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Pasando revista

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El fenómeno de la revista Lucha Armada. Vende 3.000 ejemplares por número. A lo largo de 144 páginas despliega investigaciones y documentos sobre los 70 que intentan reflejar desde las lógicas hasta el lenguaje de la época. Para sus editores, es un balance en construcción y una experiencia única.

L a casa de Gabriel Rot parece un templo profano en el que se rinde culto a la izquierda. Sobre un dintel luce, prolijamente enmarcado, el facsímil del manuscrito de despedida que el Che Guevara le envió a Fidel Castro. En otra pared penden los retratos de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Bakunin, que miran de costado a los sonrientes literatos Tolstoi, Maiakovski, Korolenko, Gogol y Pasternak. “Son mis héroes”, señala el anfitrión en la que tal vez sea la respuesta más lacónica de la noche. Los rostros asoman en los escasos huecos que deja una imponente biblioteca que ocupa del piso al techo las cuatro paredes. Son miles de libros que invariablemente llevan en sus títulos palabras como socialismo, revolución, dialéctica, anarquismo y cualquier otro término que esté incluido en la gama del rojo. “Ésta es mi tercera biblioteca”, la presenta mientras apunta con la mano derecha a los gordos tomos de El Capital. La primera sucumbió a causa de la dictadura y la segunda, tras un divorcio. Sin embargo, lo más inquietante en la casa de Rot aparece en su escritorio. El fondo de pantalla de su monitor lo muestra con un fusil entre las manos en medio de la selva salteña. No es una imagen de archivo, sino un retrato reciente. Fue tomado cuando el año pasado participó de una expedición que viajó a Orán en busca de los restos del periodista argentino Jorge Massetti, fundador de la agencia de noticias cubana Prensa Latina. El periodista desapareció allí en 1964, tras una emboscada tendida al destacamento revolucionario que comandaba. “Estar ahí, a 3.000 metros de altura, me sirvió para redimensionar las experiencias guerrilleras selváticas. Yo sacaba fotos y filmaba. Tuve que dejar de hacerlo y mirar dónde pisar para no matarme. Y eso que a mí no me corría la Gendarmería, yo iba acompañado por los gendarmes, que me prestaron el Fal para la foto. Lo cargué cien metros y no lo aguantaba más. Pesa 7 kilos, mientras los que usaban en el 64 pesaban 12.”
La imagen de Rot con el fusil en la mano cobra otro significado cuando se devela que este hombre de 51 años dirige –junto a Sergio Bufano– uno de los sucesos editoriales de estos tiempos. Se trata de una revista trimestral que vende 3.000 ejemplares por número y lleva un título cuanto menos provocador: Lucha Armada en la Argentina. A lo largo de 144 páginas, ex militantes de diferentes tendencias, historiadores e investigadores de distintas generaciones publican documentos, testimonios y opiniones mediante los que proponen un debate plural, introspectivo y descarnado, como nunca antes se había dado, sobre el accionar guerrillero de los 70, del que el propio Rot fue protagonista como militante hasta 1978 de Política Obrera, antecedente de lo que hoy se conoce como Partido Obrero.
¿Cómo surge la idea de la revista?
Hacer un balance político era una necesidad propia ante la nulidad de balances de las organizaciones. Las pocas que lo hicieron, como aquella en la que yo estaba, canonizaron los motivos por los que surgió, se desarrolló y murió la guerrilla en cuatro o cinco parágrafos inamovibles: falta de partido, lejanía de las masas, desesperación pequeño burguesa, todas cosas muy elementales que se decían en los 80 y todavía se repiten. Me propuse organizar ciclos de charlas sobre el tema, hasta que un día, con otros compañeros, decidimos editar una revista que llegara a más gente, con una óptica desacralizante y sin ambigüedades.
¿Por qué dice que se construyó una imagen sacralizada de la guerrilla?
Los primeros en sacralizar la historia fuimos los mismos sobrevivientes. Pero no nos corresponde semejante poco mérito sólo a nosotros. Los cubanos lo hicieron con el Che, los colombianos con Camilo… El propio Che lo hizo en vida. La sacralización comienza en la propia guerrilla: cada muerto va a ser un mártir. Bajemos a tierra: cada uno que se murió era un militante que sabía en qué se metía, en qué andaba. Tenía una 45 en el bolsillo y salía a matar o morir.
¿Por qué ahora creyó en la necesidad de desacralizar?
En términos políticos, la sacralización molesta para el balance. Es un obstáculo. Además, no es conducente a nada históricamente demostrable. Nos corre del militante de carne y hueso y nos mete en un complejo cultural que no se condice con la realidad. Es otra cosa. Corramos el velo de lo que no es verdad, para acercarnos a un enfoque más totalizador. Ni heroicos, ni sublimes. Hombres y mujeres de carne y hueso que tenían un ideal que hay que rescatar, pero con contradicciones determinadas. Si podemos acercarnos a esa realidad vamos a poder comprender mejor un fenómeno social, histórico y cultural.
¿A eso se debe la elección de un título tan osado para su revista?
Yo me empeciné con el nombre. Como título, Lucha Armada en la Argentina no indica otra cosa que un sujeto y un objeto de estudio. Cualquier otro significado, que se lo dé la gente. Hubo quien compró la revista y pensó: “Volvimos”. Felipe Pigna la compró porque pensó que era de los servicios. Hay otra gente que piensa que es apología de la guerrilla. Y nos enteramos de algunos que hasta la forran para que no se vea la tapa. Había compañeros que decían que el título era muy fuerte, proponía “En Foco”, por aquello del foquismo. Pero esto no da para ambigüedades.
¿Qué pide cuando encarga una nota?
No le pedimos a nadie que acuerde con nosotros. Publicamos varias notas, incluso, con las que no estamos de acuerdo. Pero son serias, el autor se documenta, toma testimonios y a la ahora de sacar las conclusiones, por ahí no las compartimos. Sin embargo, salen. La idea es que no seamos opinólogos, sino ir a las fuentes. La revista jamás se propuso bajar línea, no somos dueños del balance. El balance es un proceso que se va a ir materializando con la enorme cantidad de libros que aparecen, monografías, revistas como la nuestra, polémicas.
Desde 1984 se contó la historia de los 70 a partir de la represión militar, ¿qué implica esta propuesta que busca contarla desde la guerrilla?
En los 80 no se podía contar de otra manera que no fuese desde la victimización: los guerrilleros son todos víctimas. Para rechazar la Teoría de los Dos Demonios se construyó la teoría de un solo demonio. Sin embargo, con el paso del tiempo, uno pudo ir reconociendo graves errores cometidos. No fuimos solo víctimas, sino parte de nuestros errores. En los 80 no se podía reconocer nada, nos habían pasado por encima. Ahora se está abriendo cierto campo autocrítico. Así, desde el punto de vista historiográfico, la historia se cuenta de una manera más totalizadora. Hoy se debaten cosas que antes no figuraban en ninguna agenda. Se discuten temas éticos, morales: el matar o morir, la vida cotidiana, la familia, la sexualidad, la proletarización, la profesionalización armada. Y partimos de la base de que la derrota militar fue precedida por una derrota política, una conclusión que hoy parece un lugar común, pero que en los 80 era imposible de formular: en el 75 la guerrilla había sido ya derrotada políticamente.
¿Qué errores hoy se pueden reconocer?
Del 70 al 73 la guerrilla concita una simpatía de la gente muy grande. Algunos autores lo cuantificaron en un 53 por ciento. Pero eso no implica adhesión consciente ni política. Hay un determinado momento, a partir de las elecciones que gana Cámpora, donde la guerrilla continúa con su dinámica y ya no se condice con la situación política del país, con el devenir y el desarrollo de los sindicatos, de los derechos estudiantiles. Ahí las organizaciones que podían llegar a terminar en partidos políticos revolucionarios se convierten en sectas revolucionarias, porque no logran penetrar ese entramado ideológico cultural de la sociedad. Se quedan encerradas en su propia lógica. Hay un punto nodal en el 73, donde quizá las organizaciones deberían haber colgado los botines en términos ofensivos, porque era un tiempo de política de masas, no de política armada, tal como se podía entender durante las dictaduras de Lanusse y Onganía. Una anécdota ilustrativa: en el 69, en pleno Cordobazo, la gente que va a constituir los primeros comandos de Montoneros no participa porque hacerlo implicaba el riesgo de caer en cana y desbaratar la organización incipiente. Se perdieron la movilización de masas más importante del período. La matriz y la lógica iban a contramano.
¿Cómo explica lo que nos pasó después?
Algo tan complejo no puede explicarse en tres líneas. La sociedad argentina es autoritaria como pocas. Por eso tuvo las dictaduras más feroces y los movimientos armados más intensos. La guerrilla se abonó de cuadros de las tres instituciones más autoritarias: el Liceo Militar llenó de cuadros a Montoneros; el Partido Comunista, vertical y autoritario como pocos, llenó de cuadros a la izquierda armada, y también la Iglesia. No es casual. Hay mucho para analizar. La bajada de línea que había, la falta de respeto en la escucha hacia otro. Y ese autoritarismo se ve en todos los ámbitos. Las asambleas eran manijazos, auténticas manipulaciones que vendíamos como actos democráticos. Había un vanguardismo muy prostituido por la idea de que se hace lo que yo digo y lo que yo creo es la verdad.
¿La izquierda tolera una revista que realiza estos señalamientos?
No sé si la tolera. Treinta años después no cambiaron nada. Siguen con la misma lógica: si no decís lo que pienso yo, sos el enemigo. Ésta es una revista que se convirtió en un fenómeno –algunos dicen que es un fenómeno comercial– yo creo que hay que pensarlo como un hecho importante a nivel cultural. Ésta es una construcción colectiva, que invita a discutir. Es una experiencia única en América Latina.
Como partícipe de esa generación, ¿qué opina de que el Estado se apropie de la bandera de la memoria?
Para mí no pasa por ahí, la lucha de clases continúa, el hambre continúa, las desigualdades continúan. Me entra y me sale por una oreja lo que diga un dirigente, un Presidente o un partido. ¡Qué me vienen a hablar de la apropiación del Estado… ! Para mí la preocupación son los dos millones de pibes bonaerenses que no saben qué es estudiar, qué es trabajar o que los mata el paco o el hambre. Me produce una enorme tristeza el desarrollo de la izquierda santurrona, sectaria, inútil, incapaz de poner en pie organizaciones que sean capaces de entender u organizar a las masas. Siempre con el mismo cantito: “Nosotros somos los esclarecidos y ellos algún día van a entender”. Son pequeñas sectas que viven con sus pequeños localcitos, sus periodiquitos, sus grupos de acólitos, creando y recreando organizaciones endogámicas que no llevan a nada. Siempre con el “cuanto peor, mejor”. Porque si desaparecieran los pobres perderían su razón de ser.
¿Cuántas de esas prácticas se repitieron en 2001?
Muchísimas, las intervenciones en las asambleas fueron lamentables. La izquierda tiene compulsión a controlar todo. Siento vergüenza cuando me acuerdo de que a mí me mandaban a romper las asambleas de Nahuel Moreno. Iba, escuchaba, y cuando se le escapaba la palabrita “popular” le caía con todo. No escuchábamos y estábamos ciegos.
¿Ningún ex compañero lo acusa de funcional a los intereses de la derecha al abrir públicamente las contradicciones de la guerrilla?
Sí, lo piensa más de uno. Una vez una compañera me dijo que hacer esto era darle argumentos al enemigo. El enemigo no necesita argumentos. No hay que subestimarlo, lo sabe todo. Y cuando no lo sabe, si lo necesita, lo inventa. Me importa tres pepinos lo que haga el enemigo. Yo tengo que tener una conducta ante el campo popular, no lo voy a manipular ni le voy a mentir. Hacerlo sería no tener espaldas para asumir las cagadas que te mandaste. Lo que les pasa a muchos compañeros es que si las reconocen se quedan sin vidas. Yo era responsable político de un compañero que tenía un reloj que le había regalado el viejo. Era lo único que conservaba de él. Nosotros necesitábamos plata para el partido. Le dije que lo vendiera, me lo dio y lo reventé por dos mangos. El pibe después rompió con el partido y se fue a Tucumán, donde lo mataron. A mí me dio una culpa eterna.
¿Qué lo llevaba a actuar así?
Para mí, la manzana podrida de todo es la teoría de la vanguardia. Ahora, ¿podía no haber teoría de la vanguardia en los 70? El Che leyó mal la Revolución Cubana y todos leímos mal al Che. Se reconvirtió en audacia guerrillera un movimiento nacionalista burgués y de masas, como fue en sus inicios la revolución. La teoría de la vanguardia hizo estragos porque legitimó la actuación sectaria de las organizaciones: nosotros les decíamos a las masas por dónde había que ir. Y también sirvió para legitimar el antiintelectualismo, otro cáncer de los movimientos armados. Se usaba una frase: “Las palabras nos dividen, los hechos nos unifican”. Era la consagración del vanguardismo. No había que discutir, sabíamos adónde ir. Y así, dejamos de pensar.

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