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La pastilla para portarse bien

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Ritalina. Es el psicofármaco pediátrico más recetado. En Estados Unidos es una plaga y aquí, una tendencia peligrosa: según los registros, ya se duplicó la importación de la droga. Los especialistas alertan sobre el diagnóstico irresponsable de un síndrome que parece inventado por los laboratorios, para tranquilidad de maestros y padres.

H oy me olvidé de tomar la pastilla –anuncia Diego, de 9 años, a la maestra–; así que voy a estar un poco loquito.
La toma todos los días, antes de entrar a clase. Un rato después de tragarla ya se siente distinto: no molesta ni se sacude en el asiento. La maestra lo nota más atento, menos disperso. Y más obediente.
La pastilla “para portarse bien” es metilfenidato en 5 miligramos, mejor conocida por el nombre comercial: Ritalina. Es el más recetado de los psicofármacos para niños, una moda que nació en Estados Unidos y que aterrizó en las escuelas privadas de la zona de norte de Buenos Aires para extenderse ahora al resto del país.
“En estos momentos estamos viendo de 5 a 6 chicos medicados por aula”, revela Gabriela Dueñas, licenciada en educación y psicopedagoga de varios colegios de Olivos. “Tuvimos el primer alerta hace ya más de ocho años, cuando empezamos a recibir en las escuelas alumnos a los que les estaban recetando algún tipo de remedio que desconocíamos. Me acuerdo de que en el año 98, una profesora se acercó al gabinete psicopedagógico y nos dijo: ’Yo no soy médica, pero me resulta extraño que tantos chicos de un curso, cada uno con historias distintas, tengan un mismo diagnóstico y el mismo tratamiento’. Cuando comenzamos a mirar de qué se trataba sólo sabíamos eso, que había algo extraño, algo que nos llamaba la atención.”
En la mayoría de los casos se trataba de chicos a quienes se les había diagnosticado Déficit de Atención (dda) o Déficit de Atención con Hiperactividad (ddah), un síndrome que se aplica a niños inquietos, dispersos e impulsivos, como paso previo a recetarles la droga.
En Estados Unidos el uso de medicamentos psiquiátricos en niños está tan extendido que el tema apareció en un capítulo de Los Simpson: a Bart le recetan, para mejorar su rendimiento escolar, un psicotrópico en experimentación. Tras volverse paranoico y derribar un satélite espía, su madre decide que abandone el tratamiento.
 
Estimulantes
La Ritalina es una droga que actúa igual que las anfetaminas; aumenta el tiempo de atención, como lo hacen todos los estimulantes, desde la cafeína hasta la pastilla de éxtasis”, explica el neuropediatra León Benasayag. El especialista dice que hay situaciones en las que la medicación es “necesaria y efectiva”, pero expresa su desacuerdo, en cambio, sobre el diagnóstico de Déficit de Atención: ”Es una construcción de la industria farmacéutica que no tiene entidad médica”, sostiene.
¿Por qué lo dice?
Porque no hay pruebas de laboratorio que demuestren la existencia de un problema biológico que origine ese supuesto déficit de atención (como sería un hepatograma para diagnosticar una hepatitis o un análisis de colesterol). Se dice que lo que le pasa a estos chicos es que tienen un déficit de dopamina (un neurotransmisor clave para el funcionamiento de las neuronas), pero si les hacemos dosajes de dopamina en sangre y en orina no aparece nada de eso.
 
Bensayag, decano en su especialidad, va más allá: “El Déficit de Atención es presentado por quienes lo diagnostican en base a postulados falsos como ‘un trastorno genético’ o una ‘enfermedad’. Esto carece de respaldo científico y no hay evidencias de que esos niños tengan alteraciones orgánicas. Lo que se hace es aplicarles este ‘nombre’ a chicos que tienen alteraciones de muy diverso orden, donde encajan lo social, lo psicológico, la patología neurológica, lo psicopedagógico y lo emocional. Una consecuencia importante es que corremos el riesgo de proponer un tratamiento para un nombre y no para lo que realmente le ocurre al paciente”.
Aunque no hay estadísticas sobre la cantidad de recetas que se extienden al año, la prueba más clara de que el consumo de metilfenidato ha tenido un aumento creciente en Argentina son sus volúmenes de importación.
Para traer la droga al país es requisito pedir una autorización. De acuerdo a ese registro el especialista Juan Vasen –psicoanalista y psiquiatra infantil– aporta datos concretos:
 
En 2003 se pidió autorización para importar 23,7 kilos.
En 2004, 40,4 kilos: un cuarenta por ciento más.
En 2005, 49,5 kilos.
Y este año el pedido volvió a saltar a casi el doble: 80,4 kilos.
 
 
Autodiagnóstico
Antes de seguir con la nota, pedimos al lector que vuelva a su época de escuela primaria, a su banco de 4º grado, y conteste si al chico que fue le pasaba algo de esto:
 
¿A menudo no presta atención suficiente a los detalles o incurre en errores por descuido en las tareas escolares?
¿A menudo tiene dificultades para mantener la atención en tareas o en actividades lúdicas?
¿A menudo parece no escuchar cuando se le habla directamente?
¿A menudo no sigue instrucciones y no finaliza las tareas?
¿A menudo tiene dificultades para organizarlas?
¿A menudo evita, le disgusta o es renuente a dedicarse a tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido?
¿A menudo extravía objetos necesarios para las tareas (por ej. juguetes, ejercicios escolares, lápices o libros)?
¿A menudo se distrae fácilmente por estímulos irrelevantes?
¿A menudo es descuidado en las actividades diarias?
 
Si contestó afirmativamente a seis de estos ítems, lo lamentamos: usted es candidato a convertirse en portador del Déficit de Atención.
Las preguntas son parte del Cuestionario de Conners, que se entrega a padres y maestros para que evalúen la conducta escolar de los chicos. El Cuestionario de Conners circula por Internet y ha tenido difusión en esas revistas que suelen animar la espera en peluquerías, con versiones adaptadas al coeficiente intelectual de sus editores. Por ejemplo:
¿Su hijo está como en la luna?
¿Se lo ve malhumorado y con cara de enojado?
Cada respuesta cosecha un puntaje, según la escala tradicional (las opciones son nada / poco / bastante / mucho). Al sumar los resultados ya se tiene un diagnóstico.
Los textos médicos sobre el Síndrome de Déficit de Atención aseguran que esta enfermedad a pesar de ser diagnosticada con este tipo de métodos tiene un origen genético. (Por supuesto, el test que consultó en la peluquería no cuenta porque no califica ni para método.)
“Completar el Cuestionario de Conners es el primer paso, dado generalmente por un docente, para recomendar la consulta con el psiquiatra y su correspondiente tratamiento”, apunta la psicopedagoga Dueñas.
Vasen agrega otro dato: el año pasado pusieron a prueba uno de estos cuestionarios en el Policlínico de Neuquén: según sus resultados, sobre 1.300 alumnos el 48% padecía dda.
 
Los padres
Patricia, la mamá de Martín, pasó por la experiencia de que su hijo tomara Ritalina. “Martín estaba en 4º grado y tenía problemas de conducta, era inquieto, tenía malas contestaciones, también en casa. Los maestros me sugirieron hacer una consulta con un psiquiatra, que le mandó hacer un electro y nos dio una medicación para ayudarlo a que tuviera mayor atención. La tomó durante un año. Al siguiente, la recomendación fue cambiársela por otra; cuando leí el prospecto casi me muero, porque ya era un antipsicótico.”
Juan Vasen cuenta que recibe cada vez más frecuentes consultas de padres a cuyos hijos les han diagnosticado dda:
Tener un diagnóstico de una “enfermedad” que no es tan “grave”’ (como podría serlo el autismo o la psicosis), no importa con cuánta inconsistencia se haya hecho, es inicialmente un alivio para los padres. Por otra parte, ¿cómo no van a recibir con beneplácito un medicamento que al potenciar el funcionamiento cortical hace que los chicos hagan lo que habitualmente no pueden hacer o no les interesa? Sin embargo, más que en un déficit de dopamina que les impida prestar atención, tendríamos que pensar si los chicos no pueden prestarla porque ya la han prestado a otros lados. Yo siempre digo que uno presta a quien le devuelve. Y la escuela, en un sentido, no le devuelve al chico lo que él espera cuando le presta su atención. Ahí se produce una ruptura, un desencuentro importante.
¿Por qué este desencuentro se califica como enfermedad?
Porque vivimos en una sociedad cuyos paradigmas más seductores son tecnocráticos. Eso quiere decir que las prácticas sociales tienden a ser reemplazadas por maniobras técnicas. Curar es una práctica, y administrar un medicamento es una técnica. Es mucho más fácil administrar un medicamento que curar. Educar, formar, es una práctica; capacitar es una técnica. Diagnosticar también es una práctica. Diagnosticar viene de discernir, de cerner, de encontrar lo diferente dentro de lo común, tiene que ver con el cerner la arena para encontrar pepitas de oro. En cambio clasificar es una técnica: se mete en una misma bolsa aquellos casos que tienen rasgos comunes. Esto es lo que se hace con el Déficit de Atención: se agrupa bajo ese nombre a chicos con dificultades de aprendizaje sin profundizar en qué le pasa a cada uno. Es una manera cuantitativa y cruda de llamar “enfermedad” a un problema de época, que tiene que ver con el cambio de lugar del niño, del padre y de la escuela, del Estado, del consumo y del mercado, todo lo que genera una infancia diferente de las que podíamos pensar hace 20 o 30 años. Chicos que están atentos a otras cosas, seducidos por otras cosas y contenidos de otras maneras.
 
En el colegio
El Colegio de la Ciudad está ubicado en Belgrano, cuarenta cuadras al sur de Olivos pero todavía en la zona norte. Su director, Néstor Abramovich, hizo en octubre pasado un llamado de alarma cuando encontró que el 3 por ciento de los alumnos estaban tomando metilfenidato u otros psicotrópicos. “A nosotros nos habían llegado ya medicados al secundario. Son chicos a los cuales, en general, se los ha comenzado a tratar con estas drogas en la primaria, a partir de 3º o 4º grado. En esto han colaborado bastante las escuelas, en el sentido de orientar y sugerir una derivación que conduce linealmente a este tratamiento.”
Luego de elaborar el tema con padres y docentes, en su colegio el porcentaje bajó al uno por ciento.
Sin embargo, quienes trabajan en educación advierten que la tendencia a usar estimulantes con los chicos (e incluso otro tipo de medicación como los antidepresivos) se ha ido difundiendo desde los sectores sociales medios altos a los medios-medios. A mediados de mayo, el problema fue abordado por la directora de área de educación especial porteña, Silvia Dubrovsky, quien sintetizó el cuadro de situación en una frase: “No es raro que dentro del aula nos encontremos con niños que vienen a la escuela medicados y que recién a media mañana estén en condiciones de estar en clase”.
Mucho más al sur de la ciudad, en San Cristóbal, Guillermo Volkind, director del secundario El Taller, confirma que allí han tenido casos de alumnos medicados. Volkind es parte del nuevo movimiento contra la patologización de la infancia. “Tuvimos el caso de un papá, que era médico y que decidió no suministrarle más la droga a su hijo porque un día la probó él y quedó muy desencajado. ‘Si a mí me pasó esto yo a mi hijo no se lo doy’, nos planteó. Recién un par de años después encontramos un artículo sobre qué era la ritalina y cómo se estaba difundiendo su uso.”
Patricia, la madre de Martín, también después de informarse decidió que su hijo dejara el tratamiento. “Empecé a investigar, me metí en Internet y decidí hacer más consultas. Una segunda psiquiatra me recomendó que no le diera nada y que, en todo caso, hiciéramos una terapia psicológica. Le sacamos todas las pastillas. Martín continúa siendo inquieto, pero siguió adelante con la escuela y le fue bien. Ahora está en primer año.”
En el año 2005, los laboratorios facturaron 150 millones de pesos en el rubro de estimulantes y otras drogas destinadas a chicos inquietos y desatentos en la escuela. Esos 150 millones expresaron un cincuenta por ciento más de ventas que en el año anterior. En Argentina, el mercado de la infancia es un territorio todavía a conquistar para la industria farmacéutica.
El sector ha presionado en el Congreso para que el Trastorno por Déficit de Atención sea declarado una discapacidad, lo que comprometería al Estado y a las obras sociales a adquirir los medicamentos que “curan” el dda, para suministrarlos en los hospitales y a sus afiliados.
Como parte de la misma estrategia, detrás del Síndrome por Déficit de Atención avanzan otras “enfermedades” de diagnóstico rápido. Gabriela Dueñas las enumera: “tea (Trastorno Específico de Aprendizaje), toc (Trastorno Obsesivo Compulsivo, el que sufre Jack Nicholson en la película Mejor imposible), tgd (Trastorno Generalizado de Desarrollo) y todd (Trastorno Oposicionista Desafiante)”, para los chicos-problema.
 
Hipótesis de moda
¿Por qué esta tendencia encuentra espacio en la Argentina 2007? Los tres especialistas consultados arriesgan sus hipótesis:
 
Dueñas: “Creo que tiene que ver con las ideologías que Zygmunt Bauman describe como la modernidad líquida. Optamos por las soluciones rápidas, ya. En este caso, la solución es una medicación que rápidamente obtura la dificultad. Eso es algo que se estimula desde la cultura en la que vivimos. Fijate que las propagandas son: ‘aprendé inglés sin estudiar’, ‘adelgace sin dejar de comer’, ‘fortalezca sus músculos sin hacer gimnasia’. Todas promotoras de la respuesta rápida”.
 
Vasen: “En general, la escuela antes contenía y la familia también, de una manera a veces autoritaria, rígida, es cierto. Pero lo que hay actualmente es del orden de la inconsistencia. Es decir, si antes la queja podía ser del lado del autoritarismo y la rebelión, en este momento es más bien del aburrimiento, de la falta de enganche, por la inconsistencia que propone la escuela en general. La investidura del maestro está deteriorada. Antes era vivido como un transmisor de saber y una fuente básica de formación para el niño, junto con los padres. En en estos momentos, llevado al extremo, lo que dice el maestro es una opinión más y el chico pasa a ser una suerte de cliente que pretende tener siempre razón y que se ubica en un lugar que no es el del que va a tratar de formarse para ser un ciudadano futuro, sino de aquel que va a tratar de adquirir algunas capacidades para después desempeñarse en el mercado laboral”.
 
Volkind: “Con los pibes hubo una suerte de ensañamiento. En lugar de verlos como víctimas de condiciones de vida, se los comenzó a mirar como peligrosos y aparecieron respuestas desde lo más mecánico. También tiene que ver con la vieja discusión sobre cuánto es biológico y cuánto social. No es casual que esto encuentre espacio en años en que se han destituido teorías que explican la complejidad de lo social y cuando tienen más aire teorías que explican lo psicológico desde la biología. Sobre esta tendencia a aislar el aspecto biológico del conflicto o del síndrome se montan los laboratorios”.
 
 
Con triple receta
Por su potencialidad adictiva, el metilfenidato está incluido en el listado de drogas de alta vigilancia controladas por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (jife) de la onu. En Argentina se vende con receta por triplicado, es decir con el mismo tratamiento que la morfina.
Los especialistas advierten que el peligro de adicción no se limita al metilfenidato, sino que “buena parte, si no todas las drogas aprobadas para uso en Déficit de Atención, y particularmente los estimulantes, tienen potencial adictivo”, señalan Roberto Diez, Inés Bignone y María Serrate, titular de cátedra de Farmacología de la uba y médicas de la Unidad de Farmacovigilancia de la uba, respectivamente, en el libro “add ¿una patología de mercado?”
 
¿Son drogas de control?– pregunta MU a Vasen.
Sí, si se tiene en cuenta la masividad de su uso. Es cierto que hay muchos más chicos inquietos e hiperactivos, esto es un paradigma de nuestra época. Estos chicos en las escuelas, en las casas, son más demandantes, desafiantes, problemáticos, y requieren de un sobreesfuerzo. Desde este punto de vista, es claro que los medicamentos terminan siendo formas de control social de la infancia, porque toda intervención con un psicofármaco tiene un trasfondo autoritario, de restitución de un orden, de una normalidad. No quiere decir con esto que esté mal usar fármacos (me gustaría aclarar que yo, como médico, los utilizo), pero creo que el tema es utilizarlos en la medida en que se acompañan de una estrategia que apunte no solamente a un aquietamiento o a que los niños sean más “eficaces”, sino a una producción del chico para mejorar su situación.
 
Vasen pregunta: cuando la escuela, los padres, la medicina, el mundo adulto, no pueden leer con más detenimiento los síntomas de los chicos,. ¿a quién le falta, verdaderamente, prestar atención?

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