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Cambio de clima: En llamas, el nuevo libro de Naomi Klein

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El nuevo libro de la autora de No logo y La doctrina del shock compila una serie de crónicas en distintas geografías que conectan las coyunturas e incendios territoriales, a la vez que analiza los que implica la crisis climática. Los datos hoy, las opciones, y las luchas encaradas por jóvenes que emergen en las calles para hacernos reaccionar antes de que sea (más) tarde. 

Cambio de clima: En llamas, el nuevo libro de Naomi Klein
Naomi Klein. Foto: Kourosh Keshiri

Después de Esto lo cambia todo, un libro que analizaba con datos y crónicas las implicancias de aquello –o esto- llamado “cambio climático”, el nuevo libro de la periodista canadiense Naomi Klein retoma el tema para enarbolar un manifiesto urgente. En llamas puede pensarse como una secuela de aquel título, a la vez que como intelectual comprometida, Naomi intenta contraponerse a las fuerzas que, ya como analizaba en La doctrina del shock, buscan servirse de este tipo de crisis para impulsar proyectos ideológicos y económicos que profundizan los problemas que nos trajeron hasta acá. “Lo que va a suceder es absolutamente predecible”, avisa Klein refiriéndose a la disputa que abren la crisis climática, las “soluciones” que se intentarán imponer  desde arriba y las que brotarán desde abajo, sin la bola de cristal sino con datos científicos y voces urgentes.

Luego de un largo manifiesto introductorio, En llamas reúne también una serie de crónicas que la periodista ha ido publicando a lo largo de los últimos años sobre movilizaciones masivas de estudiantes en Milán, París, Montreal; sobre los problemas de sequía en Sudáfrica; la falta de electricidad y agua de la comunidad puertorriqueña de Nueva York; respecto de la polución del aire en Nueva Delhi, los incendios forestales en Tasmania y Australia o los ciclones en Mozambique. Naomi revela a la vez lo que dicen y piensan los “expertos” en congresos internacionales sobre el calentamiento de los océanos o la pérdida de flora y fauna en todo el mundo, eventos en los que ella ha participado como expositora, o como cronista. 

A través de ese conjunto de miradas En llamas traza un panorama aterrador que fecha un límite a la vida tal cual la conocemos para 2030. Y más acá de alarmismos, Naomi hace un llamado a un pacto verde global, a la organización social y a una serie de medidas estatales urgentes para paliar el desastre.

En el libro no se hace mención a la pandemia como otra de estas consecuencias del modelo tóxico, pero acaso eso le da otra razón y actualidad, que desnuda la mirada nortecéntrica para demostrar cómo impactan las decisiones globalizadas en los países del Tercer Mundo. 

Leerlo al calor de las llamas de Chubut, de las luchas contra la megaminería en esa y otras provincias, intoxicados con el glifosato y los agrotóxicos, en medio de inundaciones, sequías extremas y otros climas de época, estos fragmentos de En llamas quizá nos ayuden a comprender lo que se juega en los territorios que siguen organizándose como única solución para cambiar –y salvar- a los muchos mundos que hay dentro de este planeta .

Cambio de clima: En llamas, el nuevo libro de Naomi Klein

El futuro llegó

Vivan en el lugar del mundo en el que vivan, los miembros de esta generación tienen algo en común: son los primeros para quienes las perturbaciones climáticas a escala planetaria no suponen una amenaza futura, sino una realidad vivida. Y no solo en algunos lugares desafortunados, sino en todos y cada uno de los continentes, y todas ellas están sucediendo a un ritmo significativamente más acelerado de lo predicho por la mayoría de los modos científicos. 

Promesas vacías

Han pasado más de tres décadas desde que los Gobiernos y los científicos empezaron a reunirse oficialmente para discutir la necesidad de reducir las emisiones de gas de efecto invernadero y reducir así los peligros de la crisis climática. (…) Desde el inicio de aquellas reuniones gubernamentales en 1988, las emisiones globales de CO2 se han intensificado en más del 40%, y siguen creciendo. El planeta se ha calentado aproximadamente 1°C desde que empezamos a quemar carbón a escala industrial, y las temperaturas medidas van por el camino de aumentar en la misma proporción hasta cuatro veces antes de que este siglo llegue a su fin; la última vez que hubo tanto dióxido de carbono en la atmósfera como hoy, los humanos no existíamos.

Predicciones

Según la Organización Metereológica Mundial de las Naciones Unidas, si seguimos como hasta ahora, habremos calentado el planeta entre 3° y 5° para finales de siglo. Cambiar el rumbo de nuestro barco económico a tiempo para mantener el calentamiento por debajo de 1,5°C requeriría reducir las emisiones globales a aproximadamente a la mitad en tan solo doce años – al cierre de este libro, quedan once- y llegar a 2050 con una huella de carbono cero. No solo en un país, sino en todas las economías importantes. (…) El informe establece que no es posible llevar a término este acelerado de la contaminación empleando enfoques tecnocráticos individuales como los impuestos sobre el carbono, aunque esas herramientas deban utilizarse; sino que es necesario cambiar de forma deliberada e inmediata los métodos usados por nuestras sociedades para la producción de energía, el cultivo de alimentos, el transporte y la construcción de edificios. En la primera frase del informe se afirma que lo que necesitamos es implementar “cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad”.

Otros impactos

El hecho de que la atmósfera terrestre no es capaz de absorber de forma segura la cantidad de carbono que le estamos inyectando es un síntoma de una crisis mucho mayor, una crisis que tiene su origen en la ficción elemental en la que se apoya nuestro modelo económico: que la naturaleza es ilimitada, que siempre podemos encontrar más de lo que necesitamos y que, si algo se acaba, se puede sustituir sin problemas por otro recurso que podremos extraer eternamente. Y la atmósfera no es lo único que hemos explotado hasta sobrepasar su capacidad de recuperación. Estamos haciendo lo mismo con los océanos, el agua dulce, la capa superior del suelo y la biodiversidad. 

Desplazados

Esta crisis la han provocado, en una proporción abrumadora, los estratos más ricos de la sociedad: el 10% más rico de la población mundial genera casi el 50% de las emisiones globales, mientras que el 20% más rico es responsable del 70%. Pero los más pobres son los primeros y principales afectados por las consecuencias de estas emisiones, las cuales están obligando a desplazarse a cantidades cada vez más elevadas de personas. Un estudio del Banco Mundial publicado en 2018 estima que, para 2050, más de ciento cuarenta millones de personas del África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica se desplazarán a causa de las presiones del clima, una estimación que muchos consideran conservadora. La mayoría se quedarán en sus países, abarrotando ciudades y barrios bajos ya sobrepoblados, pero muchos buscarán una vida mejor en otro lugar.

El pacto verde

A pesar del gran impacto del informe, puede que haya otro factor relacionado con el subtítulo de este libro  todavía más importante: las pugnas desde muchos distritos de Estados Unidos y de todo el mundo para que los gobiernos respondan a la crisis climática mediante un Green New Deal (…). La idea es sencilla: a la par que transformamos infraestructuras de nuestras sociedades, la humanidad tiene una de esas oportunidades que solo se presentan una vez cada cien años para reparar un modo económico que está defraudando a la mayoría de las personas de muchas y distintas formas (…). Al abordar la crisis climática podemos crear cientos de miles de empleos de calidad en todo el mundo, invertir en las comunidades y en los países a los que se excluye de manera sistemática, y garantizar la sanidad y el cuidado de los niños, entre muchas otras cosas. Estas transformaciones darían como resultado economías construidas tanto para proteger y generar los sistemas de soporte vital del planeta como para respetar y sustentar a las personas que dependen de ellos. 

Estrategias

Durante los últimos cinco años, una de las estrategias del movimiento por la justicia climática ha consistido en demostrar que estas empresas son actores inmorales cuyos beneficios son ilegítimos porque su modelo de negocio depende de la desestabilización de la civilización humana. Esta estrategia ha llevado  cientos de instituciones a adoptar el compromiso de retirar sus inversiones en empresas de combustibles fósiles. Más recientemente, el movimiento Sunrise y otros movimientos se han concentrado en lograr que los políticos electos adquieran el compromiso de no aceptar “dinero procedente de los combustibles fósiles”, un compromiso que más de la mitad de los candidatos a la presidencia del Partido Demócrata enseguida aceptaron firmar. Si un partido en el poder actuara con arreglo a una política de rechazo ante las donaciones procedentes del sector de los combustibles fósiles así como de los grupos de presión de dichos sectores, el control que ejerce esta industria sobre la elaboración de políticas quedaría gravemente debilitado. Y si, frente a presiones públicas y reguladoras, los medios de comunicación dejaran de emitir publicidad de empresas de combustibles fósiles, igual que hicieron con los anuncios de tabaco en el pasado, la desproporcionada influencia del sector quedaría todavía más deteriorada.

Comunidades

Es cierto que reaccionar ante la amenaza climática exige la voluntad de llevar a cabo una planificación industrial y una contundente acción gubernamental en todos los niveles. Pero algunas de las soluciones climáticas más fructuosas son las que dirigen este tipo de intervenciones hacia la dispersión y la transferencia del poder y del control a las comunidades, ya sea mediante energías renovables controladas por la comunidad, agricultura ecológica o sistemas de transporte que verdaderamente rindan cuenta ante los usuarios.

El policultivo

También tendremos que resucitar la planificación de la agricultura si queremos abordar la triple crisis de la erosión del suelo, la meteorología extrema y la dependencia de los combustibles fósiles. (…) Se estima necesario llevar a cabo estudios y desarrollar infraestructura para sustituir muchas cosechas de cereales anuales que degradan el suelo (cultivadas en monocultivos) por cosechas perennes (cultivadas en policultivos). Dado que no hay que replantear las cosechas perennes año tras año, sus largas raíces son mucho más efectivas cuando se trata de almacenar agua escasa, mantener el suelo en su sitio y secuestrar carbono. Los policultivos también son menos vulnerables a las plagas y a la actual meteorología extrema. Un beneficio añadido de este tipo de cultivos es que requiere un trabajo mucho más intensivo que la agricultura industrial, lo que significa que la agricultura puede volver a convertirse en una fuente de empleo importante para las comunidades rurales a las que se ha descuidado durante tanto tiempo.

Un lugar que defender

Del mismo modo que cambiamos en el pasado, podemos cambiar ahora. Tras asistir a una conferencia del gran agricultor-poeta Wendell Berry sobre cómo cada uno de nosotros tenemos la obligación de amar el “lugar que es nuestro hogar” más que cualquier otro, le pregunté si tenía algún consejo para las personas desarraigadas, como mis amigos y yo, que desaparecemos en nuestras pantallas y siempre parece que andamos buscando la comunidad perfecta a la que deberíamos echar raíces. “Detente en algún lugar-respondió-, e inicia el proceso de mil años que lleva conocerlo”. Es un buen consejo en muchos sentidos porque, para ganar la mayor lucha de nutras vidas, todos necesitamos un lugar que defender.

Qué hacer

La cruda realidad es que la respuesta la pregunta “¿qué puedo hacer yo , como individuo, para detener el cambio climático?” es “nada”. No puedes hacer nada. De hecho, la idea misma de que cada uno, como individuo atomizado, por muchos individuos atomizados que seamos, podríamos desempeñar un papel importante para estabilizar el clima del planeta o cambiar la economía global es, objetivamente, una locura. Solo podremos resolver este colosal desafío juntos, como miembros de un movimiento globalizado y organizado.

El efecto Greta

En agosto de 2018, cuando empezó el curso escolar, Greta Thunberg no fue a clase. Fue al Parlamento de Suecia y acampó en la puerta con un cartel pintado a mano que rezaba: “En huelga escolar por el clima”. Volvió un viernes tras otro, y pasaba todo el día. (…) Poco a poco, su quijotesca protesta se granjeó algo de atención mediática, y otros estudiantes, así como algunos adultos, empezaron a acudir con sus propias pancartas. Luego llegaron las invitaciones para dar conferencias, primero en manifestaciones sobre el clima, luego en congresos de la ONU, en la Unión Europea, en TedXEstcolmo, en el Vaticano, en el Parlamento británico. (…) Y aunque los discursos no cambiaron de forma radical las acciones de los legisladores de aquellas majestuosas salas, sí alteraron las acciones de un gran número de personas fuera de ellas. (…) Tal como dice un manifiesto publicado por alumnos británicos que secundaron la huelga por el clima: “Puede que Gretha Thunberg fuera la chispa, pero nostros somos el fuego”.

El otro cambio

La abundancia de estudios científicos que demuestran que hemos explotado la naturaleza más allá de sus propias limitaciones exige mucho más que productos ecológicos y soluciones basadas en el mercado; exige un nuevo paradigma de civilización que no se fundamente en la dominación de la naturaleza sino en el respeto por sus ciclos naturales de renovación y que sea plenamente consciente de los límites naturales, incluidos los límites de la inteligencia humana.

(…) Los valores culturales están empezando a cambiar. Los líderes jóvenes de hoy quieren cambiar las políticas pero comprenden que, antes de que eso ocurra, debemos enfrentarnos a los valores subyacentes de avaricia e individualismo desenfrenados que crearon la crisis económica. (…) Este intento deliberado de cambiar los valores culturales no tiene nada que ver con “la 2política del estilo de vida” y tampoco pretende distraer de las luchas “reales”. Porque en el turbulento futuro que ya hemos convertido en inevitable, la creencia en la igualdad de derechos de todas las personas y en la capacidad de una profunda empatía serán lo único que separe a la humanidad del salvajismo. 

El cambio climático, con su fecha límite inamovible, puede actuar como catalizador de esta profunda trasformación social y ecológica.

En llamas. Un (enardecido) argumento a favor del Green New Deal.
Naomi Klein
Editado en Argentina por Paidós.

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