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Yerba buena

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Las mejores yerbas no están en las góndolas. Titrayju, Yemico y otras por venir, son producto de las cooperativas de campesinos que no sólo hacen honor a los procesos de estacionamiento y elaboración, sino que luchan por otro modelo económico, con comercio justo y soberanía alimentaria. Para leer cebando.

Yerba buena

Titrayju quiere decir Tierra, Trabajo y Justicia. Yemico significa Yerba Misionera Cooperativa. Son marcas, pero a la vez son símbolos de modos de producción, trabajo y hasta comercialización que revelan que cuando se habla del “campo” (y de sus conflictos, su soja, sus toros, sus restaurantes y sus otros monocultivos mediáticos) se está dejando afuera a sectores que han sabido trabajar creativamente, producir responsablemente, provocar daño cero y muchos beneficios ambientales y de consumo.
Miguel Ángel Rodríguez, coordinador del Centro de Comercialización Campesino Indígena (Ce.Co.Ca.I.) muestra otra realidad: “Nosotros no tuvimos oportunidad de expresar lo que representa un pequeño productor yerbatero. Estamos hablando de más de 10.000 familias, con una media de 4 hectáreas de yerba mate. O sea: un pequeño productor en serio, excluido de todo, variable de ajuste para que las grandes empresas continúen magnificando sus ganancias”. Aclaración necesaria: la preocupación de estas familias es lograr la soberanía alimentaría, concepto que plantea que sean el país y la sociedad, y no el mercado, quienes decidan qué, cómo y para quién producir alimentos. “En cambio –asegura Miguel– lo que dejó claro este conflicto es que los que usaron el argumento de defender al pequeño productor, terminaron cortando la cinta en la Rural”.

Dulce o amargo
Un protagonista de esta historia es el tarefero, obrero de la cosecha. Los tareferos son reclutados por contratistas para la zafra misionera. La tercerización busca dos cosas: mano de obra barata y sin conflicto (en estas argucias, el campo y la ciudad están hermanados). El régimen implica expulsión hacia las periferias de las ciudades. O intentar alguna forma de producción propia. O resignarse a ese sometimiento.
El otro protagonista es el productor, cuya única manera de defenderse ante los oligopolios empresarios y de supermercados es asociándose. Yemico y Mbopicuá pertenecen a la Cooperativa Puerto Rico, que viene desde 1931 esquivando los guadañazos de la concentración económica. Río Paraná es la productora de Titrayju, que “invadió” las grandes ciudades de la mano de los movimientos sociales a partir de 2002, como un modo de salir del colapso económico de esos años. El concepto de trabajo era el mismo: producción natural, sin agroquímicos, fortaleciendo el trabajo solidario, convocando a un consumo responsable y a un comercio justo.
La red de cooperativas empezó a hacer visible lo que ocurría en Misiones. “El gobierno provincial presiona a favor de las grandes empresas. Quieren quitarle las retenciones a la yerba mate. Para el pequeño productor ese tema no existe, porque no exporta. Por eso, para las grandes empresas la retención debe continuar”. Así como se habla de la peste soja, en Misiones se puede hablar de la peste pino: “Hay 600.000 hectáreas plantadas, subsidiadas y amparadas para alimentar a las fábricas de pasta de celulosa”, relata Rodríguez. Otra vez, la expulsión: “Más de 70.000 personas se mudaron a la periferia de las ciudades. La tierra queda inútil, y ni siquiera es un monocultivo que genere puestos de trabajo. Y mata la fauna. En el pino no anidan ni los pajaritos”.

Todo x 2 centavos
Hasta el año 90 existió una Cámara Reguladora de la Yerba Mate y una Cámara Consignataria –recuerda Rodríguez–, que permitían cierta protección a los productores. A partir de la desregulación del siniestro dúo Menem-Cavallo, las grandes empresas duplicaron y triplicaron la producción de yerba. El pequeño productor tuvo que bajar los precios hasta tocar fondo, en 2001, cobrando 2 centavos el kilo de hoja verde. “Ese año se hizo un ‘tractorazo’, pero terminó generando la ley 25.564 que no protege al pequeño productor. No queremos cometer los mismos errores”. Por ejemplo, por esa ley se creó el Instituto Nacional de la Yerba Mate (inym). “El directorio del organismo tiene doce integrantes; nueve de ellos pertenecen a las grandes empresas. Y el pequeño productor sigue siendo marginado”. El inym establece que el kilo de hoja verde debe pagarse a 52 centavos, sin embargo la realidad es que el pequeño productor recibe menos de la mitad de ese valor. Toda esta rentabilidad, para colmo, va contra los consumidores. Los procesos de zapecado, pre secado, secado, trituración y clasificación, los tiempos, el estacionamiento y los cuidados, son prolijamente omitidos por las grandes industrializaciones yerbateras. Las cooperativas, en cambio, apuestan por la calidad.

Mate para otro modelo
Los productores yerbateros de la Cooperativa Agraria Río Paraná, que elaboran la Titrayju ya cuentan con un molino propio, obtenido a través de créditos blandos y subsidios. “En poco tiempo se pondrá en funcionamiento y va a permitir procesar dos mil kilos de yerba mate por día”, anuncia Rodríguez. La inversión de 150 mil pesos habilitó la posibilidad de hacer acuerdos con otras cooperativas. “Estamos comercializando una nueva marca que se llama Tamandúa con la que buscamos incidir en el mercado y tener fuerza para enfrentar a los grandes grupos y sus mecanismos de explotación”.
Por eso están buscando apoyos para la comercialización. “Estamos trabajando junto al Foro de la Agricultura Familiar, junto a la Cooperativa Agrícola Puerto Rico, fecoagro, Federación de Cooperativas de San Juan. Ya son más de 30 cooperativas y se sumarán muy pronto otras del resto del país” dice Miguel, que considera que Titrayju es un producto emblemático, nacido al calor de 2001, cuando se logró llegar a Buenos Aires informando a la gente qué querían construir y qué significa Titrayju. “Entonces los consumidores, que también son nuestros compañeros, hacen suya esa preocupación de saber qué hay detrás de un paquete de yerba mate”. ¿Y qué hay? Revela Miguel: “La imagen de la lucha por dejar la opción de la mera sobrevivencia, para pasar a una forma de construcción distinta y cambiar un modelo. Queremos ser una economía alternativa”.

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Apunando a las mineras

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