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Realismo mágico

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 Su nombre comenzó a escucharse a mediados de los noventa con Porco, una banda hardcore que encarnaba la decadencia de esos años. Un día se quedó sin voz en el medio de un recital y decidió dejar la música. Estudió Historia, se recibió, y hasta publicó su tesis sobre Rosas. Siete años después de aquel incidente, cuando el retiro de los escenarios parecía definitivo, volvió para quedarse. Hoy, con tres discos editados y otros tres en camino, asegura: “No trabajo para ser disco del año, sino para ser disco del milenio”.

Realismo mágico

La crónica comienza en el Parque Avellaneda, el mediodía del 24 de marzo. Dos detalles significativos para este cantautor de treinta y pico que llega puntual, de remera negra y jeans, y con las manos vacías. La fecha y el lugar lo arrastran a su infancia. “Nací y crecí en Mataderos, y este parque tiene mucho que ver con mi infancia y adolescencia. Nací en una casa y en una familia sumamente influenciada por dos patas que fueron definitorias para mi cultura. Mi papá tenía dos trabajos: a la mañana era jefe de personal del frigorífico Lisandro de la Torre y por la tarde y noche, era gerente del club Nueva Chicago. Mataderos entra por dos lugares determinantes: la cuestión social y sindical por un lado y por otro, la cuestión deportiva. Mi casa era permanentemente visitada por cuestiones tan frívolas como ver qué jugador entraba o salía del equipo, o tan comprometidas como un compañero secuestrado o desaparecido cuando llegó esa época”, recuerda. Su hermano mayor profundizó la mezcla: estuvo un tiempo desaparecido, y además jugó en la primera de Chicago.
Gabo le escapó al fútbol. A los cinco años los Reyes Magos le trajeron una guitarra y él empezó a componer canciones antes que a estudiar. “Mi hermano tenía una discoteca con Moris, Pedro y Pablo, Lito Nebbia, Roque Narvaja, Almendra, Pescado Rabioso. Eran discos que él estaba desatendiendo en ese momento de su adolescencia y que yo me apropié. Los escuchaba, junto con esos infantiles que te cuentan cuento: ponía treinta minutos de Moris y después, Caperucita Roja. Ahí se metía lo imaginario, los personajes con la fantasía. Y yo fui la resultante de todo eso, una especie de neo-realismo mágico”, se define. Después vinieron las clases particulares con la típica profesora de barrio, el coro de niños, y la secundaria, donde se cruzaron el tecno, el pop, algún perfume pasado de moda de los setenta, y los jopos engelados. Gabo empezó a reconocer el surgimiento del deseo, y Porco fue la resultante de ese despertar. “Porco tuvo que ver con un ejercer la política del deseo, un ciudadano del eros, un ciudadano de la práctica del deseo. Tanto tiempo que no se pudo hablar de esto… ahora hablamos de esto. La idea era ver la política desde ahí”.

La historia y la Historia
¿Y qué come la máquina monetaria para transformarlo en mierda?
Se come la espontaneidad, la vida,
la juventud, la belleza, y, sobre todo,
se come la capacidad de crear.
Come calidad y caga cantidad.

William Burroughs, El trabajo

En 1997 Porco estaba tocando en una de las salas del hotel Bauen. Mientras cantaba, Gabo se quedó sin voz. Literalmente mudo. Dejó el micrófono en el suelo, se bajó del escenario, y no quiso saber nada más con la música. “Yo me había comido -como tantos y tantas que aún hoy lo creen- que el proceso natural después del disfrute de conocerte con alguien, componer y tocar, era que el disco tenía que salir por un sello discográfico. Había que tocar en tal o cual festival, siendo soporte de tal o cual, si no lo otro no podía seguir sucediendo. No me había dado cuenta que lo otro podía seguir sucediendo tranquilamente. Puede parecer una verdad pelotuda, pero para mí no lo era. Ahora veo que para mucha gente tampoco lo es; y lo que es más grave aún, que hay mucha gente que desea que esto suceda, gente que desarrolla su obra para ponerle la etiqueta de una multinacional a la contraportada de su disco. A mi no me interesa. Si para hacer música hay que atravesar esto, yo me voy a estudiar Historia”. Y así fue. Se anotó en la Universidad de Buenos Aires, completó la carrera, y hasta hizo una maestría sobre Rosas. “Tenía una cantidad de documentos que me demostraban de una manera científica que, según el discurso anti-rosista, él era un vampiro y me dije ‘esto hay que escribirlo’”. La tesis tuvo una mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes para ser editada, y lo mismo hará la editorial Marea. Mientras tanto, Gabo planea una novela con ese material. “Era mi recreo mientras escribía mi tesis. La tengo a medio terminar porque es muy pretenciosa. Hasta tenía un capítulo completo escrito en francés, un delirio”, comenta riéndose de él mismo.
Pero la historia no termina allí. En un congreso se reencuentra con viejos amigos que le insisten para que vuelva a tocar, especialmente Ariel Minimal y Flopa. Gabo accede y a mediados de 2004 vuelve a los escenarios en un formato más austero: guitarra y voz. “Me parecía una quijotada al comienzo, que no le iba a interesar a nadie. Pero se generó una cosa tan inédita que decido grabar”.
Canciones que un hombre no debería cantar fue el título de ese primer disco solista, al que le siguieron, con una frecuencia de uno por año, Todo lo sólido se desvanece en el aire, y Mañana no debe seguir siendo esto. Con un impulso renovado (y renovador), Gabo decidió dejar de lado los fantasmas de la industria musical y concentrarse en componer sus canciones. “Cuando volví en el 2004 me dije ‘esta es la única compañía que voy a tener’”. Era la guitarra.
Quizás sea su propia historia la que lo llevó a esa postura que, para muchos, roza el extremo. Él edita sus propios discos y se encarga de la distribución; tiene una manager con la que gestionan las fechas y organiza las giras, tanto dentro del país como en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa, y no sorprende a nadie verlo llegar a sus recitales con el bolso cargado de discos para vender. Pero Gabo no se regodea en la idea de ser un outsider; más bien le responde a los popes de las multinacionales que quieren tenerlo entre sus filas –y a quienes él se encarga de rechazar sistemáticamente- en los mismos términos de la industria musical. “En mis propios términos de éxito, que son los de un artista, me siento mega exitoso. Puedo tocar y va gente. Puedo tocar en cualquier formato y va gente. Soy muy respetado por mis pares. Me odia a mí y odia mi música gente que no merece mi respeto. Eso es tan importante como que te quiera la gente que vos respetás. Y los que me odian son tan pocos y tan miserables que ni siquiera pueden enfrentar su propia imagen en el espejo. ‘¿Por qué te va bien?, si te retiraste y no volvías más’… Entonces yo vuelvo, trabajo de manera honesta y me va bárbaro. Hasta en términos industriales me va bárbaro, porque yo vendo muchos discos. Vendo muchos discos en los shows, y también en Musimundo. Pero yo voy con mis discos a los shows, y pongo la mesita para venderlos, cosa que espero poder hacer siempre”.

¿Cosa de mujeres?
Porco era una banda que desafiaba la postura machista y heterosexista de una buena porción del hardcore. La cuestión del género y la cuestión gay son temas que a Gabo, por momentos, parecen sacarle el sueño. Cuando le pregunto si existe el rock femenino, no duda: “Si hay un rock femenino yo puedo estar inscripto dentro de esa sensibilidad”. Y continúa: “Leí el otro día que alguien decía que a las chicas les falta una Spinetta o una Charly. Yo me pongo en sus zapatos o en sus sandalias, y la verdad que me resulta ofensivo, sobre todo porque se les da más aire a varones de mediano talento que a chicas con un talento enorme. Es como que las chicas muchas veces tienen que hacer un doble esfuerzo. Por eso a mí me gusta mucho meter mi sensibilidad en la androginia o en lo femenino, aunque se trate de cuestiones más humanísticas que de género”. Y desliza como nota al pie, para una eventual investigación: “Habría que indagar, y esa tarea es más tuya que mía, cómo PopArt se hizo de todos los grupos femeninos el 8 de marzo de 2006. Revisalo…”
Entre los temas que el rock clásico y la canción popular no profundizaron demasiado emerge la cuestión gay. Eduardo Haro Ibars en su libro Gay Rock (Ediciones Júcar, 1975) define a ese movimiento por la suma de sus características: rock revival, gran espectáculo con performances tomadas del teatro, y el énfasis puesto en la liberación de los moldes sexuales. Gabo no parece estar muy de acuerdo. “No existe algo como el gay rock. Son dos cosas que no tienen ningún punto de contacto. Lo gay en general no tiene que ver con el compromiso que tiene el rock. Nada que ver. Hoy por hoy lo gay es casi una posición estética más que política”, se lamenta. “En nuestro país hay una cha (Comunidad Homosexual Argentina) laxa, mucho más preocupada por tener el Hotel Axel, la sordidez de los saunas, y una ciudad “gay friendly”, que en realidad es “money friendly”. Eso es básicamente lo gay. Al definirlo así, como un consumidor, lo estás definiendo en términos de mercado. Y yo me cago en todo eso: un rockero no es un consumidor, es un ciudadano en praxis política en movimiento”. Le pregunto a Gabo qué pasó entre finales de los ´60, cuando de la mano de Perlongher surgió el Frente de Liberación Homosexual; los ´80, con los hermanos Jáuregui levantando las banderas de lo gay como una lucha eminentemente política, y este presente donde todo parece reducido a un nuevo nicho sobre el que las empresas planifican sus estrategias de venta. “Pasó una dictadura, y pasaron desapariciones. Yo creo que los putos preciosos de los 70 no tienen nada que ver con la triste movida gay que vemos hoy. Además fijate, y esto es algo que habrá que revisar con el tiempo: el rock argentino no tiene desaparecidos. Los putos tienen desaparecidos. Y ese es un lugar para pensar, te lo digo como historiador. El rock argentino no tiene desaparecidos, y no porque no hayamos entregado un Cristo al movimiento. Es algo que los sobrevivientes nos tenemos que poner a pensar”.

La nueva ola
Una característica de la escena musical actual es la proliferación de cantautores. ¿Movimiento genuino o nueva movida de marketing?. “Lo que hay es mucha gente que antes no se hubiera animado a salir con la guitarra, y esta moda los animó. Tenemos muchos cantantes y compositores que en otro momento de la historia estarían con banda, y en este momento la ola los está poniendo solos. Bienvenidos. Habrá que ver que pasa cuando estos aires cambien”. La lista es larga y funde nuevas voces con nombres de trayectoria: Florencia Ruiz, Coiffeur, Flopa, Emiliano Martínez, y muchos otros artistas que salen a escena sin el soporte de una banda detrás. Como no podía ser de otra manera, Gabo tiene una visión sobre lo que significa ser cantautor: “Para mí ser cantautor implica lo que implicaba en los 60: militancia, compromiso con lo que vos estás diciendo en tus canciones, compromiso con tu discurso, ya sea de la palabra o actitudinal. Y escribir lo mejor que puedas, cantar lo mejor que puedas, tocar lo mejor que puedas. No somos todos cantautores ni cantautoras, y nadie por parecer cantautor lo es. Necesitás obra, necesitás soledad, necesitás formación, necesitás escribir, necesitas trabajo, necesitás repertorio, y necesitás consecuencia en el tiempo. Donde yo me hago cargo de la figura de cantautor es en la consecuencia del trabajo, de sacar un disco por año, de un timbre, de un discurso poético, de salir solo con la viola a recorrer cuatro estados de Estados Unidos a full cuatro veces seguidas, de irme ahora a España solo, y de tener una obra de un tipo que se compromete. Yo creo que son elementos que tienen que estar todos. Si vos ponés ese filtro te vas a dar cuenta que hay bastantes, pero no sé si somos tantos”.
A Gabo le molesta cuando lo rotulan como “el cantautor indie del momento”. Sus tres discos, su carrera actual y su historia son las credenciales que exhibe para reírse de esas etiquetas. “Siempre respondo que no trabajo para ser disco del año: trabajo para ser disco del milenio. A mí me van a descubrir, en términos comerciales, dentro de quinientos años, ¿qué me importa?. ¡Ojalá! Yo trabajo para que dentro de quinientos años digan ‘¿quieren saber qué pasó? Escuchen tal tema’, o ‘¿quieren ver cómo era la cuestión de género en la Argentina? Agarren esta cancioncita y revísenla’, con eso ya estoy hecho. No soy del momento, porque si no ya debería haberme caído”.

Puentes

Un animal extraño se ha detenido.
Casi al abandonarte, al decidirlo,
el animal se muere sobre el camino.
Qué extraña es la frontera entre lo ido y lo vivo. Como algunos que muy muertos
parecen estar muy vivos.
Somos tres en la vida: lo muerto,
yo y el camino.

Gabo Ferro, Sobre el camino
Gabo cantó en los 90 en un escenario cultural y político con muchas particularidades y regresó hace tres años a una escena en la cual la masacre de Cromañón tendría que haber funcionado como punto de inflexión para nuevos paradigmas. “Creo que los 90 tienen que ver con un discurso que entre los músicos de rock sigue intacto: no vas a poder hacer una canción más si no tenés un sello discográfico, si no tocás con tal, si no estás en el Quilmes o el Pepsi Music y no sé que mierda más. Eso es absolutamente neoliberal”. Gabo saca a relucir otra vez su veta de historiador para analizar un puente que a los ojos de muchos parece invisible. “¿Viste que en los manuales ponen ‘la Edad Moderna comenzó con el descubrimiento de América’, y todo el mundo sabe que en la historia no existen fechas, sino fronteras de tiempo?. Yo creo que con Cromañón se acaba la década menemista. O debería haberse acabado, porque ya te estoy diciendo que no. Pero creo que ciertos gestos desnudan que ya se terminó. Y me parece que lo estamos desatendiendo, porque hay muchas cosas que siguen intactas, como este deseo de que las cosas sigan funcionando desde el punto de la industria como si nada hubiera pasado. Creo que en muchas cosas los 90 continúan”.
La crónica termina unos días después en el Centro Cultural Caras y Caretas, donde Gabo toca por última vez antes de una nueva gira por España. En el medio del recital se da el lujo de presentar completo su próximo disco, a salir el 21 de junio. “Es el día de la noche más larga, y es un disco negro. Pero a su vez, al ser un disco realista, sabés que esto tiene una duración. Por lo tanto, también tiene muchísima luz, optimismo: con mucho deseo, y con conciencia de que este es un mal momento, pero que también los hay buenos. Siento que este momento ya está terminando”.
Gabo dejó de sufrir. O lo que es mejor, encontró el ámbito para tramitar su sufrimiento, tras decidir qué es lo principal y qué lo accesorio. En ese proceso lento, difícil y desangrado radica, precisamente, la clave de su resurrección.

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Un winner

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Empresario modelo del modelo. Es presidente de una de las cinco empresas que lidera el ranking de exportaciones y legislador oficialista. Controla un pueblo, al sur de la provincia de Córdoba, en el que para vivir hay que someterse a una investigación policial. Compañero de Domingo Cavallo, financió su lanzamiento político. Camarada de Roberto Lavagna, obtuvo beneficios millonarios durante su gestión. Fue el candidato que impuso Kichner para saldar la interna cordobesa y el ejemplo que citó Cristina para evocar la figura del empresario nacional. Su empresa bate récords de ganancias, pero recibe subsidios, reintegros, compensaciones y desgravaciones del Estado. Un ejemplo de cómo lo viejo y lo nuevo crean ese fenómeno llamado “agronegocio” que sembró la crisis actual.
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 Fue el protagonista del primer piquete bonaerense y el único que rechazó los planes sociales. Armó microemprendimientos, talleres de filosofía, desfiló en la pasarela y llegó a la Cámara de Diputados de la mano de Elisa Carrió. En estos días, volvió al piquete junto a los productores agropecuarios. Cómo explica este trayecto.
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