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Trans andina: Claudia Rodríguez, activista chilena

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Referente del movimiento trans latinoamericano, escribió sobre su infancia, el HIV, la militancia trans y la vida sexual. Viajó a Argentina y cuenta su visión sobre feminismo sin resentimiento, el arte, y por qué hay que politizar el amor. POR MARÍA DEL CARMEN VARELA
“Las travestis somos iguales que las mapuches del campo, igual que las mujeres antiguas que aprendieron de las abuelas cómo se hace el pan”, empieza Claudia Rodríguez en su libro Cuerpos para odiar, editado en Chile y replicado por editoriales under argentinas. “Nosotras aprendemos hablando con las viejas a pensar lo que tiene que ver con el cuerpo, sobre el deseo, que es lo mismo que aprender a ver. Ver por ejemplo que en el campo, las lechugas también tienen deseo, deseo del sol y lo persiguen hasta que logran que las bese. Las travestis somos igual que las mapuches: no necesitábamos ni leer, ni saber escribir para entender el mundo”.
Sin embargo, Claudia Rodriguez escribe y relata en su libro fragmentos de su infancia en un pueblito chileno de casitas precarias, tardes de novelas mexicanas, pies embarrados y juegos con hermanas y amigas. “Descosidas, manchadas, arrugadas, descalzas, paliduchas, rojizas, ojudas o achinadas, desnutridas, todas éramos salvajes, niñas sobrevivientes del frío. ¿Cómo me iba a imaginar que yo no era linda?”.
En su libro Claudia narra la pena profunda que viviò cuando le cortaron los cabellos porque tenía que ir al colegio, la preocupación de su madre (“aprendé a leer y escribir y no seas como yo, analfabeta”), su deseo de ser una niñita, las burlas de los demás. “Nací donde nadie me quiere”, resume, y utiliza su biografía como disparador de preguntas inquietantes sobre el pecado, el miedo, el castigo, la inyección de aceite espeso, la ingesta de hormonas, la elección de un nuevo nombre, la operación de cambio de sexo, la prostitución. “A ti te queda bien un perfume dulce, los tacos más altos y un poco de silicona en las tetas”, cuenta que le sugiere un cliente. Y agrega en chileno puro: “Y terminai convertía en algo que jamás te imaginaste”.

Miss sida

Claudia se autoproclamó Miss Sida 2007. No hubo concurso: “Soy la travesti que asume públicamente toda la vergüenza de la epidemia”, asegura. Fotos de cuerpos de travestis asesinadas ilustran la tapa de Cuerpos para odiar: “He sido tan odiada que tengo razones para escribir. Nunca fui una esperanza para nadie. Junto las letras y escribo mediocremente sobre este vacío. Escribo porque no he sido la única. Con mis amigas travestis hemos sido rechazadas porque el cuerpo es sagrado y con él no se juega. Por eso escribo, por todas las travestis que no alcanzaron a saber que estaban vivas, por la culpa y la vergüenza de no ser cuerpos para ser amados y murieron jóvenes antes de ser felices. Murieron sin haber escrito ni una carta de amor”.
Durante diez años Claudia trabajó en Fonosida, una línea de información sobre VIH. Se trataba de conversaciones confidenciales para hablar de salud y dar información para que las personas pudieran tomar sus propias decisiones. “Esa experiencia me marcó porque hubo llamadas que hablaban de que había hombres que tenían prácticas sexuales con travestis pero no se reconocían de otra forma que no fuera la heterosexual, negaban que podía haber hombres que gustaran y amaran a personas travestis”, cuenta a MU. “En lo personal, reflexioné y dije: puedo ser amada. Antes de eso yo pensaba que iba a ser excepcional vivir una relación de pareja. Uso esa información a mi favor; ya nadie me puede decir que en algún momento de mi vida no voy a poder ser amada, por lo tanto con el tiempo me doy cuenta de que no faltan hombres que me puedan amar. Esa verdad, eso que nos ha sido tan negado, existe. Y yo empiezo a hablar de eso, que con toda mi monstruosidad, haber transformado mi cuerpo, haberle puesto silicona, que hace que mi cuerpo sea una máquina, un cuerpo peor, que sale de la norma, tengo derecho a existir. Hablar de estos temas da la posibilidad de que mi comunidad tenga la opción de escuchar y se pueda reconciliar consigo misma. Hablar de monstruosidad, de pobreza, hablar de manera desvergonzada, es siempre liberador”.

Susurros

Claudia creció en tiempos de dictadura militar, tiempos en los que había que llegar a casa temprano porque regía el toque de queda. Cuenta que su padre salía de trabajar y muchas veces encontraba cuerpos baleados en su camino. “Crecí con el susurro del miedo. Soy tan respetuosa porque estoy llena de miedo”, dice ahora. Su madre se trasladó a Santiago en busca de una vida mejor, pero su familia tuvo que vivir mendigando. “Nuestras vidas no valían un peso: teníamos que dejar de ser lo que la tradición decía para construirnos en obreros obedientes, en soldados, sin ninguna posibilidad de tener autonomía. En ese juego yo percibo que fui una infancia que no tenía proyecto. La mirada del mundo no reconocía que una existencia tan marginal pudiera sobrevivir y llegar a ser una persona universitaria, una activista, una filósofa. No daban un peso ni por las mujeres antes de mi madre, ni por mi madre ni por mí”.
Pese a todo Claudia llegó a la universidad y mientras cursaba el Diplomado en Género se topó con algunas autoras feministas. Eso le dio herramientas para poder hurgar en su propia historia familiar, hacer reflexiones críticas e indagar en los datos de los recuerdos de su propia biografía: casi no encontraba datos de sus antecesoras.
Ahora con su libro, Dora, su madre, le preguntó: “¿Para qué escribes sobre mí?”.
Claudia le respondió que lo hace para que el mundo sepa que ella existió.
La madre aún vive en Santiago: “Me está esperando”.

Trans en el consultorio

Con dos décadas de activismo, Claudia sostiene la bandera de la lucha identitaria y menciona otras luchas a las que se suma la comunidad chilena de travestis, transgéneros y transexuales: la mapuche, la educación pública, un sueldo digno, la salud, los sin techo. Critica que el neoliberalismo les ha dado a esas poblaciones un solo derecho: el de consumir, sin mejorar sus condiciones de vida. Y objeta que para la academia siguen siendo objeto de estudio pero no les dan espacio: “Me he llevado de diferentes formas con la academia: al principio la escupía. Luego cuando hice el Diplomado vi que era un espacio que había que ocupar. En este momento hay ciertas observaciones que se le pueden hacer al feminismo académico: que le falta práctica, que habla desde afuera y que necesitamos que el feminismo reconozca sus prácticas, se reconcilie con ellas y que la ética sea la práctica y la práctica sea la ética”.
Claudia cuestiona que las académicas tampoco les reconocen su fuerza laboral y les reprochan que las travestis no van al consultorio a hacerse los exámenes. Por qué: “Cuando una va a los consultorios ve que en los afiches hay presencia de las formas de ser mujer: embarazo, dar de mamar. En esos afiches no se dice nada de nosotras. Siento que no tengo cabida para hablar de mis prácticas no reproductivas. No hay una salud dirigida a las personas travestis, transgénero y transexuales donde el tema no sea la reproducción, sino qué es el placer. Tampoco otras situaciones que vivimos como la salud mental, la drogadicción, el VIH, enfermedades de transmisión sexual, siliconas, hormonización y las respuestas a una salud integral trans. El servicio de salud no esta dispuesto a hablar de otros temas que no sean la reproducción. Eso nos agrede, nos mantiene en la marginalidad. En Chile estamos fragmentadas, muy divididas, no se ha podido instalar esta lucha de cómo mejorar nuestra situación económica. La mirada es esa, la posibilidad de poder trabajar tranquilas, para algunas en el trabajo sexual y para otras en la explotación sexual, es un camino que me interesa que se impregne en el activismo chileno. Tenemos que hacer alianzas con el activismo trans y travesti argentino porque podemos aprender mucho”.

El orgasmo

La entrevista se vuelve al revés: Claudia propone hablar del deseo y el placer del cuerpo travesti, transgénero, transexual. “De eso no se habla. Hace poco estaba conversando sobre la sexualidad de las compañeras que nos operamos y descubrimos que no hay organizaciones de operadas, que no hablamos de nuestro deseo, de nuestro placer, del post operatorio; nos operamos y cada una por su lado. Podría ser importante hablar de nuestro primer orgasmo: para mí fue descubrir algo porque en realidad se produjo con tanto dolor, y yo no sabía que ese dolor era puro placer”.
Hablemos entonces, del orgasmo: “Mi primer orgasmo fue cuando estaba durmiendo. Estaba teniendo un sueño erótico y de repente empiezo a sentir cosas entre mis piernas que no había sentido nunca, que no las identificaba. Vino un ardor, sentí como si hubieran pasado una Gillette por mi entrepierna y de repente hubo una explosión que me hizo sentir maravillosa, una sensación que nunca había sentido. Hablando con mis compañeras, del equipo de Fonosida, todas profesionales feministas, me dijeron: Claudia, fue tu primer orgasmo. Entonces pensé en cuántas compañeras operadas se negaron a sentir ese dolor que en el fondo no era dolor: era placer. Nadie nos dijo que iba a ser así la primera vez, por lo tanto no es tema de conversación. Tuve otras experiencias sexuales donde no hubo penetración y sin embargo ocurrieron orgasmos. Se sobrevalora la penetración y se habla poco de lo que pasa en el cerebro. Cuando tienes oportunidad de reflexionar, de conocerte, de hablar, de salir del miedo, tu cerebro es capaz de llevarte a experiencias de placer incluso sin penetración. Me daba cuenta que de repente juega tanto la salud sexual en el orgasmo, en el placer, en la satisfacción, en el contacto con la vida, y que podría entonces llevar esta conversación a liberar a un montón de compañeras que nos operamos renunciando a las consecuencias que podría tener y que nos lanzamos a la operación sin ningún conocimiento porque nunca nadie nos habló de esto. Esto no lo saben psicólogos y psiquiatras: lo sabemos nosotras”.

Riqueza pura

En su estadía en Buenos Aires, Claudia participó del ciclo Cotorras, un espacio de ecuentro artístico trans y travesti en MU Trinchera Boutique, en el último encuentro del 2018. Allí leyó sus poemas, dialogó con la artista trans Susy Shock, que oficiaba de presentadora, y con Naty Menstrual, también artista trans, que participó como público. “Me puse un poco nerviosa con las preguntas de la Susy. Fue maravilloso que la Naty haya estado ahí, fue muy significativo para mí que haya ido a verme porque no nos conocíamos. Fue muy bonito”.
Claudia reflexiona acerca de la posibilidad que le brindaron esos días de tomar contacto con el activismo local: conocer el Bachillerato Popular Mocha Celis, ver el archivo de la Memoria Trans, escuchar sobre el proyecto de ley “Reconocer es reparar”, que busca un reconocimiento económico a las mujeres trans y travestis de más de 40 años que fueron víctimas de violencia institucional en las últimas décadas. “Hay una tendencia histórica de instalarnos solamente en lo víctimas que somos para el sistema. Dado que he escuchado a mis compañeras argentinas que proponen que Reconocer es reparar y el cupo laboral para travestis y trans, he sentido que para allá va donde yo tengo que hacer mi activismo, politizarlo en ese sentido, porque si no, no va a poder ocurrir una movilidad social para nosotras las travestis”. Durante la entrevista, las activistas trans Violeta Alegre y Marlene Wayar escuchan con atención a Claudia. “Lo que nosotras vemos en vos es riqueza pura”, dice Violeta. “No te puedo creer”, se sorprende Claudia. “Estamos pensando y produciendo más o menos por los mismos lados, en diferentes lugares del mundo, sin habernos conocido y esto hace que el encuentro sea un reconocimiento casi inmediato”, suma Marlene. Claudia: “Si, estamos juntas, unidas. Nos pasa lo mismo”.

Feminismo sin venganza

Lo que plantea Claudia resuena más allá de lo trans para cualquiera que la escuche. Está hablando de política, de romper el cascarón y lo binario, de asumir la vida y la libertad, de romper el estereotipo. Su nueva creación es una obra de teatro llamada Vienen por mí que combina stand up, performance y danza butoh. En un escenario en el que las trans y travestis son asesinadas a cielo abierto, “advierto que vienen por mí, y por eso mismo pueden venir por cualquiera de nosotras”. ¿Qué hacer? “El feminismo nos permite hablar de la esperanza”, dirá. ¿Una propuesta? “Politizar el amor”.
El rencor y la venganza son territorios recorridos y reivindicados en la obra de Claudia. Dedicó energía, palabras y gestos a describirlos y abrazarlos. “Decía: yo soy tan resentida que quiero venganza ahora. Pero trabajando este otro activismo feminista más reflexivo, estamos más preocupadas por lo que ha hecho el activismo en nuestro cuerpo, en nuestra salud, en nuestra vida, y la enunciación de la venganza es poco feminista, es más bien patriarcal. Y hacer esta reflexión de política y amor es mucho más feminista. A mis cincuenta años, con más de veinte años de activismo, he pasado por situaciones de salud que han puesto en riesgo el activismo y mi vida. Es mejor proponer el abrazarse, el encontrarse, el reconocerse, como prácticas de una política. Tiene que ver con mi edad: yo en este momento quiero tranquilidad, aprecio más los espacios sin violencia, donde se pueda conversar, en donde yo con la diversidad de activismos travestis que hay en Chile, no tenga que confrontar sino que pueda darme la posibilidad de construir”.
Claudia trabaja hoy en Fondo Alquimia, organización feminista que moviliza recursos para organizaciones lésbicas y trans. “Para mí significó tener una estabilidad económica: soy una travesti muy privilegiada. En la primera presidencia de Sebastián Piñera me despidieron, trabajaba en atención telefónica, y como tenía unos fanzines los empecé a vender en la calle. Ahí se me dio la posibilidad de que muchos me conocieran por vender mis cosas en el suelo”.
Cree que allí se inició una red que se sigue tejiendo siempre: “Y que tuvo que ver con que una estaba siendo una voz nueva”.

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