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Un mundo nuevo

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Trescientas familias, en su gran mayoría bolivianas, ocuparon un predio abandonado a metros del Parque de la Ciudad, en Lugano, hartas de las promesas oficiales que aún siguen sin cumplirse. Conviven allí seis agrupaciones de izquierda que organizaron el nuevo barrio. Rodeadas por la policía y acechadas por los punteros, así construyen sus vidas, con una mezcla de antiguas y novedosas tradiciones.

Un mundo nuevoCuatro ladrones andaban robando por la toma. Aprovechaban los horarios en que la gente se iba a trabajar para meterse en las casillas donde quedaban personas solas o algún viejo. En una de las incursiones, cuando un vecino les hizo frente, le cortaron un pie. Eso envenenó el ánimo del barrio. Finalmente, una tarde los agarraron; se corrió la voz y de inmediato se armó un tumulto. Alguien –una mujer– propuso que los quemaran vivos, incluso que había que llamar a la televisión para que sirviera de ejemplo. Si esa tarde los ladrones se salvaron fue porque la policía llegó primero.
Lo cuenta Gregorio –42 años–, albañil. Con la pico de loro señala el pasillo del asentamiento, la larga fila de casillas en construcción, y dice que los robos son un problema en la toma. El otro problema es la policía, que a 50 metros del lote donde estamos vigila con un camión hidrante y dos celulares, no se sabe si para impedir que el barrio se extienda o porque aguarda el momento para desalojarlo. Ya lo hizo una vez.
Esta zona en tensión, con la amenaza de los ladrones y la policía, es el territorio de una experiencia inédita: una toma organizada por militantes de izquierda –como el Polo Obrero, el Movimiento Territorial de Liberación y el Frente Darío Santillán– pero en la que casi todos son bolivianos. Y bolivianas: cholas que se pusieron el chaleco del po o se reúnen en el local del mtd, aunque todavía sufran como un puñal clavado en el corazón el dolor de haber tenido que dejar el mercado de Cochabamba, o cuenten cómo extrañan, por las mañanas, ya no poder ver salir el sol entre los cerros.
¿Parece una extraña combinación? Resulta que no lo es tanto, apenas uno se pone a escuchar. Gregorio enrosca las puntas de dos cables, termina de hacer la conexión de la luz y dice que entre los paisanos hay cultura de la organización, lo que traduce de la siguiente y simple manera: “Las cosas se consiguen si hay unión, si no no se puede hacer nada”. Cuenta que antes de venir a Buenos Aires, desde Jujuy, estuvo con el Perro Santillán en una ocupación en reclamo por viviendas. Y que su vecino, un salteño, vivió en una toma campesina de Santa Cruz de la Sierra. Alguien dará después un ejemplo ilustrativo sobre qué se entiende en este barrio por cultura de la organización: los vecinos echaron a una agrupación piquetera, a la que le dijeron “No queremos cajas de alimentos, sino que estén políticamente. Que nos apoyen para lo que es importante”.
Estamos a unas cuadras del Parque de la Ciudad, en Lugano. La calle Chilavert, una cuadra larga en la que corren los chicos, es el límite donde termina oficialmente la Villa 20. Del otro lado de la calle empieza un cementerio de autos de la Policía Federal. La toma se hizo sobre ese predio, aunque no llegó a ocuparlo por entero, sino que se extendió como una franja, con la forma de una lombriz apoyada a lo largo de unas cuatro cuadras.
Hoy es sábado, el barrio cumple un año de su primer intento de asentarse y lo celebra con un festival en la canchita de fútbol. Hay música, comidas típicas y muchas sonrisas. La gente va y viene y todos se saludan.
Mónica, integrante de la Unión de Trabajadores Desocupados dice: “Las 300 familias que hicieron la toma eran inquilinos en la villa. Les cobraban 200 pesos por una habitación. La mitad de lo que podían ganar en el mes se les iba en pagarlo. Por eso empezó todo”.
Sentadas al borde de la canchita de fútbol, miramos a las mujeres que a pocos metros, con sus canastos, ofrecen empanadas paceñas muy picantes. Los chicos corren una carrera de embolsados y un grupo de jóvenes y no tan jóvenes –con look militante– arma un escenario para animar el festejo. Uno de ellos nos presenta a Sara, 30 años, el pelo largo y oscuro, quien a su vez se presenta a sí misma de la siguiente manera: “Sara, del Frente Darío Santillán”. Vino de Cochabamba a Buenos Aires en el 98, por falta de trabajo. “Mi mamá fue una de las que fundó el sindicato en Cochabamba. Salíamos a trabajar cuando todavía no había permiso para vender en la calle, nos apoyábamos las verduras en la falda, usando la pollera de manta. Así conseguimos que existiera el mercado. Aprendimos a pelear contra la cana, siendo niñas. Y menos mal”.
¿Por qué?
Porque soy boliviana, soy morocha y tengo cara de india –se ríe–: Y nada de esto les gusta a los policías.
 
Sara dice además que tiene “sangre caliente” y que por eso cuando se enteró de que estaban ocupando los terrenos del depósito de autos, empezó a buscar “con qué organización podía quedarme. Miré bien y elegí”.
Los movimientos que trabajan acá son seis: el Polo Obrero, el mtl (una agrupación piquetera que nació del Partido Comunista), el Frente Darío Santillán, la utod (Unión de Trabajadores Ocupados y Desocupados, salida de una asamblea barrial), el mst (del Movimiento Socialista de los Trabajadores) y el Frente de Organizaciones en Lucha. También están los Autoconvocados, un grupo que se separó del Teresa Rodríguez
 
Un estilo nacional, la promesa
En realidad no querían hacer un asentamiento, sino que se cumpliera una ley de urbanización sancionada por la Legislatura porteña (la 1770), por la cual el Gobierno de la Ciudad se comprometió, en el año 2005, a construir 2.000 viviendas para aliviar el hacinamiento de la villa. Sara explica: “La urbanización es mucho mejor porque tenés calles y no pasillos, y podríamos hacer que abran una escuela y un centro de salud, por ejemplo”. Mónica completa: “Nosotros averiguamos en el Instituto de la Vivienda (ivc), nos entrevistamos con funcionarios, fuimos haciendo todo un camino las seis organizaciones, pero no conseguíamos nada. Por eso al final, empezamos a mirar si entre nosotros había disposición, si queríamos agarrar el lugar”.
La toma tuvo tres intentos. El primero fue el 21 de septiembre de 2006. Eran unas 150 personas que se juntaron de noche en los locales de los movimientos en la villa y, juntos, cruzaron la calle Chilavert y ocuparon los terrenos. Allí reclamaron que se cumpliera con la ley. Al día siguiente iba a inaugurarse un estadio para la Copa Davis a diez cuadras de allí. “Habían gastado alrededor de 16 millones para construirlo en tres meses y poder hacer el campeonato, mientras nosotros seguíamos en la villa esperando que hicieran la urbanización”, recuerda José Guzmán, uno de los referentes del asentamiento. Por eso tomaron el predio, para presionar. Los sacaron con la Infantería a la mañana siguiente.
“Yo igual tuve un buen pálpito porque esa misma tarde ya fuimos fuimos todos a reclamar a la comisaría por los presos”, recuerda Mónica. A partir de entonces, empezó un tira y afloje para conseguir que la urbanización se cumpliera:
 
Tras el desalojo, se abrieron negociaciones con el Gobierno de la Ciudad, que les prometió que acelerarían los trámites para el traspaso de las tierras y la construcción de las viviendas.
Llegó diciembre y no había pasado nada. Volvieron a tomar el lugar y se retiraron voluntariamente porque les prometieron que el 15 de enero “como plazo máximo”, se firmaría el traspaso; luego les dijeron que esperaran 20 días más. Pero no pasó nada.
En marzo de 2007 seguían esperando novedades. Ahora los funcionarios ni les atendían los llamados. Ya eran 300 familias y volvieron a entrar, pero para quedarse.
 
“Dijimos: de acá no nos movemos. Pusimos carpas en el medio de los terrenos y decidimos mantenernos todos juntos para evitar la represión”. En ese momento pasó una cosa imprevista: otros vecinos de la villa aprovecharon y se metieron a los costados de las carpas donde ellos estaban, pero sin sumarse a la toma organizada. “No nos peleamos, porque todos necesitamos un lugar”. Esperaron un mes y medio más, sin que ninguna de las promesas pendientes se concretaran, y resolvieron empezar a construir en el espacio limitado que les había quedado.
Las organizaciones trabajan juntas en algunas cosas y en otras por separado. Por ejemplo: se repartieron el terreno como si fueran las fetas de un salame, en un tramo están las familias de la utod, en otro las del po, los autoconvocados y el mtl. Cada movimiento hace asambleas semanales, en las que resuelve sus temas; a su vez los seis se juntan para las cosas más generales, como los reclamos o trámites ante el Gobierno de la Cudad. Es la manera que encontraron, posiblemente, de poder avanzar sin sufrir la fragmentación conocida. Por eso mientras caminamos nos dicen que hasta este pasillo llegan las familias de la utod y que en el aquel otro empiezan las del po. Los movimientos decidieron reglas, por ejemplo que no haya alcohol, que no se alquilen ni vendan los lotes y permanecer juntos ante las amenazas.
“Nombramos delegados y armamos equipos de trabajo para poner los postes, instalar la luz, colocar los caños de agua y hacer las cloacas”, explica José. “Como mucha gente trabaja en la construcción, no nos resultó difícil”. ¿Hicieron todos juntos el tendido de los servicios públicos? “No, cada uno por su parte, para sus compañeros. Pero varía, no hay una regla fija, a veces también hacemos tramos en común”. Sara da un ejemplo: “Nosotros hacemos bastantes cosas con los Autoconvocados”. ¿Se juntan por afinidad ideológica? “No, más bien porque estamos cerca en el terreno, uno al lado del otro”.
 
Aprender otra cosa
José tiene 29 años, es maestro de 7º grado y representa un punto de cruce de las dos culturas: nació en Potosí pero vive en Argentina desde los 3 años. Siendo boliviano, tiene mucho de argentino, y siendo de izquierda tiene poco de la izquierda tradicional. Estuvo en la organización de la toma desde el principio. “Milito las 24 horas”, dice.
¿Por qué?
Porque me gusta.
¿Cómo empezaste?
Cuando estaba haciendo el secundario y en los colegios se hicieron protestas; ocupamos las escuelas contra la Ley Federal de Educación.
 
Ya en esa época prefería mantener distancia con ciertas formas de hacer política de la izquierda argentina. “Las escuelas estaban llenas de partidos políticos, hubo mucha discusión sobre si debían estar en el centro estudiantil porque venían y te cooptaban el espacio. Eso es algo que me quedó marcado, creo que por eso nunca milité en un partido. La modalidad de avasallar, el tema del aparateo, de interponer la bandera antes que el trabajo, la izquierda tradicional está acostumbrada a eso, siempre son las mismas prácticas”. A fines de 2001 creó con unos amigos la asamblea de Lugano. “Ibamos caminando por la plaza con tres compañeros y vimos a una mujer golpeando una cacerola. Nos enganchamos también nosotros a golpear, esa tarde quedamos en contacto y empezamos a juntarnos en la plaza, a 15 cuadras de acá”. Más tarde armaron una olla popular y una comisión de desocupados que terminó trabajando en la villa con la vivienda. Aquel grupo se transformó en la actual utod.
 
Para José, el 2001 mostró “un caudal de nueva izquierda que podría haber sido una nueva fuerza si se hubiera direccionado para un mismo lado”. Por eso cree que “más que echarle la culpa de lo que no podemos hacer a la cooptación del kirchnerismo deberíamos fijarnos qué cosas hacemos mal nosotros. Rever los vicios que tienen la izquierda y los militantes, porque no vamos a ir muy lejos si la discusión sigue siendo cuánta mercadería te saco y cuánto te doy. Y eso es lo que se aprende en los partidos”.
La familia de José también es un símbolo de la riqueza de la tradición que en la toma se resume: “Mi viejo siempre fue albañil y minero, también criaba animales, cultivaba. Mi mamá era ama de casa y luego se hizo albañil para ayudar a mi papá. Es que la primera vez que mi papá toma una obra para poner tejas, las coloca mal y se desespera y se larga a llorar, y ahí llega mi mamá, que justo le llevaba la comida, y comienza a ayudarlo. Así aprendió a ser albañil. Tenía 20 años”.
¿Cómo fue para vos llegar a Argentina?
Muy duro. Recuerdo que me decían “tomatada”. Hice la primaria en La Tablada y la discriminación fue tremenda. Cuando vinimos a Lugano, nos anotamos en la escuela, y ahí si viví el rechazo y la discriminación más fuerte todavía, era como un insulto ser boliviano. Terminé la secundaria y de la terciaria me faltan 15 materias. Me recibí de maestro.
¿Tus papás eran de izquierda?
No, mi papá nunca tuvo experiencia en la militancia. Ahora, por los hijos, tiene lectura y es crítico en un montón de cosas, se pudo armar una identidad, no sé si de izquierda, pero sí de crítica. Y eso se dio por influencia de los hijos.
Para vos como militante ¿qué significa decir que sos de izquierda?
Yo milito las 24 horas porque me apasiona esto y lo veo necesario. Pero para mí la militancia es enseñarle a leer a mi mamá. Siempre hablamos de la izquierda cuando nos referimos a los partidos políticos, pero hoy surgieron nuevas posiciones políticas, nuevas formas de pensar: el horizontalismo, el trabajo de base, la discusión asamblearia, la formación de los compañeros para que tomen decisiones, para que se construya un poder real de los vecinos de la toma; son formas de construcción diferentes a las de la izquierda tradicional.
 
En la villa 20, sin embargo, pudieron hacer otra cosa. ¿Por qué? Todos dicen que porque hay un trabajo concreto para hacer, cosas puntuales que solucionar. “Esto es un caso particular, porque estamos construyendo”, marca José. Guillermo, del po, escucha la pregunta y alza los hombros como indicando un misterio: “Me parece que es porque pensamos más en lo reivindicativo y convivimos. Y eso que acá la mayoría de los otros movimientos son ´antipolo´, ya sea porque nosotros nos ponemos rígidos o porque ellos se ponen prejuiciosos”. En el fol, Joaquín alude a que nadie compite para ver quién es más de izquierda. “Al menos para nosotros, la discusión sobre si somos de izquierda no es lo central. Es un tema casi académico, ¿no?”
En una de los lotes cercanos al cementerio de autos Nicolás –57 años– se asoma con un bebé en brazos. Salteño, tuvo una vida de nómade según dónde consiguiera trabajo. Pasó incluso cinco años en la zona rural de Santa Cruz de la Sierra. “Me había ido con los del mst (el Movimiento Sin Tierra). Nos organizamos del lado argentino y pasamos para allá para la toma. Era todo más duro, con armas en lugar de palos”. Ahora está en uno de los grupos de albañiles que se ocupan de hacer la red de agua potable. “Ya casi está terminada”, informa con modestia.
En el pasillo, dos hombres colocan un desagüe en el piso: es la línea de las futuras cloacas. “En unos días ya van a estar”, contestan cuando una de nosotras les pregunta. Aunque la policía no haya retirado el camión hidrante ni los celulares, en el barrio se ve una decisión de confiar en el futuro. A veces la fe puede llegar de arriba, pero acá parece ser algo que emerge. O se construye: “Creo que no nos van a sacar, porque ya hicimos mucho”, suspira Mónica.
En las últimas elecciones de la villa armaron una lista única y les disputaron el poder a los punteros que la manejan hace décadas. Uno de sus misteriosos efectos parece haber sido el aumento de los robos. Ahora patrullan la toma con grupos de vigilancia que se turnan las 24 horas, para avisar si circulan caras extrañas. Entre policías y ladrones, así llegaron a las puertas del verano. De las promesas del plan de urbanización todavía no hay noticias. En los lotes las casas se siguen construyendo, una pared de ladrillos reemplaza a las bolsas de nylon, en otra ponen una ventana donde antes había un pedazo de cartón. ¿Es porque están seguros de que van a poder quedarse? Mónica sonríe y nos regala una lección de rebeldía: “Siempre es mejor pensar que todo va a salir bien”.

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Actualidad

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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