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Tuberculosis: El bacilo de la esclavitud

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El mayor porcentaje de los casos de tuberculosis corresponde a costureros bolivianos. Tres hospitales porteños revelan números y causas y un estudio de la UBA detalla lo que hay detrás de cada enfermo: el 60 por ciento vive en el Bajo Flores, el 89 por ciento es pobre y el 90 por ciento trabaja en negro. ¿A quién le importa?

A na no es Ana. Quiere preservar su verdadera identidad porque teme perder su trabajo por el solo hecho de decir quién es. Está muy preocupada por no poder continuar ganándose la vida en el mismo lugar en el que se enfermó de tuberculosis: un taller de costura clandestino del Bajo Flores. Su voz se escucha un tanto engolada, tal vez por el barbijo celeste que le cubre media cara y que se infla y se desinfla con cada palabra que pronuncia. La joven, de 19 años, es una de los quince bolivianos internados durante la última semana de mayo en el pabellón Koch del Hospital de Infecciosas Francisco Muñiz, también conocido con el poco feliz apodo de “Hospital de las Pestes”.
El dato de la nacionalidad de Ana y su lugar de trabajo merecen especial atención. El 39 por ciento de los 1.200 casos de tuberculosis declarados el año pasado en la Capital Federal correspondió a personas de origen boliviano, según subraya Antonio Sancineto, coordinador de la Red de Atención a la Tuberculosis de la Ciudad de Buenos Aires. Para comenzar a develar por qué la enfermedad se ensaña con los inmigrantes del Altiplano más que con ningún otro grupo o sector, el médico –que lleva 38 años asentado en el Muñiz– detalla cuáles son los factores de riesgo para adquirir el bacilo:
El primer caldo de cultivo es el hacinamiento, cuando en un ambiente viven más de tres personas y alguna de ellas está contagiada.
El máximo riesgo de contagio está dado por la permanencia de seis horas o más, junto a un paciente infectado. En encuentros ocasionales, como puede ser un viaje en subte o compartir una clase, la posibilidad de transmisión de la enfermedad es mínima.
La mala alimentación debilita el sistema inmunológico y facilita el contagio. La pobreza y la desnutrición aumentan la posibilidad de contraer el bacilo.
Cosiendo pestes
La vida de Ana –que es casi lo mismo que decir su trabajo– cumple con todos los requisitos necesarios para contraer la tuberculosis. La joven vive en el taller de costura donde la emplean a cambio de una paga de veinte centavos por prenda que cose. Comparte la habitación con su madre, su padre, sus tres hermanos y su beba de dos meses. Con ella viven, también, otras tres costureras internadas en el Muñiz con el mismo diagnóstico. Cada una de ellas, a su vez, convive con sus respectivas familias.
Ahora que describe su labor en el taller de costura, Ana retrae la voz. Habla para adentro, casi hay que adivinarle las palabras. Cuenta que trabaja todos los días, excepto los domingos; que la jornada laboral arranca a las 6 de la mañana y finaliza recién a las 8 de la noche. Únicamente el sábado termina un rato antes, a la hora de la merienda. Tiene sólo una hora de descanso, al mediodía, destinada a almorzar. El propietario del taller –“también es boliviano, me duele que un connacional nos haga esto”, se lamenta– les provee el almuerzo, por lo general un guiso “bien a la argentina”. Sólo una vez a la semana se rompe la rutina alimentaria: como si fuera una recompensa, el dueño les ofrece fideos mostachole, a la usanza boliviana, bien picantes y acompañados con papas.
En la planta alta del pabellón se alojan los hombres. Diez bolivianos intentan ganarle la batalla a la tuberculosis. El único que no trabaja en un taller textil es albañil, pero está acompañado de un amigo costurero que fue a visitarlo y a consolarlo: “No te preocupes, hace tres meses yo estuve internado aquí y mira que bien estoy ahora”. Los varones parecen aun mucho más reservados que las mujeres, ante cualquier pregunta sobre su vida prefieren bajar la mirada. Apenas uno se anima a romper el hielo con una insólita pregunta: “¿Cómo es el gusto del asado argentino?”
Tal vez por esa inquietud gastronómica sus ojos se mueven con sagacidad cuando advierte a ese hombre con barbijo y guantes de látex que entra al pabellón arrastrando un carrito con bandejas con comida. Todos los que ingresan a la sala –sean pacientes, visitas o personal hospitalario– deben hacerlo con las fosas nasales y la boca cubiertas. “El bacilo ataca los pulmones y se contagia a través del aire, ingresando por las vías respiratorias”, explica Sancineto, acodado en una caja que almacena centenas de blister dorados que contienen medicación para combatir la enfermedad. El tratamiento –explica el médico– es casi siempre ambulatorio. La internación queda como un recurso extremo, cuando la vida del paciente corre riesgo, cuando no hay posibilidad de que se aloje en un lugar digno y, en algunos casos, cuando no se puede garantizar la ingesta de la medicación.

Es la pobreza, estúpido
Sancineto señala que la cantidad de pacientes bolivianos infectados con tuberculosis se fue incrementando en los últimos diez años. El Hospital Piñero, ubicado en la zona de influencia del Bajo Flores –donde se asienta gran parte de la comunidad boliviana y de los talleres textiles clandestinos– atendió en 2006 a 136 nuevos casos de tuberculosis cada cien mil habitantes, mientras que el promedio en toda la red sanitaria de la ciudad fue de 40.
Otro hospital que se encuentra en el área de residencia de la comunidad boliviana es el Santojanni, ubicado en Mataderos. Allí, más del 79 por ciento de los casos de tuberculosis atendidos por el servicio de Neumonología en 2005 –última estadística disponible– correspondió a personas inmigrantes.
“Cuando decimos inmigrantes, estamos diciendo bolivianos, indocumentados hombres y mujeres jóvenes que trabajan en una industria textil clandestina, en un ambiente de insalubridad, en general, y de hacinamiento, en particular. Las características de los talleres y las condiciones de trabajo que se desarrollan en ellos constituyen un factor relevante en la transimisión de tuberculosis”, explicita Carlos Boccia, autodefinido como un médico de trinchera
Con tanto paciente atendido, Boccia comenzó a comprender sus limitaciones y a inocularse ciertas dosis de impotencia: “La condición de ilegalidad –tanto la laboral como la referida a la documentación– en que se encuentran los pacientes impiden un apropiado combate contra la enfermedad. No se puede realizar cualquier intervención médica en los talleres de costura, porque eso inhibiría las consultas de los casos. Cuando los pacientes vienen al hospital, lo hacen con la seguridad de que no serán denunciados a las autoridades”.
Según estándares internacionales, cada enfermo de tuberculosis infecta al 20 ó 30 por ciento de sus contactos. Por eso, una de las primeras preguntas que se le hace a una persona a la que se le diagnosticó el bacilo es con quiénes se frecuenta, para tratarlos preventivamente. “Los pacientes mencionan apenas a dos o tres familiares, pero sólo uno de ellos se acerca al hospital. Por la propia condición de ilegalidad, no existen para el sistema de salud, excepto cuando dejan de ser contactos para convertirse en enfermos. Este tipo de control es un fracaso debido a la raíz socioeconómica del problema, que trasciende las posibilidades del quehacer médico”, reconoce Boccia. Y define: “Se trata de un problema de la pobreza. Entonces es un problema de la política. Como decía el sanitarista Ramón Carrillo, frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”.
La asociación entre tuberculosis-comunidad boliviana-trabajo esclavo ya había sido estudiada por el Instituto de Tisioneumonología de la Universidad de Buenos Aires –del cual depende el pabellón Koch– sobre casos atendidos en el año 2004. El trabajo comienza describiendo que la mitad de los casos atendidos en el lapso investigado correspondía a inmigrantes y, de ellos, más del 75 por ciento eran bolivianos. A través de una encuesta realizada a los pacientes que portaban tuberculosis, los responsables del estudio detectaron que:

Más del 60 por ciento vivía en el Bajo Flores,
Cerca del 68 por ciento trabajaba como costurero,
Un 37 por ciento dormía en el lugar de empleo,
El 89 por ciento se encontraba con las necesidades básicas insatisfechas, el 62 por ciento vivía hacinado y el 75 por ciento comía en el lugar de trabajo,
Tres de cada cuatro trabajaban más de 40 horas semanales y compartían el ambiente laboral con más cuatro personas,
Un 94 por ciento carecía de cobertura de salud,
El 90 por ciento establecía su relación laboral de palabra, sin contratos ni recibo de sueldo alguno y el 77 por ciento carecía de Documento Nacional de Identidad, lo que dificultaba su inserción en el mercado laboral formal.

Con todo este panorama, el dato más difícil de comprender, tal vez, sea que el 85 por ciento llevaba al menos cinco años de antigüedad en su lugar de empleo. “El que no trabaja, no come”, explica Sancineto.
“La suma de estos factores –pobreza, vulnerabilidad social, vivienda y trabajos indignos– favorecen el desarrollo de la enfermedad en inmigrantes a medida que pasan los años, viviendo en nuestra Ciudad en esa situación social”, concluye el trabajo elaborado por el Instituto de Tisioneumonología de la UBA.

La complicidad mata
Como demuestra el informe, la existencia de talleres textiles clandestinos no es nueva. Pero el tema recién se hizo público a partir del incendio de uno de ellos, el 30 de marzo de 2006, cuando dos costureros y cuatro niños murieron carbonizados en un local de la calle Luis Viale al 400, de Villa Crespo. A partir de ese suceso, la Unión de Trabajadores Costureros denunció a más de 70 marcas cuyas prendas son confeccionadas con trabajo esclavo. Entre ellas, las afamadas Kosiuko, Cheeky, Lacar, Soho y Glidado, una firma que provee de camisas, pantalones, pulóveres, gorras, corbatas y charreteras a la Policía Federal.
De acuerdo con un trabajo presentado el 29 de mayo pasado por la Organización Interrupción junto a la Fundación El Otro –una entidad que trabaja, entre otras cosas, para garantizar la participación ciudadana y la responsabilidad social de las empresas–, se estima que en Argentina viven entre 100.000 y 130.000 inmigrantes bolivianos que son víctimas de la explotación sexual o laboral. El 20 por ciento del pbi boliviano se explica –según ese estudio– por las remesas de los talleres de confección radicados en Argentina.
“Las autoridades de la Nación y las autoridades policiales saben de la existencia de trabajo esclavo en la Ciudad de Buenos Aires y tienen autoridad y competencia para la inspección. Es una cadena de responsabilidades y complicidad que se extiende hasta la frontera, que implica tanto al Estado como a las empresas”, declaró para ese informe Mercedes Assorati, coordinadora de fointra, el programa que diseñó contra la trata de personas la Organización Internacional para las Migraciones. “Prácticamente, en Argentina el trabajo esclavo no tiene sanción penal”, denunció.
Después de que se incendiara el taller de la calle Luis Viale, el gobierno de la Ciudad salió con una agresiva campaña publicitaria y empapeló Buenos Aires con la leyenda: “El trabajo esclavo mata”. También se anunció el Plan Nacional de Regularización del Trabajo y el plan Patria Grande para paliar la indocumentación de los inmigrantes. Sin embargo, los índices de tuberculosis en los costureros bolivianos continúan demostrando que el problema aún no encuentra solución.
La complicidad de altos funcionarios ya había quedado expuesta, de manera explícita, cuando el mismísimo cónsul boliviano participó de las manifestaciones en las que los talleristas exigían el cese de las clausuras de los locales clandestinos que habían comenzado a producirse por la presión de la opinión pública tras el incendio de la calle Luis Viale. El diplomático argumentaba a favor del sistema de explotación con el único justificativo de la existencia de patrones culturales distintos entre su país y Argentina.
Después de que el cónsul boliviano fue obligado a dejar el cargo por “negligencia profesional”, la representación diplomática de ese país pareció, en primer lugar, admitir la existencia del problema. En la página web del consulado se publica un artículo titulado “La tuberculosis mata”. Allí describe los síntomas de la enfermedad –fiebre, cansancio, pérdida de peso y tos por más de quince días, que puede o no estar acompañada de expectoraciones con sangre– y enuncia una lista de obligaciones que deben cumplir los talleres de costura:

“Efectuar la Revisión Médica Ocupacional de todas las personas de viven y trabajan en el taller.
Separar los ambientes de vivienda y de trabajo.
Cuidar de no tener a niños en el ambiente de trabajo.
Tener buena ventilación e higienizar áreas de trabajo, baños, cocinas y dormitorios.
Cuidar de una alimentación adecuada y balanceada.
Evitar sobrecarga de trabajo.
Usar barbijo.”

Ana está recostada en su cama hospitalaria, con el elástico vencido y tapada hasta el cuello con una frazada con la que intenta mitigar el frío de un pabellón que carece de sistema de calefacción. La joven probablemente desconozca aquella página web del consulado, pero su relato pone en evidencia la letra muerta de la ley. “Nuestro patrón nunca quería darnos barbijos, la pasábamos tosiendo a toda hora por el polvillo de las telas que cosíamos”, se queja.

¿El dueño sabe que estás internada?
No –contesta por primera vez con voz firme–. Si se entera no me da más trabajo.
A dos metros de distancia, una de sus compañeras internadas se reclina en la cama con esfuerzo y replica con fastidio:
–¡Sí que sabe! Pero no le importa, nosotros no le importamos a nadie.

Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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