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Luciana Mocchi, cantante uruguaya: ser yo

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Fue telonera de Paul McCartney pero estuvo a punto de no aceptar porque le pagaban mal. Ese gesto define a Mocchi, aunque su carrera es mucho más profunda. Vive de tocar sus canciones en casas, crear proyectos comunitarios con amigues y moverse desde la autogestión. Cómo abrir puertas y cabezas, cantando y viajando. Por María del Carmen Varela.

Luciana Mocchi, cantante uruguaya: ser yo
Foto: Martina Perosa

Mocchi canta y deslumbra. Hay algo que se percibe más allá del timbre de voz, el virtuosismo de las cuerdas vocales  y la capacidad del aparato fonador: el alma. No hay artificio ni truco: lo que se ve es lo que hay. Y  lo que hay es una persona de 30 años, nacida en Montevideo, que hace canciones. Nadie la llama Luciana. “Soy Mocchi y el pronombre no me importa. Mientras me traten con respeto, como yo trato a la gente, todo bien”, sintetiza. 

Bajo el signo de Géminis –cumple el 8 de junio- Mocchi declara que es una persona ermitaña, aunque es ideal para la charla kilométrica acompañada del infaltable mate rioplatense. Sus letras son profundas y sencillas, sus fans –que no paran de crecer- agotan las entradas a los shows antes de que se publiquen los flyers y tiene seguidores hasta en Serbia y Noruega.  Produjo Botija de mi país, un documental sobre músicos uruguayos viviendo en Estados Unidos reconoce la influencia del candombe y la murga en las entrañas de sus canciones, sonidos de resistencia que pueden desembocar en la melancolía y  también en la potencia del grito y del goce.

Cuando sea cantante

Mocchi estuvo en noviembre en Buenos Aires y pasó a saludar a la artista Susy Shock en la Posta Sanitaria Cultural N° 16  en la casa de la cooperativa lavaca. Susy reconoció a Mocchi  tras el barbijo y le dedicó una canción: el Milongón del Guruyú –un clásico uruguayo alusivo a un barrio montevideano cercano al puerto- que hizo emocionar a Mocchi por ser el link a una vivencia de la niñez: fue la primera canción que cantó en vivo – a los seis años- arriba de un cajón de gaseosas. “Cantaba en loop esa canción y vendíamos pan con manteca a los vecinos en el patio de mi casa.  Dábamos una entrada, todavía tengo una, que decía ‘entrada 1,50 y si no, entra igual’. Cuando me preguntan ‘¿Cuál fue tu primer show profesional?’, la verdad es que fue ese. Estuve ahí media hora dándolo todo, cantando la misma canción. Mis viejos siempre dicen que mis frases del futuro comenzaban diciendo ‘Cuando yo sea cantante…’. Ellos nunca pensaron que hablara en serio”.

La  primera canción propia brotó cuando su madre no le dio permiso para ir a la marcha de los trabajadores del 1° de mayo. Tenía 12 años. Boceto de un 1° de mayo está incluida en La velocidad del paisaje, su primer disco.  “Es una de las canciones que más me gusta,  de hecho pienso que se me re fritó el cerebro en estos años porque creo que nunca logré describir una ciudad como en esa canción”. 

Aquí un fragmento: 

Y vuelan las cometas, los volantes, las siluetas / vuelan las Cenicientas que salen de trabajar / va cayendo la noche y las estrellas que iluminan / lo que ya no iluminan las luces de la ciudad.

Derrotero multicolor

Estudió psicología, derecho, profesorado de música, de filosofía, “y siempre la música me interrumpió”. Mocchi pensaba que las carreras estaban interrumpiendo a la música, pero concluyó que era al revés: “La música estaba insistiendo para que no me vaya por el mal camino de la universidad”. Nació en un barrio montevideano muy coqueto –El Prado- hasta que la empresa de su padre se fundió y decidió regalar lo que quedaba en pie a sus empleadxs. Les Mocchi afrontaron una serie de desalojos, fueron a vivir al barrio Capurro y luego a la casa de la abuela en El Prado norte, el sector más pobre del barrio. Siguieron varias mudanzas por distintos lugares hasta que nuevamente recaló en Capurro y allí fundó un centro cultural donde vivió en comunidad durante algunos años. Ahora vive en Aguada, “un barrio controversial que en su momento estaba manejado por narcos”. 

El derrotero de Mocchi es un collage multicolor de experiencias  y causalidades. A los 18 años estaba por viajar a Estados Unidos para resolver una cuestión familiar. Días antes se puso a charlar en las calles montevideanas con Edgardo Yayo Zerka, baterista de Lila Downs. Le contó que se iba a Nueva York y como Yayo vive allá, le dijo que cuando llegara lo llamara porque quería escucharla cantar. “Yo pensaba: otro garca más que chamulla que me va a dar una mano. Yo no tenía ni guitarra, me escribió en el brazo su teléfono, yo fui, me pegué un baño y se me borró el número”. Tomó el avión y en una escala en Panamá se volvió a encontrar con Yayo, que nuevamente le anotó su número de teléfono. Mocchi llegó a Nueva York por una semana y un día antes de marcharse su prima  insistió en que lo llamara. “¿Para qué voy a llamar a este garca?”. Finalmente lo hizo: “Hola, ¿está Yayo Zerka? No, ¿sos la uruguaya? Yayo está de gira en Europa con Concha Buika  pero venite que ya nos habló de vos. Fui al estudio y descubrí otro mundo, porque yo había escuchado toda la vida que no me podía dedicar a tocar, el mito que termina siendo cierto de lo difícil que es dedicarte al arte y te lo repiten tanto que terminás creyéndotelo”. Conoció gente relacionada a la música y alguien invitó: “¿Querés venir a tocar mañana?”. Mañana me vuelvo a Uruguay, respondió. “¿A qué hora?”, preguntaron. A las dos de la mañana, dijo Mocchi. “Esto es a las diez de la noche”.  Y ella: “Bueno, ta, voy y después me voy al aeropuerto. Sigue contando: “Terminé de tocar y viene el loco del lugar y me dice te quiero contratar para que toques todos los jueves. Yo vivo en Uruguay. Y una productora que es amiga mía ahora, me pega un codazo  y me dice: ‘Nena, cambiá el pasaje ’. Pero no tengo plata para cambiar el pasaje. ‘Si ni le preguntaste cuánto te paga, no sabés si no tenés plata, andá y preguntale ’. Terminé cambiando el pasaje y me quedé seis meses”. Yayo volvió de la gira y coincidieron en festejar sus cumpleaños tocando juntes. Se les unió un tecladista. “Yo que no hablo una palabra de inglés y el chabón que no hablaba una palabra de español y al otro día voy caminando por Manhattan y el chabón con el que yo había estado tocando estaba en la tapa de la Rolling Stone”. Era el flamante tecladista de David Bowie. Cuando Mocchi le preguntó a Yayo por qué la había tenido en cuenta, su respuesta fue: “Yo soy chileno, cuando llegué acá tampoco conocía a nadie: si puedo hacerlo, te abro una puerta”.  Mocchi pensó: “Yo quiero ser así, quiero ser una persona que va por el mundo abriendo puertas”.

Panchos y autogestión

La modalidad autogestiva es una forma de vida, un recorrido transitado por las suelas gastadas de las zapatillas de Mocchi. “Quizás al principio no nos queda otra, pero después se transformó en un camino que elegí. Cuando empecé a tocar, no tenía guitarra, muchas veces tenía que pedir el instrumento lo cual me generaba mucha vergüenza”.  

Para grabar su primer disco juntó billetes vendiendo panchos. Un puñado de arroz en la alacena era su capital gastronómico, cuando sonó el teléfono un día de 2014. La propuesta: abrir el recital de Paul McCartney. El pago: 500 dólares. ¿Qué? Ni en pedo, fue su respuesta. ¿Quién te creés que sos?, gruñó el ofertante. “Todo el mundo me decía: ‘¡Te pagan 500 dólares y vas a tocar con Paul McCartney!’ Y yo: ¿500 dólares? ¿Me estás jodiendo? Está bien, yo tengo 5.000 dólares de deudas. Esos 500 dólares me pueden hacer comer hoy, pero, ¿cuál es el costo? Y todo  el mundo me decía estás derrapando Mocchi, tenés que agarrar, fijate que estás en una situación precaria. Sí, se llovía  mi casa”.  Aceptó. 

La noticia comenzó a circular por diarios del mundo: “Luciana Mocchi, del anonimato a Paul McCartney”,  fue el  titular de una agencia de noticias estadounidense, que ampliaba: “La cantante uruguaya tiene 23 años y ya logró lo que la mayoría no consigue en toda su carrera: abrirle un concierto al ex Beatle. Y eso que no tiene guitarra”. Replica Mocchi: “Ah listo, hiciste una nota de cuatro horas y lo único que sacaste fue eso. La nota después fue levantada por ocho millones de diarios. De los autores de ‘Mujica, el presidente más pobre del mundo’, llega: ‘Cancionista sin guitarra abrirá el show de Paul McCartney’. Era así la jugada”.  

Y finalmente llegó el 19 de abril, día del recital en el Estadio Centenario de Montevideo: “Salí a tocar y veía celulares y adelante tenia a toda la gente garca del país y arriba a mi vieja que se había colado. Igual lo hice por plata y me compré muchas cosas a las que nunca había tenido acceso. Por otro lado, un diario hablando de mi cuerpo, otro  hablando de mi novia y otro  hablando de no sé qué. Son una mierda. Pensé: no me quiero dedicar a esto, ya está, y en 2015 dije bueno, me quiero dedicar a esto pero no así. Necesito encontrar otra manera”.  Y la encontró: anunció en la red social más usada en ese momento –Facebook- el formato de “toco en tu casa”.  Y llegaron las invitaciones. “Me escribió una piba de Córdoba: fui y empecé a vivir de eso. Me escribía gente de todo el mundo, llegué a tocar en una casa en Nueva York”. Parte del dinero que le quedaba por haber sido “la telonera de Paul” ayudó a que renunciara a su trabajo de analista de noticias para un diario chino de economía y se dedicara de lleno a su pasión. 

Cambiar el mundo

La nueva modalidad -que algunos diarios podrían haber titulado como “Luego de tocar en recital de Paul McCartney ante 50.000 personas, ahora Luciana Mocchi toca en casas donde la inviten”-  fue un éxito.  “Sigo yendo a tocar a las casas y es mi principal fuente de ingresos. Ahora no, por situación pandemia. Muchas veces la gente cree que yo vivo de tocar en un teatro para 300 personas y realmente vivo de eso, pero gano lo mismo yendo a una casa a tocar con gente copada. La gente puede vender sus cosas y ganarse una moneda. Siento que así estaríamos cambiando el sistema un poco. En este momento trabajo con mis amigos de siempre que armaron una productora y ellos ayudan a la persona que quiere llevarme a tener una propuesta viable en la que no solamente gane plata yo, sino también quien está atendiendo la barra, quien esté haciendo un guiso. Hay lugares a los que voy con entrada, a la gorra, o me pagan un fijo. El mayor número de gente fue de 140 personas en una casa en Córdoba y 15 personas en un cumpleaños. A veces me pagan y a veces no y voy igual. Yo hago música para la gente”.

Su casa es también un proyecto colectivo. Vive en un departamento de dos dormitorios, del que la mayoría de sus amigues tienen llave y en el que rara vez está en soledad. Está construyendo una casa cerca de la playa, otro plan comunitario. Si nota que tiene muchos instrumentos, los regala: “No somos dueños de nada: estoy para compartir y para pasar por acá e irme con lo que vine. Nada”. Las letras de sus canciones han ido mutando con los aportes de sus seguidores y las fechas que programa se convierten en juntada de amigues: “El show no soy yo, lo generamos todas las personas que estamos ahí, seamos 3, 10, 25 u 8 millones. Así como la gente va a verme a mí, yo voy a ver a la gente”. En cualquier momento del día, toma su guitarra y arranca un streaming en Instagram. Responde preguntas de sus seguidores, se ofrece para charlar si alguien lo necesita, comenta anécdotas cotidianas y toca algunas canciones.

Filosofía Mocchi: “Yo quiero cambiar el mundo y la herramienta que tengo hoy para eso es la música. Durante la pandemia le pedí a la gente que me depositara plata para distribuirla entre mis amigos que no tenían y para hacer pan y salir a regalarlo por la calle. El primer día me depositaron 25 mil pesos uruguayos y 600 dólares. La gente cree en mí y yo creo en la gente”. 

El método Mocchi, simple y claro: “No vender un personaje, sino salir a ser yo”.

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