoy -y sin bastón- es Nora, acompañada por unas 80 personas. El grupo crece de golpe porque se agregan como un borbotón unos 40 guardapolvos blancos de chicas y chicos de una primaria de Lugano que la rodean y marchan junto a ella con la bandera en la que se lee “30.000 detenidos desaparecidos. ¡Presentes!”.
Llora y ríe Norita porque al ver a los chicos se le agitaron la emoción y la alegría, lloran también las maestras y varios que disimulan. Los chicos la miran asombrados. Tres vueltas más tarde, ella se acerca a un micrófono con parlante. Este jueves habla de:
La impunidad estatal y judicial alrededor del atentado a la AMIA.
El proyecto de “servicio cívico voluntario” de Gendarmería para niños (editorializa diciendo: “Qué bestias”).
Recuerda junto a Beverly Keene, de Diálogo 2000, que la solitaria Madre de Ledesma (Jujuy) Olga Arédez, denunció en 2001 la creación de una policía infantil (niños uniformados que eran instruidos con armas de juguete). Y que en 2012 el gobierno de Cristina Kirchner ordenó cerrar 74 cuerpos de Gendarmes Infantiles en 17 provincias, que reunían a más de 6.879 niños.
De paso mencionan que Olga –que reclamó toda la vida por las desapariciones ocurridas durante el apagón en Libertador General San Martín- murió en 2005 por la contaminación de bagazo producida por Ingenio Ledesma. “Para abaratar costos no ponían los filtros en las chimeneas, y eso la intoxicó”, explica Nora.

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Denuncia cómo le prohibieron a su compañera de Madres LF, Vera Jarach, quien además es sobreviviente del Holocausto, dar una charla en el Colegio Nacional de San Isidro (“a lo mejor prefieren que vayan los de Gendarmería a dar clases de derechos humanos”).
Habla sobre una de sus obsesiones, el Hospital Posadas y la situación de sus trabajadores y pacientes (“el Estado achica y achica, es lo único que hace: hay que ir a acompañarlos”).
Informa que trabajadores de la textil Sport Tech, que estuvieron en la ronda y ocuparon durante dos años la fábrica quebrada en defensa de sus puestos de trabajo fueron autorizados como cooperativa, por el juez Horacio Robledo, a hacerse cargo de la empresa.
Presenta a gremialistas de Fabricaciones Militares (“no les tengan miedo, nada que ver con los milicos, son divinos”) movilizados contra los despidos y el achicamiento.
Recibe a Sergio Martínez, uno de los fundadores de El Algarrobo, asamblea de Andalgalá que con su movilización logró frenar la instalación del proyecto megaminero a cielo abierto Agua Rica. Sergio cuenta: “Hace poco cumplimos 500 marchas, cada sábado, reivindicando los derechos humanos, territoriales, a la salud y a la vida”.
Anticipa Norita el lanzamiento de una campaña para denunciar la deuda externa (y eterna) “porque hay gente que se queja en la verdulería, pero no entiende que lo que le pasa es consecuencia de que se están llevando los dólares y las riquezas, y cada dólar se paga con hambre en nuestro país”.

Memoria, verdad, justicia y Norita


Repudia por enésima vez la ilegal detención de Milagro Sala desde enero de 2016 (“no le encuentran nada y la someten a tortura psicológica las 24 horas del día”).
El tono de Nora es tan serio como lo sugieren los temas de los que está hablando; dice que el gobierno es “negacionista, inmoral y ladrón”, y oscila entre esas definiciones y el relato de lo que está sintiendo. “Hoy no hay buenas noticias para dar”, le dice a la gente que la escucha. “La buena noticia fueron esos chiquitos que vinieron de Lugano”.
Agrega: “No nos volvamos locos. Cada día me acuesto pensando ¿qué mal van a hacernos mañana? Es como que con cada acción, con cada decisión, quieren humillar. No lo logran, porque nos tienen que resbalar las cosas que dicen y hacen”.
La mujer y la gente se miran. “Siento que esta Plaza es mágica. Me siento feliz aquí. Me da pudor decirlo, con tantos desastres que pasan, pero es lo que siento viendo que tantas personas vienen, se encuentran, se abrazan, se reconocen”.
En ese momento repite tres veces: “30.000 detenidos desaparecidos y desaparecidas” y todos contestan “¡Presente!”. Y luego: “Ahora y siempre”. Nora, separando bien las sílabas, pronuncia tres veces la siguiente palabra: “Ven-ce-re-mos”.
Caminando hacia su bar favorito sobre Avenida de Mayo, para tomar un café que es parte del ritual de los jueves, quiere decirme algo sobre la magia, pero la detiene un grupo de chicas para saludarla y un joven, uniendo las palmas de las manos, pronuncia: “Gracias por existir”. Dice ella que jamás la cuestionaron ni la increparon por la calle. “Una sola vez, en una marcha por Cromañón, había un tipo muy borracho que me dijo de todo. Pero me había confundido con Estela de Carlotto. Que nos confundiera ya te muestra lo borracho que estaba”.
Otro grupo la reconoce, la saluda y le pide fotos. En los últimos tiempos cuando está en confianza Nora propone sonreír a la cámara diciendo “clítoris” en lugar de “whisky”.
Sigue la caminata y ella no pierde el hilo de lo que quería contar: “La magia no nace porque sí. La tenés que crear con tu espíritu. El espíritu de ver el lado bueno de la vida. Si no hacés magia con lo que te pasa, es imposible sentir que lo que hacés está bien, que te genera alegría. Sentir que no estás entre los mafiosos”.

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Comerse un pasaje

La primera vez de las Madres en Plaza de Mayo fue el sábado 30 de abril de 1977. El 15 había desaparecido Gustavo Cortiñas, el hijo mayor de Nora, secuestrado en la estación Castelar cuando iba a tomar el tren a las 8.45 rumbo a su trabajo en la Comisión de Valores. Militaba en la Juventud Peronista. Flaco, sonriente, bigote setentista, pelo largo.
En la casa de Nora hay una foto en la que se lo ve mirando a los chicos de la Villa 31, en la que militó con el padre Carlos Mugica. “Tiene un gesto que me parece dolorido y comprometido con lo que está viendo. Pero fijate los chiquitos, son iguales a los que ves hoy en las villas”. Se queda pensando: “Nuestros hijos luchaban por la justicia social. Pero hoy la brecha entre ricos y pobres es todavía mayor que cuando se tomó esta foto”.
Para esa mujer que había tenido que amoldarse al rol de ama de casa y profesora de alta costura, la desaparición del hijo representó el fin de muchas cosas. “Fue dejar la casa y salir a buscarlo. Y fue para todas igual. Mujeres comunes que no éramos de la academia, ni de los grupos de pensamiento. Pero hoy entiendo que ahí ya fuimos feministas. Ahí empezamos a romper”.
Aquel sábado inicial había pocos paseantes en Plaza de Mayo. Y 14 mujeres. Azucena propuso entonces ir los viernes. Nora, mientras tanto, buscaba en comisarías, en juzgados, hasta que empezó a ver a otras mujeres haciendo lo mismo, marcadas por la misma desesperación, que le contaron de las reuniones en la Plaza. Nora se sumó a la tercera. “Una madre muy católica y muy supersticiosa dijo que el viernes era mala suerte, día de brujas. Otra dijo que los lunes era día de lavar y limpiar. Quedó el jueves”. Acordaron las 15.30, salida de los bancos, el mayor tránsito de público en la zona. Las Madres nacieron para no ser parte de otros organismos ni partidos políticos. No tenían oficina: la crearon en la Plaza, sin techo ni puertas ni ventanas, para verse, intercambiar información, y hacerse ver. La policía dijo “circulen”, y jamás dejaron de hacerlo. En octubre de ese 1977 nacerían los pañuelos blancos, como modo de reconocerse entre la multitud durante una marcha a Luján: en realidad eran los pañales de tela (no existían los descartables) que guardaban para sus nietos, convertidos en un símbolo histórico de los derechos humanos.
Relata Nora que los varones y esposos no intervenían porque el horario era de trabajo. “Pasaba otra cosa. Al ver a los milicos algunos padres decían ‘yo le dije a mi hijo que no se metiera’ y cosas así. Entonces eso no servía. Las madres no hacíamos esas cosas”. Confrontaban. El lugar común indica que el dolor enceguece, pero Nora es de las que piensan distinto: “El dolor nos hizo ver. Nos fortaleció, y nos ayudó a ser claras”.
Empezó a entender algunas charlas que había tenido con su hijo: “Una vez me dijo: ‘¿Sabés que te pasa, mamá? Te falta calle’. Aprendí, ahora me pasé de calle” reconoce. “Más que en los libros, la concientización está en la calle. Esto significa moverse siempre. Y no pensar dos veces”.
Recuerda que fue varias veces presa con las Madres. “Una vez, los policías pararon un micro, bajaron a toda la gente y nos llevaron. En la comisaría teníamos dos variantes: pagar 30 centavos, o pasar 5 días de cárcel por escándalo en la vía pública. Había madres que decían “métanme presa, así me llevan con mi hijo”. Pero los tipos querían que pagásemos. Cuando me tocó, le di 60 centavos. ‘No señora, le dije 30’ me dijo, y le contesté: cóbrese lo de la semana que viene”.
Otra de esas detenciones ocurrió un día antes de un viaje que Nora debía hacer a Brasil con la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chicha Mariani. “Esa vez nos llevaban en patrulleros. Abrí la puerta y me quise tirar, pero el policía me agarró. Si no, me mataba; era la desesperación por escaparme. De golpe me di cuenta de que tenía el pasaje a Brasil. Yo creía que era algo clandestino, que si descubrían eso no sé qué iba a pasar y entonces lo agarré, lo fui rompiendo en pedacitos, y me lo comí”. El viaje finalmente se hizo, en plena digestión del pasaje, con Nora y Chicha intentando denunciar lo que se vivía y se moría en el país.
Moverse, salir, romper, confrontar, escandalizar, chocaba con la noción de familia tradicional y hogareña, y con su marido Carlos. “Los viajes, las marchas, las búsquedas. Y él tenía una cosa de celos. Hubo algunas veces que pensamos separarnos. Murió en 1994. Creo que no hubiera soportado todo lo que hago ahora. Pero bueno: la desaparición de Gustavo había sido un cambio total. Me largué a hacer lo que tenía que hacer. Y eso fue no volver atrás nunca más”.

Del Mundial al cannabis

Nora recuerda que usaban la parte del Café Tortoni que da a Rivadavia, durante el Mundial 78, para encontrarse con jugadores (“creo que eran holandeses, no recuerdo los nombres”) y periodistas extranjeros. O lo que vivió su querida Mirta Baravalle: “El marido estaba muy mal con la desaparición de la hija (Ana) y no podía creer que parecía que no pasaba nada mientras en el país había desaparecidos. El día de la final que ganó Argentina, después del partido se puso peor y se murió de un infarto mientras todo el mundo seguía festejando”.
Las Madres son un símbolo de muchas cosas, empezando por la valentía. Resulta casi de ficción imaginarlas plantadas en la Plaza frente a la Casa Rosada tomada por Videla & afines, infiltradas por Astiz y la ESMA, ignoradas y silenciadas, o en el mejor de los casos tratadas como “madres locas” por los diarios que se atrevían a mencionarlas. Nora agregó algo a su currículum disruptivo: en 1978 fue hasta la Mansión Seré, centro clandestino de detención y torturas, simulando ser una interesada en comprar el lugar para instalar un hogar de ancianos.
“No era que buscaba a mi hijo ahí, pero sabía que había gente. Entré al predio y hablaba en voz alta. No sé qué quería: hacer ruido. Que si había alguien supiera que había gente afuera. Un milico dijo ‘despachen a la señora’ pero yo seguía diciendo que me mandaban de la Municipalidad o cualquier cosa, y vi una canilla con manguera al lado de una ventanita que se ve que daba a un sótano, donde estaban los desaparecidos. Cuando se recuperó como Centro de Memoria, contaron que me habían escuchado, sin saber quién era”.
El alegre caos que es cada conversación con Nora, ahora en su casa, cambia de rumbo porque va a preparar café. Desde que cumplió 82 años le divierte decir que es mínima, vital y móvil.
Mínima: nunca escondió la edad, pero se niega a revelar cuánto mide. “Ni a mis nietos se los digo”. En el jardín hay una pequeña piscina de dos metros de largo y uno de profundidad. Nora guiña un ojo: “Me meto con salvavidas”.
Vital: parece inagotable, aunque no lo es. Sufrió hace dos años un ínfimo ACV. “Hablé dos horas después de eso en un acto, y parada. Ni yo lo puedo creer. Pero es un compromiso con nuestros hijos y nuestras hijas. No es un sacrificio para nada. Cada día es estar donde hay una injusticia”.
Móvil: sus idas y vueltas a Castelar en micros, trenes y subtes son una especie de gesta cotidiana en la cual la casi nonagenaria dama va a veces arrastrada por la multitud. “El otro día bajaba del tren. En el medio del gentío un chico que iba a subir me vio, tenía un chocolate, me dijo ‘gracias por todo lo que hacés’, me lo dio y subió. Me quedé en el andén con el chocolate llorando de emoción. Ni sé el nombre. Solo sé que era un chico del oeste”.
Hace dos años un golpe en el empeine le repercutió en un fuerte dolor de rodilla, y los médicos le dijeron algo fantasmal: tenía que dejar de marchar. Problema de meniscos. “Te imaginás, yo lo que tengo son menisquitos”. Por eso fue al debate en el Senado sobre el aborto seguro legal y gratuito en silla de ruedas. La actual vicepresidenta Gabriela Michetti la saludó educadamente al verla, y más tarde ordenó que le prohibieran el ingreso al recinto, por lo que Nora vio el debate por televisión en el despacho de Pino Solanas.
“El año pasado me regalaron la crema de cannabis y me la empecé a poner en la pierna. De a poquito, te diría que en un mes o dos, dejó de dolerme totalmente, y pude volver a caminar con bastón primero, y cada vez mejor”. Del pronóstico de inmovilidad Nora pasó a abandonar la silla de ruedas, el bastón parece cada vez más un adorno, y no deja de estar en todas partes. “Ahora en vez de bombones me regalan cannabis”. En el jardín, además de la santa rita, las azaleas y los potus, crecen dos robustas plantas de marihuana.

Feminismo, grieta y hambre

Tiene docenas de muñecas que le han regalado, varias son Noritas con pañuelo blanco y hay una con pañuelo verde. Muestra una remera con una frase que ha hecho célebre: “Ser feminista es una cosa bárbara”. El lema forma parte del Norita Fútbol Club (Las Noritas) equipo femenino que participa en la Liga Nosotras Jugamos. En la delantera de Las Noritas juega su nieta Lucía. “Y yo pedí que me den la 10”, explica la abuela, que además está asombrada porque ha sido llamada a dar una charla por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
¿Qué es lo peor que vivió, además de la desaparición de Gustavo? “La desaparición de las tres madres. Veías que los militares no se saciaban ni con los miles que se habían llevado”.
¿Lo mejor? “La resistencia de la gente, de los pueblos. Si no fuera por la resistencia pacífica y prudente que tiene este pueblo ya estaríamos con las patas de los norteamericanos acá adentro. Hay espacios que parecen pequeños pero que van frenando, sin saberlo, los avances de la derecha”.
Reconoce que fue un dolor también la separación de Madres, en 1986. “Algunas nunca dejamos de sentir que no tendría que haber ocurrido. Pero había mucha diferencia sobre las metodologías y nosotras, en Línea Fundadora, queríamos ser horizontales e independientes”. No quiere hablar demasiado sobre las diferencias en la propia Línea Fundadora. “Lo que reivindico es esa independencia, la mirada crítica. En el anterior gobierno creían que la crítica era mala leche, y eso no es cierto. Yo reconozco que lo que se hizo con el tema de derechos humanos fue histórico. No pensábamos que íbamos a ver a los genocidas juzgados. Pero eso no quiere decir que una se calle cuando hay cosas como el apoyo al modelo extractivo, o poner a (César) Milani al frente del Ejército”, explica, críticas que hizo extensivas a la Ley Antiterrorista, el pago de deuda externa, la tragedia de Once, el INDEC, el Proyecto X, y toda área atacada por políticas oficiales, el modelo científico con Lino Barañao al frente, el modelo sojero, la minería a cielo abierto, la violencia institucional, la discriminación a los pueblos originarios, entre muchos etcéteras que hicieron que no fuera ella de las participantes en los actos emitidos por cadena nacional. “Nuestra función es otra desde siempre: es ser independientes de los partidos y del Estado”.
Cuenta que su nieto Damián, el hijo de Gustavo, fue siempre partidario de la gestión kirchnerista. “Pero yo decidí que no voy a perder amigos, familiares ni ideales por la política partidista. Entonces hablábamos de cualquier otra cosa. Pero desde que está este gobierno sí que volvimos a hablar de política”, dice riéndose.
Sobre lo electoral: “Estoy mirando. No decidí qué hacer”. Una pista: en una de las últimas elecciones Nora fue con un marcador. Tomó una boleta y escribió: 30.000 detenidos desaparecidos. No al extractivismo. No a la persecución a las comunidades indígenas. No a la deuda externa impagable, inmoral y odiosa. “Lo puse en el sobre y voté. Me lo habrán anulado. No importa, saben que estuve ahí”, cuenta. “Y digo sí a la justicia, a la verdad, a la memoria, a la resistencia, a los juicios hasta que se condene al último genocida y a la recuperación de la identidad de todos los jóvenes que fueron niños apropiados por el terrorismo de Estado”.
En el área de derechos humanos cree que la gran cuenta pendiente es que se conozcan los archivos militares. “Es una burla que no los entreguen. Registraban todo, hay pruebas, y eso permitiría saber qué ocurrió con cada persona desaparecida. Pero es una decisión política que ningún gobierno quiso tomar”.
¿Cuál es su principal preocupación hoy? “El hambre. Estamos cada vez peor. Más hambre, pobreza, desocupación. Es una época de destrucción. Pero no tenemos que dejar que nos llegue el odio. Hay que resistir, pero no tenemos que perder la sonrisa, que nos hace fuertes: es lo mejor que podemos tener”.
Está perpleja Norita porque su biznieta Camila, 9 años, le dijo que los besos y los abrazos contagian gérmenes. “Pero el abrazo y las caricias estimulan las endorfinas que son lo que dan ganas de vivir. Cuando alguien está enfermo, lo acariciás, le das la mano y eso es terapéutico por las endorfinas. Así que en eso sí que tengo partido: soy partidaria de los besos y los abrazos”.

La ley

Las Madres son cada vez menos. “El año pasado murieron cuatro. Las sentimos mucho”. ¿Cómo imaginar las cosas cuando ya no queden Madres? “Yo no me imagino nada. Nunca digo que esto va a ser así o asá Lo que creo es que siempre hubo etapas con determinadas personas que vivieron y luego murieron. Es la ley de la historia, y de la vida. Ojalá nunca más tenga que haber Madres porque hay genocidios y represiones. Pero en nuestro caso, de algún modo estaremos en la Plaza. Y entonces habrá que ver qué es lo que nace” dice sin miedo y sin nostalgia, haciendo bailar esa sonrisa alimentada en la calle con abrazos y resistencia, besos y valentía, magia y endorfinas.

Memoria, verdad, justicia y Norita
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La Ronda, en la mirada de Nora Lezano

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Sexta entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo. Esta cobertura, realizada por Nora Lezano, corresponde al ritual del jueves 14 de marzo.

La Ronda es una iniciativa autogestiva coordinada por la editora Claudia Acuña y la fotógrafa Alejandra López. Todas las semanas, unx fotografx registra el ritual que se sostiene hace más de 40 años.

Todo el material colaborativo será entregado a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos.

“Nunca había estado en una Ronda.

Le pedí a una amiga que me acompañara. Sentí que se jugaba por un lado algo emotivo inmenso y por el otro el miedo a lo incontrolable. Jamás hago fotos en la calle justamente porque adentro de un estudio puedo controlar todo. Antes de salir para la Plaza dejé en mi casa un llanto espeso. El día estaba nublado. Ese llanto tenía la exigencia de haberme comprometido a resolver algo desde un lugar del que no estoy acostumbrada pero también el nerviosismo de saber que iba a vivir una experiencia de la que iba a salir profundamente atravesada”.

“Y así fue que me hice parte de esa ceremonia, fluyendo en círculos con mi cámara, acompañando esa fuerza indestructible del sostener. Donde nada importaba más que SER esa RONDA”.

Sobre Nora Lezano

Fotógrafa y artista visual.

Comienza a desarrollar su trabajo en la década de los 90. Sus retratos de músicos constituyen una parte representativa de su obra.

De 1992 a 2008 trabajó como fotógrafa institucional del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En los años 2000 y 2001 la Secretaría de Cultura y Comunicación de la Nación le encargó las coberturas de los ciclos “Argentina en vivo 1 y 2”, el “Festival Internacional de Jazz”,  la “1era. Semana Argentina en Madrid”, “La historia en su lugar” y “Música clásica en los caminos del vino”.

Trabajó como fotógrafa, directora, iluminadora y videasta para proyectos performáticos, de artes visuales y cinematográficos.

Publicó en forma independiente el libro Sin sueño se duerme también y Communitas (Planeta) -en coautoría con E. García Wehbi-.

FAN, la retrospectiva de sus años en el rock, se presentó desde el 2015 a la actualidad, en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, el Museo Boggio de Chivilcoy, la Biblioteca del Congreso Nacional, la Casa de la Cultura de Entre Ríos; el Centro Cultural San José, de Olavarría,  el Museo de Bellas Artes de La Plata, el Espacio Contemporáneo de Arte Eliana Molinelli de Mendoza, la Planta Alta de la Estación Belgrano, en Santa Fe y en la Universidad Nacional de Quilmes.

Junto a las fotógrafas Andy Cherniavsky e Hilda Lizarazu, en el Palais de Glace, presentó la muestra LOS ÁNGELES DE CHARLY, una celebración a la obra de Charly García.

INVENTARIO, que incluyó una serie de objetos, fotografías y material fílmico y sonoro del archivo personal de la artista, además de una performance, se presentó en la Bienal de Performance 2019.

Desde 1996 sus fotos ilustran el suplemento RADAR del diario Página/12 y desde el año 2015 realiza las fotos de los calendarios de la Fundación Viva la Vida por el Bienestar Animal.

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Nota

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

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Quinta entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, que se propone transmitir el valor de la constancia, de los pies en el espacio público, de la gota a gota que horada la piedra, la no violencia contra la violencia, su valor social, su peso histórico, sus 40 años de coreográfico diseño: media hora, todos los jueves. Esta cobertura realizada fue por la fotógrafa y artista visual Martina Perosa.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

“Desde hace tiempo me interesa la relación entre fotografía y movimiento. Hay un trabajo que me parece muy interesante, que me inspiró en esta búsqueda, que es la serie fotográfica de Muybridge en el que logra documentar el rápido trote de un caballo en el aire. Mediante esta serie intentaba demostrar, frente a la teoría opuesta de algunos periodistas deportivos, en el que hay un momento de la carrera en el que los cuatro cascos del equino están en el aire. Esas series en movimiento abrieron una nueva discusión en la historia de la fotografía, que incluso dieron comienzo al cine”.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

“Siempre me interesaron estos cruces interdisciplinarios entre las diferentes ramas artísticas como el cine, la fotografía y la danza. Pensando la ronda de plaza de mayo, me punzaba mucho la idea de coreografía. Una repetición constante todos los jueves, durante cuarenta años, por media hora. Una serialidad. Una duración y tiempo concreta. En un espacio determinado. Unos cuerpos, y una relación entre ellos, con una calidad de movimiento que a lo largo de los años fue mutando según el contexto: explosivo, suave, sutil. Y una música que hilvana el movimiento, los sonidos de la calle y el grito popular”.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

Sobre Martina Perosa

Artista visual, nacida en la ciudad de Buenos aires. Su formación se centró en distintas disciplinas artísticas, que hoy confluyen en su obra. Estudió cine, indagó en el teatro, la performance y danza contemporánea y luego se especializó en talleres de fotografía y  clínicas de obra. Esta multiplicidad de intereses le permitió construir una mirada interdisciplinaria sobre la fotografía con un principal interés en el movimiento, y en la potencia de la imagen para construir ficción y contar historias. En 2019 editó su primer fotolibro “Shinsekai”, finalista del Premio Publicación Latinoamericano en el FELIFA 2021 y en diciembre 2023 editó su segundo fotolibro Proyecto Dallas.

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