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Plantate: Mamá Cultiva y la movida del cannabis medicinal

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Madres desesperadas y organizadas sembraron sus propias herramientas para la salud de sus hijes en torno al autocultivo. Y plantearon otro paradigma de curación y de vida. Por qué la planta es feminista. Médicos, terapeutas y otra forma de construcción de conocimiento. Del Joker a Mirtha Legrand, historias que cambian la Historia. LUCAS PEDULLA Y GISELLE VALENTE

Plantate: Mamá Cultiva y la movida del cannabis medicinal

La planta de cannabis, para Patricia, no es una droga.

No significa deterioro mental, excesos, ni puerta a otras sustancias. No es muerte.

Patricia es madre tiempo completo, amiga, pareja. Disfruta de escribir, de pensar, de soñar. Sueña que Nacho, su hijo, la mire fijo un día, le sonría con complicidad, y le diga: “mamá”. Nacho, 4 años, nació sietemesino, de embarazo gemelar. Tiene parálisis cerebral. Una consecuencia para Nacho, además de la falta de capacidad motora y la rigidez en el cuerpo, es la epilepsia refractaria: inusuales y constantes convulsiones, por las descargas eléctricas en el cerebro.

Patricia le seca la saliva, lo calma, lo mima, lo mira convulsionar, atenta a cualquier movimiento. Se angustia, llora; reflexiona cuando oye las palabras del neurólogo pediatra de confianza: “Los fármacos no están sirviendo para frenar las convulsiones. Podrías probar con esto otro…”.
Patricia no duda. Se conecta con grupos de madres. Le explican. Aprende.
Patricia cultiva.

Hoy el aceite de cannabis eliminó las convulsiones de Nacho casi en su totalidad.

El cannabis, para Patricia y para Nacho, es vida.

La mala madre

atricia encontró un lugar donde responder sus preguntas y su angustia: Mamá Cultiva, una organización que se define “autogestiva, con perspectiva de género y diversidad”, y surgió en 2016 para conseguir un marco legal para el cultivo de cannabis para la salud y abrir espacios de formación, construcción ciudadana y comunitaria que difundan los beneficios de esta terapia para la calidad de vida. Su fundadora, Valeria Salech, abre la puerta de la sede con una sonrisa: “Acá es lugar donde se hace la magia”.
La magia podría definirse como la habilidad de lograr eventos extraordinarios, como descubrir cosas ocultas. Valeria: “Acá llegan pacientes obedientes de un sistema médico y se van siendo autogestores de su propia salud. Ya no son pacientes: son hacientes”.

¿Qué hacen los hacientes?
Hacen algo que les brinda calidad de vida. Eso es lo mágico, en todos los sentidos. El autocultivo es una herramienta que te da una posibilidad. Desde ahí, trabajamos un montón de cuestiones subjetivas, que te abren los ojos a pensar tu rol. A pensar la obediencia: lo que el sistema médico nos pide a nosotras es obediencia y sumisión. Sobre todo, a las mujeres. Y a las madres. “No seas mala madre”, te dicen. Y nosotras incentivamos a ser malas madres: hacé lo que te pinte.

Valeria es mamá de Emiliano, 13 años, diagnosticado de epilepsia y luego autismo, atravesado por diversos tratamientos que no mejoraban su calidad de vida. “De bebé, tenía 300 convulsiones por día. Cuando empezó a tomar medicación convencional no me podía dormir, porque la mayoría de las convulsiones las tenía de noche. Estaba siempre cansada, con ojeras, y empecé a faltar al trabajo porque no rendía: no me podía mover. Era secretaria. La última vez, mi jefa lloraba cuando me echó. Perdemos el derecho al ocio, a estudiar. Un día, en una terapia de Emiliano, me habló una psicóloga. Fue como una terapia. Nadie piensa en las madres: cuando te dan un diagnóstico tan cruel debería haber una atención sobre nosotras. Nadie te enseña cómo tener un hijo, y menos un hijo con discapacidad. Una vez la psicóloga me preguntó qué me gustaría hacer si no tuviera hijos. ‘Fumarme uno’, le dije, ‘porque me da mucho sueño’. Me dijo: ‘Bueno, fumate uno. Si no, te medico’”.

Con su marido empezaron a cultivar. Conocieron movimientos cannábicos, y a Valeria le llamó la atención que no existiera una agrupación solo de mujeres. El último click llegó el 23 de marzo de 2016, cuando la exdiputada Diana Conti presentó el proyecto de ley de despenalización del cannabis para uso medicinal. “Allí estaba María Laura Alasi, mamá de Josefina, la primera que desde Villa Gesell empezó a impulsar esto. Y me llamó mucho la atención que había un montón de diputadas”.

Supo que ya existía una asociación cannábica de mujeres: Mamá Cultiva, en Chile. Valeria habló con ellas al día siguiente. Lo que siguió fue un dominó de eventos extraordinarios –la magia- que hasta hoy continúa creciendo. Valeria resume: “Eso es ser ‘mala madre’: la desobediencia”.

Plantate: Mamá Cultiva y la movida del cannabis medicinal

Los Joker argentinos

Algunas certezas se reflejan en números que significan búsquedas y, a la vez, posibilidades :
-Más de 5.000 personas pasaron por los talleres de cultivo, extracción, aspectos legales, diversidad, género, discapacidad y derechos de Mamá Cultiva.
-Más de 200 familias participaron en los Espacios de Contención y Orientación (ECO).
-Más de 100 profesionales realizaron el Curso de Formación Interdisciplinaria en Cannabis para la salud.
-Más de 200 mil seguidores reciben información responsable por las redes.

Valeria: “El 70% de las personas que vienen son mujeres que cuidan. A sus hijos, a sus maridos. Lo primero es vomitar todo. Llorar. Sabemos lo que se siente, lo pasamos: en el consultorio médico, la escuela, la familia. Es un rechazo social permanente. Y cuando el padecimiento lo tenés vos, peor: ya no te visitan. Lo más cruel es la no aceptación de la diversidad en términos clínicos y psicológicos. Como en la película Joker: la persona que no es aceptada, tiene que fingir que es normal, y no lo es. Acá son todos jokers: personas eyectadas de un sistema que solo quiere gente productiva. Cuando dejaste de serlo, sos de segunda, de quinta: no existís”.

La tragedia del Joker es que no hubo una Mamá Cultiva.
Lo hubiéramos salvado al tener un lugar donde venir, putear y llorar. Y después, ponerse constructivo: sacamos la planta, la semilla, y empieza un ánimo de hacer. La autoestima sube por las nubes: estás haciendo algo que te puede servir a vos o a otro. Hemos tenido madres cuyos hijos murieron. ¿Por qué siguen? Porque les hace bien estar en una comunidad que construyen ellas. Y mientras tanto hay todo un desarrollo político que tiene que ver con ocupar espacios que estaban vedados: damos charlas en universidades y unidades básicas. La planta te da esa posibilidad porque la prohibición es política: no tiene nada que ver con la salud. Uno de los lugares a donde quería llegar era la Facultad de Psicología, en la UBA: hay procesos psicológicos que ocurren en una toma de conciencia. Entonces la persona que pudo desobedecer al médico, a las leyes, y yendo a contramano de todo, está mejor, se transforma. Y es irreversible.

¿Disputa también la construcción de conocimiento?
Claro. La planta es feminista: viene a cuestionarlo todo: de quién es el poder. El poder es de la planta. Cuando vos la conocés, la estudiás y la experimentás, te volvés poderosa: el saber es poder. Todo este camino está relacionado con saberes ancestrales y populares que le disputan el poder a la academia. Hay resistencia porque el modelo hegemónico que colonizó América está enmaridado con la industria farmacéutica. El médico no ve fuera de eso: el librito dice que X patología va con X medicación. Pero acá estamos generando y democratizando el conocimiento: eso es lo más feminista que puede haber.

Plantate: Mamá Cultiva y la movida del cannabis medicinal
Una madre de Mamá Cultiva junto a su hijo, paciente (o “haciente”) tratado con cannabis medicinal.

Médico en modo cerebro

Marcelo Morante es médico, profesor e investigador en la Universidad Nacional de La Plata, especializado en tratamientos del dolor. “Queríamos generar un espacio donde se hablara del dolor desde otra mirada. Se empezaba a relacionar cannabis con el tema del dolor. Y coincidió que mi hermana empezó con convulsiones refractarias”.

Su hermana es Mariela Morante, también especialista en Medicina Interna y Dolor. En 2015, vivió atravesada por convulsiones que le producía el neurolupus. Solo el 0,8% de los pacientes que tienen lupus lo desarrollan: el cuerpo detecta a las neuronas como algo ajeno. Marcelo no dudó: viajó a Canadá a especializarse y trajo a un médico referente a dar una charla en la UNLP. “Vi que no había nada hecho. De repente aparecí dando charlas en un fogón de Berazategui, en un hospital de Bariloche, en un cuartel de bomberos de Misiones, en Chile, en Perú. En ese camino estaban las mamás. Había pocos médicos y muchos pacientes y cultivadores. El cannabis medicinal democratizó la enseñanza de la medicina y la relación médico/paciente: exige dejar de lado los ‘papers’ donde solo está en juego nuestro prestigio y que investiguemos lo que a la sociedad le interesa”.
En la década del 90 la medicina descifró una revolución: el sistema endocannabinoide. Su definición técnica podría ser la de un grupo de receptores cannabinoides endógenos localizados en el cerebro que involucran de forma integral procesos como el apetito, el dolor y el humor. Marcelo: “Es la marihuana propia”.

¿Qué significa desde el punto de vista del dolor?
Desde la periferia donde se origina el dolor, hasta la matriz cerebral, el recorrido de la vía del dolor está en el sistema endocannabinoide. De alguna forma, es un modulador del dolor y una oportunidad: un sistema endógeno que nos permitiría manipular ciertos receptores que mejorarían los síntomas de algunos pacientes. Por ejemplo: en un área particular del cerebro hay una neurona que está descargando de forma descontrolada. La neurona que está al lado libera cannabis para neutralizar esa convulsión: eso lo hace en un lugar del cerebro y por un tiempo determinado. Cuando damos cannabis a los pacientes, se lo damos a todo el organismo por un tiempo mucho más largo. Descifrar cómo funciona ese sistema significaría acercarnos a cómo sería el proceso para, desde afuera, poder modificar o imitar esa liberación. Ese sería el gran desafío que se viene para la ciencia.

Rompe cabezas

Susana García es psicoterapeuta e hizo el curso de Mamá Cultiva para profesionales de la salud. “Tenemos un vínculo familiar y profesional con la planta”, cuenta. El familiar: “Hace más de una década uno de mis hijos sufrió una crisis emocional profunda, y tuvo que iniciar un tratamiento psicológico y con psicofármacos. Por precaución quedó medicado durante muchos años. Tenía efectos colaterales: aumentó 12 kilos de su peso histórico y perdió mucha memoria”.

Sabían que el cannabis se estaba usando en salud mental y fueron juntos a un congreso organizado por Marcelo Morante en La Plata. Conocieron a la psiquiatra María Celeste Romero, otra experta en el tema. “Con ella pudo comenzar un tratamiento y redujo a la mínima su dosis. En los primeros 3 meses bajó los 12 kilos. Y recuperó la memoria: este año estuvo en Rosario en un encuentro de Salud y Derechos Humanos y dio su testimonio. Este tratamiento requiere una autonomía del paciente y un involucrarse que genera nada más ni nada menos que soberanía sanitaria”.

Susana acompaña hoy muchos procesos en red con otras profesionales en los que el cannabis mejora la calidad de vida de pacientes con depresión, ataques de pánico o crisis psicóticas. “Es una medicina basada en la evidencia del testimonio del paciente y su mejora. La planta modula el sistema nervioso y el inmune. No es que por un lado está el cuerpo y por otro las emociones. Todo está unido. Y lo interesante es que la planta tampoco funciona por partes, sino unida. Por eso no la pudieron cooptar. Rompe la cabeza de los laboratorios. La planta es el concepto de lo holístico. Es un nuevo paradigma de curación. Y, como profesionales, nos hace plantar desde un lugar más humilde. Una salida de la omnipotencia”.

Almuerzos cannábicos

Al cierre de esta edición, el Hospital Garraham publicó el primer estudio científico en América Latina sobre la efectividad del tratamiento con aceite de cannabis. El estudio duró un año: sobre 49 niñes con epilepsia refractaria, el 80% evitó dos de cada tres crisis. Si bien corroboró lo que cientos de mamás vienen confirmando en la práctica hace años, destacan que el avance es importante a nivel regional.

En 2017, el Congreso sancionó la ley que regula la investigación médica y científica del uso medicinal del cannabis, pero la demorada reglamentación del gobierno llegó con críticas: entre otras cosas, dejó fuera del marco normativo el autocultivo y el impulso a la producción pública de aceite. Días antes de su asunción, el flamante ministro de Salud, Ginés González García, afirmó que hay que trabajar sobre la reglamentación y que “está demostrado que el uso tiene que ser permitido para otras patologías”. Alertó que así se rompería también el “mercado negro” en torno al cannabis.

Valeria Salech habla de soberanía cannábica: “Si todo lo que estuvimos haciendo lo poneos arriba de la mesa, ¿sabés las cosas que podríamos llegar a hacer? Pudimos construir en estos cuatro años en contextos muy adversos, con Patricia Bullrich hablando de guerra contra las drogas por una familia con tres plantas. Esa violencia la transformábamos en acción. ¿Decomisaban en Entre Ríos? Allí íbamos a dar una charla. Logramos construir legitimidad. Con amorosidad y empatía. Hasta Mirtha Legrand dijo que cultivaría”.

Valeria fue invitada al programa en 2017: anunció que en diez días harían un taller informativo en un teatro. “Se llenó. Y nos cambió el público: el 80% era gente adulta, que lo necesita. La planta nos permite naturalizar que hay gente que tiene salud y gente que no. Nadie tiene la salud completa, pasan el tiempo y procesos naturales del cuerpo. Y la planta es la que regula el equilibrio vital de nuestro organismo”. Como figura pública que experimentó un cambio notable puede citarse a Nora Cortiñas, con pronóstico de enclaustramiento por un dolor crónico en su rodilla a los 89 años, y que vía los regalos de medicamentos cannábicos que le han hecho sigue movilizándose y acompañando todas las causas imaginables. Y cultiva.

¿Qué ocurre con las personas que cultivan?
En el momento en que entrás acá, ya estás haciendo algo. Es un montón. Yo estuve cinco años mirando cómo mi hijo tenía convulsiones, llorando sin poder hacer nada, llamando a la neuróloga, que me decía: “Sí, es normal, el cuadro de él es difícil”. No siempre hay un Dr. House que tiene la respuesta. Acá llegaba gente diciendo que quería conocer a la “eminencia en cannabis”. No: vos sos tu propia eminencia. Y la felicidad de la persona que cultiva pasa por estar en tiempo presente, que a los seres humanos nos cuesta mucho. Colocás, regás y ves a la planta toda contenta. Y hay algo que no es científico: al crecer con el paciente, la mejor planta es la que cultivás vos. Todo ese amor y esa dedicación, vuelve. La naturaleza no falla. Nunca.

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