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¡Se-ne-gal!

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Un periodista italiano viendo la victoria de Senegal en Once, Argentina.

Por Giansandro Merli

QUEREMOS ver el partido de Senegal-Polonia con senegaleses de Buenos Aires. Preguntamos a amigos y a amigos de amigos. Preguntamos en las redes sociales. Nos responden los propios senegaleses diciendo que no se van a juntar, que a esa hora hay que trabajar, que ellos no suelen interrumpir el trabajo por el fútbolYa son las diez. El partido empieza en una hora. De repente, una dirección, un hostel en Corrientes. Vamos.
 
 
Pasamos una puerta negra. Subimos con el ascensor. Nos quedamos en una habitación que hace de recepción. Estamos con Mirta, simpática mujer que trabaja acá, quien nos explica que hay dos hostels en la misma planta: en uno viven senegaleses; en el otro, venezolanos.
 
 
Mientras esperamos que el partido empiece y la gente llegue, charlamos con Mirta. Dice: “Son muy buena gente. A menudo se juntan acá. Comen, rezan y toman mate. Hace poco hicieron una fiesta por el final del Ramadán”. En la charla se menciona un empujón célebre que hace un año un senegalés le dio a un policía durante un desalojo. El hombre había reaccionado cuando vio cómo la policía le pegaba a una mujer que se encontraba a su lado. “Ah, claro. La violencia contra las mujeres no la aceptan”, comenta Mirta.
 
 
Entonces empiezan a entrar senegaleses. De la habitación con el televisor encendido llegan las notas de los himnos nacionales. Mientras tanto, la charla toca el tema ineludible: la violencia de la policía contra los vendedores callejeros. “Esta crueldad es inútil. Yo los veo, es gente que trabaja duro. Algunos no hablan muy bien español, pero yo los veo: son muy inteligentes, saben laburar. Esta situación los afecta mucho”. Mirta nos cuenta que durante esta temporada muchos de estos jovenes se van a trabajar al interior: Rosario, Córdoba, Salta, y otras ciudades.
 
Llega el primer silbato del árbitro. La mujer pide a los que están mirando el partido si podemos pasar. Los chicos dicen que hay que esperar un poco, porque el titular de la habitación aún no está llegando y prefieren que le pidamos permiso a él. “¿Quieren ir a una feria donde hay muchas tiendas y puede que se junten?”, nos pregunta Mirta. Sí. 
 
¡Se-ne-gal!

Foto: Nacho Yuchark

En el fondo hay algunos puestos de senegaleses. Un argentino pone una televisión modelo Ken Brown en una esquina vacía. La enciende. Se acercan un par de personas con la remera de los leones de África, mientras un tercero va y viene de su tienda. No parece ser costumbre en la comunidad parar todas las actividades para ver a la selección. 
 
Senegal juega bien. Corre. Ataca. Y así, dentro la feria, alrededor de la pantalla sube la tensión. Huele a mundial. Hay personas que paran a ver una acción, otras que se sientan algunos minutos. El hombre ya deja de volver a su tienda: sus ojos se quedan pegados a la televisión. Las gradas son rojas y blancas, al parecer son todos polacos. Hay sólo un par de manchas coloradas: una verde, como la remera de Senegal; otra amarilla, roja y verde como la bandera del país y los colores de África. En aquellas zonas, el movimiento es continuo: no paran de saltar y bailar. Son pocos pero se ven hasta en la pantalla: se sienten en la cancha.
 
Minuto ’36. El ala izquierda de Senegal pasa la pelota al centro, al ídolo Mané, que juega en el Liverpool. Mané la larga a Gueye, el compañero que se encuentra un poquito más allá, más a la derecha. Gueye dispara, el tiro choca contra Thiago Cionek, defensor rojo; el arquero de Polonia queda impotente. Uno a cero.
 
¡Se-ne-gal!

Foto: Nacho Yuchark

En la feria se levantan los gritos. Más gente se acerca a la pantalla. Se acaba el primer tiempo. El hombre que iba y venía de la tienda nos invita a ir a ver el segundo en casa de amigos suyos. Se llama Fayer y lleva dos años viviendo en Buenos Aires. “¿Quién cuida la tienda?”, le preguntamos. “No sé, a lo mejor nadie. Ahora hay que ver el partido”, nos contesta riendo.
 
Caminamos un par de cuadras, en pleno Once. Las tiendas llenas de remeras y banderas de la selección argentina, las publicidades de Messi por todos lados, y nuestros amigos con la remera de Senegal. Entramos por una puerta, tomamos un ascensor y estamos en el departamento. Hay más gente, cinco, seis chicos. La televisión arriba, cerca del techo. Nos dan la bienvenida. En la ciudad hay muchas ciudades.
 
¡Se-ne-gal!

Foto: Nacho Yuchark

Empieza el segundo tiempo. Palabrotas y alientos salen en tres lenguas. Wolof, catellano y francés se mezclan en cada acción. Casi todos llevan la remera del equipo con el león dibujado encima. Les pregunto dónde se puede comprar. Contesta Babacar: “Aquí ésta no se vende. Las pedimos y nos las trajeron de Senegal, justamente para el Mundial”. En la cancha los jugadores negros de traje verde siguen corriendo. De vez en cuando Lewandowski, estrella polaca, dispara un tiro peligroso.
 
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Foto: Nacho Yuchark

Minuto ’59. Un defensor del equipo africano saca hacia adelante con un inocuo cabezazo. La pelota llega a los pies de un polaco, que da la vuelta pensando pasárserla al arquero, en el otro lado de la cancha. Pero M’Baye Niang aprovecha y corre más rapido que todos: es un rayo. Engaña a Szczesny-Bednarek, alarga la pierna entre arquero y defensor. La pelota se dirige hacia el arco polaco. Niang la empuja un poco… ¡Gol! Dos a cero.
 
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Foto: Nacho Yuchark

En la habitación de Once se vuelve a festejar. Abrazos y gritos, saltos arriba y abajo de la cama. Se levanta un canto colectivo, del cual entendemos sólo el final: “SE-NE-GAL, SE-NE-GAL”.
 
Es el momento de algún video y alguna selfie, para que crucen el Atlántico y se sumen a la fiesta que acaba de estallar en el otro lado del oceano. Durante ventiseis minutos es todo alegría, sonrisas y felicidad. Pero la pelota es redonda y en el minuto ’86, el polaco Grzegorz Krychowiak la mete adentro. Polonia se acerca: 1 a 2. Faltan cuatro minutos, más el tiempo de descuento. Se viven minutos de miedo dentro y fuera de la pantalla. Allá, en la cancha de Moscú, los once senegaleses se cierran en su mitad del campo: que el reloj acelere, que se acabe ya. Acá en Once, los compañeros de Senegal hacen la cuenta regresiva, todos parados, mientras sus corazones laten más rápido que los segundos.
 
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Foto: Nacho Yuchark

Cuando el arbitro pita tres veces, volvemos a respirar. Senegal gana y es la primera victoria de un equipo africano en Rusia 2018. El equipo negro vence a los super blancos de Polonia, único equipo del Grupo de Visegrad que juega el Mundial, una alianza entre cuatro países que entraron en la UE en 2004. Hoy en día, Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia siguen teniendo relaciones preferenciales, sobre todo con respecto a una cuestión: el rechazo de los inmigrantes, la denegación a aceptar cuotas de refugiados políticos desembarcados a Europa por el Mediterráneo. Como dice Galeano, el futbol es siempre espejo del mundo. Los reflejos del partido de hoy son fieles en muchos sentidos.
 
Saludamos los amigos y bajamos con Fayer, Babacar y su novia. Las caras negras tienen otra luz y los ojos se cruzan sonriendo. No hace falta entender el wolof para saber de qué hablan cuando se saludan y se abrazan por la calle.
 
Todo el mundo se felicita muy calurosamente con Fayer. Un senegalés sonriente nos dice: “Fayer es el primer hincha de Senegal”. Fayer explica: “Yo fui a ver el otro mundial. Estuve en Corea en el 2002, hinchando por Senegal. Vi mi equipo jugar por primera vez un partido en el campeonato más importante y ganarlo. Fue contra Francia, que entonces era campeón de Europa y del mundo. Después empatamos con Dinamarca y Uruguay y pasamos el grupo. En octavos, vencemos a Suecia, pero no pudimos con Turquía. Salimos en cuartos de final. Cissé jugaba en ese equipo, hoy entrena la selección. Esperamos que este año nos vaya mejor”.
 
¡Se-ne-gal!

Foto: Nacho Yuchark

Cruzamos Corrientes. La geografía de las calles es diferente cuando los puntos de referencias son las sonrisas futboleras pegadas en las caras negras. En una esquina, enfrente de una tienda, encontramos otro festejando con una bandera roja-amarilla-verde con la estrella en el medio. La levanta y la ondea. Los coches que pasan lo ven y tocan bocinas. Algunos saludan con la mano fuera de la ventanilla. Otro que pasa lo abraza, nos mira y grita: “Es el mundial amigos. ¡Todos tenemos que disfrutar!”.
 
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Foto: Nacho Yuchark

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