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El vagamundo

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Juan Villarino se propuso dar la vuelta al mundo a dedo y en eso está desde hace varios años. Escribe crónicas sobre los lugares que las noticias convierten en infiernos y que él ilumina con detalles de la vida cotidiana y con una mirada micropolítica .

El vagamundo“Al hombre del neolítico lo hizo sedentario la agricultura, al hombre moderno lo hace sedentario el miedo a no tener un ingreso fijo todos los meses, a carecer de obra social, al desarraigo” es una de las primeras cosas que me dice Juan Villarino cuando intenta explicarme esa pulsión que lo llevó a dedicar su vida a una aventura: viajar a dedo.
Su primera expedición no fue a mundos ni distintos ni exóticos. Desde su Mar del Plata natal emprendió una travesía a Villa Gesell. Objetivo: asistir al programa de Alejandro Dolina. Sin embargo, en ese viaje descubrió la magia del autostop, que es -según me explica Juan, didáctico- la palabra correcta e internacional para designar el acto de levantar el pulgar. Aquel primer viaje le develó algo demasiado bello que lo obligó a salir a la ruta cada vez más seguido: descubrió la comunión con el camino, aprendió a escucharlo y a interactuar con él. Por entonces, comenzó su etapa de trotamundos, casi un entrenamiento para el gran salto que decidió dar en mayo de 2005 cuando se propuso dar la vuelta al mundo. Ni más ni menos.
Su travesía arrancó de una manera muy particular: Juan le hizo dedo a un velero en Belfast, Irlanda del Norte. “Un día encontré una pequeña embarcación llamada Big Wamp que viajaba a Escocia. A medida que nos acercábamos a la costa apareció entre la bruma un continente, como una rayuela intacta”, me cuenta aún encantado.
Aquel viaje tuvo punto de partida, pero nunca terminó. Lo transformó en lo que sigue definiéndolo hoy: “Soy un nómada. Vagabundeo por el mundo con un presupuesto de 5 dólares díarios. ¿Por qué? Porque creo en el viaje como estilo de vida”. Y ese estilo, para Juan, se define así: “Todos los viajeros somos parte de una misma caravana que recorre su trayecto con un andar libre y en paz”.
 
Ciber viaje
Sus primeras crónicas las hizo vía blog. Sólo bastaron una buena dosis de disciplina y una notebook para que entre textos y fotos Juan cuente su paso por los lugares más inhóspitos. Desde entonces, su sitio web es seguido por miles de fieles que esperan con ansias sus nuevos relatos. Cuenta que le llegan mensajes de lectores preocupados cuando tarda días en “aparecer” y no actualiza sus relatos. La gran cosecha de seguidores es consecuencia de su estilo, de esa mirada capaz de captar lo más complejo en las cosas más simples. “Viajar me enseñó a no creer en ningún discurso sin conocer antes la escala humana de una cultura. Hay cosas que descubrí en este largo camino que no hubiese podido entender de otra manera y cuando escribo trato de transmitirles a otros lo que aprendí, sin generalizar, sin simplificar”. ¿Un ejemplo? Juan me da varios: “En Europa encontré hippies que conducen automóviles alimentados con biodiesel a base de soja, pero boicotean la desertificación que la cosecha de esa soja genera en nuestro país. En Irán me topé con uno de los pueblos más hospitalarios del planeta, pero choqué con muchísimas situaciones desagradables provocadas por un sistema legalista basado en el Corán que interfiere con las libertades individuales. Y en Ecuador descubrí cómo el gobierno de Correa, nominalmente progresista y de izquierda, da vía libre a la explotación minera de transnacionales canadienses, pero a los ambientalistas que las combaten los acusa de hacerle el juego a la derecha.”
 
El best seller
Sus relatos tomaron fuerza autogestiva cuando publicó su primer libro que llamó Vagabundeando en el eje del mal. La primera versión la escribió en inglés al llegar a Tailandia en marzo de 2007, que era el último país de lo que él bautizó “la etapa asiática”. El proyecto nació de una necesidad concreta: costear su vuelta. Y se le ocurrió que vender un libro podía ser la forma más adecuada de ir reuniendo el dinero, a medida que avanzaba en la ruta de regreso.
Al llegar a Argentina se tradujo a sí mismo al español, agregó capítulos y lo presentó en fotocopias que dobló y abrochó. Luego, un amigo le hizo un préstamo y así obtuvo una versión encuadernada. Y su libro trajo sorpresas. La primera: en la última Feria del Libro de Mar del Plata fue el más vendido. En dos semanas vendió la mitad de la edición, ganándole nada menos que a Harry Potter. La última: la propuesta de la editorial Del Nuevo Extremo que acordó distribuirlo por todas las librerías del país a partir de noviembre de este año. “El trato con una editorial es un intercambio de favores. Por un lado, ellos se encargan de la financiación, logística y distribución del libro y, a cambio, retienen parte de las ganancias. Y por el otro, yo tengo una obra que dar a conocer y ellos suman un canal de comunicación, ” precisa.
 
El eje del mal
Desde que comenzó a viajar Juan supo que el mundo es un sitio mucho más amistoso que lo que la televisión se empeña en informar. Al mejor estilo Marco Polo, y con una excusa turística, empezó a demoler los estereotipos que el discurso oficial construye diaria y globalmente, revelando los detalles que mejor se ocultan: los matices de cada cultura. Sus relatos no son ingenuos. Se detiene minuciosamente en aquellos puntos del mapa que están demonizados por los medios. “La alegría que demuestra el zapatero del bazar de Der-ez-Zoir, en Siria, al reparar mis botas cansadas de andar, desmiente mejor que cualquier monografía antropológica el supuesto recelo de los musulmanes hacia los occidentales. Todo mi periplo en Irak, Irán y Afganistán tenía precisamente el fin de desmantelar, a fuerza de evidencia, esa idea de que Medio Oriente es intrínsecamente violento. En mi viaje fui alojado por familias campesinas, por maestros y caminé al lado de nómadas con camellos. Siento que mi deber es contar quién es toda esa fantástica gente que los medios tratan en paquete y tildan de terroristas. Escribo en defensa de esa pluralidad, de los casos particulares, y en contra de las generalizaciones escritas por periodistas de despacho que copian y pegan noticias que encuentran en Google”.
Tomemos un trago de su crónica sobre Afganistán como aperitivo ejemplo:
“Casi todos los puestos del bazar están cerrados en mayo. ¿Por qué no abren? Porque aún no es tiempo de la cosecha del opio. Es en julio cuando el opio es almacenado en los depósitos de adobe y llegan los traficantes de Helmand y Kandahar para llenar sus camiones y empezar el lento proceso de contrabando hacia Europa. A cincuenta mil dólares por kilo (precio de calle, en forma de heroina) simplemente no hay manera de que todo el aparto policial de Afganistán no esté enroscado. La diferencia con los cocaleros de Bolivia está en que el opio aquí nunca fue parte de la cultura, como sí la hoja de coca en el área andina, sino que fue introducido por los ingleses en el siglo 19. La lección de historia casi me hizo olvidar, esa noche, que hacía un año que estaba viajando. Imposible celebrar: lo más cercano a la lujuria que hubiera podido encontrar en el bazar hubiera sido un paquete de galletitas de frutillas”.
 
La explicación de Juan sobre su estilo periodístico se aleja del concepto abstracto de los académicos sabihondos. Para él la comunicación tiene que ver con el cuerpo y está unida al movimiento. “Siento que el escritor viajero tiene la responsabilidad social de contrabandear las palabras de lucha en lucha. Y viajo como forma de conocer con los pies. Y escribo para transmitir ese conocimiento. Me prometí dedicar mi vida a recorrer el mundo, a describirlo, a fotografiarlo y a cultivar el movimiento como manera de reconciliarme con la humanidad en un sentido amplio, como método para que no haya pueblo que esté lo suficientemente lejos para serme ajeno”.
 
El capital
Con su experiencia, Juan derriba otro mito poderoso: para acercar distancias no hace falta ni mucho dinero ni agencias de turismo. Cita un ejemplo: las redes de alojamiento gratuito, como Hospitality Club que tiene medio millón de miembros en todo el mundo. “Cuando inicié mi viaje en 2005 recibí de manos de Werner Kraft, un viajero alemán residente en Londres, la bandera de la paz de Hospitality. Cuenta la leyenda que se hicieron sólo cinco banderas como esa y se entregaron a cinco miembros al azar para que las fueran pasando a otros integrantes del club que conocieran en sus viajes. La idea es que esas banderas fueran un símbolo nómade de paz. La mía tenía el número 3 y un solo mensaje, escrito en alemán. Tomé la posta y la llevé durante 27 meses en mi viaje por Europa y Asia. Al finalizar la bandera tenía 30 mensajes en 16 idiomas distintos”.
Juan insiste en sus cuentas: sólo bastan cinco dólares diarios para sobrevivir en cualquier lugar del planeta. Lo que no tiene precio –como dice la propoganda de una tarjeta de crédito– es la capacidad de convertir a un extraño en un compañero de ruta. Y un viaje a dedo se financia básicamente con eso. Cuenta Juan: “En Ecuador se detuvo un hombre muy amable, Pedro, y me entregó la llave de su casona para que descansara. ¿Cuánto me hubiera costado alquilar esa casa? Mucho más que cinco dólares, seguro”.
Juan está a punto de retornar al camino. Esta vez lo espera el continente americano con una nueva propuesta. Subido a una bicicleta reciclada de doble altura –especialmente diseñada por él y bautizada Americiclo– piensa cubrir el trayecto que iniciará en Mar del Plata y culminará en Alaska. La bicicleta tiene una excusa: detenerse a conversar y hacer amigos. Y un fin: robarle una sonrisa a cada persona que se cruce por su camino.
Al final de la entrevista me regala su fórmula: “Cumplí hace poco 31 años, y mucha gente sabe más que yo sobre la vida. Pero nadie puede prohibirme dar mi receta. Hay que ser totalmente serio a la hora de tomarse la vida como un juego. Soñar está bien, pero no alcanza. Los sueños hay que intentar cumplirlos a capa y espada. Salvo que lo único que sueñes se pueda comprar en 12 cuotas en una tienda de electrodomésticos”.

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