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Siluetas reveladas

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.Sus ensayos fotográficos, dice, son “arte-reacción”. Los temas: el erostimo femenino durante el post parto o los mandatos de belleza que desfilan en las portadas de las revistas y que ella define con una palabra: culocracia.

La foto muestra a un recién nacido acunado por su madre. Podría ser una verdadera postal de la ternura si no fuera porque la mujer exhibe las fauces del lobo feroz. La toma abre el ensayo El deseo es el deseo del Otro, de María Kusmuk, una fotógrafa que se propuso romper los mandatos sociales que marcan a fuego las imágenes sobre la maternidad, la sexualidad y los cuerpos femeninos.
“Soy escribana por mandato familiar y fotógrafa por opción”, se presenta Kusmuk, que nació hace 42 años en Fernández, un pequeño pueblo de Santiago del Estero, una de las provincias agentinas más conservadoras. Con esa historia a cuestas –plagada de “deberes ser”–, la artista busca desmontar realidades ficticias, desmitificar instituciones y alumbrar vivencias silenciadas, obturando su cámara. “Durante mucho tiempo nos la pasamos luchando contra esas banderas que nos plantaron y en muy pocas oportunidades nos permitimos hacer lo que queremos. Esos son los instantes de felicidad”, subraya la artista.
El título de aquel ensayo fotográfico –el primero de Kusmuk, iniciado con su primer embarazo– tiene una clara alusión psicoanalítica. “Algunos dicen que mi mirada es femenina, yo no sé qué es eso. Diría más bien que es una mirada psicoanalizada. Yo no tengo formación artística, sí veinte años de terapia”, dice la fotógrafa, quien define su producción como “arte-reacción”.
“Mis tomas son una demostración de bronca contra bajadas sociales que indican cómo tienen que ser las cosas –describe Kusmuk–, contra los pañales piripipí y los jabones espumosos. Nadie hace campaña con el meconio, que es los primero con que te topas de tu hijo: una mierda que parece poxirrán, que no podés despegartela de los dedos. Te muestran todo de una manera idílica y después te terminás preguntando por qué tenés que enfrentar sola lo que te pasa, creyendo que a nadie le pasa lo mismo. Y en verdad, son cosas lindas y agradables, porque es lo que somos.”
Kusmuk retoma esta idea de convertir lo desagradable en un acto artístico en otro ensayo –Puerperum mediaticum– en el que aborda de manera irónica el erotismo femenino en el período de posparto. Pezoneras, sacaleches, corpiños adaptados para amamantar, apósitos femeninos usados, son algunos de los elementos que aparecen retratados en una serie que por momentos transmite repulsión. “Son las cosas que a mí me tocaron experimentar –confiesa la artista– y me parecían humillantes. Todo eso está incorporado en ese mundo feliz de la maternidad, como una ayuda a la mujer, y son, en verdad, elementos de tortura, sobre todo mental. ¿Cómo se puede hablar de placer con pesoneras de plástico y fajas que parecen de la inquisición? Es una mentira morbosa. No puede ser que se te abra el cuerpo, te salga una tremenda cosa de cuatro kilos de adentro y a los 30 días reinicies tu sexualidad, pum para arriba y con portaligas, porque se te cerró la episiotomía y se terminó la cuarentena”.
Los mandatos sexuales también fueron motivos de los trabajos de Kusmuk, específicamente en el ensayo La comedia de la vida (una alusión a la obra del escritor francés Honoré de Balzac), que da cuenta –con humor negro– de los conflictos de poder que desarrollan hombres y mujeres entre las sábanas.

Una belleza
Kusmuk no suele socavar los mandatos sociales con mensajes explícitos o de barricada. De hecho, la metáfora es uno de los principales recursos que utiliza en su obra. “A veces me parece que no ser literal es una cobardía de mi parte. Es evidente que ahí también emergen las trabas o las autocensuras. Yo vengo de un pueblo pequeño donde la mirada es muy fuerte, estoy formada en la tradición. Debí haber cumplido con muchos de estos mandatos al mismo tiempo que sacaba estas fotos y decía que eso no se debe hacer, que las cosas no son así. Los mandatos son demasiado fuertes para librarse de ellos con una fotografía, ni siquiera podés hacerlo con veinte años de psicoanálisis”.
El último ensayo de Kusmuk –aún en progresión– se llama Belleza. Se trata de una crítica a la estética corporal del consumo o, como ella lo dice de manera risueña, a la “culocracia”. Se le ocurrió mientras veía desde el subte las tapas de las revistas del corazón que pendían de los quioscos. Y como reacción, eligió parodiarlas. En una de ellas se ve a una modelo posando con el torso desnudo, en el que emergen en primer plano sus costillas y su homóplato. “Con 3 kilos menos me siento brutal´”, dice el título de la portada de Seres. En otra tapa, aparece una panzona celulítica que confiesa en ropa interior: “Ser sex symbol es un placer y una responsabilidad”.
“¿De qué placer me hablan cuando muestran los modelos estéticos de hoy? Si para tener esos tremendos trastes que exhiben en la tele se matan con inyecciones para diluir grasas o se fajan. Es la construcción de un mundo ficticio, que muestra maravillas donde no existen”, opina Kusmuk, que comenzó a pensar en este ensayo mientras viajaba a la redacción de Clarín, donde trabajó entre 1996 y 2003. “Las fotos que se hacen para el ámbito laboral se hacen porque te pagan y porque te indican a quien tienes que retratar, pero no hay un desarrollo conceptual. Más de una vez, en el diario me decían que mis fotos estaban fuera de registro”, señala.
¿Cuál es el mandato más fuerte que recibió Kusmuk? “No hablar de ciertas cosas”, responde. ¿De cuáles? “Ah, no. De eso no se habla. Mirá que fuerte que es”, contesta de manera mucho más lacónica que con sus ensayos fotográficos.

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