CABA
La pandemia y después: De distopías a utopías
Un joven mapuche, un obrero de una fábrica recuperada, la directora de una escuela de gestión social, una psicóloga gestáltica, dos pioneros de la agroecología, un científico comunitario, un sociólogo ex preso, una integrante de una asamblea antiminera y un colifato: un dream team para pensar el coronavirus sin moldes ni discursos. Lo que enseña la experiencia en los espacios donde se crean salidas y en los que la vida no se paraliza frente a la resignación, el miedo y otras enfermedades. Por Sergio Ciancaglini.
Esta es uno de los textos de la última edición de MU. Lo compartimos para que la cuarentena no signifique encerrar las ideas y para que puedan circular historias, experiencias y sueños. Lo podemos hacer gracias a lxs lectorxs y suscriptorxs, el gran secreto y la gran alianza para que la comunicación sea posible y que los virus no impidan que respiremos juntos. La suscripcion a MU puede hacerse aquí.
El coronavirus nos cambió para siempre las vidas. Y las muertes.
Mutó los días, las horas y las semanas. Las relaciones, los trabajos, las desocupaciones y todo lo que hacemos que no es trabajo. Cambiaron el ruido, el silencio, el sentido del tiempo. Las pesadillas y los sueños de cada noche. Y quizá los de cada vida.
Es una movilización de la quietud para aplanar las curvas. La imagen de lo invisible. Nuevas palabras susurradas bajo los barbijos mientras reaprendemos el estornudo y el saludo sin saber cuándo y a quién podremos volver a besar o a abrazar. Es una revulsión de preguntas: cómo vivimos, a qué le tenemos miedo, para qué cosas nos movemos, cómo es la sociedad, si cuidarse es sinónimo de lavarse las manos, el sentido de lo público, de lo privado, de lo estatal. La amenaza del desastre social.
Es el gobierno de las pantallas para romper el aislamiento, o para que nos enjaulen las neuronas mientras vemos todo junto a la confusa sensación de no ver nada. Es una doctrina de calles vacías, de distancia, la vida delivery apta para quienes pueden pagarla mientras crecen virus de control social, obediencia y silencio, que nadie sabe si se amesetarán o si dejarán a las comunidades en una excitada terapia intensiva.
Esta es una recorrida en cuarentena por geografías y experiencias muy distintas. Personas que no son panelistas mediáticos, ni de la farándula, ni se despertaron por el virus, sino que vienen enfrentando otras infecciones del presente. Reflejan no solo opiniones sino construcciones y proyectos, que permiten compartir algunas luces en medio del encierro, algunas aperturas en medio del silencio y algunas voces en medio de la oscuridad.

El origen y tres ideas
El doctor Damián Verzeñassi tiene una demora: está atendiendo a su hija Gala, que cumplió en cuarentena 8 meses de edad y sonríe ajena todavía a los misterios que ocurren más allá de su casa rosarina. Verzeñassi es médico, director del Instituto de Salud Socio Ambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, inspirador de los Campamentos Sanitarios que relevaron la salud en 34 comunidades afectadas por el modelo transgénico. El panorama que algún día habrá que contarle a Gala: “Hace mucho se anuncia la aparición de nuevas pandemias. El Covid-19, como la gripe aviar y la porcina, son zoonosis, virus cuyas mutaciones tienen que ver con la destrucción de la biodiversidad y del hábitat en que tendrían que desarrollarse”.

El argumento no se escucha en las saturadas horas de coronatv y empalma con el de la doctora en Física y filósofa india Vandana Shiva: “Se están creando nuevas enfermedades porque un modelo de agricultura y alimentación globalizado, industrializado e ineficiente, está invadiendo el hábitat ecológico de otras especies y manipulando animales y plantas sin respetar su integridad y su salud. La ilusión de la tierra y sus seres como materia prima para ser explotada con fines de lucro está creando un mundo conectado a través de la enfermedad”.
Verzeñassi cumple la cuarentena, pero cree que el tema no es solo sanitario: “Me parece un error alimentar la lógica del panóptico social. De denuncia, aislamiento y distancia, más que de cuidado. Y creo que perdemos una posibilidad extraordinaria de transformar esta crisis en una reconstrucción de vínculos y solidaridad”. Si eso no se logra, además del virus, se contagian el miedo, la ansiedad y la psicosis, temas no invisibles pero sí invisibilizados.
Hay también brotes de indignación cuando aparecen patrones de country con empleadas domésticas en sus baúles, surfers descontrolados, empresarios adictos al yate. “Tenemos una sociedad construida a partir de la meritocracia, el culto al tener. Pero esos casos no pueden justificar un sistema que terminó señalando a los propios médicos en sus domicilios. ¿Cómo pretender que de pronto funcione una solidaridad práctica? Falta un salto cualitativo que cambie la lógica de competencia y salvación individual. Si gana el discurso de la seguridad, se podrá pensar que todo esto fue la mejor estrategia del capitalismo para seguir sobreviviendo. Sin libertad no tenemos la posibilidad de pensar un país, y sin país no podemos pensar la libertad. Entonces la enfermedad puede terminar siendo una herramienta geopolítica: no lo digo de modo conspiranoico, sino como análisis de una situación sanitaria que puede legitimar propuestas autoritarias”.
Un diagnóstico: “Si el cáncer producto de los agrotóxicos, los químicos de la minería a cielo abierto y el fracking, se contagiase como un virus, ya hubiésemos resuelto el tema del extractivismo hace tiempo. Veo gente que en la televisión dice que ‘hay que ponerse del lado de la vida’ al hablar del coronavirus. Es la misma lógica de las familias en los territorios, las asambleas y en los pueblos originarios. Ojalá esto ayude a entender lo que pasa con esas realidades. El mismo principio precautorio que usamos para cuidarnos del virus es el que corresponde aplicar frente al modelo extractivo y contaminante”.
Tres ideas para lo que Verzeñassi llama salto cualitativo: “Primero, discutir los modos de producción de alimentos saludables, que no son los transgénicos ni los que venden la industria alimentaria. El primer medicamento es una buena alimentación. Segundo, discutir nuestros modos de vivir en las sociedades urbanas. En el país más del 92% de la gente vive en ciudades. Creo que hay que pensar estrategias de recuperación del arraigo en territorios rurales, que además permitan tener mejores condiciones objetivas de existencia. Tercero: recomponer el sistema sanitario destruido. Tuvo que venir una pandemia para pensar un sistema único de salud que garantice que el 100% de la población pueda acceder a una medicina de calidad. Los países que respetan el derecho a la salud y la asistencia universal son los que tuvieron mejores respuestas en la crisis”. Temas, además de lo macro: “Ahora descubrimos que el sol es importante, pero hacemos desarrollos urbanísticos a contramano de cualquier regla sanitaria. Comprendimos el valor del agua hasta para lavarnos las manos, sin entender que millones de personas no tienen una canilla en su casa, y que además se entrega algo esencial como el agua a la minería, al fracking o a la agroindustria, sin ningún tipo de límite”.
¿De quién aprender? “Del propio coronavirus. No compitió con otros virus, sino que ‘entendió’ las condiciones que tenía alrededor, para transformarse y volverse resistente. En nuestro caso, como especie, eso significaría fortalecer los vínculos, lo solidario aunque sea a distancia, la capacidad de transformarnos y transformar para que no repetir errores. Si seguimos igual y creemos que esta va a ser la última pandemia sería otro error mortal”.
¿Qué hacemos con la vida?
«Me estoy acostumbrando tanto a la cuarentena que lo que me va a costar es salir” cuenta que le dicen en algunas sesiones. La psicóloga y terapeuta Susana García tiene cada vez más pacientes pero no recibe a ninguno: todo lo hace por videollamadas desde su celular (se le rompió la computadora) en una cotidiana escucha para comprender y aplanar la curva de la angustia.
“La vida nos lleva a un ritmo en el que perdemos contacto con nosotros mismos y la capacidad de intimar, de relacionarnos, se va dañando. Se confunde lo intenso con lo profundo: la profundidad requiere tiempo y en estas semanas mucha gente lo ha tenido. Eso puede mejorar relaciones o provocar ensimismamiento. Si el vínculo consigo mismo y con los demás está dañado, tanto la soledad como la convivencia pueden ser perturbadoras, y viene la fuga, por ejemplo, a través de las pantallas”. Otra fuga: “La excepción a todo es la mujer en situación de violencia, Ahí sí que salgo corriendo. Rompo la cuarentena, pero me voy”.
Hay quien tiene casa y agua y comida, otros no. “Es una violencia que hay que entender y registrar”. El contexto: “Es cada vez más clara la necesidad de otro rumbo. La duda es: ¿cómo se desarma un capitalismo, un estilo de vida que nos está llevando al desastre, como lo demuestra la pandemia? Hay mucha gente que quiere vivir de otro modo. Esto nos puso en contacto con temas que no podemos pensar siempre, porque viviríamos angustiados: el miedo a enfermar, a morir, a que le pase a nuestros seres queridos. Pero también podemos tomar conciencia de que estamos vivos ahora, y eso es maravilloso. Entonces, ¿qué vamos a hacer con esta vida? ¿Mirar televisión o Internet hasta anestesiarnos?”.
Una posible clave: “Es una época donde es comprensible la depresión, la tristeza, la sensación de impotencia. Por eso las redes que se arman en estos momentos son vitales. Las movidas para que jóvenes en los barrios hagan las compras de los mayores, la idea de estar en cuerpo haciendo algo de provecho. Conectarse con los demás, verse, disfrutar que podemos estar juntos a la distancia”. Coherente con eso, Susana atiende a quienes pueden pagarle y a quienes no. O realiza sesiones “epistolares”, por mail. O le escribe a gente a la que hace tiempo no ve. “Se emocionan, lo toman como algo excepcional. No puede ser excepcional que nos acordemos de los demás”. Sugerencia pandémica: “De los presos recuerdo siempre la idea de moverse. Hasta en el encierro. La vida es movimiento. Nos tenemos que aferrar a la vida y evitar la rigidez del cuerpo, del pensamiento, del sentimiento”.
¿Dónde termina la casa?
«Aquí la gente está tan acostumbrada a vivir al límite, que con esto no hay un cambio como el del que perdió el trabajo: acá ya no había trabajo, ni ingresos fijos. Entonces hay otras estrategias para aguantar: las ollas populares y la vuelta a la familia. Esas son nuestras redes”, explica Waldemar Cubilla. Estuvo preso 10 años: “Sé qué es estar encerrado”. En la cárcel se movió: armó una biblioteca (“encontré libertad en los libros”), alfabetizó a sus compañeros, estudió Sociología y se recibió con el mejor promedio de la UNSAM con una tesis sobre los recicladores de basura. Una vez libre fundó la Biblioteca Popular La Carcova en San Martín.

“El tema es cómo se aplica la cuarentena en un barrio marginal. Aquí veo todo bastante calmo, hay conciencia del desastre que genera este virus. Pero, en los barrios, la casa no termina en la puerta, llega al pasillo, a la vereda. Y frente a eso aparece la policía con 40 ó 50 tipos armados, metiendo miedo al castigo. Es peor en La Cava (villa de San Isidro, no confundir con la CABA) donde hubo represiones impresionantes estos días. Pero aquí la gente no sale. Se juntan las ollas, familiares o populares, para comer juntos como forma de ahorro y de solidaridad. Y se frenó el cirujeo: si antes un carrito salía 50 cuadras ahora sale 10. Pararon los pibes chorros. Y el otro día leía que hay hasta una crisis narco por la pandemia. Entonces el barrio está como atrincherado, administrando críticamente lo que hay y lo que no. Pero nadie quiere morir”.
Waldemar oyó que hay una amenaza en los barrios por el virus. “Siempre el conurbano es una amenaza, aunque aquí el problema haya venido de los que viajaron al exterior, o como dicen: de los barrios chetos. Ahora se han dado cuenta de que acá hay hacinamiento. Antes eso no preocupaba, ahora sí, por el virus. Pero el problema no es el hacinamiento, sino la circulación. Entonces ves que todo depende de la perspectiva”.
Control social: “Después de la pandemia sabremos cuántos asesinatos y abusos hubo de parte de la policía. O entenderemos la relación entre lo narco y lo policial. Por eso tenemos que ir a un nuevo paradigma sobre seguridad, que tiene que ser más comunitaria. Acá nadie llama al 911. Si hay un conflicto siempre aparece la mediación de los propios vecinos. Es otro registro, que creo que hay que discutir” dice el vecino y sociólogo. “En general tengo la esperanza de que se puedan construir nuevas miradas, El virus muestra un poco eso: nadie se salva por patrimonio. El tema es cómo va a jugar un Estado presente, y no ausente. Lo mismo que con la salud pública. Creo que el gobierno está orientando bien el tema. Pero son discusiones que van a precisar nuevos acuerdos mundiales, y nuevos pisos de dignidad humana”. Waldemar cree que un aporte a la pospandemia sería estudiar a la pobreza no como un problema (según los que la estudian), sino por sus virtudes: “En los márgenes siempre hay un saber que no se sabe, y la necesidad de vivir”. Insumos de los que nadie habla que hacen que los barrios la vida resista: “Sentido común, saber de la experiencia, principios de justicia, solidaridad, humildad y amor”.

Otra civilización
«Nos preocupan ustedes allá en el feed lot porteño”, anuncia Remo Vénica (77) con una risotada paisana por videollamada desde la Granja Naturaleza Viva, en Guadalupe Norte, Santa Fe. “Nosotros estamos bárbaro”, dice, y a su lado su compañera de todas las vidas Irmina Kleiner (67) agrega: “Toquemos madera, Remo”. Se trata de dos jóvenes que hicieron una especie de cuarentena en la selva, huyendo durante cuatro años de la dictadura militar (por militar en las Ligas Agrarias y en la Juventud Peronista), lograron exiliarse, y a su regreso en los 80 pusieron en marcha esa Granja pionera en la producción agroecológica. Industrializa productos que vende a todo el país y así logra darles trabajo a 12 familias en 200 hectáreas.
“Lo que está sucediendo es algo que venimos planteando hace mucho: se necesita un cambio de civilización” propone Remo. “Si no cambiamos los sistemas sociales y de producción, vamos a colapsar como sociedad”. Irmina imagina ese cambio como un juego de opuestos: “Del individualismo a lo solidario, del hacinamiento urbano a la vida en la ruralidad, de la producción industrial de animales y de alimentos, a la agroecología. De la destrucción del planeta y del clima, a una armonía”. No se trata de buenas intenciones discursivas, sino de modelos como Naturaleza Viva, que demuestran posibilidades nuevas de pensamiento y de producción.
Remo, perplejo: “Los animales que se crían para consumo de los argentinos viven hacinados en medio de la bosta, alimentados con antibióticos, drogados, y la industria nos vende colorantes, saborizantes aromatizantes y todas las porquerías que se vienen denunciando a nivel mundial. Agregale los agrotóxicos y todas las formas de destrucción del ambiente. Tenemos que ser muy brutos y muy inútiles para no darnos cuenta de que tenemos que cambiar” dice, sospechando que uno de los monocultivos más peligrosos de la época es el de cerebros. “Pero así como tenemos que cambiar la cabeza, tenemos que recuperar el corazón”.
Irmina: “Todos hablan de cuidado pero no significa solamente meterse en las casas o lavarse las manos por la pandemia. Cuidado en serio sería modificar cosas esenciales: cómo y con qué alimentamos a la gente, cómo la respetamos, cómo nos relacionamos con la tierra. Si hablamos de vida digna, de bienestar, ¿en qué pensamos? ¿En un modelo estilo Estados Unidos o Europa? El planeta no soporta ese nivel de consumismo que se basa en la destrucción de recursos. Lo dicen a los gritos los científicos y todos lo vemos. Creo que una vuelta al campo, recuperar tierras, producciones y estilos de vida con lo que nos puede ofrecer hoy la tecnología, puede ser más que un cambio: una revolución cultural”.
Remo propone prohibir los agrotóxicos y que se gesten las condiciones para que millones de familias trabajen en el campo, “Aun sin tocar la propiedad de la tierra, con terrenos fiscales y con el Estado organizando la producción, se podría planificar la agroecología en todo el país con lo cual se transforma la matriz de hacinamiento en una matriz de producción sana. Puede pensarse en miles de cooperativas poniendo en marcha proyectos de este tipo, construyendo viviendas con materiales sustentables como las que tenemos aquí que además son mucho mejores y más baratas que las convencionales, y generaría un impulso industrial para equipar a estas nuevas producciones. Discutamos esto, o si no vamos a seguir teniendo ciudades con millones de personas al pedo, estresadas, enfermándose, sin producir algo realmente útil o necesario para la vida, en sociedades intoxicadas por el odio, la confrontación y la muerte: mirá las noticias a ver si tengo o no razón. Entonces hay otro futuro: recuperar la fraternidad y el sentido común”. Irmina aclara: “En cada acto o decisión tenemos que integrar todos los efectos que eso genera en el ambiente, en lo social, en lo económico, en lo individual. Esa integración es la que va a cuidar la casa común que es el planeta”.
Sobre Dios y los locos
Cristina Devita es una de las fundadoras de la escuela de gestión social Creciendo Juntos, de Moreno. Antes de que existiera el concepto “gestión social” Cristina, Juan Giménez y un puñado de corajudos fueron creando escuela a cargo de la comunidad educativa (familias, estudiantes y docentes), que sobrevivió a las crisis de más de tres décadas. “Estamos en contacto con las familias a través del WhatsApp. Hicimos un escrito colectivo, para compartir por Facebook, pero no para que quede en letra muerta sino como insumo para seguir trabajando en la escuela. En estos tiempos no se construye si hay silencio entre nosotros”.

Le gusta decir: “Todo se puede, menos rendirse”, y agrega: “El pico del coronavirus no llegó a Moreno. Pensamos en ofrecer la escuela como lugar para atender si el Hospital no da abasto”. Cree que la pandemia está produciendo brotes de solidaridad y empatía, pero no se confía: “En el 2001 también pasaba eso, pero al final nos quedamos pedaleando en el aire. Espero que no me quieran encerrar en el Moyano (psiquiátrico de mujeres) pero para mí el gobierno tendría que acelerar a fondo y tomar medidas incómodas para un puñado de personas que concentran la riqueza y la plata que se fuga. Este no es un problema de decir ‘si Dios quiere’, sino de gobiernos, de responsabilidad, y de cambiar para lograr cosas concretas”.
El colifato integrante de lavaca, 86 años, don Hugo López, observa la locura del mundo: “A los chicos habría que enseñarles cómo se desorganiza el planeta, cómo lo recalientan, cómo se ha destruido lo público que al final es lo que nos salva, y cómo salir de la miseria. Dirán que estoy loco por hablar así, pero prefiero que me digan loco y no idiota”. Un proyecto: “Tenemos que contar lo bueno, ser como la flor de Loto y la flor del Irupé, que pueden crecen en los pantanos más sucios, y sin embargo no se contaminan”.

La duración de la peste
El mapuche Lefxaru Nahuel la pandemia lo encontró (y le frenó por ahora) la construcción de casas sustentables de la lof (comunidad) Newen Mapu de Neuquén, de la cual es werken o vocero. Además, canta y compone los temas del conjunto Puel Kona, telonero de los últimos recitales de Roger Waters en Argentina. Dice: “Los mapuche no somos el problema, somos parte de la solución”. Sobre el coronavirus cuenta que se metió en la provincia de modo menos dañino que el fracking, al que Lef define como una ruleta: “Se cayó el precio del petróleo y el fracking es muy caro por los químicos y tecnologías para perforar la tierra. Los mejores años de Vaca Muerta no trajeron riqueza sino más endeudamiento provincial y más desigualdad. Ahora las empresas están pidiendo salvataje y que el pueblo les pague la fiesta, con los políticos como voceros de ellas en lugar de representar a la gente”.
Lef, detecta una situación hipócrita: “Se tomaron esto en serio porque por primera vez un virus pone en riesgo la salud de gente con plata y poder. Pero flagelos como el hambre, la desocupación, nunca preocupan tanto. Es como cuando te dicen que uses poca agua para lavarte los dientes, pero les permiten a las petroleras contaminar 30 millones de litros en un pozo de fracking”.
Cree que el coronavirus expresa algo: “Todos los seres somos un solo organismo en el planeta. Estamos interconectados. Entender eso es lo que nos va a permitir pensar en otros modelos productivos”. ¿Habrá un cambio de pensamiento? “Tenemos esperanza: vimos cómo en Mendoza se frenó la minería, o en Chubut, o las nuevas generaciones que tienen presente la naturaleza como nunca antes. Mucha gente ahora parece darse cuenta: ojalá eso no dure solo lo que dure la peste”.
En Esquel, Chubut, Corina Milán, docente e integrante de la Asamblea No a la Mina refleja la paradoja: en una provincia casi sin infecciones, se vive uno de los mayores niveles de represión y abusos policiales del país. “Como venimos en conflicto desde el año pasado, aquí el coronavirus sirve para tapar todos los reclamos”. A las 19.30 las sirenas indican que queda prohibido salir a la calle, y las compras se pueden hacer según la terminación del DNI. El director de Seguridad de la policía Paulino Gómez reclamaba en un audio que se hizo viral “meter gente en cana”, mientras se siguen adeudando meses de salarios a los estatales. Las denuncias no llegan a los medios porteños donde, dice Corina, “vemos por televisión las cosas balconeras que hacen, que no tienen nada que ver con nuestra realidad. Pese a todo en Esquel se ve mucho la ayuda. La gente colabora con el merendero, pone hasta lo que no tiene para las colectas, se arman redes para coser camisolines, de todo. Para mí el pueblo salva al pueblo. Ojalá en la provincia hubiera una clase política parecida a la gente de abajo”.

Revolver
Raúl Godoy avisa desde Neuquén que va a tardar un poco en estar disponible para la charla porque está preparando dulce de membrillo casero y no se puede dejar de revolver la olla. Revolver es un verbo apto para este obrero de 54 años, referente de la recuperación de cerámicos Zanon (FASINPAT, Fábrica Sin Patrón). Militante del PTS, dos veces ha sido diputado provincial por el FIT. Cobró solo el sueldo de un maestro, donó el resto a fondos de huelga y en ambas ocasiones volvió a trabajar a la fábrica, actualmente al atomizador de porcelanato. En una intento de desalojo de obreros, la policía local le propinó balazos por la espalda, que le reventaron un tobillo. El juicio se postergó por el coronavirus y Godoy está en su casa recuperando el arte de la olla. “Como nos pasa a todas las cooperativas, se vive casi del día a día, y estas semanas de cuarentena son críticas porque no se ha podido cobrar. Tenemos el plan de 10.000 pesos para monotributistas. Pero estamos sin producir y sin asistencia financiera provincial ni nacional. Hay una absoluta discriminación hasta ahora de las gestiones obreras”. Otra recuperada neuquina en plena hecatombe macrista fue la textil Traful Newen. “Son 25 mujeres. Este año se pusieron a hacer barbijos: ya los venden a clínicas privadas y el Estado les encargó 200.000. Lo primero hicieron es incorporar más compañeras, mientras las empresas grandes solo piensan en echar gente”.

Además del membrillo, Raúl ha estado revolviendo otras ideas “Este azote, como siempre, cae sobre los más vulnerables. Es consecuencia el avance del capitalismo reventando la naturaleza, que se le vuelve en contra. No me convencen las propagandas que dicen ‘estamos todos juntos’ porque después tenés a los Blaquier, los Rocca y demás especulando con la situación. Y para nosotros, la saturación policial en los barrios que para mí no es por la pandemia, sino pensando en un control social para el día después”. Considera que hay conflictos que se agudizarán: “Porque vale más el negocio que las vidas, y ves cómo pega la desigualdad. Se ha destruido la salud pública porque hasta desde el Estado decían que tener camas no es rentable. Apenas hubo un amague del ministro (González García anunció una posible intervención al sistema privado) se armó un lobby gigante para tirar todo atrás”.
Imágenes: “Algunos sacan lo peor, con la discriminación a los que trabajan en la salud o con las ideas de un estado policial. Y otros sacan lo mejor: la solidaridad, pensar humanamente, luchar para la dignidad. La cuarentena me hizo pensar en eso: tenemos que tomar la vida en nuestras manos”
La vida es un quilombo
«Aquí duplicamos las ollas populares. En el quilombo, hay que organizarse. No puedo creer lo que pasa con el coronavirus, pero por otro lado pienso que está bien que algo nos conmueva”, explica Lorena Pastoriza, una de las fundadoras del barrio 8 de Mayo en 1998 (menemismo explícito), construido sobre uno de los basurales a cielo abierto de José León Suárez por gente que ya no tenía otro lugar en el cual caer viva. No puede contabilizar Lorena qué número de crisis representa la pandemia, porque la crisis ha sido lo normal para ella y para esa comunidad. Pero su palabra recurrente no es crisis: “Esto es un quilombo, pero de aquí también salen cosas buenas. O sea: resultados”.
Sobre el quilombo actual: “Hay que impartir el cuidado y no el pánico. Y eso depende mucho de las organizaciones sociales en cada barrio. Acá sabemos quiénes viven hacinados, o cuántas compañeras están en situación de violencia doméstica, o qué pibes corren otros riesgos en su familia además del virus. Y tenés el dengue, que nadie menciona y acá es una muerte asegurada. Lo que decimos es: cuidémonos, tratá de no salir del barrio, pero no esa cosa de quedate en tu casa. No sabés hasta qué punto es peor. Todo es controversial, porque a la vez si entra el virus a la comunidad sería una locura, se van a triplicar los muertos. Vivimos en esa contradicción” dice, aclarando que en buena parte del barrio no hay agua: o sea que hasta para lavarse las manos cantando el feliz cumpleaños hay buscar el agua fuera de casa.
“Es mejor que la gente pueda charlar con una vecina, contar lo que le pasa. La vida aquí no es solo tu casa y por eso armamos las ollas populares en el Centro Comunitario para bancar entre todos”, explica mandándome fotos de las mujeres del centro con sus barbijos entregando las viandas a las (también) mujeres que se acercan a buscarlas.
“La pandemia tendría que hacernos pensar qué mundo tenemos y cómo queremos vivir. Hacia adelante pienso que los hijos de puta van a ser más hijos de puta todavía, porque ya se están preparando para ver cómo usufructuar la enfermedad”, explica. “Era previsible que manipulando los ecosistemas, comiendo mierda y poniendo la cuestión económica delante de todo, nos diéramos una piña. Uno proyecta lo que desea, y yo pienso en un paradigma distinto, pero te confieso que no lo veo muy arraigado en nuestras vecinas y vecinos. Nos robaron todos los derechos, pero siempre tuvimos la esperanza de generar colectivamente un mundo mejor. Difícil, pero muy posible”. Lorena cree que una clave es la autonomía: “A nosotros nos parió el hambre, pero siempre quisimos ser independientes. Nos relacionamos con el Estado, pero queremos hacer lo nuestro sin depender de la teta de alguien, ni estar en la rosca. Si podemos fortalecer lo que hacemos con algo que nos dé el Estado, perfecto. Pero no esperamos que vengan a resolvernos algo. Hay que respetar tu instinto de supervivencia: si queremos algo lo hacemos, avanzamos, y después vemos”.
Para comprender: Lorena fue cartonera, hizo piquetes por un tarro de leche, fundó el barrio, el Centro Comunitario que hoy tiene además tres escuelas, un jardín maternal y múltiples actividades y trabajo social con 40 personas trabajando allí. Es de las creadoras de La Bella Flor, cooperativa de reciclado de basura con 116 trabajadores autogestivos que antes eran cirujas, y que ya logró replicar su trabajo en Macachín, La Pampa, remediando el problema del basural con trabajo para 17 familias de la localidad. El excedente económico de La Bella Flor se reinvierte en el trabajo social del Centro. Es mucho más lo que hacen en el barrio, pero además consiguieron empezar a producir agroecológicamente las verduras con las que abastecen las ollas populares y las viandas para las familias, trabajando en unas 8 hectáreas que consiguieron “de chiripa” en las que además crían cerdos. “En el campo y la chanchería está trabajando una familia desocupada, y se abrió al trabajo con 14 pibes que podrían estar presos pero cumplen probation. Fue un cambio total para ellos. Generás trabajo de verdad, alimento de verdad, sin pesticidas, podés cambiar el hábito de la gente, y enseguida ves que esto puede abastecer a toda la población. Alimentarte de lo que estás produciendo es un poder, y es maraviloso”.
Lorena entonces envía retratos, más que fotos: zapallos de todas las especies, cebollas de verdeo, puerro, morrones, espinaca, choclo… “No te quiero volver loco con tanto bolonqui”, agrega Lorena, que deja planteado a MU un proyecto pospandemia: volver al barrio y a su gente para recorrer, registrar y compartir algunas pistas sobre cómo es posible construir vida en medio de un universo sumergido en el quilombo.

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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