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Mu07

Dónde va la gente cuando llueve

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Crónica del más acá

Llueve, caen rayos y centellas y hace un frío de morirse. Cruzo Puerto Madero rumbo al Hotel Faena contra el viento. El paraguas cruje, vuelan las hojas de los árboles, se inclinan las plantitas de los canteros y todo está como si al día le hubieran salido espinas. (Qué bien vendrían un refugio y un café.)
Encontrar el lugar no es difícil, la mole de ladrillo a la vista ocupa toda la manzana. Además, dos botones de librea señalan la entrada. Acercarse es acceder a otro clima: en la vereda hay una burbuja de aire cálido, efecto de una estufa exterior. Clima Faena.
Al otro lado de la entrada hay un patio y después, una puerta para pasar al lobby del hotel. Alta, muy alta, con vidrios rojo oscuro.
Cierro el paraguas y lo enrollo lo mejor que puedo. Chorrea un agua helada que congela los dedos. Un conserje abre antes de que alcance a tocar el picaporte. (Otro camina tras de mí, apenas cruzo el lobby, secando las gotas que chorreo. No sé si sentirme la reina Margarita con mi propio séquito o un agente infeccioso. Como sea, todo queda reluciente otra vez.)
 
El tipo es rubio y bajito y se sentó a mi mesa sin pedir permiso. (Aunque no es exactamente como sentarse a la mesa de un bar, porque estoy en uno de los tantos livings que hay acá y él ocupó uno de los sillones del mismo sector. Igual me inquieta.) Trato de no mirarlo, pero suelta una corta carcajada y luego otra más fuerte y más corta.
Debe tener 45 años. Lleva un traje caro, de color oscuro, y unos mocasines recién comprados. Todo en él tiene aspecto de recién comprado. Apoya en la mesa sus anteojos y vuelve a reírse con un temblor. Es como si tuviera breves estallidos que no puede contener. Después, llama a la moza. (Observo alrededor. En el lugar hay un grupo de extranjeros, unas mujeres claramente argentinas y más allá, una pareja. Él es viejo, cuenta anécdotas de un amigo. “Cuando llegó a la casa lo esperaban la side y la televisión…”, alcanzo a escuchar. Ella es muy joven, muy hermosa y está muy aburrida.) Una moza de uniforme negro se para frente al tipo.
–¿Señor?
–Quiero un trago –dice el tipo–. Algo suave, un aperitivo.
–Tenemos Mellow Drop, Captain’s Blood, Wo–wo…
–¿Tienen algo con jengibre?
–Lo podemos hacer –dice la moza–. Hay Ginger Ale. Le podemos poner un poco de jengibre, si quiere.
–¿Es en jugo o rallado?
–Es fresco.
–Está bien… Y traeme la botella de Ginger Ale.
–Sólo tenemos de litro, aunque igual se la puedo traer.
–No.
–Se la traigo…
–De ninguna manera.
–¿Y en una jarrita?
–En una jarrita podría ser…, pero no. No es necesario. ¿Podríamos ponerle algo de alcohol?
–Tenemos licor de cassis…
–No, no: el Ginger Ale ya tiene un tono dorado y ese tono me gusta.
(La moza se mantiene inmutable, profesional, a pesar de los breves estallidos de risitas que entrecortan el pedido. Finalmente, el tipo se decide por un Ginger Ale con menta y un toque de Jack Daniel’s. Lo quiere “refrescado, pero sin hielo”. Anoto esa palabra: refrescado. Se me ocurre que debe estar de moda.)
La moza le sonríe y se va. Anoto lo que veo: una columna en el centro del salón, cortinas que cuelgan del techo al piso, espejos, arañas de caireles blancos… (mejor no mirar al tipo ahora que quedó solo) un velador kitsch, cabezas de ciervo en las paredes…
Otra corta carcajada nerviosa interrumpe el inventario. Está decididamente alucinando y habla solo, como dándose la razón. A la moza se le cae un cubierto. El ruido metálico corta los murmullos de los turistas. Va al teléfono; de inmediato aparece una compañera que se hace cargo de la preparación del trago y del tipo.
 
En el primer piso hay un gimnasio y un spa, con sauna y jacuzzi privado, una sala de relax y una especialista en “terapias para el alma”. Antes de irme, busco el paraguas olvidado en el bar.
Los turistas siguen ahí; miran la tormenta detrás de la ventana. El viejo ya no parlotea y besa apasionadamente a la chica, que lo deja hacer. El tipo no está. Andará en la intemperie de la calle o en una de las habitaciones del hotel, con su propia intemperie. Les pregunto a las mozas si lo conocen. Para nada.
–Está completamente loco –dice una.
–En todo caso peculiar… peculiar –corrige la otra y recompone.
Clima Faena.
Una última mirada al bar, antes de irme. Tantos espejos. Tantos objetos. De las cabezas de ciervo cuelgan collares de perlas. Es lo último que anoto.
No sé por qué, pero es el detalle que me hace estremecer.

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Hitler y los 7 enanitos

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Es el autor de los comerciales más recordados y el responsable latinoamericano de una agencia global. El Día del Marketing, ante empresarios y colegas, anunció: “la gente nos ve como chantas”. Y en esta charla explica por qué. Así es desde adentro ese mundo que –confiesa– muchas veces usa la mentira y el miedo para vender. Políticos, tomates y sentimientos.
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Pascua Lama: El oro o la vida

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En septiembre comienza a construirse en San Juan el nuevo proyecto de la multinacional Barrick Gold. Por primera vez, la cordillera será privatizada. Las denuncias sobre el uso de cianuro y el saqueo del agua aquí se suman a la destrucción de glaciares.
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Todo lo que no sabemos del Fuero Contravencional: La ley de la calle

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El lector habitual de MU sabrá apreciar nuestro hábito: hemos publicado varias notas sobre cómo funciona la máquina de la justicia contravencional y sobre quién descarga su dedo acusatorio. Tantas fueron, que terminamos protagonizando un proceso en ese fuero. Aprendimos así las lecciones que compartimos en esta nota con nuestro lectores, convencidos de que –como dirían las abuelas– no hay mal que por bien no venga. En esta entrega, entonces, una nueva recorrida por los laberintos de este monstruo de utilidades extrañas: no sirve para prevenir Cromañón ni para perseguir redes de explotación sexual, pero es útil para perseguir vendedores de garrapiñadas y, por qué no, periodistas molestas.
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LA NUEVA MU. La vanguardia

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