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Capita(fio)lismo

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Michel Foucault. No quiso ni reconstruir la historia ni analizar las ideas, sino pensar qué significaba la noción misma de sexualidad. Así, el filósofo francés más influyente de las últimas décadas encontró la clave: cómo es el poder, de qué formas opera y por dónde; qué lo alimenta y qué significa estar sometido “a esta austera monarquía del sexo”, tal como Foucault la definió. Ideas para reflexionar sobre los laberintos de la realidad, esa que tantas veces nos obliga a mirar para otro lado.

Historia
A comienzos del siglo 17 era moneda corriente, se dice, cierta franqueza. Los códigos de lo grosero, de lo obsceno y de lo indecente, si se los compara con los del siglo 19, eran muy laxos. Gestos directos, discursos sin vergüenza, transgresiones visibles, anatomías exhibidas y fácilmente entremezcladas, niños desvergonzados vagabundeando sin molestia ni escándalo entre las risas de los adultos: los cuerpos se pavoneaban.
A ese día luminoso habría seguido un rápido crepúsculo hasta llegar a las noches monótonas de la burguesía victoriana. Entonces, la sexualidad es cuidadosamente encerrada. Se muda. La familia conyugal la confisca. Y la absorbe por entero en la seriedad de la función reproductora. En torno al sexo, silencio. Dicta la ley de la pareja legítima y procreadora. Se impone como modelo, hace valer la norma, detenta la verdad, retiene el derecho de hablar reservándose el principio de secreto. Tanto en el espacio social como en el corazón de cada hogar existe un único lugar de sexualidad reconocida, utilitaria y fecunda: la alcoba de los padres. El resto no tiene más que esfumarse y si insiste y se muestra demasiado, vira a lo anormal. Y si no puede reinscribirlas en los circuitos de la producción, lo hará al menos en el de las ganancias. El burdel y el manicomio serán lugares de tolerancia: la prostituta, el cliente y el rufián, el psiquiatra y su histérico parecen haber hecho pasar subrepticiamente el placer que no se menciona al orden de las cosas que se contabilizan: las palabras y los gestos, autorizados entonces en sordina, se intercambian a buen precio.
 
Renta
¿Estaríamos ya liberados de esos dos largos siglos donde la historia de la sexualidad debería leerse como la crónica de una represión creciente? Poco, se nos dice aún. Quizá, por Freud. Somos la única civilización en la que ciertos encargados reciben retribución para escuchar a cada cual hacer confidencias sobre su sexo: como si el deseo de hablar de él y el interés que se espera, hubiesen desbordado ampliamente las posibilidades de escucha, algunos han puestos sus oídos en alquiler.
 
Pregunta
Se trata, entonces, de interrogar el caso de una sociedad que desde hace más de un siglo se fustiga ruidosamente por su hipocresía, habla con prolijidad de su propio silencio, se encarniza en detallar lo que no dice, denuncia los poderes que ejerce y promete liberarse de las leyes que la han hecho funcionar. La pregunta que querría formular no es ¿por qué somos reprimidos?, sino: ¿por qué decimos con tanta pasión, tanto rencor contra nuestro pasado, contra nuestro presente y contra nosotros mismos que somos reprimidos?
 
Mecanismo
Se me dirá que si hablan con tanta abundancia y desde hace tiempo se debe a que la represión está profundamente anclada, que posee raíces y razones sólidas, que pesa sobre el sexo de manera tan rigurosa que una única denuncia no podría liberarnos; el trabajo solo puede ser largo. Las dudas que quisiera oponer a esta hipótesis represiva se proponen menos demostrar que es falsa y más colocarla en una economía general de los discursos. Trata de determinar, en su funcionamiento y sus razones de ser, el régimen de poder-saber-placer que sostiene en nosotros al discurso sobre la sexualidad humana. El punto esencial es tomar en consideración el hecho de que se habla, quiénes lo hacen, los lugares y los puntos de vista desde donde se habla, las instituciones que a tal cosa incitan, en una palabra, el hecho discursivo global, la puesta en discurso del sexo.
Entendámonos: no digo que la prohibición del sexo sea una engañifa, sino que todas esas prohibiciones, rechazos, censuras, denegaciones que la hipótesis represiva reagrupa en un gran mecanismo central destinado a decir no, sin duda sólo son piezas que tienen un papel táctico a desempeñar en una técnica de poder.
 
Silencios
No cabe entonces hacer una división binaria entre lo que se dice y lo que se calla; habría que intentar determinar las diferentes maneras de callar, cómo se distribuyen los que pueden y los que no pueden hablar, qué tipo de discurso está autorizado o cuál forma de discreción es requerida para los unos y los otros. No hay un silencio sino silencios varios y son parte integrante de estrategias que subtienden y atraviesan los discursos.
 
Función
Hacia el siglo 18 nace una incitación política, económica y técnica a hablar de sexo. Y no tanto en forma de una teoría general de la sexualidad, sino en forma de análisis, contabilidad, clasificación y especificación, en forma de investigaciones cuantitativas o causales. Se debe hablar de sexo, se debe hablar públicamente, se debe hablar como de algo que no se tiene, simplemente, que condenar o tolerar, sino de dirigir, que insertar en sistema de utilidad, regular para el mayor bien de todos, hacer funcionar según un óptimo. El sexo no es una cosa que se juzgue, es cosa que se administra.
 
Población
Una de las grandes novedades en las técnicas del poder fue el surgimiento, como problema económico y político, de la “población”; la población-riqueza, la población-mano de obra o capacidad de trabajo, la población en equilibrio entre su propio crecimiento y los recursos de que dispone. Los gobiernos advierten que no tienen que vérselas con individuos, sino con una población y sus fenómenos específicos: fecundidad, estado de salud, frecuencia de enfermedades, formas de alimentación y de vivienda. En el corazón de este problema económico y político de la población, el sexo: hay que analizar la tasa de natalidad, la edad del matrimonio, los nacimientos legítimos e ilegítimos, la precocidad y la frecuencia de las relaciones sexuales, la manera de tornarlas fecundas o estériles, el efecto del celibato o de las prohibiciones, la incidencia de las prácticas anticonceptivas. La conducta sexual de la población es tomada como objeto de análisis y, a la vez, blanco de intervención. Nace el análisis de las conductas sexuales, de sus determinaciones y efectos, en el límite entre lo biológico y lo económico. También aparecen esas campañas sistemáticas que, más allá de los medios tradicionales –exhortaciones morales y religiosas, medidas fiscales– tratan de convertir el comportamiento sexual de las parejas en una conducta económica y política concertada.
 
Perverso
La sociedad burguesa del siglo xix, sin duda también la nuestra, es una sociedad de la perversión notoria y patente. Y no de una manera hipócrita, pues nada ha sido más manifiesto y prolijo, más abiertamente tomado a su cargo por los discursos e instituciones. Se trata del tipo de poder que ha hecho funcionar sobre el cuerpo y el sexo. Tal poder no tiene ni la forma ni la ley ni los efectos de la prohibición. Al contrario, procede por desmultiplicación de las sexualidades singulares. No fija fronteras a la sexualidad: prolonga sus diversas formas, persiguiéndolas. No la excluye, la incluye en el cuerpo como modo de especificación de los individuos; no intenta esquivarla; atrae sus variedades mediante espirales donde placer y poder se refuerzan; no establece barreras; dispone lugares de máxima saturación. Produce y fija a la disparidad sexual. La sociedad moderna es perversa, no a despecho de su puritarismo o como contrapartida de su hipocresía; es perversa directa y realmente.
 
Biopolítica
Concretamente, ese poder sobre la vida se desarrolló en dos formas principales, no son antitéticas más bien constituyen dos polos de desarrollo enlazados. Uno de los polos fue centrado en el cuerpo como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos. Todo ello quedó asegurado por procedimientos de poder característicos de las disciplinas: anatomopolítica del cuerpo humano. El segundo fue centrado en el cuerpo-especie, en el cuerpo transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar. Todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y controles reguladores: una biopolítica de la población.
 
Biopoder
El biopoder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; éste no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos. Pero exigió más; necesitó el crecimiento de unos y otros, su reforzamiento al mismo tiempo que su utilizabilidad y docilidad; requirió métodos de poder capaces de aumentar las fuerzas, las aptitudes y la vida en general, sin por ello tornarlas más difíciles de dominar. Si el desarrollo de los grandes aparatos del Estado, como instituciones de poder, aseguró el mantenimiento de las relaciones de producción, los rudimentos de anatomo y biopolítica inventados como técnicas de poder presentes en todos los niveles del cuerpo social y utilizadas por instituciones muy diversas (la familia, el ejército, la escuela, la policía, la medicina individual o la administración de colectividades) actuaron en el terreno de los procesos económicos, de su desarrollo, de las fuerzas involucradas en ellos y que los sostienen; operaron también como factores de segregación y jerarquización sociales, garantizando relaciones de dominación y efectos de hegemonía. Por primera vez en la historia lo biológico se refleja en lo político.
 
Umbral
Sobre este fondo puede comprenderse la importancia adquirida por el sexo como el “pozo” del juego político. Está en el cruce de dos ejes, a lo largo de los cuales se desarrolló toda la tecnología política de la vida. Por un lado, depende de las disciplinas del cuerpo: adiestramiento, intensificación y distribución de las fuerzas, ajuste y economía de las energías. Por el otro, participa de la regulación de las poblaciones, por todos los efectos globales que induce. El sexo es, al mismo tiempo, acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la especie.
 
Definición
Por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerzas inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sistema, o, al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional toma forma en las aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales. El poder está en todas partes; no porque lo englobe todo, sino que viene de todas partes. Y “el” poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autorreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de fijarlas. Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es una institución y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada. Siguiendo esta línea, se podrían adelantar cierto número de proposiciones:
 
Que el poder no es algo que se adquiera, arranque o comparta, algo que se conserve o se deje escapar; el poder se ejerce a partir de innumerables puntos, y en el juego de relaciones móviles y no igualitarias.
Que las relaciones de poder constituyen los efectos inmediatos de las particiones, desigualdades y desequilibrios que se producen y, recíprocamente, son las condiciones internas de tales diferenciaciones.
Que el poder viene de abajo; es decir que no hay una oposición binaria y global entre dominadores y dominados. Más bien hay que suponer que las relaciones de fuerza múltiples que se forman y actúan en los aparatos de producción, las familias, los grupos restringidos y las instituciones, sirven de soporte a amplios efectos de escisión que recorren el conjunto del cuerpo social. Éstos forman entonces una línea de fuerza general que atraviesa los enfrentamientos locales y los vincula. Las grandes dominaciones son los efectos hegemónicos de esos enfrentamientos.
Que las relaciones de poder son a la vez intencionales y no subjetivas. No hay poder que se ejerza sin una serie de miras y objetivos
Que donde hay poder hay resistencia, ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder. Así como la red de las relaciones de poder concluye por construir un espeso tejido que atraviesa los aparatos e instituciones sin localizarse exactamente en ellos, así también la formación del enjambre de los puntos de resistencia surca las estratificaciones sociales y las unidades individuales.
 
Desafío
El forjar otra teoría del poder, se trata, al mismo tiempo, de formar otro enrejado de desciframiento histórico y, mirando más de cerca todo un material histórico, de avanzar poco a poco hacia otra concepción del poder. Se trata de pensar el sexo sin la ley y, a la vez, el poder sin el rey.

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