CABA
Azotea verde. El método Briganti: la huerta en la terraza
Fundó un colectivo en el que enseña cómo realizar huerta en espacios urbanos. Su propio ejemplo es una forma de contagio: construyó una huerta agroecológica en una terraza en un PH porteño. Por qué el compostaje puede cambiar el mundo. Su sueño de la marcha de la palta. De la calle a la soberanía alimentaria, tips y pasos para dejar las excusas y pasar a la acción. Por Lucas Pedulla.

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Rodeado de más de veinte variedades de alimentos naciendo de baldes de pintura o de neumáticos recogidos de la calle, de composteras en tachos de 200 litros, y de una innumerable cantidad de microorganismos que de forma silenciosa pero activa están trabajando para hacer de esta terraza de 60 metros cuadrados una especie de oasis de vida en medio del cemento porteño, Carlos Briganti dice que lo que más le llamó la atención en esta cuarentena fue haber visto a sus vecinos por primera vez.
“Veo gente hace 30 años y recién con la pandemia vi asomarse algunas cabecitas en la terraza de allá, en otra de allá, y en la de allá”, dice señalando con la mano en cada dirección los edificios que lo rodean. “Eso quiere decir que la gente no toma en cuenta a sus terrazas para vincularse con la naturaleza. No está acostumbrada a estos espacios. Nunca suben a mirar el cielo. Entonces ponen la televisión para ver cómo está el tiempo. ¿Por qué no mirás el horizonte, a ver si está feo o ves el sol? No, lo natural es vincularte con la TV: mirar el mundo a través de una pantalla. Ese es el problema que estamos teniendo hoy. Si lo queremos capitalizar para bien, la pandemia nos obligó a encerrarnos y muchos dispararon a otros lados, a ver vivos de Instagram y propuestas de todo tipo para descontracturarse. De repente, ves a un tipo que tiene en su techo un montón de alimentos. Y entonces surge el pensamiento: ‘Yo quiero hacer lo mismo’”.
El cielo como la posibilidad infinita, sin techos. El horizonte como noticiero, sin fakes. El alimento como soberanía, sin venenos. La pregunta brota como el banano que aquí nace de dos neumáticos: ¿cómo se hace?
El verdadero contagio
Hace dos años MU visitó por primera vez a Carlos Briganti -56 junios, uruguayo- para conocer la experiencia de su huerta agroecológica construida en la terraza de su PH en el barrio porteño de Chacarita, donde vive hace 39 años. Ahora, en medio del aislamiento social, preventivo y obligatorio dispuesto por la pandemia de Covid 19, nuestra Cooperativa lo contactó para realizar un ciclo en vivo por nuestra cuenta de Instagram, bautizado “Plantate”, donde todos los lunes habla, pero ante todo muestra, cómo realizar una huerta en espacios urbanos.
La respuesta fue un boom, y Briganti también continúa haciendo vivos y charlas con referentes de soberanía alimentaria como Myriam Gorban (una de las nutricionistas más prestigiosas del país, creadora de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la UBA) o Marcos Filardi (abogado, fundador del Museo del Hambre), a través de sus cuentas de Facebook e Instagram, donde se lo encuentra como El Reciclador Urbano.
Claro que el contagio Briganti no comienza ahora, sino a través de las verdaderas redes sociales. El colectivo El Reciclador Urbano reúne a 25 personas, que salen a comedores y centros culturales que los convocan para la “Acción Huerta Urbana”, donde enseñan a desarrollar una huerta propia. Los lugares ponen las cubiertas y la tierra, y el colectivo lleva los plantines, semillas y realiza cinco hileras de tres cubiertas apiladas, para explicar el cuidado que necesitan los cultivos. Briganti tiene semillas guardadas en un armario que denomina “albergue transitorio de semillas”, ya que de allí saca y repone para los vecinos que le tocan el timbre o para las acciones en escuelas o comedores. También está el grupo “Frutos en la Ciudad”, que regala un arbolito de palta, mora o níspero para que vecinos planten en el espacio público, en lugares donde no moleste a nadie. Y también desarrollan el “Club del Compostaje”, para que la gente pueda compostar en la calle. A su vez, en la terraza de su PH, Briganti hace voluntariados los jueves, para explicar in situ el desarrollo de una huerta. Y, post pandemia, también abrirá los lunes, de 10 a 13 horas, para atender los pedidos que les llegan.
“Este momento es propicio para repensar una sociedad que nosotros veníamos repensando hace rato”, dice Briganti, sobre el efecto de sus transmisiones. “Repensar todo lo que veníamos hablando de soberanía alimentaria, de extractivismo y de los pasivos ambientales en estos años. Hoy te demuestra que tener una huerta en un techo es beligerante, es revolucionario y para aquellos que dicen que una huertita no va a cambiar al mundo, bueno: lo cambia. Te parte la cabeza, cambia el entorno, la mirada de cómo se transforma todo en verde. Y el contagio se produce con el tiempo. Acá se armó una especie de corredor: mi vecino está proyectando una huerta, el otro compostando. Tiene que ver con otra mirada del encierro y de reafirmar qué estás comiendo. ¿Se puede abastecer a 28 manzanas? No, pero te abastecés a vos, y no gastás un peso en ninguna verdura, salvo en aquellas que por tamaño no podés producir. Además, es salud: te saca del encierro de cuatro paredes. Un solo ejemplo tiene un efecto multiplicador: la gente se dio cuenta de que es muy fácil producir alimentos. Imaginate si los 3 millones de personas de la ciudad lo hicieran: es un cambio de paradigma”.
Briganti sintetizó sus conocimientos en un libro de 60 páginas que tituló Una huerta en mi terraza. Está a punto de reeditarlo.
Aquí nos propone tres pasos para pasar a la acción.

¿Hago lo que digo?
El reciclador dice que el primer paso es cuestionarse a sí mismo. “Ser consciente de que estamos mal parados es el punto inicial. Por ejemplo, venir a hacer una entrevista y decir: ‘Che, yo soy uno de los que tiran a la basura’. El primer cambio lo generamos nosotros. No es meritocracia, nada de eso, es que el primer paso lo doy yo. ¿Hago lo que digo? ¿Digo lo que hago? ¿Soy consecuente? Si vos lo que querés es ser multimillonario, tenés que dedicarte a otra cosa: no estar en una cooperativa de trabajo ni venir acá. Para eso andate con Bill Gates, con Ford. Ni vengas a estos lugares porque no tenemos plata, pero sí mucho que tiene que ver con la empatía”.
Cada vez que da una charla o un taller, Briganti pide que levanten la mano quienes compostan. “Podés encontrarte una persona muy preocupada por el desmonte, ¿pero composta? No. Bueno, lo primero parte de ahí: ¿qué puedo hacer yo? Compostá. Vos, así como te ves, estás tirando un kilo de basura por día, en un container negro, y todo eso va al relleno sanitario. ¿Se recicla? No. Bueno: hacete una compostera”.
Verduras y bichos
El compostaje es un proceso a través del cual la materia orgánica se transforma para la obtención de un compost, un tipo de abono natural para la tierra y los suelos destinados a cultivo. Briganti parte de su ejemplo: “Yo podría hablar muy lindo encerrado en un baño, ¿pero cómo se lo muestro a la gente? Bueno, acá lo ves”.
Una búsqueda rápida por Mercado Libre arroja que hay composteras hasta por $19.000. En un ejemplo, Briganti deja claro por qué le dicen El Reciclador Urbano: “Agarrás un tacho cirujeado de la calle, un pequeño recipiente que junte el lixiviado (el líquido orgánico que surge de la degradación de los restos que tiramos), dos ladrillos para sostener el tacho y un agujerito del tamaño de mi dedo meñique para que drene”.
Al lado de esta conversación está la muestra: un tacho de 20 litros levantado de la calle; dos ladrillos que lo sostienen; un pequeño agujero por el que drena el lixiviado; un pequeño recipiente donde se lo junta.
Qué se hace con ese líquido: “Lo sacás todos los días, lo rebajás en diez partes de agua y eso lo utilizás para regar”.
¿Qué tiramos a la compostera?: “Yerba, te, café, frutas y verduras. También cáscaras de huevo. A eso le tirás un puñadito de tierra, que son las bacterias que van a comer lo anterior. Lo que vos tirás son azúcares: el 90 por ciento es todo agua, y te queda un 10 por ciento de fibra, que es lo que va quedar sólido. Lo comprimís, cerrás la tapa y te olvidás. No lo regás ni nada. Lo dejás: adentro van a haber cientos de bichitos que van a laburar para vos. Y gratis. A los cuatro meses se vuelve tierra. Sí, la naturaleza te regaló eso”.
Pregunta típica: ¿esto atrae bichos? “Primero va a atraer a los seres humanos, lo cual ya es bastante. De la cadena trófica, desde un bichito hasta un elefante, somos la especie más dañina que hay. No somos la única que habita la tierra, pero sí la especie que vemos tratando de matarla. Pero en el proceso de compost, vas a ver mosquitas cuando abrís la tapa: cerrás y ya no pasa nada. No te van a echar del edificio. Si aparece un gusanito blanco, tirás un poco de tierra y listo. Si estás en un balcón, no le tires lombrices para que no te digan nada. Y en verano, limpiá el tachito de lixiviado para que no tenga olor. Si se hace bien, no vas a tener ningún tipo de problema”.
No hay vuelta atrás
Briganti explica que hay dos opciones frente a la tierra que se formó en el tacho. “La primera es cosechar ese humus para hacerte una huerta. La segunda es regalarlo. Acá fundamos el Club del Compostaje: los que no quieren compostar, me lo traen a mí”. En la puerta de su casa hay un barril que dice: “Compostaje barrial”. Tiene una cadena y un pequeño candado: “Hay trece vecinos que tienen esa llave y tiran sus orgánicos ahí”.
Efecto Briganti: “Hay gente que va a pasar la pandemia y no va a haber aprendido nada. Los que no vamos a sobrevivir somos nosotros, ¿y ahí qué vas a hacer con toda la plata que amasan los grandes industriales? Es una irracionalidad. Estas pandemias disparan lo mejor y lo peor de la gente. Espero que se contagie al menos esto. ¿Querés hacer un cambio? Bueno, primero la compostera. Después vemos cómo compostamos en todo el barrio. Después, en el Gran Buenos Aires. Después, en toda la Argentina”.
Briganti todo lo recicla: el humus también es volcado en neumáticos que rescata de la calle. “Cada cubierta es un problema menos para el sistema sanitario. Son cosas maravillosas para hacer contenedores”. De dos neumáticos apilados florece un banano. Ver para creer: Briganti explica que son excelentes macetas porque, primero, no pesan, y segundo, pueden dejarse bajo el sol porque los rayos UV no las degradan.
Briganti cuenta una, dos, tres, cuatro, cinco y seis composteras de 200 litros en su terraza de 60 metros cuadrados. “De ahí vemos germinar cantidades de ajíes, berenjenas, tabaco”. ¿Qué pasa si no tengo terraza y tengo solo un balcón? El reciclador no acepta excusas: contra una pared, en un espacio de 1,50 metros por 1,50, hay una docena de macetas hechas en bidones de agua de 5 litros cortadas a la mitad, de forma horizontal o vertical. “Hay lechuga morada, ciboulette, albahaca, acelga, perejil, berenjenas, tomate, menta limonada. Cuando lo ves, ahí te queda claro de qué hablo”.
Dentro de los tachos puede salir tabaco, albahaca y perejil: “Todo entreverado”. Es lo que Briganti llama el método Fukuoka (por el agricultor y filófoso japonés), que ideó un sistema de producción basado en el desorden y en la mezcla. “Lo que sale, sale. Y lo que no, no. Por ejemplo, mirá este tacho: el tabaco se las ingenió para salir de costado, cuando si tres personas se juntan en un monoambiente, terminan a las piñas”.
El momento crucial es cuando finalmente comés tu propio alimento. Muestra una maceta de la que nacen frutillas. “Una vez que comés tu primera frutilla, y de tu propia huerta, ya no hay vuelta atrás”.
Otra racionalidad
Briganti subraya que no puede sacar un cálculo económico de todo lo que cosecha. “Esto abastece a mi familia, a vecinos y, cuando hay mucho, se lo llevan los voluntarios. Hoy por hoy tenés lechuga, acelga, rabanito, espinaca, puerros que se pueden llevar. No lo tengo cuantificado, pero yo no voy a comprar verdura de hoja, por ejemplo. Pero imaginate que en la ciudad de Buenos Aires viven 3 millones de personas: ¿qué pasaría si se dedicaran a hacer su pequeña huertita? Eso corresponde al buen vivir”.
Briganti plantea otra racionalidad: no una relación de oferta y demanda, sino de qué necesitamos para nuestra vida. “Los ciudadanos están acostumbrados a que si quiero una pizza llamo a las 10 de la noche para que me la traigan. ¿Qué horas son esas para jorobar? Otra: muchos quieren tomate en julio. ¡No hay! Hacé conservas, previendo ese faltante. ¿Cómo cuantificás el mejor tiempo que significa el compartir en la cocina? Si acá viniera un economista diría que todo esto no es viable porque en julio no te puedo dar tomate, ya que es lo que el mercado exige. ¡Que el mercado no jorobe!”.
Lo ejemplifica con la vida misma: “En la vida no nos va linealmente como queremos. Trabajo, salud, amor: siempre hay algo en lo que no va del todo bárbaro. Y es así. Muchas veces me dicen: ‘¡No me crece, se me secó!’. Sí, está dentro de las posibilidades. Si la naturaleza te dice que no, es no. Si te dice que sí, es sí. Pero muchas veces exigimos que todo sea exitoso, y ahí la tenés a la soja transgénica, que cotiza en bolsa. Es aberrante. ¿Cómo vamos a hacer un cálculo sobre la alimentación? Si hacés policultivo te puede fallar el maíz, pero te da poroto y zapallo. Es decir, de hambre no se muere nadie. Las hambrunas vienen cuando te dedicás a una sola variedad. Si apostás al monocultivo, perdiste”.
La revolución de la palta
La conversación con Briganti -barbijo mediante- termina en la vereda de su casa. Quiere mostrar la huerta callejera que mantiene junto a sus vecinos y vecinas: hay lechuga, ajíes y tomates creciendo al lado del poste de luz. Un secreto: “Esa huerta está arriba de un hormiguero. Preparo un fertilizante biodinámico en casa: ni tocan las plantas”.
Briganti vuelve a la pregunta del cálculo económico: “¿Qué pasaría si en nuestras calles crecieran nuestros alimentos?”. Al lado de la compostera barrial está otro de los actuales proyectos del reciclador: un árbol de palta crece desde la vereda hacia el cielo. Uno de sus sueños post cuarentena es hacer una marcha en la ciudad que vaya plantando paltas en el espacio público. Aquí sí es fácil establecer un cálculo económico veloz: la palta en verdulerías cotiza hasta 100 pesos. La idea también involucra plantar nísperos y moras. “¿Por qué estos árboles? Porque no requieren trabajo humano ni ser podados”.
La felicidad -dice el reciclador- radica en estas pequeñas grandes acciones. ¿Hay un método Briganti? “Es una mezcla”, responde. En los preparados para la tierra, dice que sigue las enseñanzas de Jairo Restrepo, ingeniero agrónomo colombiano, uno de los propulsores de la agricultura orgánica en la región (ver “Elogio de la mierda”,en la edición 134 de MU). Del japonés Teruo Higa aprendió la preparación de biofertilizantes. La brasileña-austríaca Ana María Primavesi aportó la comprensión del suelo. De Fukuoka, la gracia del desorden. “El aporte Briganti es aggiornar los saberes del campo a una terraza”.
¿Qué espera una vez que pase la pandemia? Concluye: “Si no tuviera esperanza, no haría nada de lo que estoy haciendo. Creo que el mundo puede cambiar. Podemos ser mejores. Lo veo en la gente, en los jóvenes. Hemos sobrevivido a catástrofes impensables. Hoy la lucha es alimento, el compostaje, que cada persona plante: es la oportunidad que tenemos de resistir dentro de la ciudad”.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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