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La autogestión es grupo

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Nadie manda y nadie obedece. El poder se reparte y las funciones rotan. No hay líderes ni dinero. Desde hace setenta años, alrededor de todo el mundo, se ha logrado con ese método contener dolores sociales de los más diversos. Cómo funciona esta forma de gestión basada en la autonomía de las personas y en la fe en el grupo.

L a historia empieza en mayo de 1935 cuando dos alcohólicos se sientan a hablar en una casa de Akron, Estados Unidos. Pronto descubren que si se mantienen en contacto contándose sus problemas con la bebida, pueden permanecer sobrios. Primer gran aprendizaje del encuentro: nadie como un borracho para ayudar a otro borracho. Psiquiatras, sacerdotes y profesionales de cualquier tipo pasan a un segundo plano.
La historia sigue cuando los primeros grupos de recuperación encuentran que difícilmente haya personas menos dispuestas a cumplir órdenes que los alcohólicos. Durante un tiempo los ya recuperados fijan reglas, buscan convencer a los nuevos de que sigan su ejemplo, tratan de corregir a los desviados, pero nada de esto funciona; por el contrario, cada esfuerzo parece empeorar la situación. Segundo gran aprendizaje: deciden no mandar sobre nadie.
Crean así una organización en la que no hay figuras de autoridad, la coordinación es rotativa, los grupos son autónomos y ningún integrante tiene poder para imponerle a otro lo que debe o no debe hacer. Este curioso método da resultado en un buen porcentaje de casos. Gracias a él, además, los grupos consiguen mantenerse en el tiempo. Mucho tiempo: 70 años más tarde, el modelo sigue siendo tomado para una práctica social tan extensa como silenciosa: la de los grupos de autoayuda, o de anónimos, conocidos también como grupos de los doce pasos, en los que personas que se reconocen a sí mismas como enfermos –adictos, neuróticos, gente que se quedó pegada a las pastillas, jugadores compulsivos, obesos, familiares de adictos– encuentran cómo recuperar la salud.
 
Fuera de control
En el 718 de la avenida Corrientes, hay una iglesia metodista. En una de las salas del fondo, tres veces por semana se reúne uno de los 900 grupos de aa en Argentina. Raúl llegó acá hace 16 años, arrastrado por una tormenta alcohólica que lo había dejado al borde de perderlo todo.
“Los sociólogos que se acercan para conocernos siempre se sorprenden de lo mismo. Somos miles de personas que venimos a los grupos todos los días sin que nadie nos obligue. No hay ninguna figura carismática que convoque, ni se toma asistencia. Es todo un movimiento de gente que viene porque quiere, para encontrarse con pares. Lo único que sabemos es que va a haber abierto un grupo. Y la gente viene.”
¿Cómo se forman los grupos?
Dos o tres personas que quieran juntarse ya son un grupo. El único requisito es que se reúnan con el deseo de dejar el alcohol. En los grupos sus integrantes comparten la experiencia personal; se les sugiere que lean textos de aa y aprendan un programa de 12 pasos, pero nada es controlado por nadie y pueden hacer lo que quieran. Cada grupo es autónomo, no tiene por encima a quien lo gobierne. La idea es que se apeguen a las tradiciones de aa, pero incluso en el caso de que no lo hagan, si el grupo se considera a sí mismo de Alcohólicos Anónimos lo es.
¿Por qué la autonomía es tan valorada?
Porque hubo antecedentes de otros movimientos como los Oxford y los Washingtonianos que eran mucho más rígidos y eso no dio resultado. A nadie le gusta que lo empujen. Fijate que tampoco hay sanciones: si un integrante llega borracho a su reunión, simplemente se le hace un lugar.
 
Raúl hace inventario de otras características de funcionamiento: los grupos son gratuitos y se autofinancian pasando una canasta; no hacen publicidad porque prefieren la atracción a la promoción; en su interior, el poder se reparte, las funciones rotan.
–Mi opinión personal es que aa es una organización casi antisistema. Lo notable es que la hayan fundado dos yankis. Dos tipos que estaban bien integrados a su sociedad, porque uno era médico y el otro corredor de bolsa.
 
Gobierno de nadie
El corredor de bolsa se llamaba Bill W. y tenía una prodigiosa capacidad para comunicarse. En los artículos que escribió para Grapevine, el periódico de aa, fue registrando las claves que les permitieron a los primeros integrantes mantener la sobriedad y preservar a los grupos. Por ejemplo:
 
“¿Tendrá algún día aa un gobierno personal? Con casi toda seguridad, la respuesta a esta pregunta es que no. Para empezar, cada miembro de aa ha sido un individuo que, a causa de su alcoholismo, raramente podía gobernarse a sí mismo.” (…) Puedo hacer estas afirmaciones porque yo también he tratado de gobernar aa. En una época (ante las continuas crisis) me sentía tentado a tomar una postura clara y firme con respecto a cada uno de los problemas, a ejercer tanta presión y tanta autoridad como pudiera, a escribir cartas acaloradas a los individuos y grupos equivocados diciéndoles lo que debían hacer. En tales momentos, me sentía convencido de que aa necesitaba un gobierno personal firme – alguien, por ejemplo, como yo mismo. Después de haber luchado durante unos cuantos años por dirigir el movimiento tuve que rendirme– sencillamente no funcionaba. Todo intento de imponer mi autoridad personal siempre suscitaba confusión y resistencia. Si tomaba partido en alguna polémica, algunos me citaban alegremente mientras que otros murmuraban: ‘¿Y quién se cree que es este dictador?’ Si hacía algunas críticas severas, me devolvían el doble. El poder personal siempre falló”.
“Tal vez no haya en la tierra una sociedad que esté dispuesta a conceder al individuo la mayor libertad posible de creer y actuar. Sí sugerimos, pero nunca castigamos. El cumplir o no cumplir con cualquier principio de aa es asunto que corresponde a la conciencia del individuo; él es el juez de su propia conducta.”
“Nuestra convicción generalizada es que el liderazgo activo debe ser transitorio y rotatorio, que en cuanto a sus propios asuntos cada grupo de aa sólo es responsable ante su propia conciencia, que nosotros, como movimiento, tenemos que permanecer pobres, que debemos ser anónimos ante el público en general. (…) ¿Eso es posible porque somos personas superiores? Difícilmente. Somos mucho más falibles. Por extraño que sea, nuestra fortaleza colectiva parece derivarse de que nuestra siempre latente debilidad individual. Somos alcohólicos. Aunque ahora estamos recuperados, nunca estamos muy lejos de la posibilidad de un nuevo desastre personal.”
 
El síntoma social
Obligado 2042, barrio de Belgrano. En el pizarrón del hall hay un cartel que anuncia que en el lugar se reúnen personas con dependencia emocional. Adentro, María José dice que sí, que ese papel es la única publicidad que hacen. La gente llega por el boca a boca, y últimamente, por derivaciones de psicólogos que consideran que el grupo complementa bien una terapia individual.
Ella fue una de las fundadoras del rubro en Buenos Aires, hace ya 19 años, a raíz de una separación. Con el tiempo formó una nueva familia, pero sigue necesitando de este espacio. “En general, tenemos que cuidarnos porque tenemos una tendencia a volver a actuar igual. Uno cree que tuvo mala suerte en las relaciones, o que éste no fue pero el siguiente va a andar… y resulta que el problema es propio.”
aa es, por su historia, el mayor de los grupos de autoayuda, pero existen por lo menos otros cien grupos que tomaron el programa y lo adaptaron a sus propias necesidades: hay grupos para personas con anorexia, adictos al sexo, fumadores, ataques de pánico, abuelos alejados de sus nietos, y deudores compulsivos.
–No hacemos exactamente lo mismo porque esto no es como dejar de tomar, o no fumar. Yo puedo vivir sin fumar, y mejor que antes, pero si mi problema es la dependencia, no puedo vivir sin relacionarme. Igual nos basamos en lo que hace AA: no hay profesionales y trabajamos mucho con el cuarto paso, con la propuesta de conocernos a nosotros mismos.
Aunque muy vinculado a los dolores de la vida privada, el espacio no quedó ajeno a los maltratos del país. Por ejemplo, llegaron muchas personas a mediados de los 90, cuando emigraron sus hijos, para aliviar la tristeza de la familia dispersa.
–Otra de nuestras diferencias es que decidimos armar grupos reducidos, de no más de 10 ó 12 personas. Cuando llegamos a ser más, abrimos uno nuevo; así todos podemos hablar.
El derecho de los otros
 
Como una medida de autopreservación, no hay en los grupos opiniones sobre el gobierno, ni sobre religión (en realidad, sobre ningún tema que no sea estrictamente el objetivo del grupo). Pero hay una mirada sobre el poder. Y una de las más interesantes, ya que habla sobre los impulsos de controlar al otro. “El primer paso de nuestro programa habla de abandonar la ilusión de poder cambiar a los otros, un control que muchas veces se disfraza de protección”, dice Jorge en Alanón, grupo de familiares de alcohólicos. “Dice que cuando nos deshacemos de la ilusión de poder modificar el comportamiento de otras personas, podemos empezar a avanzar en una dirección más positiva. Sólo podemos cambiarnos a nosotros.”
El programa trabaja sobre la idea de aprender a caminar sobre los propios pies. Y en ese sentido, “no controlar es otorgar a otros la dignidad de adoptar decisiones por sí solos y de permitirles afrontar los resultados”.
 
Los peligrosos
Lu hace una pregunta incorrecta –¿Cómo es posible que grupos de enfermos emocionales, que llegan a los grupos cuando sus vidas son un caos, puedan arreglárselas para hacerlos funcionar sin que estallen?
Dante (60 corpulentos años, el pelo canoso) corrige:
–Todos somos compulsivos, todos estamos deschavetados. A mí el tipo que me dice que está cuerdo me parece peligroso.
Después cuenta que a él le tocó estar en más antipática de las adicciones, la del juego. “Somos los más estigmatizados, porque al alcohólico lo ven como a un pobrecito, al adicto como un tipo con problemas, pero al jugador siempre se lo ve como a un hijo de puta.”
Empezó a jugar como todos, en la infancia. “Jugaba por nada, pero al terminar un juego siempre quería otro más. Era chico y ahí ya estaba la compulsión. A los 12 empecé a apostar a las cartas, el chichón por dinero en casas de los amigos. Y el cubilete, la generala. A los 17 encontré las carreras de caballos. Tuve un período de calma seguido de otro en el que volví a jugar. Yo tenía mi trabajo y me iba haciendo de una buena posición económica. Cada viernes por medio nos juntábamos con otros matrimonios a jugar al poker, era algo considerado social, para distenderse. Después murió mi padre y al año siguiente mi mamá y eso despertó en mí una desesperación. Me dediqué a jugar más y más, perdí el trabajo, entré en un gran descontrol. Empecé a hacer algunas cosas reñidas con la ley. Buscando una salida entré a la iglesia y me hice evangélico. Eso detuvo la enfermedad pero sólo por un tiempo, hasta que empecé a ir al templo de día y a jugar de noche. Perdí mi economía, la de mi mujer, mi herencia y mi matrimonio. El último año y medio lo pasé en el casino: me destrozó la cabeza. Vivía casi sin dormir, hice un colon irritable, terminé internado en un hospital con un suero. Descansaba dos o tres horas, salía a conseguir dinero y me iba a jugar. Entré a mi primera reunión totalmente loco, con un arma en el bolsillo.”
¿Por qué esa carrera puede frenarse con un esquema de trabajo en el que no hay vigilancia ni sanciones?
Dante dice:
–Yo viví transgrediendo. La libertad me sirvió para ser yo el que me pusiera límites. Me parece que con la libertad, aprendí el valor de no autodestruirme. Esta es una sociedad que te invita todo el tiempo a tu propio exterminio.
¿Y encontrarse con otros…?
…Encontrarte con los otros te equilibra. Al equilibrio lo encontrás por sintonía con tus pares. Cuando alguien puede decirte “te entiendo, porque yo también hice lo mismo que vos”.
 
La ventaja de ser NN
El anonimato da un beneficio paradójico. Por un lado, la protección de ser desconocido, por el otro el sostén de estar acompañado. La cantidad de gente que concurre a los grupos sin que su afuera se entere es más alta de lo que cualquiera podría sospechar. La desventaja es que no hay forma de medir con método científico cuánto sirven los grupos: el anonimato hace imposible las estadísticas.
Lo único que se puede decir con certeza es que son grupos en crecimiento, que sin duda hay gente que se recupera, que muchos siguen yendo años después de haber superado el problema que los llevó o, en el caso de los familiares, de ya no vivir con un adicto. La pregunta es por qué.
Jorge responde:
–Durante años yo tenía una fábrica que hacía productos standard. Hacía lo que me había enseñado Argentina, lo que me enseñaron mis abuelos, mis viejos y la escuela. El grupo es un espacio donde parar esa lógica, donde salir de esa enfermedad, tenga el nombre que tenga. Los otros son mi espejo. A veces, porque me veo en un compañero que hace siempre lo mismo y espera cada vez que el resultado sea distinto. Otras porque encuentro a gente que aprendió otro camino. No es que alguien que tiene veinte años en los grupos sepa más, pero sí tiene camino. Por ahi ya conoce Córdoba o fue a Mendoza. Si yo nunca fui, él puede decirme algo sobre cómo llegar.

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