CABA
Lisandro Aristimuño: La buena noticia
Sus canciones soplan con identidad patagónica. Compone con una inspiración: “Menos es más”. Y crea temas que tienen más clima que rima. Así hizo su propio trayecto este músico que recorrió el largo camino de la independencia hasta llegar a donde quiere estar. Bienvenidos, entonces, al universo de Lisandro Aristimuño, un delicado mundo de sonidos donde es posible disfrutar.
por Sergio Ciancaglini. Lisandro Aristimuño tiene varios problemas:
1) Es joven, en tiempos en los que la música reivindica al geriátrico.
2) No fue fabricado en ningún reality.
3) No está de novio con una actriz o una vedette, sino con su novia.
4) No hace productos, sino canciones.
5) Está a favor de la piratería.
Se trata acaso del autor más original e interesante surgido en Argentina en lo que va de este estrambótico siglo. No escribe himnos ni jingles, otro de sus problemas. No predica ni grita, cuenta. Es serio, parece tímido, sabe lo que quiere: “Me siento más como un artesano”, dice. Tal vez sus temas son entonces como collares, anillos o aros que acompañan sin pesar ni pesares. La música que podría sonar en esos momentos en los que uno se queda hipnotizado ante ciertos rayos de luz, la lluvia, o un recuerdo.
Cada oreja irá detectando en cada canción una genética de rock, bossa nova, folklore, blues, García, Mozart…, lo que cada quien encuentre, transmitido con sonidos digitales o la calidez de un cello.
Con eso, sin disfrazarse de lo que quieren las discográficas y sin considerar que Buenos Aires sea el centro del universo, Lisandro ha ido tejiendo una red que muestra que más que hacerloquedicenquehayquehacer, conviene aprender a escucharse. Lleva tres discos editados –Azules turquesas, Ese asunto de la ventana y 39º–; hace ya tiempo que vive de la música y construye un enigma: ¿se puede crear y vivir sin depender de los holdings mediáticos, discográficos y esdrújulos?
Cuando habla sobre la actualidad dice: “Odio a la derecha, odio que privaticen todo, estoy totalmente en desacuerdo con gente como Macri”. Se rebela también frente a temas menos “políticos” como el sometimiento que implica para millones de jóvenes el pago de un alquiler para tener donde vivir, o los ruidos de la ciudad. Me muestra dos taponcitos azules. “Me los pongo en los oídos para salir a la calle.” Lisandro no es obvio: en ningún caso hará temas quejándose o denunciando explícitamente al ruido ni a la derecha. “Me parece que ayudo a que las cosas cambien haciendo canciones que le sirvan a la gente para saber que no está sola.”
Yendo del noviazgo al living
Nació en Viedma, Río Negro, hace 29 años. Su padre es arquitecto y director de teatro. Su madre es actriz. Lisandro es el segundo de cuatro hermanos, en una familia donde los padres trabajaban juntos, y la idea del emprendimiento familiar era melodía cotidiana. Hoy Lisandro trabaja con dos de sus hermanos. “Cuando era chico a mi padre lo trasladaron en el trabajo, y la primaria la hice en Luis Beltrán, cerca de Choele-Choel. Después volví a Viedma para el secundario.” Ya le gustaba la música: “Mis viejos me cuentan que cuando era chiquito, ponían música y yo iba a abrazar los bafles”. En aquellos tiempos había 33 revoluciones por minuto, al menos en los discos de vinilo. Lisandro podía abrazar al jazz, a Yupanqui, o a los Beatles, con coros de su madre desde la cocina. Aprendió desde siempre que todo puede ser valioso: “Violeta Parra y Björk”.
Al volver a Viedma y empezar el secundario hizo dos cosas cruciales: se puso de novio y comenzó a explorar una guitarra. Además del amor y el noviazgo, la sensibilidad de Lisandro había sido preñada por el primer disco que le ganó el alma: Yendo de la cama al living, de Charly García. “Fue lo primero que descubrí yo mismo. Ya era un disco viejo, pero era impresionante. García era genial, pero creo que es más genial todavía ahora.”
Al tiempo, el joven Aristimuño empezó a tocar covers en los bares de Viedma, interpretando a Soda, Virus, Spinetta, Fabulosos Cadillac. Sus grupos fueron Marca Registrada y La Bisogna. “Había muchos conjuntos, eran como equipitos de fútbol, los bares aprovechaban eso y te ponían a tocar todos los viernes.” No florecían demasiados cantantes: “Así que me largué. Iban las chicas del secundario a verte, era un juego”. El muchacho iba afinando esa voz con eco spinetteano dulcificado por una dosis de bagliettismo, revuelto en lisandrismo puro (o lo que cada oreja decida recordar cuando lo escucha).
Los discos de Hugo, su padre, seguían emitiendo sorpresas. “Había folklore, que también me gustaba. No es que se escuche folklore en el sur sino que se escuchaba en mi casa. En Viedma la mayoría de la gente escucha música chatarra. Shakira, productos masivos. No hay disquerías así que la música se vende en los supermercados. Góndolas de discos de Sony, emi, las multinacionales, nada interesante.” (Las disquerías son un rubro poco rencoroso, nunca respondieron vendiendo bananas, gaseosas, jabones ni fiambres.)
La primera canción compuesta por el pequeño Lisandro se llamó Cielo negro, y tenía toda una historia: “El río Negro desemboca en el mar cerca de Viedma, en un balneario que se llama La Boca. Es un río con olas, que sube y baja con la marea. Un barco derramó petróleo y todos estábamos alterados con eso, porque morían los peces y los lobos marinos. Era una canción ecológica, muy inocente”. Más que cantar inocencia, Lisandro estaba perdiéndola: ya empezaba a oler la dócil relación entre petróleo y muerte.
El conservatorio y el casino
Lisandro terminó el secundario y, al revés de lo que venía ocurriendo con generaciones enteras de jóvenes, decidió marcharse de casa. Salir a hacer su propia vida. Viajó a Mendoza, su novia a Santa Fe. Se escribían y se hablaban. La vida no era fácil: “En Mendoza me costaba conocer gente para hacer música”.
Tuvo allí dos oficios: pintor de casas, y vendedor de máquinas para cortar el pelo. Pudo tocar con una cellista mendocina: “Graciela Prado, una genia, buscaba un bajista y me aceptó”. Intentó estudiar composición. “Duré un mes, me aburrió muchísimo.” Pintaba casas y vendía rapadoras sin excesivo éxito ni alegría. En el verano volvió a Viedma, se reencontró con su novia. Ella volvió a viajar. La pareja empezaba a ser resistente a la distancia. Lisandro resolvió cambiar de destino, y probar suerte en General Roca. “Allí hay una villa artística, súper moderna, tipo la película Fama, medio elitista pero por lo menos pensada para el lado del arte, con profesores rusos, alemanes. Intenté otra vez estudiar composición.” El lugar es el Instituto Nacional Superior de Artes, que alberga a la Fundación Cultural Patagonia, un lujo donde fluyen la música y la enseñanza. Pero Lisandro no funcionó allí. “Me aburrí muchísimo. Sacaba buenas notas pero era como ir a aprender a andar en bicicleta después de haber andado mucho solo por el barrio y el campo. Vas y te explican cómo se fabrica una goma, pero vos lo que querés es andar en bici y sentir el aire en la cara.” (Cuando lo explica, sin proponérselo deja flotando un dilema: el instituto genera excelentes intérpretes de las partituras que hacen otros. ¿En qué medida los estudios avanzados de cualquier área en Argentina no repiten ese modelo de muchos intérpretes y pocos creadores, mucha goma y poco viento?) Lisandro: “El problema es que lo hacían todo muy cuadrado, matemático. Poné re-re, mi-mi, bla-bla, y te sale tal cosa. Gente muy antigua dando clases, muy cerrados en lo clásico, en Mozart que es un genio, pero sin pensar que también podrían dar algo para entusiasmarte más. Yo no pude. Tenía 16 años, todas las pilas, y quería otra cosa. Duré dos meses”.
Escena siguiente: Lisandro Aristimuño con ropas brillantes y peinado impecable, se presenta a tocar en lo que él mismo llama El Lugar Macabro o La Boca del Lobo: el casino. “Como dejé de estudiar música y mi viejo no me mandaba más guita, enganché con un amigo que tocaba en los casinos del sur. Fernando Barilo, un solista grosso que sigue tocando. Yo lo acompañaba en coros y guitarra eléctrica. Era mejor que pintar paredes. Tocábamos latino, o lo que fuese, a pedido del público.” Podían ser tangos, boleros o música de góndola. “Te imaginás que la gente iba a jugar, y de golpe nosotros éramos parte del show mientras tomaban un whisky, pero a nadie le importaba nada.”
Para Lisandro la gracia de esa época no estuvo en el trabajo, sino en los trayectos: “Nos recorrimos la Patagonia, íbamos por todos los casinos en esa camioneta a la que llamábamos la chanchita, como unos hippies que escuchábamos música y conocíamos lugares increíbles, algo medio quijotesco. Yo me hacía esa película. Llegábamos a un lugar, nos vestíamos para el show, y a tocar”. Esa película sobre jóvenes apostando al futuro entre damas y caballeros apostando a segunda docena, alguna vez debería filmarse. (Un detalle: los casinos de la Patagonia donde tocaba Lisandro pertenecen a Casino Club, de Cristóbal López, el empresario kirchnerista que ahora también es petrolero, dueño de medios de comunicación, de las tragamonedas del hipódromo de Palermo, y del casino flotante porteño. Todas las oscuridades de esa historia están narradas en la edición 5 de mu.)
Cómo hacer
Miraba la chanchita por la Patagonia. Comodoro Rivadavia, Caleta Olivia, Trelew, Río Gallegos, Rada Tilly, Playa Unión. “Mate, charla, y conocer toda esa belleza. Tocábamos los fines de semana, después yo me compraba instrumentos en Neuquén. Componía, grababa, les mostraba a mis amigos. En el año 2000 no aguanté más y decidí presentarme en vivo en el teatro que tenía mi viejo en Viedma.” El Tubo era un teatro under, independiente, donde podían entrar unas 50 personas. Por vía paterna tenía solucionado ese tema. “Hice una gacetilla y la repartí en las radios. Fui al diario Río Negro, les dije que iba a tocar, por si les interesaba hacerme una nota. Dijeron que sí y salió. Además, mínimamente era conocido de tocar covers.” Hubo dos conciertos en El Tubo y Lisandro se sintió feliz. “Fue como una vomitada, no aguantaba más la necesidad de mostrar mis canciones, ni el laburo de tocar en el casino y dije: es el momento.”
En 2001 volvió a irse, esta vez a Buenos Aires. Un detalle que conviene rescatar a esta altura: su noviazgo seguía siendo con aquella chica de Viedma, Luz, que hoy además es su manager. “Era un amor de terminal, muy fuerte, juntaba plata para ir a verla, o nos encontrábamos en el verano. Cuando me vine a Buenos Aires nos instalamos en Palermo. Ella estudiaba Comunicación, y yo hice un curso para maestro jardinero, para poder trabajar en algo si me iba mal con la música.” Lisandro alcanzó a cantar en algunos cumpleaños de 15, pero pronto surgió un disco, Azules turquesas, donde pintaba colores ya no en las paredes.
Los comentaristas empezaron a percibir toques folk, madera noble de cellos y zumbidos electrónicos. “No hay una fórmula de meter un poco de esto y de aquello, como una receta. Yo respeto demasiado a la música y no quiero armar un producto: quiero sentir lo que hago.”
¿Cuál es el secreto para que un rionegrino que pintaba paredes y tocaba en los casinos llegue a Buenos Aires, viva de lo suyo, y empiece a crecer como para editar tres discos y recorrer el país con sus conciertos? Lisandro reconoce que no sabe muy bien qué contestar: “Te puedo explicar lo que hice. No conocía gente, así que grababa solo en la computadora con todos los instrumentos digitales. Pongo la batería que tiene la máquina, suponete. Después empecé a conocer a los músicos, y fui intercalando cada arreglo de guitarra, bajo, cuerdas”. Luego hay que conseguir compacts vírgenes, un marcador y una mochila. “Grabé 40 copias, les puse nombre, mail y teléfono con el marcador, las metí en una mochila, y me fui a recorrer todas las discográficas que encontré por Internet.”
Lisandro se topaba con secretarias y ejercía los buenos modales: “Buenos días, soy músico, vengo a traer un disco. Era en plena crisis y me decían: si querés dejalo, pero no editamos ni a Diego Torres”. Finalmente encontró una productora con el nombre que podría tener también la historia de su amor: Los Años Luz. Y así editó el primer disco. Retomando lo que veníamos hablando, dice: “Me parece que la diferencia consiste en valorar tus canciones o valorar la fama”.
Algunos secretos
Lisandro Aristimuño pertenece a una generación proclive a la llamada piratería musical. “Yo estoy súper a favor de eso.”
¿Pero no te perjudica?
No, para mí es una forma de abrir y de lograr, siendo independiente, llegar a lugares donde el disco no llega. A mí me interesa que llegue la música, no ganar plata.
Las empresas se ponen en contra diciendo que defienden a los autores.
Cosa de multinacionales, no de artistas independientes. No estoy de acuerdo con eso de que el disco es cultura. El disco es un plástico. Las canciones son lo de adentro. Ésa es la cultura.
¿Y de qué vivís?
De los conciertos, ése es mi “sueldo”, y si a alguien le gusta lo que hago capaz que algún disco se compra.
Sus conciertos van recorriendo el país como si anduviera aún en la chanchita. En Buenos Aires ya reúne a casi mil personas cuando se presenta en lugares que van quedando chicos, pero también puede ir a cualquier provincia, y se ha hecho oír en España. “La principal cuestión es que tengas algo para decir.” No le apasiona que lo incorporen a núcleos posibles de autores como Jorge Drexler, Kevin Johansen, Paulinho Mosca, aunque reconoce sintonías. “Lo que pasa es que en los 80 y 90 pesaba el estilo, la apariencia. Soy punk, soy esto o aquello. Hoy lo que lidera todo es la canción. La gente necesita canciones. Pero cada uno lo hace a su manera.” Aire de la época: el contenido empieza a ganarle batallas a las etiquetas.
Lisandro no es lineal: “Veo un documental sobre milicos, y si hago una canción, intento no decir milico hijo de puta sino entrar en el juego del arte”. ¿Y cómo definir ese juego? “Con Gabo Ferro, que es un músico y un tipo bárbaro, charlábamos una teoría: menos es más. Yo busco eso, despojar las canciones, llegar a mucho, con poco. Me gusta la poesía de Alejandra Pizarnik, esa sencillez. Y el folklore, que tiene un formato cortito. Soy así en la vida, no soy ambicioso.” Menos es más, significa desembarazarse de la pesadez, la viscosidad, el aturdimiento, la tristeza. Quizá tenga que ver con el vuelo, la movilidad, la luz y la fluidez.
Lisandro me muestra sus compras más recientes, que extrae de la mochila. Un disco de James Taylor y otro de Chris Cornell. Lo mío, en cambio, es una pirateada de un disco de un tal Aristimuño, para sentir hasta dónde vuelan esas artesanías que Lisandro reveló en apenas tres palabras: menos es más.
Portada
Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso
La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.
Fotos: Juan Valeiro.
Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos.
“Pan y circo”, dice.
Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro.
Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.



Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.
Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.
Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El poco pan
La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:
“Si no hay aumento,
consiganló,
del 3%
que Karina se robó”.
Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”.
Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”.

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El mucho circo
Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes.
Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena.
“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial.
Silencio.
“¿Me pueden decir sí o no?”.
Silencio.
Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.
Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”
“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.
La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival.
Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:
- “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
- “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
- El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.
El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.
Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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