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Andate al diablo!

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Música andina mezclada con reggae, cumbia y electrónica. Charango, trombones y proyecciones. Todo para convertir cada presentación en una fiesta. Así inventa su camino Imperio Diablo, sin laboratorio, en un arco que puede incluir desde el reconocimiento de Los Jaivas hasta la reivindicación cumbianchera, y la mirada crítica sobre el rock modelo 2008.

Andate al diablo!

Es una de esas bandas que hay que ver en vivo: son imperdibles. Por la alegría que transmiten, por las elaboradas proyecciones que disparan en la pantalla que los acompaña y por el baile que, sí o sí, se arma en cada una de sus presentaciones. Obviamente, a esta fómula vital de Imperio Diablo hay que sumarle la música andina que mezclan con reggae, cumbia y música electrónica. El resultado es una banda -podría arriesgarse- atravesada por muchos signos de esta época: la búsqueda de una identidad anclada en un festivo regreso a las raíces latinoamericanas; el uso de la tecnología traducido en sampleos, mash ups y otros trucos digitales y el compromiso con lo que hacen y con cómo lo hacen. Otro clásico contemporáneo: varios de los integrantes se conocieron en 2005, en una marcha contra Bush, cuando el diablo del Imperio vino de visita a nuestro país.
Luciano, uno de los fundadores del grupo, relata los comienzos: “El origen fue un proyecto solista, deforme, muy experimental. No tenía muy claro qué era. Armé muchas bases y temas y se los pasé a Pablo, para que me diera su opinión”. Lo que Luciano no previó fue la cadena que activó a partir de ese simple gesto. Pablo trabajaba en un programa de radio junto a otro chico que, a su vez, era novio de Ceci, quien escuchó esas bases y quedó encantada. El link fue automático: Ceci se unió a Luciano y de ese dúo nació una fórmula de trabajo: él hacía las bases electrónicas, ella cantaba y tocaba el charango. Así, salieron al ruedo. Tocaban en fiestas los dos solos, casi como una especie de performance. En eso andaban, cuando el diablo metió la cola y se cruzaron, en la movilización contra Bush, con dos trombones. Literalmente.

Sumando aliados
Felicitas es alta, flaca y tremenda, no da tregua con los chistes y las ironías. Toca el trombón y para reafirmarlo pide que en lugar de su nombre y apellido la presentemos por un apodo de heroína: Tromboniña. Ella, justamente, fue quien se acercó en plena marcha a Luciano y a Ceci para hacerles una propuesta: “Juntémonos a tocar”. Esa misma noche se armó la fiesta, que dio origen a un cuarteto insólito: música digital, charango y dos trombones, a cargo de la Tromboniña y su amiga, Sofía.
Eluney cuenta que rogó unirse al grupo apenas los vio tocar. (Insisto: esto de “verlos tocar” no es un detalle menor. Hay que verlos, en serio.) “Yo estaba con otro proyecto, pero ese día decidí que no podía hacer otra cosa. Fue una época difícil, justo después de Cromañón, y nos costaba mucho poder conseguir un lugar para hacer presentaciones”. Aun así se las rebuscaron para encontrarse con su público: “Tocábamos en asambleas, centros culturales, siempre con miedo a que se desarmara todo. De hecho nos pasó algunas veces”, cuenta Tromboniña.
Hoy, en total, el grupo tiene nueve integrantes: Luciano (acordeón, programación y voz), Ceci (charango y voz), Pablo (vj y proyecciones). Eluney (percusión y accesorios), Tromboniña más Sofía y Mariela (en los trombones), Diego (trompeta) y Alejo (aerófonos). Dicen, con modestia, que no tocan instrumentos difíciles. Lo difícil, resaltan, es lograr el ensamble entre instrumentos tan diversos. Horas de ensayo logran que cuando se los escucha (o, insisto, cuando se los ve) el grupo fluya con armónica naturalidad. Suenan únicos, pero reconocen entre sus influencias más claras, al grupo Norte Potosí, de Bolivia, poco conocido aquí pero muy respetado en su país. Otra inspiración reconocida: Los Jaivas. Por eso recuerdan con emoción el 12 de octubre de 2007, cuando recibieron la visita de Eduardo Parra, uno los integrantes del mítico grupo chileno. En el escenario, Parra confesó su admiración por Imperio. “Los respeto porque no son un tributo a nadie, sino que hacen su propio camino”.
Luciano aporta su mirada sobre la difícil senda sobre la cual andan: “En el folklore moderno sigue habiendo una búsqueda un poco académica. Veo muchas bandas de folklore que buscan hacer algo prolijo, formal, de estudio y muy pocas que lo hagan bien popular”.
Pablo es silencioso y preciso. Las pocas palabras que aporta a la conversación alcanzan para definir la búsqueda del grupo: “Nuestra idea es mezclar la tradición del baile de pueblo con nuestra situación de jóvenes urbanos. Buscamos mezclar dos formas de vivir en este mundo; pero tomando de cada una la parte festiva, callejera, popular”.

La fórmula
A la hora de componer, la máquina de Imperio Diablo funciona así: Luciano aporta las bases y las letras y el resto suma luego su instrumento a esa idea inicial. Según relata Tromboniña, cada ensayo consta de dos partes: primero, improvisación y luego, dale que te dale a los temas propuestos. Resume Luciano: “Buscamos mucho, escuchamos de todo, nos preguntamos qué nos gusta, qué nos moviliza, qué nos hace bailar. Creo que tenemos una gran cantidad de información dando vueltas y la compactamos”. Suma Pablo: “Hay una línea predominante en los medios propaladores de música comercial, una línea que satura con un pastiche del tipo Shakira + Wycleaf Jean= mezcla. La diferencia entre eso y nosotros es el modo de construcción de esa mezcla. No tomamos el folklore porque sí y lo rociamos con samplers para actualizarlo. Construímos raíces y vínculos. Con respeto.”
¿A qué le temen estos jóvenes que se divierten con el Diablo? Organización es la palabra más temida: “Cada uno tiene sus estudios, sus cosas, sus hijos y, a veces, se nos complica. Pero siempre tuvimos y seguimos teniendo muchas ganas de juntarnos. Ahora nos vemos una vez a la semana para ensayar y, en general, cenamos todos juntos y nos contamos nuestras cosas”, explica Eluney. No les temen, por su puesto, a palabras más densas, como compromiso y política. Para ellos, lo divertido no es superficial. “Está bueno poder darle un sentido al festejo y al encuentro. Yo siento que restablecemos algo de justicia, porque tratamos de revalorizar y darles visibilidad a músicas que no tuvieron mucho espacio y que son nuestras. Hay una búsqueda de identidad, de hacerse cargo de que la música del norte es nuestra, que la cumbia es nuestra. Y no sólo la cumbia colombiana, porque está esa cosa tilinga de justificarse diciendo “a mi me gusta la cumbia, pero la colombiana”. Es como una moda para acercarse a lo popular posando de intelectual. Lo nuestro es más sincero”, resume Eluney. (Aunque lo sincero no quita lo correcto: en el disco incluyeron una cumbia colombiana de Daniel Camino Diez, llamada Los cien años de Macondo).
En cuanto al sentido de la palabra política, el grupo interpreta ideas diversas:
Pablo: “En un espacio artístico tiene que primar lo artístico. Luego, se pueden tomar decisiones políticas, como por ejemplo, cómo moverse en cuanto banda. Pero para que ese tipo de decisiones tenga sentido hace falta construir más espacios colectivos”.
Eluney: “Desde que tuve interés en lo político, fui buscando lugares o espacios para hacer algo. Pero en algún momento decidí que el lugar para hacer política es lo cotidiano, lo que uno hace todos los días. Por eso siento que estoy haciendo política con Imperio.”
Tromboniña: “Lo político también aparece cuando tenés que elegir los lugares en donde tocamos o las movidas que apoyamos. Pero, sobre todo, en la forma en que trabajamos puertas adentro. Por ejemplo, nosotros elegimos la autogestión para trabajar y tratamos de sostenerla como podemos, ya sea con la distribución del disco o armando las fechas de los recitales. Intentamos hacer todos los laburos sin delegar. Y ésa es una decisión política”.

La fiesta
En todas las presentaciones de Imperio Diablo sí o sí se arma baile. En un pequeño bar de San Telmo, en un centro cultural o en la mismísima calle, siempre hay gente que canta y baila como poseída por un espíritu que desinhibe a jóvenes y no tanto. Pregunta: ¿es parte de una performance que monta el grupo o realmente generan esa euforia en el público?

Luciano: “La mayoría de las veces no sabemos quiénes son los que se ponen a bailar”.
Eluney: “Hay un tipo que viene desde la primera vez que tocamos, nadie lo conoce, pero nos sigue a todos lados…“Tocamos en lugares muy diferentes, pero en todos la reacción es la misma…”
Tromboniña: “Baila la familia al lado de los punkis de una asamblea.”
Pablo: (resume) “Esto que nos pasa no salió del gueto. No salió de la idea de que la música divertida es sólo para jóvenes, sino de esa tradición latinoamericana que te permite pensar que es posible integrarse y formar parte de una misma fiesta.”

El 30 de noviembre del año pasado salió el primer disco del grupo. El proceso de producción fue largo: Mariano, el cantante de Ciudavitecos (banda amiga de Ciudad Evita), les propuso grabar casi gratis, porque gratis era el único modo en que les era posible grabar un disco a los Imperio. Luciano lo cuenta conmovido: “El chabón nos ofrendó su laburo durante seis meses, de lunes a viernes, de 9 a 18”. Eluney agrega: “Y esto que hizo él fue posible porque se está armando una conciencia de solidaridad entre bandas: a ellos también les grabaron gratis su primer disco”. Tromboniña suma: “Siempre pensamos que Imperio tenía que ser una especie de plataforma para que se pudieran interrelacionar muchas personas. Y está pasando”. Un ejemplo es el arte del disco, para el cual convocaron a un artista diferente por canción, para que se hiciera cargo de las ilustraciones y el diseño. Otro ejemplo: Amerindia, un grupo de danzas andinas y centroamericanas que suele sumarse a las presentaciones de Imperio. Más aliados: la cooperativa Sub de fotógrafos, que los acompaña con su arte.
La charla deriva en gustos musicales, gestos demagógicos de rockeros del mainstream, música de los 90… No sé cómo, pero la pregunta termina siendo ¿se murió el rock? A los integrantes de Imperio Diablo les asoman los colmillos:
Pablo, irónico: “Ta re vivo el rock. Si todo lo que pasan en la radio es rock”
Mariela, muy seria: “El rock tuvo un momento muy importante cultural, musical y políticamente. Pero ahora no encuentro nada que me interese”.
Luciano, metafórico: “El rock es ese humo que te impide respirar: te impide las experimentaciones. En Brasil hace muchos años que el rock se mezcló con el hip hop o la samba y acá seguimos con una fórmula cuadradísima…”
Tromboniña: “Se reproducen bandas que siempre son lo mismo. Es la repetición de la repetición”.
Eluney, con culpa: “…pero hay un montón de gente que sólo tiene al rock como canal de expresión. Y si ése es su lugar de libertad, es valorable”.

La frase fluye, desafiando la densidad de los prejuicios. No refuta verdades, sino que pone en juego otro lugar desde donde mirar las mismas cosas. Desde esa trinchera hacen música estos diablos. Y desde allí hay que verlos y disfrutarlos.

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