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Colores unidos mapuches

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El 14 de febrero recuperaron el predio ancestral de Santa Rosa de Leleque, en Chubut, en el que ya comenzaron a construir un salón comunitario. Abrieron, así, un nuevo capítulo en esta batalla contra la poderosa corporación de los hermanos Benetton, dueña de casi un millón de hectáreas en la Patagonia argentina.

Colores unidos mapuchesEmpezó marzo y en Santa Rosa de Leleque se armó el rucatún, la actividad que el pueblo mapuche organizó para construir colectivamente su salón comunitario en las tierras que reivindican como propias y que hasta el 14 de febrero pasado formaban parte de las 900.000 hectáreas que el magnate italiano Luciano Benetton compró en la Patagonia argentina.
Aquel día, en silencio pero con decisión, 28 mapuches partieron a las cinco y media de la mañana de Esquel en desvencijadas camionetas, o simplemente a dedo, para recorrer los 90 kilómetros que los separaban de sus tierras ancestrales. Poco antes del amanecer, se instalaron en ese terreno que parecía abandonado. Plantaron una bandera, blanca, amarilla y azul, que no representa a los colores unidos de Benetton sino a la nieve, el sol y la energía cósmica. Son los colores ceremoniales de esta comunidad indígena. Después, se pararon erguidos y perdieron la mirada en el saliente para realizar la ngpllipün, una ceremonia ritual, con cánticos y oraciones, mediante la cual los miembros de la comunidad se conectan espiritualmente con la naturaleza.
La misma ceremonia se repite cada mañana, cuando se asomar tibiamente el sol. Es una especie de señal de largada para una jornada de intenso trabajo. Levantar las nuevas casas es el primer objetivo que se impusieron los mapuches. “Queremos hacerlo con materiales propios del lugar, para generar el menor impacto posible en la naturaleza”, explica Mauro Millán, el werken (vocero) de la comunidad.
Por esa razón, custodiadas por los boscosos cerros andinos, las mujeres van y vienen cargando piedras que llegan a pesar hasta veinte kilos. Las dejan en manos de los hombres, encargados de hacer fosas y colocarlas a modo de cimientos. “Estamos jugando una carrera contra el tiempo –subraya Millán–. Acá el verano dura muy poco y el invierno es muy crudo.” Hasta ahora, nevó sólo el día en que los indígenas retornaron a la tierra. Los ancianos de la comunidad fueron los encargados de evitar la desazón, argumentando que el fenómeno meteorológico se debía a una prueba a la que los sometía la mapu (tierra) para saber si realmente estaban preparados para recuperar el territorio de 535 hectáreas que habían habitado sus antepasados.
Recién después de las ruka (casas), vendrá la siembra que –promenten– será diversificada para no dañar la tierra. Mientras construyen, los mapuches viven en condiciones precarias. No cuentan con energía eléctrica, extraen agua de los arroyos y duermen en carpas o ramadas, una especie de toldos con techos de ramas levantados a calor del fogón. Para acelerar los tiempos de la edificación, la comunidad organizó el rucatún, que consiste en invitar durante un fin de semana a manos solidarias –mapuches y no mapuches– a colaborar con la construcción del salón comunitario. Allí Millán sueña exponer y vender las artesanías en plata que realiza desde hace quince años; otros exhibirán telares, instrumentos o esculturas.
El último fin de semana de febrero ya hubo un encuentro similar. Participaron vecinos de Esquel, Lago Puelo, Epuyén y El Bolsón. Muchos eran docentes, otros activistas contra las mineras patagónicas a cielo abierto y también llegaron turistas que se enteraron de la reunión por el boca a boca, el principal medio de comunicación con que cuentan los mapuches desde que llegaron a este predio. “La gente que nos visita llega despojada de mezquindades, acá se ve la pureza de cada individuo. Ponerse a trabajar en estas condiciones en un momento donde el individualismo es la máxima expresión del mundo no es para cualquiera”, reflexiona Millán.
En agradecimiento por la colaboración –algunos visitantes llegaron con comida, otros con ladrillos a cuestas– los habitantes de Santa Rosa ofrecieron una exhibición de palín, un juego que practicaban las comunidades originarias y que podría asemejarse al hockey actual. Sólo que en vez de pelota utilizaron una especie de tejo hecho con el nudo del tronco de un árbol, en lugar de palos emplearon ramas curvadas en un extremo y en vez de jugarse sobre césped se hizo sobre la tierra, por lo que la polvareda que se levantó impedía la visión de buena parte de las acciones.
Ese mismo día, alrededor del fuego, la comunidad expuso ante los invitados sus sentimientos, detalló aspectos de su cultura y delineó sus objetivos. “Nuestra lucha no se acaba con la recuperación de nuestras tierras históricas, también queremos enmarcarla en un contexto. Nosotros queremos debatir dos ejes: la extranjerización de la tierra y su redistribución”, sintetiza Millán.
Cada uno de los visitantes, a su vez, se presentó, contó su historia, pero –sobre todo– escuchó atentamente el estado de situación de la comunidad. Atilio Curiñanco relató que el mismo día en que llegaron redactaron un acta por la que quedaron constituidos como Comunidad Mapuche de Santa Rosa de Leleque. Una delegación viajó 70 kilómetros hasta El Bolsón para certificar las firmas ante un oficial público y darle legalidad al documento. Los que se quedaron tuvieron que recibir una delegación policial que arribó con la intención de labrar un acta por usurpación. También se acercó un fiscal ganadero, que se propuso actuar de oficio y solicitó a la justicia de Chubut el desalojo de las tierras. Más tarde fueron los representantes legales de la Compañía de Tierras Sud Argentino (ctsa), propiedad de Edizione Holding, firma vinculada a la corporación Benetton, quienes iniciaron una causa penal: acusaron a los mapuches de haber ingresado de manera clandestina, cortando alambrados, a terrenos de su propiedad. La Fiscalía local desestimó la denuncia, al considerar que no había elementos que sustentaran tales figuras delictivas. “Pero esto recién empieza, no creemos que esto termine acá. Seguro que Benetton va a insistir. Estamos dispuestos a dar batalla y llegar a instancias internacionales, si es necesario. Estamos poniendo sobre la mesa un derecho histórico, preexistente al Estado, al poder político y a la justicia que nos juzga”, señala Millán, sin alterar ni un momento su tono de voz sereno y pausado.
 
El encuentro en Roma
No será ésta la primera batalla mapuche contra Benetton por esas tierras. Atilio Curiñanco y su mujer, Rosa Rúa Nahuelquir intentaron recuperar este mismo predio el lluvioso 23 de agosto de 2002. El hombre, que había pasado allí su infancia, quería volver para cultivar frutillas y escapar del desempleo que lo acosaba. La historia terminó mal, con un juicio penal y otro civil sobre sus espaldas. Mientras en el primero fue absuelto por falta de pruebas, en el segundo el juez falló concediendo las tierras a la corporación italiana, basándose en títulos de propiedad cuya autenticidad cuestionaron los abogados de los mapuches.
A diferencia de aquella oportunidad, esta vez no es una aventura de una familia. Todo el pueblo mapuche se comprometió con la recuperación de estas tierras, aprobando la acción en una asamblea de la comunidad. “Ahora –sentencia Millán– tiene la fuerza de un sueño colectivo.”
La familia Curiñanco integra la delegación que el 14 de febrero volvió a Santa Rosa y Atilio no para de trabajar. Sus compañeros, a veces, tienen que frenarlo, por temor a que semejante esfuerzo dañe su salud. No bien llegó manifestó que el predio estaba tal cual lo había dejado en octubre de 2002, cuando fue desalojado por la policía, que decomisó sus animales y herramientas y destruyó su casa de chapas.
Después de aquel suceso, los Curiñanco acamparon frente a la estancia de la Compañía de Tierras Sud Argentino, cortaron la ruta 40 y así, lentamente, la noticia de que los mapuches repudiaban a Benetton –el excéntrico empresario que hizo de la integración cultural su principal campaña de marketing– llegó a colarse, por pintoresca, en algunos medios de comunicación.
La Fundación Raíces organizó un viaje a Roma de los Curiñanco para que se encontraran con el magnate, donde el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, y el periodista italiano Gianni Miná oficiaran de mediadores. También participaron de la reunión en el Campidoglio romano miembros de la Fundación Gorbachev y el entonces embajador argentino en Italia, Victorio Taccetti.
El encuentro fue tenso y trilingüe. Se habló en mapuche, italiano y castellano. Los americanos exigieron la restitución de las tierras y cuestionaron seriamente el museo montado por Benetton a escasos 10 minutos del lugar adonde este miércoles regresó la comunidad de Santa Rosa de Leleque. En la proclama que redactaron los mapuches para hacer pública la acción por la que volvieron a sus tierras lo dejaron otra vez en claro: “Santa Rosa ha presenciado décadas de despojo, de violencia, de intolerancia, de usurpación, de desapariciones y de muerte. Los Futakecheyem (Antiguos) hombres y mujeres que pisaron libremente esta tierra hoy yacen en vitrinas de museos, sus instrumentos sagrados son piezas de exhibición, acallados por la fuerza hoy son trofeos de una cultura que destruye lo diferente: las ideas diferentes, filosofías, espiritualidades, ideologías, pueblos diferentes. Sin embargo, las pisadas de estos antiguos son huellas inspiradoras. Somos consecuencia de esas huellas”.
Aquella reunión de Roma terminó con el compromiso de Benetton de donar tierras al gobierno argentino para que, si lo deseaba, se las restituyera a los mapuches. “Usted no puede donar lo que no es suyo´”, le gritóentonces Rosa Rúa Nahuelquir al empresario, que a pesar del enojo insistió con la propuesta. La donación nunca se hizo efectiva: la rechazó el estado provincial porque los terrenos que ofrecían los Benetton no eran productivos.
“Nosotros no esperamos nada de Benetton, nosotros sólo trabajamos. Si no nos molestan habrá tranquilidad absoluta. Si intentan echarnos, el gobierno de Chubut se tendrá que hacer cargo de las diferentes situaciones de violencia. Nosotros estamos preparados para resistir”, advierte Millán, que en cada oración intercala algún término en mapuzungun, la lengua mapuche. “Para nosotros no se trata tan solo de recuperar una tierra –completa–, sino también de recrear una cultura.”

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