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Fábrica de dulzura

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 Un comedor, varios talleres artísticos y clases de apoyo escolar se financian con este cooperativa de alfajores que en La Boca amasa una opción para los chicos.

Fábrica de dulzura

Chocolate, maizena y dulce de leche son algunos de los ingredientes con los que se logra este resultado redondo: alimentar un espacio para chicos del barrio de La Boca. Eso es Alfajores Porteñitos, aunque su verdadero éxito es que, sobre todo, son riquísimos. La receta pertenece a la Cooperativa Los Pibes del Playón, que surgió como respuesta a la necesidad de hacerle frente a la crisis de 2001. La fábrica es el sostén económico del merendero donde se reúnen los chicos del barrio y apuesta a demostrarles que es posible crear una salida, como describe Cristina Mangravide, alma y mentora del proyecto.
Hace algunos años, de paseo por la costa, nació la inspiración: Cristina fantaseó con la idea de instalar una fábrica de alfajores. Tiempo después, pudo concretar el sueño y ocuparse de la tarea que más disfruta, que es acompañar a los jóvenes ofreciéndoles despertar su creatividad y fomentar la capacitación. “Son chicos de los conventillos que no tienen acceso a una maestra particular, ni a un taller de pintura. El principal objetivo es lograr mejorar la calidad de vida de los chicos del barrio, pero para alcanzarlo tenemos que generar recursos para sostener lo que construimos hasta ahora y seguir concretando el proyecto: crear una gran casa para ellos y una especie de centro cultural, así podrán tener la oportunidad de trabajar en la fábrica cuando crezcan y necesiten tener sus propios ingresos”, se entusiasma.

De operadora de PC a alfajorera
Cristina nació en Santa Cruz y conoció La Boca en su niñez porque sus abuelos paternos vivían allí. Tras dos separaciones, recaló en el barrio en busca de un lugar de alquileres bajos que le permitiera garantizar la educación y alimentación de sus dos hijos. Se asume como una sobreviviente de una época triste. Un símbolo: el día siguiente a la caída de las Torres Gemelas perdió su trabajo: “Yo era operadora de pc y pasé a ser alfajorera”. En ese momento ya era fundadora de la biblioteca popular barrial y su casa estaba abierta para recibir a los vecinitos del barrio, al que ya habían llegaron los planes sociales y las bolsas de alimentos. Pero como no comulga con la beneficencia, Cristina fue más allá. Cuando el Gobierno de la Ciudad propuso respaldar los emprendimentos sociales mediante el otorgamiento de pequeños subsidios, aprovechó la oportunidad para darle forma a su anhelo y poniendo en práctica la receta que aportó un panadero del barrio, creó la fábrica de alfajores. Así fue como un grupo de desocupados de la zona comenzaron a capacitarse. Contaron con la ayuda del Banco Credicoop que les cedía las instalaciones para las reuniones y cursos en el INTI para manipulación de alimentos y puesta en marcha del negocio. Aprendieron a confeccionar las bolsitas, a armar cajitas de cartón microcorrugado y a decorar vistosas cajas de madera que compran especialmente los turistas para evitar que los alfajores terminen aplastados en sus valijas. Lo que más cuesta, confiesa Cristina, es lograr que se entienda el significado de formar parte de una cooperativa: “Vienen con la idea de que hay un patrón y es difícil cambiar esa mentalidad. Acá somos todos dueños y nos tenemos que hacer cargo de saber si se pagó la luz, si hay dinero para pagar el alquiler, salir a vender. Lo que más cuesta es la administración y la venta. Muchos terminaron abandonando el proyecto”. Actualmente son quince, con distintos horarios y participaciones, la cooperativa aún no está en condiciones de aportar sueldos, pero mantiene económicamente la estructura, reinvierten para continuar trabajando y brindando asistencia escolar, talleres de pintura, mimbre, serigrafía e inglés.
La elaboración de los alfajores comenzó en la cocina de la casa que alquilaba Cristina, hasta que el dueño la echó porque entraba y salía gente todo el tiempo. Ahora cuentan con dos espacios alquilados también, uno habitado por ella, en el que funciona el merendero y otro donde trabajan los grandes y se producen los alfajores. “Muchos emprendimientos desaparecen durante el primer año, nosotros estamos en un lugar privilegiado, por eso yo insisto”, afirma Cristina. La fábrica funciona a una cuadra de la emblemática cancha de Boca, sin embargo, no les es fácil insertarse en la mecánica de venta del barrio, que forma parte de dos escenarios contrastantes: la acotada zona explotada exitosamente por el turismo y la dura realidad de los conventillos.
Como todo emprendimiento, tienen sueños por cumplir: abrir en octubre una cafetería en la parte de adelante del local y trabajar para armar un circuito turístico social. Los “Porteñitos” no se rinden y van por más.

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La pequeña gigante

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“El gobierno tiene que escuchar la crítica sana. No creerse que siempre hay mala leche detrás de las protestas”, dice Nora Cortiñas. Una posición que ha generado debates en su propia organización, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Sus ideas sobre los organismos, los partidismos, la autonomía y otras altas costuras.
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El principio del fin

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La reconversión de San Telmo. Al ritmo de la especulación inmobiliaria y la demanda del turismo, el barrio explotó. Los especialistas calculan que ya la mitad está ocupado por extranjeros y que el ritmo de los desalojos aumentará. Por lo pronto, ya hay 23 padres y madres detenidos por resistirse a pagar el triple. Y el macrismo lanzó su negocio de reciclar el barrio.
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Efectivo al toque

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A nueve meses de instalada, la empresa finlandesa gana un millón de dólares por día, pero la ciudad tiene el índice de desocupación más alto de Uruguay y casi duplica la media nacional. Floreció la industria de los juicios laborales, se hundió el turismo y creció la incertidumbre sobre el futuro. Otra forma de decirlo es que se agravaron los problemas que Botnia prometía solucionar. Sin embargo, en territorio uruguayo pronto se van a instalar tres pasteras más, una cerca de Colonia y otra en un corazón turístico muy ligado a los argentinos: el departamento de Rocha, para usar el puerto de La Paloma.
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