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Vandana Shiva en Argentina: la primera enemiga de Monsanto

Toda su historia es la historia de una batalla contra la desigualdad. Estudiar física en India, denunciar a las corporaciones biotecnológicas, crear comunidades de semillas para preservar la vida de la depredación corporativa. También es un ejemplo de qué rol cumple la prensa en esta guerra contra la naturaleza. En esta nota, Soledad Barruti traza un perfil indispensable para comprender qué significa hoy Vandana Shiva.

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Toda su historia es la historia de una batalla contra la desigualdad. Estudiar física en India, denunciar a las corporaciones biotecnológicas, crear comunidades de semillas para preservar la vida de la depredación corporativa. También es un ejemplo de qué rol cumple la prensa en esta guerra contra la naturaleza. En esta nota, Soledad Barruti traza un perfil indispensable para comprender qué significa hoy Vandana Shiva.

Vandana Shiva en Argentina: la primera enemiga de Monsanto
(Soledad Barruti/lavaca) En 2014, en su última edición de agosto The New Yorker, la revista más influyentes de la cultura norteamericana, y una de las más leídas en el mundo con al menos un millón de suscriptores e incontables lectores online, dedicaba un despliegue insólito a un personaje que aparentemente no tiene nada que ver con lo que se vende entre esas páginas: Vandana Shiva. No era un perfil, tampoco un reportaje, parecía la obsesión de uno de los periodistas fijos del staff, Michael Specter (ex The New York Times y The Washington Post), por seguir los pasos de quien presentaba -palabras más, palabras menos- como la ambientalista hindú líder de una minúscula pero ruidosa oposición a los organismos genéticamente modificados, que avanza en ese país en detrimento del resto de la población. Alguien que urgía desenmascarar: por el hambre, la nutrición, la pobreza, la sustentabilidad; por lo que sostiene a la biotecnología entre nosotros hace añares: promesas que suenan al cielo.
Specter anduvo por India, visitó algunos productores, la filial Monsanto de por allá y descubrió lo que tantos viajeros que después reportan en Trip Advisor: un país colorido y especiado donde se ven cosas rarísimas como gente hablando por celular arriba de elefantes. Un país con pensamiento mágico. Un país de donde sale alguien como Shiva: una cortina de humo, una excentricidad for export enfundada en saris.
Es raro leer notas escritas con esa, llamémosla, animosidad en una publicación que se jacta de ser de lo más intelectual, y de preservar una mirada decididamente urbana. Sin embargo ahí estaba: páginas y páginas: “Shiva lleva un mensaje que ha perfeccionado por tres décadas: la ingeniería, el patentamiento, y la transformación de las semillas hacia un paquete de propiedad intelectual, ha llevado a compañías multinacionales como Monsanto, asistidos por el Banco Mundial, el gobierno de Estados Unidos y filántropos como Bill y Melinda Gates, a imponer un totalitarismo alimentario. Ella describe la lucha contra la agricultura con biotecnología como una guerra global de pequeños campesinos que dependen de lo que producen para sobrevivir contra un grupo de compañías gigantes”. Y nada de esto es verdad.
Por supuesto esta última línea no era así de clara, Specter se ocupó de no decirlo tan directamente, sino de llevar al lector a esta conclusión: son personas como Shiva las que no dejan avanzar a la ciencia cuando estamos en tiempo de descuento frente a un problemón, “vamos a tener dos Indias más en 2050, ¿cuál es la salida?”.
Semillas de duda, tituló el artículo. Y la editorial lo largó a la calle esperando que hiciera lo que hasta ahora no habían logrado. Porque ese año el grupo que publica The New Yorker -Conde Nast- había firmado un acuerdo con Monsanto para trabajar en distintas piezas sobre el futuro de la comida y la importancia de los transgénicos. Pero no venía siendo fácil: los periodistas estrellas especializados en alimentación no quisieron participar y las notas tradicionales dedicadas a la ciencia ya no surtían efecto.
Vandana Shiva era un blanco difícil. No sólo porque desde comienzos de los 90, se mantiene imperturbable en las listas de personas más influyentes de Times, Fortune, The Guardian. Tampoco porque en su país logró frena proyectos mineros, forestales, a Coca Cola, y a Monsanto (mucho gracias a que ella existe, India no permite la producción de alimentos transgénicos, sólo de algodón). Menos porque al hambre y malnutrición que les legaron años de colonialismo y tratados de libre comercio, responde con organización humana, bancos de semillas, tierras compartidas. Lo que realmente molesta de Shiva es que puede, si quiere, hablar su mismo idioma y quebrar el discurso desde adentro.
Vandana Shiva en Argentina: la primera enemiga de Monsanto

La no carrera de Vandana

Vandana Shiva es una filósofa aguda, escritora de un estante completo de libros, activista con más de un triunfo, pero antes que eso, se graduó como física, hizo una especialización en la teoría cuántica y dedico un tiempo a investigar. Es científica. Y como científica asegura que la ciencia occidental, reduccionista, rentada es lo más anticientífico que existe: “Estos científicos representan al 5 por ciento de la ciencia y, sin embargo, bloquean al mundo y sus carreras en un desarrollo como la biotecnología y la transgénesis, obturando otras posibilidades, algo que derrumba la idea misma de ciencia que tiene que estar abierta a nuevos paradigmas”, dijo Shiva más de una vez y del otro lado algo se escuchó romperse.
Specter hizo una nota larguísima, que incluyó miles de kilómetros, para poner a Shiva en potencial: nada era demasiado cierto. Ni sus títulos, ni sus investigación, ni la India que representaba. Shiva recibió la revista e hizo una larga respuesta punto por punto que concluyó: “El artículo es una señal de que la indignación mundial contra el control de las semillas y la alimentación está haciendo estragos en el mundo de la biotecnología. Creen que las calumnias van a destruir mi carrera. Lo que no entienden es que conscientemente di por terminada una “carrera” en 1982. La cambié por una vida de servicio. El espíritu de servicio inspirado en la verdad, la conciencia y la compasión no puede ser detenido por amenazas o ataques. Para mí, la ciencia siempre ha estado a punto de servicio, no la servidumbre”.
Así si algo hizo la nota del New Yorker fue prender la luz sobre la campaña multimillonaria con que Monsanto quería limpiar su imagen, y señalar quien era hoy su principal enemiga: esta mujer lúcida, de sonrisa luminosa, que transmite mensajes de paz mientras expone una a una las fallas del sistema. Una mujer con un trabajo de casi 40 años que encuentra eco en cada pueblo que se une a defender sus recursos, sus culturas, sus semillas. De la India a la China, Centro América, Brasil y ahora, Argentina.

Biografía de una científica diferente

Vandana Shiva nació en el valle de Doon, en el Himalaya rodeada de montañas aire, niebla, nubes, sol, agua y árboles de un verde furiosamente vivo. Sus padres eran parte del movimiento independentista, y ella hizo un esfuerzo descomunal para estudiar: contra la falta de dinero, su sexo que la condenaba, una idea de mundo que se imponía con fuerza bruta. Eligió física, y de la física esa teoría que cuestiona la composición de la materia para estudiar la interconexión en lo invisible que tiene todo lo que existe. Dice que lo hizo para entender como trabaja el mundo, con nosotros como parte de una red de animales, bacterias, volcanes, océanos. Y que en eso andaba, en Canadá, en los 70 cuando se enteró que el paisaje que la había formado estaba empezando a desaparecer, a desintegrarse, a caer como parte de una India que se entregaba de lleno y sin saber a un capitalismo corporativo que llegaría para quitar las flores de los altares y reemplazarlas por galletitas. Shiva supo que la única línea de defensa que se había armado eran campesinas que cuando sintieron el ruido de los troncos, las hojas, los pájaros, los insectos, estrellados contra el suelo se abrazaron al bosque que quedaba en pie inaugurando una de esas hermosas protestas de paz que son más poderosas que toda la violencia desatada. Si querían matar la vida que lo hicieran sin eufemismos: mostrando sangre, masacrando cuerpos, escuchando los gritos. La llamaron Chipko, duró años y Vandana volvió a India cada verano, aprovechando su tiempo libre, para sumársele como voluntaria. “No fue el posgrado, no fue el máster, fueron esas mujeres entre esos árboles las que me enseñaron todo lo que sé”, dice cada vez que puede.

Hambre y control

A esa primera batalla le siguió una inclaudicable por mostrar las grietas de la Revolución Verde que terminaron abriendo en su país un precipicio de miseria del que millones de agricultores no salieron más. Porque si bien era cierto que las plantas logradas por Norman Borlaug en laboratorio eran superproductivas, no estaban ahí para alimentar sino para exportar, especular, hacer todo eso que se hace con los commodities. En adelante, la fórmula que pretende dar de comer al mundo resultó siempre una desgracia. Sobre todo para los campesinos que venían de padecer la colonia, el despojo de sus tierras, el acorralamiento hacia la marginalidad. La solución al hambre pensada como más comida y mejores negocios a su alrededor tenía un cúmulo de dificultades: tener que comprar semillas y tener que hacerlo año tras año porque las híbridas no duraban. Precisar grandes extensiones cuando los campesinos tenían territorios más bien breves. Adquirir costosas máquinas, toneladas de fertilizantes y venenos que venían en el combo, para contener un ecosistema que no dejaba de buscar el equilibrio perdido mientras los insectos se hacían plagas; las hierbas, malezas; los suelos, un castigo; la vida, un infierno todavía más tóxico y más pobre. Punjab, la capital de la Revolución Verde recibía los 80 con 30 mil asesinatos. Bhopal hizo lo que faltaba: el escape de isocianato de metilo de una fábrica de plaguicidas norteamericana (Union Caribe, luego adquirida por Dow Chemical) en la que al menos 20 mil personas murieron, 600 mil quedaron intoxicadas y un territorio importante quedó desvastado e inhabitable mostró que “se trataba de un modelo productivo basado en la guerra”. Vandana Shiva escribió eso mismo en un libro que tituló: La violencia de la Revolución Verde, desafiando el discurso cerrado de producción-igual-seguridad-alimentaria que había terminado con Bourlang con el nobel de la Paz.
Con esa publicación, Shiva empezó a entrar a lugares que ni sabía que existían: reuniones de biotecnología, por ejemplo, donde se daban cita los científicos de las corporaciones más importantes. Terminaban los 80 y todo lo que anunciaban parecía un poco ciencia ficción: el plan era pasar de la hibridación a la transgénesis y de ahí al patentamiento. Le resultó ambicioso, mesiánico, pero no descabellado: “Si controlás el mercado de armas, controlás las guerras. Si controlás la comida, controlás la sociedad. Pero si controlás las semillas, controlás la vida en la tierra”.

Vandana feminista: la ciencia patriarcal

“Lo que llamamos ciencia es un proyecto estrecho y patriarcal para un corto momento de la historia. Erigimos una ciencia reduccionista y maquinal. Una ciencia basada en la dominación de la naturaleza. Es el conocimiento generado para la explotación el que fue tomado como conocimiento científico”, dice Vandana Shiva.
La cara más grotesca de esa ideología se vivió en India en 2005. Y no fue en torno a un alimento sino a un árbol no comestible llamado neem, que los pequeños agricultores e indígenas de su país usan hace miles de años para repeler insectos y hongos. Usos que el mundo occidental tomó siempre por supersticiones. Hasta que un grupo de investigadores de eso que andaban como andan buscando cosas nuevas que inventar en la naturaleza, comprobó que no. O que sí: que los hindúes estaban en lo correcto: que el neem era una especie de súper planta que servía para muchas cosas, como hacer biorepelentes por ejemplo. Y entonces comenzó lo que comienza con esos descubrimientos: una carrera corporativa por patentar el hallazgo. Diez años duró la lucha porque el neem siguiera siendo lo que fue siempre: un árbol sin copyright. Y ganarla fue el puntapié para darles fuerza a mucho de lo que iba a venir después: pelear contra Coca Cola y la privatización del agua, y contra el avance del algodón BT y las leyes de Monsanto, que elevaron los costos de producción en más de un 8 mil por ciento, asfixiando pequeños productores hasta el suicidio: 270 mil productores al menos.
“Las guerras son de todos los días”, empezó a ver Vandana. A comunicar. A denunciar. A combatir. “A donde mires, al rincón del planta que quieras ahora mismo vas a ver eso: una guerra por la apropiación de lo que es de todos, por el control.”
Así mientras Burlang dio con las semillas que dieron inicio al agronegocio (que se coronaría finalmente en los 90 con la llegada de los cultivos transgénicos), Vandana Shiva encontró con claridad por dónde había que cortar la cabeza de esta medusa que nos gobierna: hay que crear un nuevo paradigma basado en la construcción de saberes regidos, justamente, por una visión más científica del mundo, no estrecha, irreflexiva y limitada como la que sale de la necesidad de aumentar ganancias; sino curiosa, interdisciplinaria, altruista, como la que condujo a la ciencia antes de esta tremenda modernidad.

En Movimiento

Navdanya. Así se llama el movimiento creado por Vandana Shiva en India a fines de los 80 que transformó a las semillas libres en la punta de lanza de este urgente cambio de paradigma: por la ciencia digna y contra el cambio climático, la inseguridad y falta de soberanía alimentaria, la mercantilización de los bienes comunes; pero también, contra los efectos menos evidentes del sistema: la violencia, la criminalidad, la falta de empatía. Contra un sistema patriarcal que en su país detona una violación cada 20 minutos. Hoy Navdanya son 122 casas de semillas en 18 provincias con 750 mil campesinos que comparten y custodian ese patrimonio. Y por encima de eso es un movimiento por la democracia planetaria y el empoderamiento femenino donde se cultivan saberes, empatía y compasión. También es una universidad, La Universidad de la tierra. Y es un espacio permanente de trabajo y estudio en granjas, donde periódicamente se realizan informes y estudios con la idea de que las campesinas son científicos en cuanto a investigadoras y creadoras de saber. Ecofeminismo lo bautizó: porque sobre todo se trata de mujeres (“las semillas han sido seleccionadas por las mujeres generación tras generación, durante miles de años. Son las mujeres las que ocupan del 50 al 80 por ciento de la producción según el país. Y son ellas las que están en peligro: las parteras de la agricultura”, dice) trabajando por la agroecología, demostrando que la tierra cultivada a pequeña escala con respeto y entendimiento alimenta, estabiliza el medioambiente, y acerca a las personas. Lo contrario a lo que produce la agricultura industrial globalizada. “El sistema se funda en mentalidad patriarcal capitalista que ha agravado la violencia. Vivimos en un orden de guerra contra la tierra, contra el cuerpo de la mujer, contra las economías locales y contra la democracia. Y creo que tenemos que ver las conexiones entre todas estas formas de violencia. Todo está conectado. Es una sola pieza”.
Vandana Shiva está lejos de ser cándida, inocente, romántica. Ve con ojos bien abiertos todo, principalmente el daño. El pasado, el presente y el que se anuncia como potencial apocalipsis ahora nomás. Pero entiende que estamos buscando las soluciones en el lugar equivocado hace casi 100 años y que llegó el momento de sembrar algo distinto, algo mejor y más inteligente. “El monocultivo daña la mente: parte del problema al que nos enfrentamos en el mundo es que hay demasiadas soluciones individuales y globalizadas, ofrecidas sin cuidado. Tenemos que hacer que crezcan múltiples soluciones, porque la única solución que proponen los que tienen el poder, es una solución sin vida. En manos del paradigma que nos gobierna no hay futuro para la humanidad”, dice. “Creo que es hora de reconocer que hay millones de soluciones; hay tantas soluciones como personas. Y cada persona creativa, con desatar su empatía, puede trabajar por respetar los derechos de la Madre Tierra, los derechos de la humanidad, nuestra humanidad común, la igualdad entre hombres y mujeres, blancos y negros, jóvenes y viejos”. Un mundo que garantice, nada menos, la vida en la tierra, algo que hoy, así como van las cosas, todavía está por verse.

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Memoria, verdad, justicia y Norita

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Partidaria de los besos y los abrazos, reivindica la sonrisa como principal bandera de lucha. Cumplió 94 años este 22 de marzo y hace siempre que puede la ronda de Madres de Plaza de Mayo, hoy ya en silla de ruedas. Vida, obra y endorfinas de una mujer que ha acompañado a fábricas recuperadas, pueblos originarios, comunidades afectadas por el extractivismo, jóvenes y mujeres en situaciones de violencia, todo como una continuidad en la defensa de los derechos humanos. El clítoris, el cannabis y las autodefiniciones. Esperando el 24 de marzo, compartimos esta nota y retrato, publicada originalmente en la revista MU 138 (2019, todavía tiempos macristas). El movimiento, la calle, y lo que ella piensa (y hace) frente a la historia y los futuros posibles.

Texto: Sergio Ciancaglini

Nora revisa su cartera en la que lleva el pañuelo blanco, el verde, crema de cannabis medicinal, una lata de sardinas y la agenda en la que anota sus hiperactividades cotidianas, entre otros secretos. Está también su DNI: 0.019.538. Ríe: “Fui de las primeras en la cola para sacarlo. El otro día, por un trámite, los empleados de un banco me dijeron que la máquina no podía interpretar un número tan bajo”.
Estamos en la sede de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. Envolvemos las masitas que no alcanzamos a engullir y que se incorporan a la cartera de Nora para llevárselas a una amiga. Luego guarda un par de carpetas, limpia la mesa de papelitos y me pide que cierre las persianas y puertas del balcón que da sobre Piedras al 100, Buenos Aires. Ya tiene el llavero en la mano esta señora que no puede ser interpretada por las máquinas. Chequea que esté todo ordenado. Empieza a apagar las luces que iluminan salones, oficinas y paredes atiborradas de recuerdos de las Madres, homenajes, reconocimientos, diplomas y tres imágenes: Azucena De Vincenti, Mary Bianco y Esther Careaga: sus apellidos de casadas pero sobre todo, el de sus hijos e hijas. Fueron las madres secuestradas en diciembre de 1977 en un operativo organizado por la ESMA, que culminó con 12 desapariciones incluyendo a dos religiosas francesas.

Memoria, verdad, justicia y Norita

El saludo de Nora en una de las marchas actuales, con la foto de su hijo, la bandera de los 30.000 detenidos-desaparecidos, y el acompañamiento de una nueva generación.


Nora se pone el ponchito de barracán, agarra la cartera, el bastón, y cumple con el rito según el cual el último –la última- apaga la luz. Y cierra la puerta con llave.
La escena podría parecer un tanto melancólica, pero es al revés.
Al cerrar esa puerta, da media vuelta y abre un mundo.
Nora se transforma en Norita, que en lugar de ser un diminutivo resulta un aumentativo, una clave, un código de acción.
Sale Nora de Madres y entra Norita a la calle, las plazas, las ciudades, los pueblos, las rutas, las fábricas, la naturaleza, los conflictos.
Entra a sus verdaderos lugares de acción: lo público, los espacios donde ocurren las cosas, o donde las cosas se manifiestan escapando de los encierros y del silencio.
Lo mismo sucede cada vez que sale de su casa en Castelar, llena de muñecas, libros, plantas y recuerdos, se toma un micro hasta la estación (evita los taxis y es ajena a las aplicaciones uberísticas), luego el tren Sarmiento, luego el subte A o lo que haya que abordar para ir a donde quiere ir.
Su estrategia consiste en intentar estar donde haya injusticias, violencias, crímenes, abusos, discriminaciones, psicopatías estatales o privadas y otras desventuras nacionales que son del orden de lo clásico: nunca pasan de moda.
Logra materializar ese acompañamiento con una eficiencia casi incomprensible. Ana María Careaga (desaparecida a los 16 años estando embarazada e hija de aquella madre secuestrada en la iglesia) cuenta que una vez le dijeron al sacerdote pasionista Carlos Sarracini que Nora parece Dios, porque está en todas partes. El cura no se mosqueó con la comparación y subió la apuesta: “Sí, pero a Nora se la ve”.
“Cuando dicen esas cosas me estremecen –corcovea Nora–, me da un poco de vergüenza. Siento que son como abrazos para darme fuerza, pero no me generan soberbia ni nada. Lo que digo es sencillo. Si no es para pelear contra la injusticia, los organismos de derechos humanos, ¿para qué estamos?”.

Memoria, verdad, justicia y Norita

Sobre la magia y el clítoris

Plaza de Mayo, jueves, 15.30.
Las Madres están partidas desde 1986, pero allí están. Girando siempre en sentido inverso al de las agujas del reloj, como para recuperar el tiempo perdido por tanta muerte, cada uno de los dos grupos (Asociación y Línea Fundadora) en el extremo opuesto de ese círculo alrededor de la Pirámide de Mayo que culmina con una estatua que representa a la Libertad. La libertad está inmóvil, mientras la memoria, la verdad y la justicia rondan alrededor.
Bajo una placa descansan las cenizas de Azucena Villaflor de De Vincenti, quien junto a las otras dos madres desaparecidas fue arrojada viva por los militares desde un avión al mar. La marea luego devolvió los cuerpos a la costa de Santa Teresita en enero de 1978.
En Línea Fundadora la única madre que ronda hoy -y sin bastón- es Nora, acompañada por unas 80 personas. El grupo crece de golpe porque se agregan como un borbotón unos 40 guardapolvos blancos de chicas y chicos de una primaria de Lugano que la rodean y marchan junto a ella con la bandera en la que se lee “30.000 detenidos desaparecidos. ¡Presentes!”.
Llora y ríe Norita porque al ver a los chicos se le agitaron la emoción y la alegría, lloran también las maestras y varios que disimulan. Los chicos la miran asombrados. Tres vueltas más tarde, ella se acerca a un micrófono con parlante. Este jueves habla de:
La impunidad estatal y judicial alrededor del atentado a la AMIA.
El proyecto de “servicio cívico voluntario” de Gendarmería para niños (editorializa diciendo: “Qué bestias”).
Recuerda junto a Beverly Keene, de Diálogo 2000, que la solitaria Madre de Ledesma (Jujuy) Olga Arédez, denunció en 2001 la creación de una policía infantil (niños uniformados que eran instruidos con armas de juguete). Y que en 2012 el gobierno de Cristina Kirchner ordenó cerrar 74 cuerpos de Gendarmes Infantiles en 17 provincias, que reunían a más de 6.879 niños.
De paso mencionan que Olga –que reclamó toda la vida por las desapariciones ocurridas durante el apagón en Libertador General San Martín- murió en 2005 por la contaminación de bagazo producida por Ingenio Ledesma. “Para abaratar costos no ponían los filtros en las chimeneas, y eso la intoxicó”, explica Nora.

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Denuncia cómo le prohibieron a su compañera de Madres LF, Vera Jarach, quien además es sobreviviente del Holocausto, dar una charla en el Colegio Nacional de San Isidro (“a lo mejor prefieren que vayan los de Gendarmería a dar clases de derechos humanos”).
Habla sobre una de sus obsesiones, el Hospital Posadas y la situación de sus trabajadores y pacientes (“el Estado achica y achica, es lo único que hace: hay que ir a acompañarlos”).
Informa que trabajadores de la textil Sport Tech, que estuvieron en la ronda y ocuparon durante dos años la fábrica quebrada en defensa de sus puestos de trabajo fueron autorizados como cooperativa, por el juez Horacio Robledo, a hacerse cargo de la empresa.
Presenta a gremialistas de Fabricaciones Militares (“no les tengan miedo, nada que ver con los milicos, son divinos”) movilizados contra los despidos y el achicamiento.
Recibe a Sergio Martínez, uno de los fundadores de El Algarrobo, asamblea de Andalgalá que con su movilización logró frenar la instalación del proyecto megaminero a cielo abierto Agua Rica. Sergio cuenta: “Hace poco cumplimos 500 marchas, cada sábado, reivindicando los derechos humanos, territoriales, a la salud y a la vida”.
Anticipa Norita el lanzamiento de una campaña para denunciar la deuda externa (y eterna) “porque hay gente que se queja en la verdulería, pero no entiende que lo que le pasa es consecuencia de que se están llevando los dólares y las riquezas, y cada dólar se paga con hambre en nuestro país”.

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Repudia por enésima vez la ilegal detención de Milagro Sala desde enero de 2016 (“no le encuentran nada y la someten a tortura psicológica las 24 horas del día”).
El tono de Nora es tan serio como lo sugieren los temas de los que está hablando; dice que el gobierno es “negacionista, inmoral y ladrón”, y oscila entre esas definiciones y el relato de lo que está sintiendo. “Hoy no hay buenas noticias para dar”, le dice a la gente que la escucha. “La buena noticia fueron esos chiquitos que vinieron de Lugano”.
Agrega: “No nos volvamos locos. Cada día me acuesto pensando ¿qué mal van a hacernos mañana? Es como que con cada acción, con cada decisión, quieren humillar. No lo logran, porque nos tienen que resbalar las cosas que dicen y hacen”.
La mujer y la gente se miran. “Siento que esta Plaza es mágica. Me siento feliz aquí. Me da pudor decirlo, con tantos desastres que pasan, pero es lo que siento viendo que tantas personas vienen, se encuentran, se abrazan, se reconocen”.
En ese momento repite tres veces: “30.000 detenidos desaparecidos y desaparecidas” y todos contestan “¡Presente!”. Y luego: “Ahora y siempre”. Nora, separando bien las sílabas, pronuncia tres veces la siguiente palabra: “Ven-ce-re-mos”.
Caminando hacia su bar favorito sobre Avenida de Mayo, para tomar un café que es parte del ritual de los jueves, quiere decirme algo sobre la magia, pero la detiene un grupo de chicas para saludarla y un joven, uniendo las palmas de las manos, pronuncia: “Gracias por existir”. Dice ella que jamás la cuestionaron ni la increparon por la calle. “Una sola vez, en una marcha por Cromañón, había un tipo muy borracho que me dijo de todo. Pero me había confundido con Estela de Carlotto. Que nos confundiera ya te muestra lo borracho que estaba”.
Otro grupo la reconoce, la saluda y le pide fotos. En los últimos tiempos cuando está en confianza Nora propone sonreír a la cámara diciendo “clítoris” en lugar de “whisky”.
Sigue la caminata y ella no pierde el hilo de lo que quería contar: “La magia no nace porque sí. La tenés que crear con tu espíritu. El espíritu de ver el lado bueno de la vida. Si no hacés magia con lo que te pasa, es imposible sentir que lo que hacés está bien, que te genera alegría. Sentir que no estás entre los mafiosos”.

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Comerse un pasaje

La primera vez de las Madres en Plaza de Mayo fue el sábado 30 de abril de 1977. El 15 había desaparecido Gustavo Cortiñas, el hijo mayor de Nora, secuestrado en la estación Castelar cuando iba a tomar el tren a las 8.45 rumbo a su trabajo en la Comisión de Valores. Militaba en la Juventud Peronista. Flaco, sonriente, bigote setentista, pelo largo.
En la casa de Nora hay una foto en la que se lo ve mirando a los chicos de la Villa 31, en la que militó con el padre Carlos Mugica. “Tiene un gesto que me parece dolorido y comprometido con lo que está viendo. Pero fijate los chiquitos, son iguales a los que ves hoy en las villas”. Se queda pensando: “Nuestros hijos luchaban por la justicia social. Pero hoy la brecha entre ricos y pobres es todavía mayor que cuando se tomó esta foto”.
Para esa mujer que había tenido que amoldarse al rol de ama de casa y profesora de alta costura, la desaparición del hijo representó el fin de muchas cosas. “Fue dejar la casa y salir a buscarlo. Y fue para todas igual. Mujeres comunes que no éramos de la academia, ni de los grupos de pensamiento. Pero hoy entiendo que ahí ya fuimos feministas. Ahí empezamos a romper”.
Aquel sábado inicial había pocos paseantes en Plaza de Mayo. Y 14 mujeres. Azucena propuso entonces ir los viernes. Nora, mientras tanto, buscaba en comisarías, en juzgados, hasta que empezó a ver a otras mujeres haciendo lo mismo, marcadas por la misma desesperación, que le contaron de las reuniones en la Plaza. Nora se sumó a la tercera. “Una madre muy católica y muy supersticiosa dijo que el viernes era mala suerte, día de brujas. Otra dijo que los lunes era día de lavar y limpiar. Quedó el jueves”. Acordaron las 15.30, salida de los bancos, el mayor tránsito de público en la zona. Las Madres nacieron para no ser parte de otros organismos ni partidos políticos. No tenían oficina: la crearon en la Plaza, sin techo ni puertas ni ventanas, para verse, intercambiar información, y hacerse ver. La policía dijo “circulen”, y jamás dejaron de hacerlo. En octubre de ese 1977 nacerían los pañuelos blancos, como modo de reconocerse entre la multitud durante una marcha a Luján: en realidad eran los pañales de tela (no existían los descartables) que guardaban para sus nietos, convertidos en un símbolo histórico de los derechos humanos.
Relata Nora que los varones y esposos no intervenían porque el horario era de trabajo. “Pasaba otra cosa. Al ver a los milicos algunos padres decían ‘yo le dije a mi hijo que no se metiera’ y cosas así. Entonces eso no servía. Las madres no hacíamos esas cosas”. Confrontaban. El lugar común indica que el dolor enceguece, pero Nora es de las que piensan distinto: “El dolor nos hizo ver. Nos fortaleció, y nos ayudó a ser claras”.
Empezó a entender algunas charlas que había tenido con su hijo: “Una vez me dijo: ‘¿Sabés que te pasa, mamá? Te falta calle’. Aprendí, ahora me pasé de calle” reconoce. “Más que en los libros, la concientización está en la calle. Esto significa moverse siempre. Y no pensar dos veces”.
Recuerda que fue varias veces presa con las Madres. “Una vez, los policías pararon un micro, bajaron a toda la gente y nos llevaron. En la comisaría teníamos dos variantes: pagar 30 centavos, o pasar 5 días de cárcel por escándalo en la vía pública. Había madres que decían “métanme presa, así me llevan con mi hijo”. Pero los tipos querían que pagásemos. Cuando me tocó, le di 60 centavos. ‘No señora, le dije 30’ me dijo, y le contesté: cóbrese lo de la semana que viene”.
Otra de esas detenciones ocurrió un día antes de un viaje que Nora debía hacer a Brasil con la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chicha Mariani. “Esa vez nos llevaban en patrulleros. Abrí la puerta y me quise tirar, pero el policía me agarró. Si no, me mataba; era la desesperación por escaparme. De golpe me di cuenta de que tenía el pasaje a Brasil. Yo creía que era algo clandestino, que si descubrían eso no sé qué iba a pasar y entonces lo agarré, lo fui rompiendo en pedacitos, y me lo comí”. El viaje finalmente se hizo, en plena digestión del pasaje, con Nora y Chicha intentando denunciar lo que se vivía y se moría en el país.
Moverse, salir, romper, confrontar, escandalizar, chocaba con la noción de familia tradicional y hogareña, y con su marido Carlos. “Los viajes, las marchas, las búsquedas. Y él tenía una cosa de celos. Hubo algunas veces que pensamos separarnos. Murió en 1994. Creo que no hubiera soportado todo lo que hago ahora. Pero bueno: la desaparición de Gustavo había sido un cambio total. Me largué a hacer lo que tenía que hacer. Y eso fue no volver atrás nunca más”.

Del Mundial al cannabis

Nora recuerda que usaban la parte del Café Tortoni que da a Rivadavia, durante el Mundial 78, para encontrarse con jugadores (“creo que eran holandeses, no recuerdo los nombres”) y periodistas extranjeros. O lo que vivió su querida Mirta Baravalle: “El marido estaba muy mal con la desaparición de la hija (Ana) y no podía creer que parecía que no pasaba nada mientras en el país había desaparecidos. El día de la final que ganó Argentina, después del partido se puso peor y se murió de un infarto mientras todo el mundo seguía festejando”.
Las Madres son un símbolo de muchas cosas, empezando por la valentía. Resulta casi de ficción imaginarlas plantadas en la Plaza frente a la Casa Rosada tomada por Videla & afines, infiltradas por Astiz y la ESMA, ignoradas y silenciadas, o en el mejor de los casos tratadas como “madres locas” por los diarios que se atrevían a mencionarlas. Nora agregó algo a su currículum disruptivo: en 1978 fue hasta la Mansión Seré, centro clandestino de detención y torturas, simulando ser una interesada en comprar el lugar para instalar un hogar de ancianos.
“No era que buscaba a mi hijo ahí, pero sabía que había gente. Entré al predio y hablaba en voz alta. No sé qué quería: hacer ruido. Que si había alguien supiera que había gente afuera. Un milico dijo ‘despachen a la señora’ pero yo seguía diciendo que me mandaban de la Municipalidad o cualquier cosa, y vi una canilla con manguera al lado de una ventanita que se ve que daba a un sótano, donde estaban los desaparecidos. Cuando se recuperó como Centro de Memoria, contaron que me habían escuchado, sin saber quién era”.
El alegre caos que es cada conversación con Nora, ahora en su casa, cambia de rumbo porque va a preparar café. Desde que cumplió 82 años le divierte decir que es mínima, vital y móvil.
Mínima: nunca escondió la edad, pero se niega a revelar cuánto mide. “Ni a mis nietos se los digo”. En el jardín hay una pequeña piscina de dos metros de largo y uno de profundidad. Nora guiña un ojo: “Me meto con salvavidas”.
Vital: parece inagotable, aunque no lo es. Sufrió hace dos años un ínfimo ACV. “Hablé dos horas después de eso en un acto, y parada. Ni yo lo puedo creer. Pero es un compromiso con nuestros hijos y nuestras hijas. No es un sacrificio para nada. Cada día es estar donde hay una injusticia”.
Móvil: sus idas y vueltas a Castelar en micros, trenes y subtes son una especie de gesta cotidiana en la cual la casi nonagenaria dama va a veces arrastrada por la multitud. “El otro día bajaba del tren. En el medio del gentío un chico que iba a subir me vio, tenía un chocolate, me dijo ‘gracias por todo lo que hacés’, me lo dio y subió. Me quedé en el andén con el chocolate llorando de emoción. Ni sé el nombre. Solo sé que era un chico del oeste”.
Hace dos años un golpe en el empeine le repercutió en un fuerte dolor de rodilla, y los médicos le dijeron algo fantasmal: tenía que dejar de marchar. Problema de meniscos. “Te imaginás, yo lo que tengo son menisquitos”. Por eso fue al debate en el Senado sobre el aborto seguro legal y gratuito en silla de ruedas. La actual vicepresidenta Gabriela Michetti la saludó educadamente al verla, y más tarde ordenó que le prohibieran el ingreso al recinto, por lo que Nora vio el debate por televisión en el despacho de Pino Solanas.
“El año pasado me regalaron la crema de cannabis y me la empecé a poner en la pierna. De a poquito, te diría que en un mes o dos, dejó de dolerme totalmente, y pude volver a caminar con bastón primero, y cada vez mejor”. Del pronóstico de inmovilidad Nora pasó a abandonar la silla de ruedas, el bastón parece cada vez más un adorno, y no deja de estar en todas partes. “Ahora en vez de bombones me regalan cannabis”. En el jardín, además de la santa rita, las azaleas y los potus, crecen dos robustas plantas de marihuana.

Feminismo, grieta y hambre

Tiene docenas de muñecas que le han regalado, varias son Noritas con pañuelo blanco y hay una con pañuelo verde. Muestra una remera con una frase que ha hecho célebre: “Ser feminista es una cosa bárbara”. El lema forma parte del Norita Fútbol Club (Las Noritas) equipo femenino que participa en la Liga Nosotras Jugamos. En la delantera de Las Noritas juega su nieta Lucía. “Y yo pedí que me den la 10”, explica la abuela, que además está asombrada porque ha sido llamada a dar una charla por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
¿Qué es lo peor que vivió, además de la desaparición de Gustavo? “La desaparición de las tres madres. Veías que los militares no se saciaban ni con los miles que se habían llevado”.
¿Lo mejor? “La resistencia de la gente, de los pueblos. Si no fuera por la resistencia pacífica y prudente que tiene este pueblo ya estaríamos con las patas de los norteamericanos acá adentro. Hay espacios que parecen pequeños pero que van frenando, sin saberlo, los avances de la derecha”.
Reconoce que fue un dolor también la separación de Madres, en 1986. “Algunas nunca dejamos de sentir que no tendría que haber ocurrido. Pero había mucha diferencia sobre las metodologías y nosotras, en Línea Fundadora, queríamos ser horizontales e independientes”. No quiere hablar demasiado sobre las diferencias en la propia Línea Fundadora. “Lo que reivindico es esa independencia, la mirada crítica. En el anterior gobierno creían que la crítica era mala leche, y eso no es cierto. Yo reconozco que lo que se hizo con el tema de derechos humanos fue histórico. No pensábamos que íbamos a ver a los genocidas juzgados. Pero eso no quiere decir que una se calle cuando hay cosas como el apoyo al modelo extractivo, o poner a (César) Milani al frente del Ejército”, explica, críticas que hizo extensivas a la Ley Antiterrorista, el pago de deuda externa, la tragedia de Once, el INDEC, el Proyecto X, y toda área atacada por políticas oficiales, el modelo científico con Lino Barañao al frente, el modelo sojero, la minería a cielo abierto, la violencia institucional, la discriminación a los pueblos originarios, entre muchos etcéteras que hicieron que no fuera ella de las participantes en los actos emitidos por cadena nacional. “Nuestra función es otra desde siempre: es ser independientes de los partidos y del Estado”.
Cuenta que su nieto Damián, el hijo de Gustavo, fue siempre partidario de la gestión kirchnerista. “Pero yo decidí que no voy a perder amigos, familiares ni ideales por la política partidista. Entonces hablábamos de cualquier otra cosa. Pero desde que está este gobierno sí que volvimos a hablar de política”, dice riéndose.
Sobre lo electoral: “Estoy mirando. No decidí qué hacer”. Una pista: en una de las últimas elecciones Nora fue con un marcador. Tomó una boleta y escribió: 30.000 detenidos desaparecidos. No al extractivismo. No a la persecución a las comunidades indígenas. No a la deuda externa impagable, inmoral y odiosa. “Lo puse en el sobre y voté. Me lo habrán anulado. No importa, saben que estuve ahí”, cuenta. “Y digo sí a la justicia, a la verdad, a la memoria, a la resistencia, a los juicios hasta que se condene al último genocida y a la recuperación de la identidad de todos los jóvenes que fueron niños apropiados por el terrorismo de Estado”.
En el área de derechos humanos cree que la gran cuenta pendiente es que se conozcan los archivos militares. “Es una burla que no los entreguen. Registraban todo, hay pruebas, y eso permitiría saber qué ocurrió con cada persona desaparecida. Pero es una decisión política que ningún gobierno quiso tomar”.
¿Cuál es su principal preocupación hoy? “El hambre. Estamos cada vez peor. Más hambre, pobreza, desocupación. Es una época de destrucción. Pero no tenemos que dejar que nos llegue el odio. Hay que resistir, pero no tenemos que perder la sonrisa, que nos hace fuertes: es lo mejor que podemos tener”.
Está perpleja Norita porque su biznieta Camila, 9 años, le dijo que los besos y los abrazos contagian gérmenes. “Pero el abrazo y las caricias estimulan las endorfinas que son lo que dan ganas de vivir. Cuando alguien está enfermo, lo acariciás, le das la mano y eso es terapéutico por las endorfinas. Así que en eso sí que tengo partido: soy partidaria de los besos y los abrazos”.

La ley

Las Madres son cada vez menos. “El año pasado murieron cuatro. Las sentimos mucho”. ¿Cómo imaginar las cosas cuando ya no queden Madres? “Yo no me imagino nada. Nunca digo que esto va a ser así o asá Lo que creo es que siempre hubo etapas con determinadas personas que vivieron y luego murieron. Es la ley de la historia, y de la vida. Ojalá nunca más tenga que haber Madres porque hay genocidios y represiones. Pero en nuestro caso, de algún modo estaremos en la Plaza. Y entonces habrá que ver qué es lo que nace” dice sin miedo y sin nostalgia, haciendo bailar esa sonrisa alimentada en la calle con abrazos y resistencia, besos y valentía, magia y endorfinas.

Memoria, verdad, justicia y Norita
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La Ronda, en la mirada de Nora Lezano

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Sexta entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo. Esta cobertura, realizada por Nora Lezano, corresponde al ritual del jueves 14 de marzo.

La Ronda es una iniciativa autogestiva coordinada por la editora Claudia Acuña y la fotógrafa Alejandra López. Todas las semanas, unx fotografx registra el ritual que se sostiene hace más de 40 años.

Todo el material colaborativo será entregado a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos.

“Nunca había estado en una Ronda.

Le pedí a una amiga que me acompañara. Sentí que se jugaba por un lado algo emotivo inmenso y por el otro el miedo a lo incontrolable. Jamás hago fotos en la calle justamente porque adentro de un estudio puedo controlar todo. Antes de salir para la Plaza dejé en mi casa un llanto espeso. El día estaba nublado. Ese llanto tenía la exigencia de haberme comprometido a resolver algo desde un lugar del que no estoy acostumbrada pero también el nerviosismo de saber que iba a vivir una experiencia de la que iba a salir profundamente atravesada”.

“Y así fue que me hice parte de esa ceremonia, fluyendo en círculos con mi cámara, acompañando esa fuerza indestructible del sostener. Donde nada importaba más que SER esa RONDA”.

Sobre Nora Lezano

Fotógrafa y artista visual.

Comienza a desarrollar su trabajo en la década de los 90. Sus retratos de músicos constituyen una parte representativa de su obra.

De 1992 a 2008 trabajó como fotógrafa institucional del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En los años 2000 y 2001 la Secretaría de Cultura y Comunicación de la Nación le encargó las coberturas de los ciclos “Argentina en vivo 1 y 2”, el “Festival Internacional de Jazz”,  la “1era. Semana Argentina en Madrid”, “La historia en su lugar” y “Música clásica en los caminos del vino”.

Trabajó como fotógrafa, directora, iluminadora y videasta para proyectos performáticos, de artes visuales y cinematográficos.

Publicó en forma independiente el libro Sin sueño se duerme también y Communitas (Planeta) -en coautoría con E. García Wehbi-.

FAN, la retrospectiva de sus años en el rock, se presentó desde el 2015 a la actualidad, en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, el Museo Boggio de Chivilcoy, la Biblioteca del Congreso Nacional, la Casa de la Cultura de Entre Ríos; el Centro Cultural San José, de Olavarría,  el Museo de Bellas Artes de La Plata, el Espacio Contemporáneo de Arte Eliana Molinelli de Mendoza, la Planta Alta de la Estación Belgrano, en Santa Fe y en la Universidad Nacional de Quilmes.

Junto a las fotógrafas Andy Cherniavsky e Hilda Lizarazu, en el Palais de Glace, presentó la muestra LOS ÁNGELES DE CHARLY, una celebración a la obra de Charly García.

INVENTARIO, que incluyó una serie de objetos, fotografías y material fílmico y sonoro del archivo personal de la artista, además de una performance, se presentó en la Bienal de Performance 2019.

Desde 1996 sus fotos ilustran el suplemento RADAR del diario Página/12 y desde el año 2015 realiza las fotos de los calendarios de la Fundación Viva la Vida por el Bienestar Animal.

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Nota

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

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Quinta entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, que se propone transmitir el valor de la constancia, de los pies en el espacio público, de la gota a gota que horada la piedra, la no violencia contra la violencia, su valor social, su peso histórico, sus 40 años de coreográfico diseño: media hora, todos los jueves. Esta cobertura realizada fue por la fotógrafa y artista visual Martina Perosa.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

“Desde hace tiempo me interesa la relación entre fotografía y movimiento. Hay un trabajo que me parece muy interesante, que me inspiró en esta búsqueda, que es la serie fotográfica de Muybridge en el que logra documentar el rápido trote de un caballo en el aire. Mediante esta serie intentaba demostrar, frente a la teoría opuesta de algunos periodistas deportivos, en el que hay un momento de la carrera en el que los cuatro cascos del equino están en el aire. Esas series en movimiento abrieron una nueva discusión en la historia de la fotografía, que incluso dieron comienzo al cine”.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

“Siempre me interesaron estos cruces interdisciplinarios entre las diferentes ramas artísticas como el cine, la fotografía y la danza. Pensando la ronda de plaza de mayo, me punzaba mucho la idea de coreografía. Una repetición constante todos los jueves, durante cuarenta años, por media hora. Una serialidad. Una duración y tiempo concreta. En un espacio determinado. Unos cuerpos, y una relación entre ellos, con una calidad de movimiento que a lo largo de los años fue mutando según el contexto: explosivo, suave, sutil. Y una música que hilvana el movimiento, los sonidos de la calle y el grito popular”.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

Sobre Martina Perosa

Artista visual, nacida en la ciudad de Buenos aires. Su formación se centró en distintas disciplinas artísticas, que hoy confluyen en su obra. Estudió cine, indagó en el teatro, la performance y danza contemporánea y luego se especializó en talleres de fotografía y  clínicas de obra. Esta multiplicidad de intereses le permitió construir una mirada interdisciplinaria sobre la fotografía con un principal interés en el movimiento, y en la potencia de la imagen para construir ficción y contar historias. En 2019 editó su primer fotolibro “Shinsekai”, finalista del Premio Publicación Latinoamericano en el FELIFA 2021 y en diciembre 2023 editó su segundo fotolibro Proyecto Dallas.

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