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Una de amor: La historia de Marian y Rocío

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Marian Gómez y Rocío Girat se conocieron en un programa de TV, al que fueron invitadas para relatar cómo habían sido violadas en su infancia. Las unió el horror y las curó el amor que fue surgiendo entre viajes, charlas y besos. Se casaron. El 28 de junio Marian fue condenada por “resistencia a la autoridad y lesiones leves” tras resistir una detención arbitraria por besarse con Rocío. Una historia entre el abrazo y la violencia estatal. Por Anabella Arrascaeta

Son los últimos días del año 2014.
Marian Gómez está sentada en el living televisivo del programa AM, en Telefé, y resume su rabia a cámara: “Es increíble que haya tanta gente de mierda, tanta mierda suelta y que nadie haga nada”.
Días antes había estado sentada en ese mismo programa junto a sus hermanas haciendo público su caso: Guillermo Sosa y su padre Osvaldo Sosa fueron condenados por el Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de Azul, en un juicio abreviado, a ocho años de prisión por abusar sexualmente de Marian y sus hermanas, Maira y Luana. Guillermo era pareja de la madre de las niñas.
Desde la producción del programa la invitaron a quedarse y compartir el piso con otra chica. “Yo en ese momento no miraba tele: con lo que me estaba pasando no podía mirar noticieros, ni nada. Mis dos hermanas me dijeron que me quedara porque iba a ir una chica a hablar también de su situación, pero que en el caso de ella el violador ya estaba preso”.
Esa chica era Rocío.
El punto de encuentro fue el horror.
Ambas fueron violadas durante su infancia y adolescencia.
Ambas tuvieron que exponer su vida en los medios para batallar contra la prisión domiciliaria que habían obtenido sus violadores.
“A Guillermo y Osvaldo le daban domiciliaria porque uno de ellos tiene diabetes, pero también tenía diabetes cuando me violaba: yo no veo la diferencia, pero el Estado sí”, dice ahora Marian a MU, con Rocío sentada a su lado.
Marcelo Alberto Girat, suboficial de contrainteligencia de la armada, fue condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal N°3 de Mar del Plata a catorce años de prisión por violar a Rocío -muchas veces en la base naval de esa ciudad- durante cuatro años, entre los 13 y 17 años.

De víctimas a sobrevivientes

Rocío volvía del Encuentro Nacional de Mujeres en Salta: “Sentía que podía con cualquier situación”.
Cuando llegó a Buenos Aires su mamá la llamó desde Mar del Plata para que prendiera la televisión y poder así escuchar a Marian y sus hermanas contar su historia.
Esa misma noche una productora del programa le escribió: “Me preguntaba si me interesaba compartir el piso a los dos días con una chica que era víctima de violencia sexual”.
Rocío dijo que sí y pidió el contacto de las chicas para poder hablar antes.
Le pasaron el teléfono de la que hoy es su cuñada, Maira, que le dijo que se volvía a Olavarría y que la única que se quedaba era Marian. “Yo me quería encontrar con ella un día antes, en otro lugar, hablar y ponernos de acuerdo en el reclamo. Porque es suficiente que uno carga con su historia, pero el tema es qué hacemos con esto, qué reclamo podés plantear frente a los medios, desde qué lugar nos situamos. Es una manera de salir del lugar de la posición de víctima y ponerte en el lugar de sobreviviente; poder dar otra herramienta a alguien, no solo quedarte en lo que te pasó”.
Ese encuentro previo no se pudo dar y se vieron directamente en el canal. “Apenas la conocí fue una conexión total. Somos muy opuestas. Yo, en cuanto al abuso sexual en la infancia encaro por el lado de que tenés que denunciar, tenés que hablar, recurrí a un médico, a un amigo, al colegio: hay una vida afuera del abuso sexual. Y Marian es más cruda; cuando empecé a escucharla tuve que llamar a mi mamá para que entrara al piso porque no soporté escuchar las consecuencias tan fuertes de una piba que estaba pasando lo mismo que yo”.
Así se conocieron.
Marían tenía 21 y Rocío, 20 años.

Cambio de planes

Rocío tenía planes para esa noche: ir al teatro junto a su mamá, hermano y tío. Les sobraba una entrada: llamó a Marian y la invitó. “Habíamos empatizado a tal punto que lo que quería era estar en contacto”, reconstruye. “Fue un boom para mi cabeza, después de haber estado tantos años sumergida en la cultura patriarcal, en la cultura de la religión -soy egresada de colegio católico- me costó darme cuenta de que me gustaba Marian. Incluso me lo tuvo que decir mi mamá. Una tarde me vio mandando mensajes y me dijo: ‘volviste con tu ex’. Cuando le dije que no, me preguntó: ‘¿entonces con quién te hablás que tenés esa cara?’ Ahí dije: se me está notando que me estoy enganchando”.
Después de esa noche de teatro Marian volvió a su Olavarría donde se preparaban para marchar contra su padrastro y abuelastro. Una semana antes de la marcha, Rocío viajó para acompañarla. Marian la esperó en la terminal. “Fue rara la situación entre nosotras, cómo nos saludábamos, no entender si pasaba algo o no pasaba”, recuerda Rocío, y sigue: “En la marcha la gente cerraba las persianas para no ver que había dos pedófilos sueltos. Esa tarde Marian me dijo de ir hasta su casa a buscar ropa y cuando entro me doy cuenta de que era la casa donde había pasado todo: tenía esa luz oscura, esa energía de mierda. Ese mismo día le dije: ‘vos te venís conmigo a Mar del Plata’. Yo entiendo que es muy difícil para las personas que no tienen la opción de poder irse de su casa cuando pasan por esta situación pero es necesario para la salud: alguien nos va a dar una mano hasta que podamos buscar un lugar mejor. Si te sumergís en la misma casa donde pasó todo vas a ver fantasmas cada vez que des un paso”.
Unos días después de esa tarde estaban en la ciudad costera. Marian recuerda: “Pasábamos la noche, sin sustancia alguna, hablando. Amanecíamos contando esto, aquello, su historia, la mía. Ya no era necesario contarle ciertas cosas porque las sentías. Cuando nos queríamos acordar estaba amaneciendo. Así nos pasó como cuatro o cinco meses. Pero Mar del Plata estaba re tirado, como siempre menos en temporada, y nos fuimos a Olavarría porque a mí me devolvían el trabajo del que me habían echado”.

Sin refugio

El 13 de mayo de 2016 se casaron en Olavarría. “Es re loco el cortocircuito que tienen las personas cuando tienen que casar a dos personas del mismo género”, dice Rocío quien, en el acta de matrimonio, está anotada como ‘esposo’.
Fue la tercera pareja de mujeres que se casó en esa ciudad, pero para Marian poco había cambiado desde la marcha en donde se bajaban las persianas. “Sigue siendo igual, es un pueblo asfaltado, es terrible. Yo me fui de ahí porque nosotras vivíamos a cinco cuadras del pedófilo y no había herramientas. El intendente que está ahora es Ezequiel Galli (Cambiemos) y antes estaba José Eseverri que era peronista: ninguno de los dos hizo nada. Nosotras fuimos a hablar con Galli y le presentamos un proyecto de un refugio: cuando nos mudamos a Olavarría no teníamos mesa entonces nos sentamos en el piso y arriba de una caja escribimos el proyecto para las pibas de la ciudad que necesitaban un refugio. Agarramos dos hojas grandes, hablábamos las dos y escribíamos con la lapicera azul. Teníamos tanta emoción. Galli nos recibió dos días antes de las elecciones y nos dijo: ‘Esto se va a hacer’. Después nos cerró la puerta en la cara”.
El Estado estuvo ausente para escuchar lo que Marian y Rocío necesitaban: “Está todo mal enfocado. Hay una cultura de la violación que no se trata”, dice Rocío. Explica Marian: “Cuando vas y hablás tenés dos mundos que se juntaron: tu mentira de afuera y tu realidad de adentro de casa. Al hacerlo público es ‘¿y ahora?’. Los chicos de la escuela ya lo saben, tu familia lo sabe. Ahí te das cuenta quiénes son la familia instalada y quiénes son realmente tu familia, quiénes son tus amigas amigos, quiénes son las personas que acompañan y quiénes te terminan diciendo: ¿y vos cómo estabas vestida? O la misma policía que cuando te recibe en una denuncia de tal grado te dice: ‘mirá cómo estás vos, pintada, con la pollerita corta, vos también lo provocás’. Ahí sigue también ausente el Estado: lo único para lo que está presente es para afanarnos”.
Marian no se considera “ni mujer, ni varón, ni binaria, ni pansexual, ni nada por el estilo”. Ella elige definirse como persona. “Odio los rótulos, te quieren imprimir un rótulo para encasillarte y ponerte en un lugar de su mente para que no les explote el mambo. ¿Por qué? Si hay un poquito de desorden, ¿qué cambia?”

El orden

El 2 de octubre de 2017, un año después del casamiento, Marian y Rocío estaban en el domo de transbordo de la estación Constitución hablando, fumando y besándose. Un empleado de Metrovías se acercó y le dijo a Marian que apagara el cigarrillo. Ella le contestó que no había ningún cartel que lo prohibiera. El empleado entonces llamó al policía Jonathan Rojo, que la trató de “pibe” y la anotó como “soltera”, a pesar de que Rocío le dijo que era su mujer. Luego llamó a la oficial Karen Villareal. Hubo forcejeos, Marian tiró del pelo de Villareal queriendo hacer pie cuando caía al piso. La arrestaron y llevaron hasta la oficina de la Policía de la Ciudad de la estación Boedo de la línea E del subte. Estuvo detenida siete horas. La acusaron de resistencia a la autoridad y lesiones graves. Y la jueza de instrucción María Fontbona de Pombo la envió a juicio.
El 5 de junio de este año fue la primera audiencia en el Tribunal Oral en lo Criminal N° 26 de la Ciudad de Buenos Aires, en el cuarto piso de la calle Paraguay 1536. La sala era pequeña. Ese día Marian dijo a los medios: “Me violaron durante 16 años y nunca logré que me escuchara una jueza; ahora una jueza me escucha pero como acusada”. En esa primera audiencia declararon Marian, Rocío, el policía Rojo (quien dijo: “yo no soy homofóbico ni sé qué significa eso”), la policía Villareal, el empleado de Metrovías y dos testigos. En la audiencia siguiente se presentaron pruebas y en la tercera fueron los alegatos. Fue ahí cuando la fiscal Diana Goral pidió dos años por resistencia a la autoridad y lesiones leves. La ART de la Policía de la Ciudad le dio seis días de licencia a la oficial Villareal por el tirón del mechón de pelo. En sus alegatos, la fiscal (que en su cuenta de twitter se presenta como “especializada en violencia de género”) dijo: “Todas sabemos lo que cuesta que nuestro cabello crezca”.
Esa mañana la jueza pidió cuarto intermedio por los “ruidos” de la manifestación que en la puerta del tribunal acompañaba a Marian. La sentencia entonces quedó fijada para tres días después: el Día Internacional del Orgullo. La jueza Marta Yungano entró a la sala media hora más tarde de lo señalado para la cuarta audiencia y le dio a Marian la palabra. “Ese día me defendí de un acto violento y discriminatorio”, dijo. Después la jueza volvió a pedir un cuarto intermedio que duró una hora.
La jueza que había decidido el cuarto intermedio la jornada anterior por los “ruidos” decidió que la audiencia de la sentencia fuese en una sala más amplia para que pudiera entrar la prensa, sin cámaras, y a metros de la puerta de entrada desde donde las canciones se escuchaban claro.
A las 11.18 horas del 28 de junio Marian y Rocío ingresaron a la sala acompañadas de su abogado Lisandro Teszkiewicz; minutos más tarde lo hizo la fiscal y luego Yungano que, con la cruz colgada en el centro de la pared a su espalda, condenó a un año de prisión en suspenso y a pagar los costes del juicio a Mariana Gómez.
“Los pedófilos tienen que estar en cana, no nosotras”, gritó Marian después de escuchar la sentencia. Luego salió de la sala junto a Rocío, su abogado y su mamá, y en la calle se desmayó. La ambulancia llegó cuando ella ya estaba bien. La movilización que acompañaba hizo un silencio conmovedor hasta que se recompuso. Rocío, frente a las cámaras, avisó: “Vamos a seguir resistiendo”.

Afuera y adentro

Una semana después de la condena, analiza en MU: “Lo que pasó habla de un problema social. Ese día en Constitución éramos cincuenta personas. No solo se acercaron a la pareja de lesbianas sino que a la que agreden es a la lesbiana visible. Eso habla de cómo estamos como sociedad en cuanto al colectivo, cuál es la tolerancia que hay en el momento de tratarnos. Unos meses después a una compañera trans, en el mismo lugar que nosotras la discriminaron, no le reconocieron su nombre: esto es algo que pasa, no solo a nosotras. Desde todo el Poder Judicial, desde las fuerzas de seguridad, no hay perspectiva de género: no pueden entender qué es discriminación. Del tribunal para afuera sí vemos que hay más tolerancia y aceptación que hace unos años; hemos recibido un montón de abrazos, de apoyo. Y hay una predisposición a que esto no pase más. Hay miedo de que si te estás besando con tu esposa vengan y te golpeen. Hay miedo a que te pidan la libreta de matrimonio para acreditar un vínculo. O miedo a que te lleven detenida y en un lugar que no está reglamentado te requisen y revisen tu ano y tu vagina por el simple hecho de ser ignorantes. Y si te negás delante de un policía, todos sabemos cómo actúan: resistencia a la autoridad, causa armada enseguida”.
Marian dice que hoy trabaja de “changarin”. Le encanta la herrería: “Me fascina pero no me aceptan por mujer, torta y pobre. Trabajo en un grupo de transfeministas que me dio muy buenas oportunidades. Ahí hago albañilería, pintura, plomería”. Rocío desde hace tres años trabaja limpiando: “Es un trabajo sumamente sacrificado y uno de los menos pagos y reconocidos. Por ser mujer se supone que tenés que saber limpiar y tenés que hacerlo. A su vez también participo de una ONG llamada Red Viva desde la cual nos dedicamos a la lucha por niñas, niños y adolescentes que sufrieron algún tipo de violencia en su infancia”.
Para Marian la justicia no existe. Para Rocío, se puede construir una nueva, diferente. “La sociedad está manifestando que las leyes viejas que hay ya no van. Socialmente ya no se permiten ciertas cosas”. El 5 de julio se conocieron los fundamentos del fallo de la vergüenza. La jueza Yungano se los entregó al abogado de Marian mientras la calle cantaba el hit de las audiencias: “Para Marian la absolución/ para Yungano queremos destitución”.
Durante las jornadas del juicio lo que más se leía en los carteles que acompañaban desde la calle fue “besarse no es delito”. Preguntamos a quienes estaban ahí qué significa hoy un beso. Algunas ideas :
“Es un acto político, porque como lesbiana visible cada vez que me beso con una chica en cualquier espacio público siento un miedo que no creo que ninguna persona heterosexual sufra en su vida. Es un acto contra la discriminación y la violencia que hoy parecen políticas de Estado”.
“Es una expresión de amor, de cariño, o de calentura, pero siempre son sentimientos positivos”.
“Es visibilidad: nuestro derecho a ser diverses y diversas, a andar libremente”.
“Es nuestro derecho al espacio público”.
Rocío: “Es elegir”.
Marian: “Es sentir”.
Por eso: Macri o beso.

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