CABA
El maíz no se toca
Las lecciones de México sobre transgénicos y mucho más. La batalla por resistir al maíz transgénico es una reveladora manera de conocer qué pasa en un país atado a los tratados comerciales con Estados Unidos y a la violencia que eso genera en todo su territorio, cultura y vida. Por Soledad Barruti.
Las lecciones de México sobre transgénicos y mucho más. La batalla por resistir al maíz transgénico es una reveladora manera de conocer qué pasa en un país atado a los tratados comerciales con Estados Unidos y a la violencia que eso genera en todo su territorio, cultura y vida. ▶ SOLEDAD BARRUTI
Mientras que en Latinoamérica los cultivos de maíz transgénico no paran de crecer expandiendo sus fronteras sobre bosques, montes, comunidades, sobre otros alimentos posibles, haciendo difícil siquiera imaginar cómo podrían limitarse, en México se sostiene una batalla increíble porque así no sea. Que no ingresen y que los que ingresaron se vayan. Alianza en Defensa del Maíz se llama el grupo de 53 personas y 20 oenegés que desde 2013 lleva adelante un litigio contra Monsanto, Syngenta, Dow Chemical, Pioneer, Du Pont y el estado Nacional para obligarlos a cumplir el principio precautorio. Esto es: para que antes de seguir sembrando demuestren que los cultivos genéticamente modificados no afectarán a los tradicionales, ni a la dinámica de su campesinado, ni a su alimentación. Además piden que consulten a los involucrados –campesinos, indígenas, productores medianos y grandes- si saben de qué se trata lo que vendría y si están de acuerdo o no. Lo insólito es que hasta ahora resultó bastante bien: instancia tras instancia les vienen dando la razón y los cultivos están prácticamente suspendidos. Se trata de un triunfo que se sostiene por una convicción de miles de años que encuentra eco en todo México: si se pierde el maíz se pierde el mundo, y más que el mundo, el universo entero.
“Es imposible hablar del maíz como si fuera algo escindido de la realidad -dice Adelita San Vicente-. Estamos en un momento en que para algunos nada vale, ni la vida en sí ni lo que sostiene a la vida, como el alimento, nada. Y ante eso hay que defenderse”. Mujer de sonrisa fuerte, grueso pelo negro, mirada filosa, maestra rural con algo de agrónoma, custodia de semillas y madre de esta Alianza que no descansa, Adelita antes de hablar de maíz, habla con dolor de los cuerpos torturados y despachados como si fueran cosas casi a diario; del fotoperiodista Rubén Espinoza asesinado por sicarios junto con tres amigas en pleno DF, de los 43 estudiantes de Ayotzinapa que el monstruo deglutió; de la pobreza, de la riqueza, de la megaminería, de la impunidad con la que el mal se les viene encima. “La única esperanza está en la gente”, dice. Lo ha visto antes: el poder que tienen las personas cuando ya no aguantan. “Son muchos los que están en la calle. Porque lo que se juega es lo que somos, contra lo que nos quieren ser”.
Por qué México
México arde: en sus muertos, en sus desaparecidos, en sus montañas hechas pedazos, en sus humedales tapados por centros comerciales, en la comida que desaparece de sus tierras y en la gente que se desplaza del campo a las ciudades. Básicamente les ocurre lo que al resto de nosotros que agarramos el paraíso y lo pusimos en venta, bajándole el precio al suelo. Pero allá hay algo distinto: México insiste en volverse menos metafórico. Cada esquina es una representación cabal de esta tragedia en la que anda la Humanidad. No hay batalla que no sea de la vida contra la muerte y de la muerte contra la vida de un modo intensísimo y esperanzador.
¿Por qué México?
Bueno, somos el ombligo del mundo, dicen.
Ahí surgieron más de 300 pueblos indígenas que hoy conservan una descendencia de 15 millones, que no abandonan su posición de resistencia. Cómo habrían de hacerlo si fueron ellos los que descubrieron perfectas formas de leer el cielo y entender la tierra, con cientos de idiomas para contarla, con sistemas de cultivo perfectos, modernos todavía ahora. Entre calendarios, planetas y dioses que aún funcionan, ahí se domesticaron cien plantas que son hoy el sustento y la gloria culinaria de una gran parte del planeta.
Tal vez por eso, México.
Porque en ese proceso alquímico de la tierra, las semillas, la comida, surgió esa planta que cuenta la leyenda, hizo a los hombres y mujeres, y no al revés. Un alimento sagrado que conquistó al mundo cuando vinieron a conquistarlo y que hoy, que todo está tan roto, logró dar con su propia némesis maldita: un maíz amarillo fuego, siempre igual, transgénico, idéntico al atolladero del sistema que quiere tender una única monocultura a como dé lugar.
“Contra todo eso vamos, con el maíz bajo bandera”, dice Jesusa Rodríguez . Ella, famosa dramaturga, cantante, feminista, vegana, activista social, intérprete del mundo simbólico que se expresa con furia y de un modo cada vez más directo en ese país todos los días, se unió a la causa sin dudarlo, y desde esa trinchera habla del fin. “El fin de las relaciones humanas, de la comprensión, de la empatía. Eso es lo que está en juego. Qué mundo queremos: mira nomás”.
Inconciliables
Verlo es entenderlo todo.
La sala tiene el tamaño y la disposición de un modesto teatro: un escenario ovalado con un televisor a la izquierda y un escritorio a la derecha; allí se sienta un hombre bajito, moreno, de manos sudorosas y traje gris. Está abocado a la tarea de acomodar una a una, un pilón de hojas: es el secretario del juzgado. Frente a él unas treinta sillas casi todas vacías, menos las que ocupan los que esperan su copia para dar por terminada la sesión. A la derecha, cuatro hombres vestidos de trajes negros y camisas blancas, costosas telas frías; sombras que miran de reojo teléfonos celulares: son los abogados de las empresas demandadas. A la izquierda, dos sillas vacías después, siete mujeres con sus huipiles verdes, fucsias, amarillos, bordados de flores, de figuras geométricas, de personitas y animales: están Adelita y Jesusa, junto con otras de las demandantes de la Alianza del Maíz. Junto a ellas, René Sánchez, su abogado, de saco oscuro. Y detrás de ellos, dos hombres de vistosas corbatas, se echan una siesta sobre sus propias manos: son los abogados por el gobierno, uno de la Secretaría de Medioambiente y Recursos Naturales, Semarnat, y otro de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, Sagarpa, parte demandada y garantes de un juicio justo.
Roncan.
Un rato antes el secretario del juzgado había intentado buscar un acuerdo porque para eso son las mediaciones y a fin de cuentas –no lo dije- para eso están acá: para ver si llegan a algo viéndose las caras.
El hombre bajito esbozó el caso, puso en duda el método de pruebas que habían llevado los demandantes y le dio la palabra a René Sánchez, a ver cómo se defendía. “Nosotros queremos que hagan consultas con nuestros especialistas y los posibles afectados”.
Los abogados de las empresas cuchichearon. Uno dijo: “Acá se debería llegar a un acuerdo, se decide aquí”.
“¿Cómo se va a decidir aquí ,si aquí no están todos? ¿Si ni nos queda claro cuál es el negocio que quieren emprender? ¡Si no lo quieren ni explicar!”, dijo Sánchez todo de golpe.
Ellos: “Lo que queremos hacer es lo que nos permite la ley”. Sánchez otra vez: “La ley no permite todo”.
Y así.
Hasta que el abogado de Syngenta dijo: “No va a haber acuerdo”.
Entonces el secretario preguntó: “¿Qué dicen Sagarpa y Semarnat?”.
“Lo mismo; que no”, respondieron los letrados oficiales antes de ponerse un rato a descansar.
El desesperante mundo presente, diría Víctor Toledo. La crisis civilizatoria desplegada: lo privado haciendole frente a lo público, queriéndolo todo para sí, y la comunidad resistiendo y “fermentando una transformación radical y profunda que permita vivir, convivir y producir”.
La sesión termina con un apretón de manos. Los cuatro abogados se van, las mujeres y René Sánchez esperan para sonreír: cada vez que no pierden ni retroceden es un día más. Así llegarían hasta este marzo donde lograron la famosa suspención definitiva de la siembra comercial.
Qué comes, qué adivinas
La historia de este conflicto es larga. Puede empezar hace 500 años. O hace 80. Pero empecemos mejor por 1996, cuando Monsanto aterrizó con sus transgénicos en México. Los primeros cultivos fueron de soja y canola genéticamente modificados para resistir al herbicida glifosato. El permiso otorgado por el gobierno local –basándose en estudios de la empresa con aprobaciones ganadas en Estados Unidos- incluyó enseguida el consumo humano y animal. Pero el maíz, que compone el 40 por ciento de las calorías y proteínas diarias de la dieta de ese país, era un tema más delicado: para las multinacionales un negoción, para los mexicanos un sacrilegio.
Y acá es importante hacer una diferenciación: de qué hablamos cuando hablamos de maíz.
La tecnología de transgénesis para el maíz -RR (resistente al glifosato) o BT (que produce una proteína tóxica para los lepidopteros), o la combinación de ambos- está aplicada sobre la variedad de la que se alimentan no directamente las personas sino la industria alimentaria. Con un alto contenido en azúcar, es el maíz que obligan a engullir a los animales encerrados en las granjas factorías para que engorden más rápido, y es también el que aparece bajo distintas reorganizaciones moleculares en los alimentos ultraprocesados.
El jarabe de alta fructosa, un azúcar que está presente en el 80 por ciento de los productos de caja, el glutamato monosódico, varias vitaminas con las que se fortifican los alimentos industriales, el colorante caramelo, por supuesto el aceite en el que se fríen las cosas que no se fríen en aceite de soja y lo que termina de rellenar productos como las patitas de pollo: todo es ese maíz. Que en México no se produce sino que se importa -con toda esa enorme ideología alimentaria de Coca Colas, Big Macs y tortillas industriales- de Estados Unidos.
El maíz de consumo directo, el que hace esa fiesta que son las tortillas artesanales, los tacos, los tamales, los tlacoyos, es -son- 61 variedades de maíces locales que dan millones de variedades distintas. La mayoría son nativas aunque hay algunas híbridas, sobre todo el maíz blanco. Pero transgénicos, jamás.
En esa producción, la del delicioso maíz de consumo directo, México no sólo es autosustentable sino que es exportador: sus cultivos dan 22 millones de hectáreas; ellos comen 10 y el resto se va.
Entonces, no es que los mexicanos no estén hace años consumiendo maíz transgénico como comemos todos sin querer y sin saber, sino que casi no lo hacen cuando comen de verdad. Sus recetas, caseras, cocinadas por humanos, mexicanas, genuinas, son de maíz que es puro maíz, sin genes incertados a la fuerza.
Centro de origen
Hace 6 mil años no había maíz. Ni en México ni en ningún lugar del mundo. Lo que había, en lo que hoy es Puebla, era un zacante llamado Teocintle: una planta parecida a un pasto flaco y alto con un penacho en la punta. El resto es un misterio: hay rastros arqueológicos y pruebas de laboratorio, pero ninguna sirve para enteder cómo fue que se dio ese salto cuántico que es el choclo, el elote, el maíz. Las líneas de investigación van de la cruza que hicieron distintos grupos humanos, a una planta que por algún motivo evolucionó en esa dirección.
Dudas y más allá, relatos.
En las historias son los dioses los que alcanzan la primer semilla que constituirá a esos hombres y mujeres que no estarán hechos de barro ni costillas prestadas sino de sangre, carne y alma de puro maíz.
Biológicamente hablando, el maíz es un fenómeno rarísimo que parece una confirmación de los mitos y leyendas: si no hubiera agricultores liberando las semillas aprisionadas en la mazorza esta planta estaría condenada a la extinción. La fertilización también es una puerta de entrada a la relación intraespecie: los órganos masculinos que contienen el polen del maíz están en la parte superior, al aire libre, y tienen la difícil tarea de llegar a mazorca, atravesarla, acceder a la parte femenina. Interrumpir ese proceso, sacudir el polen de una planta a otra es fácil y permite crear nuevas cruzas de posibilidades infinitas. El agricultor puede seleccionar a su antojo los más bellos y deliciosos, los más tenaces y mejor adaptados. Y no sólo eso: cuando lo necesita puede ir hacia atrás para fortalecer adaptación.
Una de las prácticas agrícolas más interesantes que se han desarrollado –y que todavía se usan- es la de recruzar el maíz nativo con el teocintle, devolviéndole a la planta su recorrido genético de millones de años, donde ocurrió de todo: sequías, inundaciones, heladas. “La memoria genética de la diversidad que le permitió al maíz fortalecerse a lo largo de todos esos miles de años todavía está en el campo mexicano”, dice Antonio Turrent, un hombre amable, estudioso, cálido y a la vez combativo, siempre desde la información, desde el conocimiento.
Es ingeniero agrónomo de esa generación latina que floreció en los 60 y quien más ha estudiado el potencial productivo que tiene el maíz criollo en México. “La biodiversidad que hay en el campo mexicano es mayor que la que hay en los bancos de germoplasma de todo el mundo. De las variedades, cada año salen miles de millones de plantas diferentes entre sí que producen los agricultores. Es infinita la diversidad posible también: y cada variedad es una oportunidad de subsistencia ante el cambio climático, la inestabilidad, las tragedias esperables. Son plantas que saben superar muchas de esas contigencias, porque esos eventos que vendrán en el futuro, ya les tocaron. Le tocaron al maíz y al teocintle y a los ancestros del teocintle 20 millones de años atrás. Es la teoría darwiniana del éxito de la evolución la que tenemos representada en nuestro principal alimento: por eso es importante que permanezcan sin contaminación”.
El peligro más grande -no sólo para México, sino para todo el mundo que consume ese grano- es la contaminación de ese pasado: la desaparición de la memoria genética que encierra el secreto de la vida que lo trajo hasta acá y al que se podría recurrir cuando el presente aceche.
Para explicar todo eso, entre otras cosas, surgió uno de los grupos más activos que tiene la región: la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, una organización que Turrent presidió hasta hace muy poco. Es parte de la Alianza por el Maíz y está conformada por profesionales de distintas ciencias, que subrayan una y otra vez que el campo no es el ente inanimado que proyectan los biotecnólogos en su laboratorio.
El vínculo íntimo de los pueblos del maíz con sus plantas se basa en el entendimiento mutuo y, sobre todo, en la libertad.
Los campesinos, cuando cuentan con lugares, suelen ser territorios breves y más difíciles. De las 8 millones de hectáreas dedicadas al maíz en México, 3 millones son de excelente calidad; ahí es donde los maíces transgénicos intentan penetrar. El resto, 5 millones están distribuidas en pequeñas parcelas de calidad diversa. Y no se producen con la lógica de la propiedad privada. “¿Por qué? Porque con el maíz ocurre igualito que con nuestra especie, si se cruza entre familia se debilita -dice Turrent-. Y en 2 ó 5 hectáreas, que es lo que tiene un campesino promedio, eso sería inevitable. Una buena manera que encontraron de protegerse eso es intercambiar las semillas. Así ya nadie cuenta con una sola hectárea, sino con todo el territorio. La producción es colectiva. Es algo que está en el ADN de la planta y del productor. Por eso cuando un productor se va lejos de su tierra, siempre lleva su maíz. Y lo que va a regresar es algún maíz del lugar a dónde fue: quiere que se crucen como se han cruzado las tierras en su propia historia. Así se ha dispersado al maíz por toda Latinoamérica”.
Oda a la necedad
A fines del año 2000 un grupo de investigadores de la Universidad de Berkley denunció que en Oaxaca y Puebla el maíz nativo estaba contaminado con los transgénicos, que se suponía aguardaban el limbo de las moratorias su aprobación. Entonces se empezó un juicio –el primero- contra el gobierno mexicano. Se llevó adelante un informe participativo cuyos resultados nunca fueron develados. Se publicaron informes que mostraban que más del 33 por ciento del maíz estaba contaminado. Comenzaron también campañas, debates, viajes, encuentros, alianzas.
Fueron años.
Hasta que aparecería un grito que venía movilizando a todo el mundo tierra adentro: “El campo no aguanta más”.
El tratado de Libre Comercio firmado en los 90 había generado un ingreso masivo de productos de Estados Unidos: a nadie le convenía competir ni producir. La desocupación en el campo era brutal. También la inseguridad alimentaria.
El destino de México estaba dictado: producir autopartes y maquilas. También liberar la megaminería, las represas y el petróleo.
Sin que estuviera escrito en ningún papel de acceso público, en los hechos, ese abandono del campo, la producción de porquerías y la transformación del sistema alimentario, coincidió con todo lo malo: en las ciudades se dispararon cifras espeluznantes de diabetes, obesidad, malnutrición. Tierra adentro, el aumento del narcotráfico se abría paso generando violencia en las regiones más codiciadas. La gente empezó a huir a un Estados Unidos que se cerró rápido a un acuerdo migratorio. “Desde el inicio la idea detrás de estos tratados fue despojar los territorios”, dice Adelita San Vicente. “Que las tierras queden libres para que desde afuera se puedan explotar el agua, los bosques, los recursos minerales y los germoplasmas”. El movimiento de campesinos desde entonces es incesante. Las remesas se perpetuaron como el segundo ingreso del país. Y sin embargo, cada rincón de México pareciera estar repleto de gente en resistencia.
“Todo está dado hace años para que el campo se vacíe. Pero por suerte los campesinos son necios: se quieren quedar y ese año lo manifestaron en las calles, repitiendo una consigna clara: El campo no aguanta más”, dice Adelita.

Adelita San Vicente, fundadora de la Alianza en Defensa del Maíz. Acaba de obtener un fallo histórico que prohibe el maíz transgénico.
Biopiratas
Pero todo eso a Monsanto le importó nada. Y a los senadores menos. Y a los diputados menos que menos. A poco de la revuelta, en 2005, se apuraron a firmar una Ley de Bioseguridad que autorizaba los cultivos experimentales de maíz transgénico. Sin principio precautorio, sin consentimiento informado de las comunidades, sin aviso, sin responsabilidad o peor: con la responsabilidad arrojada contra la víctima contaminada, a la que la corporación podía reclamarle la propiedad intelectual de las semillas.
Para muchos, como Adelita, esa ley fue un grito de largada. Ella tampoco aguantaba más. Formó Semillas de Vida, y se acercó a otras organizaciones como Greenpeace (que tuvo un rol fundamental en defensa del maíz) y tendió lazos con los también flamantes Científicos Comprometidos. La propuesta era imponer límites en los lugares del país que eran centro de orígen.
Para esa nueva causa se apuró un mapa coordinado por biólogos y antropólogos. Es un mapa hermoso: como un cuadro repleto de puntos y puntitos de colores. Cada uno marca un maíz que no existe en otro lado. Todo México es centro de origen, no hay dudas de eso.
Sin embargo, se decretó que sobre el norte se podía avanzar y ahí se dieron los permisos pre comerciales. Porque el asunto se plantea así: se experimenta, va bien, se hace una prueba piloto, va bien, se empieza a vender.
Fue esa ganancia a medias lo que los decidió por la vía legal. Un camino que, en un país donde sólo el 8 por ciento de la población confía en la justicia, parecía una apuesta arriesgada. “Pero no había otra opción. -dice Adelita- Había que frenarlos”.
El largo camino de legislar contra el Estado y las empresas fue un vía crucis repleto de trampas y encerronas.
Se establecieron moratorias.
Se dejaron sin efecto por decreto presidencial.
Se reestablecieron.
Se volvieron a abrir.
Así el maíz transgénico avanzaba por las tierras más sangrientas de México; por la Sinaloa de los Zetas, el Tamaulipas del cártel del Golfo o el Chihuahua del de Juárez. De la mano de empresas que en esos territorios se mueven, curiosamente, con total seguridad.
El sabor del mal
El escenario era perverso: los transgénicos irían colándose de a poco de los bolsillos de los campesinos a sus propios cultivos. Las milpas donde crecen juntos las delicias de la región (calabaza, frijoles, chiles, quelites, y maíz) empezarían a dar de a poco organismos genéticamente modificados. Y, de ahí llegaría a la mesa de México entero, en los panes de elote, en los guisos. En esas 600 recetas que están tipificadas e hicieron la cocina que es patrimonio de la Humanidad.
Así las cosas, si faltaba alguien para dar pelea, eran los cocineros: comunicadores y garantes de un saber que en las ciudades se usa cada vez menos pero que nadie está dispuesto a olvidar.
En ese contexto Enrique Olvera no es uno más. Es el mejor de su país y lo sabe. Comer en su restaurante, Pujol, es participar de un majestuoso juego de cajitas chinas donde todo sabe al cielo y tiene un profundo sentido. Para su cocina no se compran productos, se hacen curadurías como si cada ingrediente fuera una obra de arte. Puede sonar snob –y sin dudas a varios dólares el cubierto no es de libre acceso- pero, si de imponer tendencias se trata, él está haciendo algo bueno ahí. Las tortillas en Pujol son dulces, carnosas, púrpuras. El mole –una especie de salsa espesa- tiene meses consiguiendo su sabor complejo, indefinible. El mezcal es una declaración de principios: esto es una bebida espirituosa… Y así podría seguir y seguir porque una cena tiene como 12 platos. “Salimos del sistema de mercados grandes, de esos productos de monocultivo que no respeta al productor ni al comensal ni a nadie. En el mercado ves lo que está pasando con la comida y es fatal. El pinche pollo está inflado como balón de fútbol, las manzanas vienen de Nueva Zelanda; hay una sola variedad de jitomate que no sabe a nada. No tienes opción, y lo peor es que todo puede ser peor”.
Eso mismo se dio cuenta cuando conoció a Adelita San Vicente para la producción de un libro que lo llevaría a las entrañas de su país. En la milpa se tituló el trabajo y le sirvió para entender cuestiones gastronómicas pero sobre todo de las ciencias sociales: “Producir aquí es una manera de entender al mundo, y la civilización. Es estar todos juntos, construir con poder colectivo”.
Padre de tres hijos chicos, Olvera empezó a girar por escuelas con ese mensaje. Y también, de algún modo promovió un grupo dentro de su propia tribu: El Colectivo de Cocineros Mexicanos. Un grupo que en 2015 publicó una valiente carta dirigida al presidente Peña Nieto en el que señalaban los peligros que venían junto con el maíz BT y Rr: pérdida de biodiversidad, la incertidumbre frente a esa tecnología, los peligros por el aumento de uso de agroquímicos –con la desgracia que azota la ruralidad argentina como ejemplo- y la pérrdida de soberanía alimentaria.
Entre los firmantes hay varios chefs famosos que de repente se mostraron dispuestos a usar sus minutos de cámara para decir lo que debería escuchar la gente que normalmente busca entender algo por la tele: que el maíz transgénico podía hacer de México un lugar peor.
¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué se arriesgaron? “Mira, no creo que los cocineros seamos vengadores sociales, no es nuestro trabajo frenar a los transgénicos, ese es un trabajo en todo caso de los campesinos y los científicos. Por supuesto tengo mucho que decir al respecto como mexicano, y lo dije y lo firmé. Pero como cocinero mi responsabilidad es el comensal y el asunto ahí es muy claro. Olvídate de la letra chica: el maíz transgénico sabe a mierda”.

Transgénicos, no: el fallo. En marzo la justicia dispuso suspender de nitivamente la siembra comercial del maíz transgénico. Fue el triunfo de la Alianza por el Maíz contra Monsanto.
La vía legal
Entre 2010 y 2013 se gestó la Alianza y se terminó de armar la defensa por el maíz: campesinos, indígenas, apicultores de yucatán (que habían tenido su propio triunfo prohibiendo la siembra de soja transgénica en la península); también activistas, artistas, científicos y cocineros. Faltaba sólo uno y apareció en el momento indicado.
René Sánchez Galindo: el abogado. Un chico joven, entusiasta e inclaudicable. Su primer trabajo fueron tres años en el senado haciendo una ley espejo a la de los tratados de libre comercio con Estados Unidos. Es una ley que existe, que da derechos a indígenas y grupos ciudadanos; que nadie aplica, pero que él conoce y usa astutamente cada vez que puede. La primera vez fue en Tlaxcala: “Me invitaron a participar de un congreso para tratar una ley agrícola y eso hicimos, la Ley Agrícola de Fomento y Protección al Maíz como Patrimonio Originario, en Diversificación Constante y Alimentario, así se llamó”. Fue en 2011. La ley reconocía a los campesinos e indígenas como dueños y custodios del germoplasma que dio origen al maíz y previó darles herramientas para protegerlo: bancos de semilla, un padrón de productores, catálogos y registros y la prohibición total de transgénicos cerca. “Tlaxcala significa lugar de la tortilla, mis abuelos son de ahí, de algún modo se los debía”. Su dedicación está repleta de motivaciones como esas: sus padres, sus abuelos, su hijo. “Yo quiero que mi hijo recién nacido coma como mexicano, nada de transgénicos. Él no es un experimento”.
Por suerte, dice, Adelita y el resto lo fueron a buscar: “Me reclutaron para llevar adelante los amparos, pero terminamos haciendo una demanda colectiva sin precedentes”. Eso es lo más original del proceso, y a la vez lo más arriesgado: enfrentados a 83 pedidos de experimentación por parte de las multinacionales, salieron a defender los territorios de un posible daño, representando a comunidades que no iban a participar del proceso, que en algunos casos ni iban a enterarse.
La demanda tenía que ser sólida, perfecta. Y así se hizo: sólo 22 páginas y siete estudios científicos locales para un único reclamo: que se cumpla el principio precautorio. La demanda acusa al gobierno y a las empresas de haber liberado transgénicos al ambiente, menoscabando el interés “de conservación, utilización sostenible y participación justa y equitativa de la diversidad de los maíces nativos”.
Después de incontables idas y vueltas, en marzo de este año recibieron finalmente esa noticia que era tan esperada: el juez dispuso suspender definitivamente la siembra de maíz transgénico para comercializar en México. La siembra experimental, por su parte, quedó sujeta a una evaluación mensual de la que participan y opinan las partes afectadas.
O sea, todos.
Si bien las empresas de cara al público tomaron la sentencia positivamente (no había prohibición total), lo cierto es que la Alianza va ganado.
¿Por qué creés? “Mira, en la demanda no dijimos gran cosa. Son pocas páginas a las que ellos respondieron con 500 o 600, porque los que tienen que probar que no hacen daño son ellos. Pero no les sale. Y, ¿sabés por qué? Porque no lo creen. Porque todos compartimos un simple detallito: somo mexicanos, comemos y queremos la tortilla”.
También el juez.
“Todos. También los de Monsanto. Fíjate sus abogados: son mexicanos. Y los mexicanos comemos tacos. ¿Van a andar jugando con el sustento? El Maíz es México, fíjate lo profundo que cala eso”.
CABA
Villa Lugano: una caravana en contra del “Máster Plan”

Vecinas y vecinos del barrio del sur porteño resisten ante una obra que está haciendo el Gobierno de la Ciudad a espaldas de la comunidad: tala de centenares de árboles añosos, el cierre de varios ingresos y egresos de la autopista Dellepiane y la colocación de un nuevo peaje (a 4 km de otro ya existente) para ampliar la recaudación. El silencio del gobierno local y el ruido de sus topadoras arrasando el espacio verde y público. La voz de la organización popular que no calla y sale a la calle, otra vez –este viernes y en una caravana de autos– para visibilizar lo que pasa en una de las zonas más postergadas de CABA: a las 18 horas desde Dellepiane Sur y Montiel hasta Dellepiane Norte y Piedra Buena.
Por Francisco Pandolfi
Desde noviembre del año pasado la comunidad de Villa Lugano resiste a una obra que ya está haciendo el Gobierno de la Ciudad sin licencia social ni escuchar a la vecindad: el Máster Plan Autopista Dellepiane, con un costo de más de 7.000 millones de pesos, tala de centenares de árboles, cierre de 14 ingresos y egresos a la autopista y otro peaje (a cuatro kilómetros del de avenida Lacarra).
La organización popular no cesó desde el momento en que se enteraron de la iniciativa. Asambleas, audiencias públicas, semaforazos, volanteadas en los distintos sub barrios que forman parte de este barrio porteño bien al sur porteño. Y guardias, para evitar el talado de árboles en lo que las y los vecinos denuncian como “un ecocidio”, que está sucediendo desde marzo.
La comunidad hizo un relevamiento casa por casa con los frentistas a la autopista Dellepiane: más del 70% no tenía idea de la existencia del Máster Plan. Presentaron por escrito pedidos de información pública a AUSA (Autopistas), APRA (Agencia de Protección Ambiental), Ministerio de Infraestructura y a la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño, sin respuestas.
Sin embargo, la obra empezó aún incumpliendo la promesa de que antes habrían mesas de trabajo en conjunto. Este viernes, la comunidad decidió volver a manifestarse, en una caravana de autos para seguir visibilizando la problemática. Desde lavaca hablamos con el colectivo de vecinos apartidario No dividan Lugano que está al frente de denunciar la obra.
Sobre lo negativo y lo positivo de la obra, dirán: “El Master plan Autopista Parque Dellepiane fue presentado como una mejora para el sur de la ciudad, pero en la práctica profundiza las desigualdades urbanas, degrada el ambiente y fragmenta el territorio. Lo negativo es abrumador”, y enumeran:
• Implica la tala de más de 500 árboles añosos, sin plan de reforestación efectivo.
• Aumenta la huella de carbono y destruye espacios verdes sin compensación.
• Instala un Metrobus central inaccesible, que obliga a cruzar pasarelas extensas sin rampas adecuadas ni soluciones reales para personas mayores o con movilidad reducida.
• Divide al barrio aún más, eliminando accesos, aislando sectores y obstaculizando la vida cotidiana.
• No contempla una red multimodal de transporte, ni bicisendas, ni centros de transferencia.
• Instaura peajes en tramos que eran gratuitos, generando un nuevo costo para vecinos que hacen trayectos cortos todos los días.
Agregan: “Lo positivo, si lo hay, podría haber sido la oportunidad de pensar el área como un verdadero corredor verde y sustentable. Pero nada de eso fue incorporado, ni escuchado”. Y vuelven a enumerar, en este caso, sobre lo que es fundamental denunciar en esta obra:
• Fue diseñada sin participación ciudadana efectiva, sin diálogo real con la comunidad.
• Incumple múltiples normativas locales y nacionales, desde la Constitución de la Ciudad hasta leyes de accesibilidad, ambiente y derechos ciudadanos.
• Avanza a pesar de un amparo ambiental colectivo presentado por vecinos, vulnerando el Acuerdo de Escazú y los principios de justicia ambiental.
La obra es impulsada por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (GCBA), a través de su empresa estatal AUSA (Autopistas Urbanas S.A.), con financiamiento internacional de la CAF –Banco de Desarrollo de América Latina. Las veces que lavaca quiso comunicarse con la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño fue imposible. Nadie atiende. En relación a AUSA el prensa de la empresa explicó que la política interna es “no dar entrevistas en ON, que con los medios se manejan así”.
Dicen las y los vecinos: “El proyecto fue aprobado sin estudios de impacto ambiental adecuados, sin matrices de costo-beneficio transparentes y sin haber sido sometido a procesos participativos válidos. Hoy, la obra está en plena ejecución, avanzando a toda velocidad sin haber sido revisada tras la presentación del amparo ni durante las mesas de trabajo convocadas por la Justicia, una vez que ya habían iniciado la obra”.
¿Las mesas de trabajo están sirviendo de algo? ¿Hay escucha del gobierno porteño y de la empresa?
Las mesas de trabajo fueron convocadas por orden judicial. Pero en la práctica, no hay escucha real. El GCBA y AUSA llegan a las mesas con el proyecto cerrado, sin brindar información clave, sin contestar a los pedidos de acceso a la información, ni frenar las obras mientras se debate. Las propuestas alternativas presentadas por los vecinos (como usar colectoras, premetro, u otros modelos de movilidad sustentable) ni siquiera fueron consideradas. Las mesas han sido una formalidad dilatoria mientras la obra avanza sin freno.
¿Qué perjuicios ya están sucediendo y cuáles sucederán?
Tala de árboles, pérdida de sombra, humedad y biodiversidad; rotura de veredas, ruidos permanentes, vibraciones y molestias en la vida diaria; corte de accesos históricos, dejando barrios desconectados. Y si no se frena habrá un aumento de inseguridad vial, con colectivos cruzando carriles rápidos en maniobras riesgosas; aislamiento de sectores enteros del barrio; encarecimiento de la vida cotidiana por peajes, más transporte y pérdida de comercios barriales; mayor contaminación ambiental y sonora; desvalorización de las propiedades y deterioro del entorno.
¿Por qué este viernes 1 de agosto la comunidad hará una caravana?
Porque ya no alcanza con reclamar en silencio ni esperar respuestas que no llegan. Convocamos a una caravana vecinal pacífica para visibilizar el conflicto, frenar el avance destructivo de la obra, y exigir participación real. Será una caravana con autos, banderas argentinas y carteles. Queremos que nos vean y que nos escuchen.



La caravana saldrá a las 18 horas desde Dellepiane Sur y Montiel y finalizará en Dellepiane Norte y Piedra Buena. Participarán familias, organizaciones barriales, ambientalistas, arquitectos, docentes, jubilados, comerciantes. Al finalizar, se realizará una ceremonia simbólica con Flavia Carrión, antropóloga y comunicadora de sabiduría ancestral, en el Día de la Pachamama. “Será un acto de gratitud ambiental, una pausa colectiva para honrar a los árboles y el esfuerzo de toda nuestra gente; para agradecerle a la Tierra por seguir aguantándonos. Un momento para reencontrarnos con lo esencial: la naturaleza, la vida en comunidad y la defensa de lo que amamos”.
Esta misma vecindad organizada se formó el año pasado con el nombre “No dividan Lugano”, cuando evitó que el gobierno porteño hiciera una serie de pasos bajo a nivel, que hubiesen significado un abanico de perjuicios para el barrio. En ese entonces, cuando llegaron las topadoras, mujeres y hombres se atrincheraron para defender árboles de más de 100 años. En esta crónica contamos lo que fue ese proceso comunitario.
Un año después, el barrio de Lugano sigue en pie de resistencia. “Somos una comunidad que se levanta para defender a su barrio. Ya presentamos más de 800 firmas, relevamientos propios y propuestas alternativas. Pero nos siguen ignorando, y la obra sigue destruyendo. Por eso salimos a la calle, otra vez, y así lo seguiremos haciendo cada vez que haga falta”.
Actualidad
Marcha de jubilados: balas y bolitas

Siete detenidos y al menos 30 personas heridas, entre jubilados, curas, trabajadores de prensa (lavaca, Cítrica, Infonews, El Destape y C5N, entre ellos), defensores de derechos humanos, y un niño de 4 años que estaba con su familia en la Plaza de los Dos Congresos. Ese es uno de los saldos de otra semana de represión brutal a la protesta de cada miércoles, esta vez coordinada por la Policía de la Ciudad, que disparó postas de goma, balines con gas pimienta, granadas aturdidoras, golpeó con escudos y lanzó un nuevo tipo de gas que producía tos y vómitos. El despliegue también implicó tareas de inteligencia ilegal con efectivos que filmaban y fotografiaban manifestantes, según denunció la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), que también relevó «policías armados con postas de plomo que están prohibidos». Los carteles, las reflexiones, y la creatividad: algunos integrantes de la marcha terminaron jugando a las bolitas en la calle con los balines policiales.
Por Lucas Pedulla y Francisco Pandolfi. Fotos Juan Valeiro/ lavaca.org

El padre Paco Olveira muestra los balines que golpean y expulsan gas pimienta. Terminaron jugando con ellos a la bolita sobre la acera.
Otro miércoles de protesta de jubilados y otro miércoles de represión feroz y absurda enfocada principalmente a jubilados y a la prensa que cubría lo que estaba ocurriendo. Con ataques directos a los ojos y a los cuerpos. A las cámaras y a los celulares que registraban la bestialidad de las fuerzas de seguridad –el fotógrafo de lavaca, Juan Valeiro, entre ellos, con quemaduras de primer grado en el cuello y en la oreja–. No es difícil imaginar lo que hubiese ocurrido si ese ataque le hubiera llegado directamente a los ojos. Esta vez fue la Policía de la Ciudad la encargada de lanzar gases y disparos a mansalva en la intersección de Avenida de Mayo y Luis Sáenz Peña cuando la movilización pretendía ir hacia la Casa Rosada.

El fotógrafo Juan Valeiro de lavaca, uno de los periodistas atacados, como ocurrió con profesionales de Cítrica, Infonews, El Destape y C5N.
Hubo 7 detenidos (Agustín Cano, Leandro Maristains, Alejandro Carrizo, Federico Burgos, Francisco Ramos, Hugo Eischler y Javier Mendoza) y al menos 30 heridos según la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), entre ellos un niño de 4 años que estaba en la Plaza de los Dos Congresos junto a su familia.

Escenas de otro miércoles de violencia estatal absurda.
Más allá de la violencia ordenada por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, la concentración de jubilados tuvo un eje concreto de reclamo: el “no al veto” del gobierno nacional a la suba de las jubilaciones y la emergencia en discapacidad. Sin embargo, Javier Milei ya avisó que vetará las leyes aprobadas por el Congreso. Tiene plazo hasta el lunes 4 de agosto, tiempo destinado a ofrecer distintas cuestiones no públicas a diputados que se sumen a apoyar el veto, como ha venido ocurriendo. ¿El argumento del oficialismo contra un ínfimo aumento a jubilados? “Va en contra del equilibrio fiscal”.

Una de las jubiladas víctimas del coraje policial contra ellas, y de un nuevo gas tóxico, un símbolo de esta época.
Con la camiseta de Independiente y máscara del Hombre Araña, un jubilado entendió el mapa económico que traza esa decisión, y lo señaló con un cartel en tono bíblico: en el Génesis se habla de un sueño con vacas gordas y vacas flacas, referencia a los períodos de prosperidad y a los de dificultades. El jubilado escribió una actualización argentina de aquella imagen que ya no tiene forma de sueño sino de pesadilla.
- “Vacas gordas, jubilados flacos”.

El Hombre Araña es del Rojo, y releyó el Génesis.
Números y un café
Carlos trabajó cuarenta años en el Correo y no falta ningún miércoles a la marcha de jubilados y jubiladas con su remera ya mítica de Chacarita. Tanto, que casi nadie sabe que se llama Carlos y la gente le dice “Chaca”. Hoy caminó por Rivadavia con dos vendas que le envolvieron sus dos antebrazos. “Como todos los miércoles, venimos a reclamar y te cagan a palos. Acá tenés la prueba”, dijo a lavaca mostrando sus moretones. “Pero ya lo dije: esta sangre mía Bullrich la va a pagar”.
Héctor acaba de cumplir 75 años: “Decir que la suba de las jubilaciones atenta contra el equilibrio fiscal es una payasada. Milei lo deja claro cuando le baja las retenciones al campo, como dijo el sábado en la Sociedad Rural. Para nosotros nada y para los ricos todo, esa es la política del gobierno. ¿El beneficio para el campo no genera déficit fiscal? Milei es una máquina de mentir”. El hombre cuenta sus propias y reales retenciones: “Ya no salgo más que los miércoles acá. Ya no tengo la vida que tenía antes, no puedo viajar ni tomarme un café”.

Policías en acción, frente a jubilados que reclaman por sus haberes amputados por la motosierra.
De ratificarse el veto a los jubilados, la suba de agosto no será del 7,2% como fija la ley aprobada (el haber mínimo $441.600), sino del 1,62% en base al último índice de inflación de junio de 2025, por lo que la jubilación mínima será de $ 314.243,51.
Abus en la calle
Alicia tiene 63 años y lleva un pañuelo firmado por siete de sus nietos: “Abus en lucha”, “Aguanten los jubilados”. No entiende la distribución de la riqueza. O sí, pero la ve obscena: “La baja de las retenciones y el veto a los jubilados es una guasada total”. Sus retenciones: “Ya no me puedo dar más un gustito. Vivo el día a día, ya no estoy comprando nada ni semanal ni mensual”.
En la marcha hubo muchos carteles al respecto:
- No al veto: nuestra indigencia es tu superávit
- Ni veto ni represión: fuera el FMI
- No al veto a las leyes en jubilaciones
- No al veto: cobarde estafador (y la cara de Milei).
Ana, 74 años, trajo su propia pancarta: “Baja las retenciones a los ricos, hambrea a los viejos”. Cuenta que su hijo trabaja en el Correo y teme ser despedido, que su nieta encontró trabajo en un Todo Moda pero la echaron a los dos meses. Para ella todo el pueblo debería movilizarse: “No sólo los jubilados y los del Garrahan. Todos”.

No hay plata para el cine argentino (el Gaumont como símbolo) pero sí para filmar ilegalmente a manifestantes.
Walter (66) y Julio (62) llegaron de Campana, norte de la provincia de Buenos Aires. Sumaron otros dos carteles: “Viejo: no te quedes en tu casa, vení a luchar” y “Ayudame a luchar. El próximo viejo sos vos”. Walter movió la cabeza de un lado para el otro al recordar el discurso de Milei en la Sociedad Rural: “Un tipo desquiciado, frente a toda la oligarquía, los terratenientes, los dueños de la tierra. Él mismo dice: ‘soy cruel’. Nos la está haciendo parir. Nos quitó la medicación, todo un desastre”.
Julio coincidió: “Ahí ves realmente para quién gobierna. Hasta el que tiene séptimo grado, como yo, se da cuenta”.

Jubilado hablándole a la pared.
Roberto, 62 años, de Trelew (Chubut), lo escucha: “Pero hay que seguir viniendo, compañeros. Son totalmente inescrupulosos. Hoy hablaba con un amigo que me decía que había que respetar el voto popular, pero Hitler también ganó con el voto popular. Si no salimos a la calle, no sé qué más va a pasar”.
Vallas a donde vayas
El Congreso estuvo totalmente vallado. Vallas sobre Entre Ríos, Riobamba, Yrigoyen, Rivadavia. “Este quilombo lo hizo la Buillrich”, gritó un cincuentón a los automovilistas que se quejaban porque avanzar por las calles lindantes era un imposible.
Luis llevó un cartel: “Menstruación=sueldo de jubilado; viene una vez y se va a los tres días”. Dijo que lo escuchó a Milei cuando anunció en La Rural la baja de las retenciones al agro. “Lo que me dolió fue que la gente aplaudió cuando dijo que iba a vetar nuestro aumento. La gente del campo aplaude a todos los que empiezan con la “m” de mierda: Martínez de Hoz, Menem, Macri y ahora Milei”.

Mensaje para el tal vez próximo embajador de Trump en Argentina. Un apellido que parece un mandato.
Después de la radio abierta, como cada miércoles, empezó la movilización. Las columnas bajaron a Hipólito Yrigoyen, cuya circulación no estaba cortada y marcharon por la calle. “Luche que se van”, fue otra vez el hit, al que siguió “que se vayan todos”. Uno de los temas, con dedicatoria explícita: “A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT”. Nobleza obliga: ni la CGT ni ningún partido político, con la cabeza en las elecciones legislativas y no en la calle.
La violencia y las bolitas
Sobre Yrigoyen, casi Luis Sáenz Peña, se divisaba un camión hidrante que se retiró. La columna dobló al final de la Plaza para ir hacia Avenida de Mayo con la intención de seguir la marcha hacia Plaza de Mayo. Sin embargo, en otro operativo de pésima coordinación –esta vez por la Policía de la Ciudad– la manifestación se mezcló entre autos y colectivos que seguían pasando.

“¡Por la vereda!”, gritaron algunos jubilados. Pero en ese momento, los efectivos cortaron de cordón a cordón empezando con la respuesta física violenta. El operativo estuvo acompañado, como suele ocurrir, por oficiales con cámaras que filmaron y sacaron fotos (con el objetivo de realizar algún tipo de “inteligencia” y amedrentamiento a quienes ejercen el derecho de reclamar).
La movilización avanzó pero rápidamente empezaron las detonaciones de escopeta con postas de goma y de granadas. Dispararon balines de armas byrna, redondos y de colores, que impactaban en los cuerpos, provocando lastimaduras y liberación del gas que llevan dentro. También lo hicieron sobre la vereda, donde se supone que no hay “protocolo”. Detuvieron, golpearon y gasearon fundamentalmente a trabajadores y trabajadoras de prensa, como cada semana. El efecto de esos spray, que poseen una sustancia espesa y viscosa: penetra los poros y quema durante horas. El fotógrafo de lavaca, Juan Valeiro, como otros reporteros (Cítrica, Infonews, C5N y El Destape, entre otros), fueron atendidos en la misma plaza y en el Instituto Patria. “Quemadura de primer grado”, diagnosticaron a nuestro compañero.

¿Qué escudan los escudos?
Nadie fue ajeno a esta nueva ofensiva. La policía disparó un gas que generaba tos hasta el punto de provocar arcadas y vómitos. La sensación era extraña, porque no había un sabor ácido ni picante, pero provocaba una tos ronca. El efecto llegaba incluso a las calles aledañas, aparentemente ajenas al la marcha. “El registro del despliegue policial evidencia su brutalidad e irracionalidad”, denunció la CPM, organismo que precisó otro detalle alarmante: “Se relevaron también policías armados con armas con postas de plomo que están prohibidas, y acciones de inteligencia ilegal”.
Agregó la CPM que el ataque incluyó a defensores de derechos humanos, cuyo hostigamiento tenía como fin evitar el registro de los hechos.
Sin embargo, la gente no se fue.
La gente se quedó. La policía avanzaba, seguía gaseando, y la gente siguió.
“¡Tienen miedo!”, gritó una jubilada. “¡Tienen miedo!”.
Uno de los primeros detenidos había sido el padre Paco Olveira. Lo golpearon, lo gasearon y lo salvó la gente. Se llevó de recuerdo dos de los balines de la Policía. “Es el último arma que trajo Bullrich”, explica y muestra a lavaca. “Te tiran y salta el gas. No te deja respirar. Y duele, porque nos dieron unos cuantos en los pies. Gracias a Dios hoy no tiraron a los ojos”.
De fondo, la jubilada siguió gritando: “¡Tienen miedo!”.
Otro miércoles de protesta de jubilados se diluía entre detenciones y balines de gas. Entre un cordón con armas largas sobre Rivadavia y un grupo de la motorizada dispuesto a salir sobre Rodríguez Peña. Sin embargo, mientras el padre Paco seguía mostrando los balines, alguien propuso:
–Juguemos a las bolitas.
Todos se rieron, por el absurdo de la situación.
De nuevo, frente al horror, la creatividad social.
Y así, frente a policías que seguían filmando ahora una burla, un párroco y una jubilada arrodillados en la calle, jugaron a las bolitas con los balines para cerrar otro miércoles argentino.

CABA
Super Mamá: ¿Quién cuida a las que cuidan?

¿Cómo ser una Super Mamá? La protagonista de esta historia es una flamante madre, una actriz a la que en algún momento le gustaría retomar su carrera y para ello necesita cómplices que le permitan disfrutar los diferentes roles que, como una mamushka, habitan su deseo. ¿Le será posible poner en marcha una vida más allá de la maternidad? ¿Qué necesitan las madres? ¿Qué necesita ella?
Por María del Carmen Varela
Como meterse al mar de noche es una obra teatral —con dirección y dramaturgia de Sol Bonelli— vital, testimonial, genuina. Un recital performático de la mano de la actriz Victoria Cestau y música en vivo a cargo de Florencia Albarracín. La expresividad gestual de Victoria y la ductilidad musical de Florencia las consolidan en un dúo que funciona y se complementa muy bien en escena. Con frescura, ternura, desesperación y humor, abordan los diferentes estadíos que conforman el antes y después de dar a luz y las responsabilidades en cuanto al universo de los cuidados. ¿Quién cuida a las que cuidan?
La escritura de la obra comenzó en 2021 saliendo de la pandemia y para fines de 2022 estaba lista. Sol incluyó en la última escena cuestiones inspiradas en el proyecto de ley de Cuidados que había sido presentada en el Congreso en mayo de 2022. “Recuerdo pensar, ingenua yo, que la obra marcaría algo que en un futuro cercano estaría en camino de saldarse”. Una vez terminado el texto, comenzaron a hacer lecturas con Victoria y a inicios de 2023 se sumó Florencia en la residencia del Cultural San Martín y ahí fueron armando la puesta en escena. Suspendieron ensayos por atender otras obligaciones y retomaron en 2024 en la residencia de El Sábato Espacio Cultural.
Se escuchan carcajadas durante gran parte de la obra. Los momentos descriptos en escena provocan la identificación del público y no importa si pariste o no, igual resuenan. Victoria hace preguntas y obtiene respuestas. Apunta Sol: “En las funciones, con el público pasan varias cosas: risas es lo que más escucho, pero también un silencio de atención sobre todo al principio. Y luego se sueltan y hay confesiones. ¿Qué quieren quienes cuidan? ¡Tiempo solas, apoyo, guita, comprensión, corresponsabilidad, escucha, mimos, silencio, leyes que apoyen la crianza compartida y también goce! ¡Coger! Gritaron la otra vez”.
¿Existe la Super Mamá? ¿Cómo es o, mejor dicho, cómo debería ser? El sentimiento de culpa se infiltra y gana terreno. “Quise tomar ese ejemplo de la culpa. Explicitar que la Super Mamá no existe, es explotación pura y dura. No idealicé nada. Por más que sea momento lindo, hay soledad y desconcierto incluso rodeada de médicos a la hora de parir. Hay mucho maltrato, violencia obstétrica de muchas formas, a veces la desidia”.
Durante 2018 y 2019 Sol dio talleres de escritura y puerperio y una de las consignas era hacer un Manifiesto maternal. “De esa consigna nació la idea y también de leer el proyecto de ley”. Su intención fue poner el foco en la soledad que atraviesan muchas mujeres. “Tal vez es desde la urbanidad mi mayor crítica. Se va desde lo particular para hablar de lo colectivo, pero con respecto a los compañeros, progenitores, padres, la situación es bastante parecida atravesando todas las clases sociales. Por varios motivos que tiene que ver con qué se espera de los varones padres, ellos se van a trabajar pero también van al fútbol, al hobby, con los amigos y no se responsabilizan de la misma manera”.
En una escena que desata las risas, Victoria se convierte en la Mami DT y desde el punto de vista del lenguaje futbolero, tan bien conocido por los papis, explica los tips a tener en cuenta cuando un varón se enfrenta al cuidad de un bebé. “No se trata de señalarlos como los malos sino que muestro en la escena todo ese trabajo de explicar que hacer con un bebé que es un trabajo en sí mismo. La obra habla de lo personal para llegar a lo político y social”.
Sol es madre y al inicio de la obra podemos escuchar un audio que le envió uno de sus hijos en el que aclara que le presta su pelota para que forme parte de la puesta. ¿Cómo acercarse a la responsabilidad colectiva de criar niñeces? “Nunca estamos realmente solas, es cuestión de mirar al costado y ver que hay otras en la misma, darnos esa mirada y vernos nos saca de la soledad. El público nos da devoluciones hermosas. De reflexión y de cómo esta obra ayuda a no sentirse solas, a pensar y a cuidar a esas que nos cuidan y que tan naturalizado tenemos ese esfuerzo”.
NUN Teatro Bar. Juan Ramirez de Velazco 419, CABA
Miércoles 30 de julio, 21 hs
Próximas funciones: los viernes de octubre


- Revista MuHace 6 días
Mu 205: Hay futuro
- ArtesHace 4 semanas
Vieron eso!?: magia en podcast, en vivo, y la insolente frivolidad
- Derechos HumanosHace 3 semanas
#140: otro nieto recuperado
- NotaHace 1 semana
La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
- ActualidadHace 1 semana
Mapuches en Neuquén: 10.000 personas movilizadas contra la represión y en apoyo a las comunidades originarias