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Un grito de corazón

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Hip hop cubano. El movimiento que abrió un espacio para hablar en voz alta de los temas que sacuden a la juventud cubana, desde el machismo hasta el turismo. Algunas de estas expresiones circulan por los bordes de La Habana y otras, en los suburbios de recitales que se transmiten boca a boca, resistiendo las censuras. Voces potentes, que hablan de la revolución dentro de la revolución. Y luchan contra un mismo enemigo: el regatón.

Un grito de corazónMagia y Alexei viven en Regla, un barrio ubicado al este de La Habana, frente al morro. Para llegar hay que tomar un barco que te regala la vista del malecón, pero del otro lado. Regla sería algo así como una isla dentro de otra isla. Imposible no hacer comparaciones: es muy parecida a Barracas. Refinerías, astilleros, casas bajas y diagonales dibujan la arquitectura de este lugar donde vive la cultura afrocubana.
Subo la escalera hasta el primer piso y me recibe un graffiti que me deja pensando. El departamento es chico, austero, pero muy luminoso y tiene una terraza muy amplia con vista al puerto. Nos sentamos en el piso, debajo del tender de la ropa, mirando el horizonte, hacia donde se unen mar y cielo. Con esa tonada tan colorida que tienen los cubanos Alexei me confiesa sin preámbulos que por ese mar quiso huir dos veces de Cuba, que lo agarraron subido a una balsa, que fue un “delincuentico” hasta que el hip hop lo encontró y lo transformó. “Desde entonces se convirtió en una misión, en una herramienta para poder darle una mano al otro; o para que me la den a mí. Gracias al hip hop pude viajar y conocer otras realidades fue lo que me llevó a amar a mi país”, me dice y canta:
 
Fue así
fue él quién me encontró a mí
Y gracias a Dios que no perdí
 
Recién ahora comprendo el graffiti estampado a la entrada de su casa: “El rap es lo que hacés. El hip hop, lo que vives”.
Magia se anuncia desde abajo. La oímos subir las escaleras hasta que se asoma por la puerta. Es una mujer morena, muy cubana. Lleva un turbante en la cabeza, blusa bordada, larga pollera. Y trae a la charla agua fresca y la otra parte de la historia. En plena crisis económica (en Cuba la llaman “período especial”) Alexei le propuso formar un grupo de hip hop. Una locura: apenas tenían para comer y a su reciente marido se le ocurría armar un conjunto de música. Pero la cosa venía en serio. Tanto, que no dudaron cuando tuvieron que elegir el nombre del grupo para poder anotarse en un encuentro: Obsesión. Dice Alexei: “Me gustaría que hasta mi abuelita sepa de qué va el hip hop. Tratamos que la gente lo vea desde el contacto tú con tú. Es decir, para mí en esta charla ya estamos haciendo hip hop. Por eso nunca llegamos a un lugar y, como conquistadores, obligamos al otro a mirar y escuchar lo que traemos. Nos gusta conocer a la gente y ver qué situación tienen. Recién después subimos al escenario”.
 
La red
Con el tiempo, Magia y Alexei formaron un colectivo hiphotero al que llamaron La Fabrik para poner en red a toda la movida, organizar simposios y talleres y darle impulso y sostén al género. “Hace unos meses participé en un taller de género, reuní a un grupo de mujeres y les pregunté qué es lo que las unía además del hip hop. Y no hubo respuesta. Por eso mi reto es realizar un proyecto de mujeres que perdure, que tenga resultados positivos y con el que podamos pensarnos”. Magia canta entonces:
 
Rompe el silencio mujer
Busquemos ayuda
No sé
No te quedes ahí esperando
que el tiempo arrasa
la juventud pasa
como pasa la belleza
esa que te rechaza.
 
“Nosotros somos jóvenes que queremos transformar el socialismo, en el sentido de mejorarlo. Porque conocimos otro sistema y sabemos claramente que queremos vivir en Cuba”, sintetiza Magia. “Por un lado es muy fácil la crítica, y por el otro es sencillo creerse revolucionario. Entonces, descubrimos que la acción a través del arte es la forma más concreta de transformación”, resume Alexei.
Magia es ahora Directora Cubana de Rap, un título que la convierte en funcionaria y responsable de organizar una política hacia el género. “Sabes chica: el ragetón arrasó y nos dejó sin trabajo a muchos. Y no fue porque era muy bueno, sino porque no había otra propuesta musical. Ahora hay una política de darles valor a otras manifestaciones. Es la hora entonces de que el rap salga de la mera protesta, no ahogue y ayude a mejorar la calidad de vida de las personas”.
 
El precio
Gian llega tan puntual a la cita que tiene que esperarme. Entramos en silencio al patio de una casa que no es de él ni mía, pero nos adueñamos de los sillones. Mi primera impresión es de contraste. La apariencia que tiene arriba de un escenario desentona con la timidez con la que se presenta en la entrevista. De pocas palabras y mirada al piso, Bian dice que siempre le gustó la música, pero de niño nunca se imaginó haciendo hip hop. Hubo dos razones. La primera: cuando era chico deseaba ser bombero para ayudar a los demás. La segunda: su primera canción compuesta a los 12 años “era lo peor del mundo”. Sin embargo, fue el motivo que lo animó a seguir. Le gustaba la música, quería componer, tenía cosas para decir, pero lo hacía mal. Enseguida encontró la solución: seguir intentándolo.
En el proceso de aprender, descubrió que podía decir lo que quería jugando con las palabras y el hip hop comenzó a formar parte de su cotidianidad. Primero compuso solo, en su casa, hasta que se topó con Aldo. “Nos conocimos en una fiesta en Nuevo Vedado y al otro día comenzamos a escribir juntos”. Era un 15 de febrero de 2003. La nueva fórmula llevó el nombre Los Aldeanos. “Vivimos en un país pequeño, en una ciudad pequeña, en barrios pequeños, en casas pequeñas. Entonces Cuba se convierte en una aldea”. Los unió la necesidad de poner en palabras lo que muchos callan, pero también la idea de tomar la calle como escenario. Llega entonces el momento de la charla donde Bian afila el cuchillo y sentencia: “El rap es guerra, por eso el hip hop cubano está en la calle. No está en ninguna institución porque ninguna de ellas es capaz de mostrar el verdadero hip hop que se hace aquí”.
Ya con nombre propio salieron a devorarse la ciudad. Hasta que llegó la primera censura. “Se presentó un escrito por una actividad que se realizó en la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba y estaba nuestro nombre ahí. Nosotros desconocíamos ese evento”, se lamenta Bian. La oficina norteamericana es el símbolo de la cueva del diablo: una mole blindada que pretendió emitir desde un cartel luminoso y sin pudor su propia propaganda. Los cubanos decidieron intervenir el cartel con una ingeniosa propuesta: construyeron delante el Escenario Antiimperialista, un anfiteatro siempre dispuesto para las fiestas populares. Cruzar ese escenario para entrar a esa oficina es claramente una frontera. Y Los Aldeanos quedaron del otro lado.
Sin embargo, no hacen falta largas explicaciones para ubicarlos en otro lugar. Bian levanta su remera y aparece tallada en su espalda ancha y musculosa, una sola palabra: revolución.
Los Aldeanos son el eslabón más importante de esta cadena hiphopera que ni siquiera puede aspirar a tocar en el circuito underground. La promoción de los shows, por ejemplo, es boca a boca, como si se pasara la contraseña de una cita clandestina. Así llenan cualquier lugar que pisan. Bian señala: “Asumimos el hip hop como una manera de expresar lo que pensamos. Y se lo damos a las personas para que sepan que aunque estén en silencio, hay otros que cantan por ellos cosas que ellos sienten y que tal vez, temen decir. Porque si bien hay problemas, también hay soluciones”. Dicho de otro modo, es lo que dice su canción:
 
Estás pagando
el precio de la calle, compa.
Combate por tu dignidad,
ve más allá de tus pies,
date tu libertad,
ya que no lo hizo el juez.
 
 
 
Un paso al fondo
Gian cuenta que está por terminar su disco individual –que ya tiene título: Viva Cuba Libre– , al que define con una frase: “A mí no me gusta la política, pero yo le gusto a ella compañero”. Con el mismo orgullo que habla de su música me cuenta que es maestro de escuela primaria y estudiante de Psicología. “No vivimos del rap, porque no hay mercado y porque no hay productores, menos para la música que nosotros hacemos”. Y así aparece en escena el tercer cómplice: Papá Humbertico.
En el año 2001 el mc Papá Humbertico decidió montar su propio estudio de grabación en el dormitorio de su casa. La productora lleva el nombre de su calle y está ubicada en el barrio de Barrera. “¿Sabés dónde queda Barrera?”, me pregunta Bian y me contesta: “Allí donde termina el mundo, pero un paso más al fondo”.
Allí, en un pequeño estudio graban muchos de los raperos sub-underground de La Habana. Y gracias a la productora de Papá Humbertico letras y músicas pueden concretarse en un disco y llegar a manos de otros. Además de productor, Papá Humbertico se sabe creador independiente que hace arte en la calle. Escribe en contra de los “yanquis” y a favor de que “las ideas jóvenes lleguen al país”. Para despejar dudas, aclara: “Amo la revolución cubana”. Y para poner esa frase en contexto, define sus otros sentimientos: “El hip hop es para nosotros la vida. Vivimos hip hop, comemos hip hop, respiramos hip hop, vestimos hip hop, hablamos hip hop. Aquí en Cuba la mayoría de las personas no tiene un gran conocimiento de lo que es esta cultura. Simplemente nos dan por locos, que es cosa de jóvenes, que con el tiempo vamos a olvidar, que va a pasar, que es una moda, que es un hobbie, un entretenimiento. Y esto no es así. El hip hop es una causa por la que realmente se lucha, es algo por lo que se vive, y por lo que se muere”. ¿Para tanto? Papá Humbertico responde: “El hip hop es como la revolución dentro la revolución”.

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