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Miss Pola

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Pola Oloixarac. Con su primer libro logró desatar una polémica y agotar una edición. Allí cuenta la historia de una estudiante universitaria que se propone tomarle examen a las ideas que le enseñan. Los 70, el sexo, los blogs, la estética y los excesos de esta época forman parte de esta obra que desconcierta. ¿Moda o tendencia?

Miss PolaPongamos esta historia en su contexto. Hace dos meses, la república de Palermo –morada espiritual de la tribu de Puan– fue azotada por su más temido mal: el desconcierto. Allí mismo, en ese templo de la cultura boutique exquisitamente bautizado Eterna Cadencia, fue concebida una bella criatura bajo los augurios de un destino prêt-à-porter. Estamos hablando de la colección otoño-invierno de la editorial Entropía (perdone el lector la digresión, pero quizá la protagonista de esta historia sea la única decidida a otorgarle a esa palabra su Real y Académico significado: “Medida del desorden de un sistema. Del griego, vuelta”). Retomo: estamos hablando de la novela Las teorías salvajes y de su autora, Pola Oloixarac, la criatura que posó para la difusión del libro tal como se la ve en estas páginas: cual modelo de champú. Hubo quienes cotillearon sobre estas audacias del marketing, pero fue: tema pasado de moda.
Sin embargo, el nombre Pola volvió a agitar a esa diminuta república cuando tuvo lugar el rito de presentación, ceremonia en la que los miembros más selectos de la tribu devoran sanguchitos y degustan autores. Efectivamente, Pola era tan bella como su foto. Botas y boca roja, vestido negro combinado con hombros desnudos. La gala transcurrió según la liturgia prevista, hasta que llegaron las preguntas de los forasteros. Fue entonces cuando Pola pudo desplegar su pensamiento. Ahí ocurrió la catástrofe, que se intentó paliar cerrando la presentación con un aplausómetro: la carrera de Filosofía vs. la de Letras. ¿A ver cuál recibe la ovación más fuerte de la noche?
Minutos antes, Pola había mencionado a Sade y a Kant, al humanismo y su versión más degradada, el progresismo, y respondido el comentario de un lector: “Yo también creí que iba a hacerse una lectura más política de esta novela, pero éste es el aspecto que menos les ha interesado a los críticos”. ¿La bella hablaba de filosofía y de política y desafiaba a los críticos? Hummm.
Lo que sembró semejante desconcierto fue cosechado en esos blogs donde se refugia la tribu para lamer sus heridas y urdir sus escarmientos. Circularon así desde teorías que aseguraban que la novela fue en realidad escrita por César Aira hasta chismes que revelaban que Pola se había operado las tetas. No hay nada que me interese menos que estas pavadas, pero algo logró finalmente vencer las murallas de mi indiferencia: en plena crisis Pola agotó la primera edición. Estaba frita: había llegado el momento de leer la novela.
Las teorías salvajes me resultó finalmente una novela interesante, no tanto por la historia que cuenta, sino por los personajes que la interpretan. Hay algo generacional que transmite su lectura y que incluso la mirada más negativa no puede dejar de notar: otra manera de construir lo femenino. Las mujeres que desfilan por esta novela no tienen miedo ni dudas ni quejas. Sus batallas las libran en espacios públicos: la universidad, la calle, la noche, la web. Allí exponen sus cuerpos y desde allí, piensan. Ésa es su verdadera “modernidad”. Intuyo entonces un porqué de tanta saña: la crítica cultural tiene el mismo tufo que un vestuario masculino.
Con esa curiosidad, llego a la cita con Pola que, como no podía ser de otra manera, me espera en un bar de Palermo, esquina Hollywood. El primer round se inicia apenas me siento, con una pregunta ingenua y una respuesta que no lo es:
¿Cuál es el origen de este apellido?
Cuando se pregunta sobre el apellido de una mujer se está interrogando sobre el padre, incluso la referencia al apellido materno cae en ese juego, porque toda madre tiene el apellido de su padre. Y así, ineludiblemente, se construye la historia de cualquier mujer a partir de una genealogía masculina. Prefiero entonces no hablar de ese tema, pero si querés te cuento la historia de mi mamá.
Si lo que pretende con esta línea argumental es impresionarme, adelante. Nunca sentirme estúpida me dio tanta satisfacción.
 
Pensar peligrosamente
Pola construye su biografía con pinceladas gordas. Hija de una familia de clase media “fuertemente empobrecida por el menemismo”. Madre inmigrante, peruana. “Mi abuelo y mi abuela solo alcanzaron la educación primaria. Eso determinó una suerte de obsesión familiar por la universidad, como símbolo de portal de acceso a una clase, a un lugar donde sentirse orgulloso de sí mismo”. Su madre lo alcanzó, Pola también y quizá lo que una reflejó en la otra pueda intuirse ahora en su novela: una mirada que todavía es capaz de sorprenderse con los símbolos del claustro.
Con 31 años, Pola terminó de cursar la carrera de ‘filosofía. No fue su primera opción. “Quería estudiar medicina, pero mis padres no podían mantenerme y tenía que buscar una carrera que me permitiera trabajar”. Su interés por la medicina tenía ya entonces un objetivo concreto: la literatura. “A los 19 años estaba obsesionada con la historia de la enfermedad, escribiendo un libro de cuentos sobre el tema, y me pareció que estudiar medicina me daba la posibilidad de meterme a fondo con ese tema. Después me enteré de que otro escritor, el austríaco Thomas Bernhard, había planeado lo mismo: estudió tres años medicina para poder escribir su novela Trastorno”. Bernhard creó con esa novela una parábola perfecta sobre una sociedad enferma, propensa a la violencia y al desquicio. ¿Qué intentaba lograr la joven Pola con su obsesión por las enfermedades? Para contestar, piensa largo, muy largo. Hay que bancarse ese silencio –bancárselo ella, bancármelo yo, bancártelo vos con esta nueva disgresión– para entender que la frase que sigue no es quizás una respuesta, sino una apuesta: ¿hasta dónde Pola será capaz de contar? “Las enfermedades que me interesaban eran las mentales. Ese momento en que la conciencia se dispara hacia un lugar que no está prestablecido ni siquiera fisiológicamente. Después me di cuenta de que la mejor manera de auscultar estos modos de expansión de la conciencia era la filosofía. Necesitaba entrenarme para una batalla mental y por eso me convenía estudiar teorías que me permitieran desplegar mejores argumentos”.
¿A qué te referís cuando hablás de una batalla mental?
A esa tensión entre la eventual vulnerabilidad que representa perderse a sí mismo hasta desbarrancarse y, por otro lado, ese pensamiento que quiere controlarlo todo y no puede. Ahí está para mí lo literario. La literatura para mí es pensar peligrosamente. Eso es lo único que me importa: pensar así.
¿Y cómo se hace para pensar peligrosamente en la universidad? Porque generalmente si no pensás como el titular de la cátedra, no aprobás…
Es así. En la universidad hay claramente dos tipos de aprendizajes: por un lado, tenés que aprender a rendir un examen, a aprobar una materia, y por el otro, tenés que aprender a pensar qué hacer con los conocimientos, las teorías y los conceptos que vas descubriendo. Al momento de escribir la novela me resultaba cómico crear un personaje que se planteara “pensar el pensamiento”, que es algo que la filosofía se arroga para sí. Eso me permitía, por ejemplo, aplicar las herramientas teóricas a cosas que la academia supone totalmente indignas, como la masturbación o la cultural blogeril. Lo cual representa para mí una forma de volver productiva toda esa masa de sentencias.
¿Pensar peligrosamente es pensar las teorías como modas, como lo planteás en la novela?
Eso es algo que tengo que agradecérselo a la universidad, porque reacciona mucho a esa tendencia: la moda del fin de la historia, la moda de la lectura marxista de la realidad… Lo positivo de esa relación con los artefactos teóricos es que te permite experimentar, ver qué pasa si le aplicás tal teoría a tu objeto de investigación. Y la verdad es que de acuerdo a la teoría que le apliques, tu objeto de investigación cambia. Es algo muy lindo de hacer, muy plástico. A mí me apasiona. Por ejemplo, te proponen estudiar el teatro isabelino desde la teoría del caos. Y vos te sentás a vestir a Shakespeare con una teoría física. Y está buenísimo porque te excita a pensar. Te entrena.
Tu novela está urdida a partir de teorías que le dan un tono antropológico a la historia, ¿son teorías inventadas?
Sí, que imitan la construcción de determinados discursos teóricos. Podés encontrar ahí la huella de Jacques Derrida, un filósofo francés que tiene una palabra muy deforme: “logo-falo-centrismo” para explicar la centralidad cultural masculina de nuestra sociedad. Él propone una labor de deconstrucción para comenzar a desestabilizarla y encontrar sus fisuras que a mí me resulta muy interesante para aplicar a la literatura. Plantea, por ejemplo, que el origen de esa centralidad tiene mucho que ver con la figura del hombre cazador, esa historia que nos contaron en la primaria y que establece claramente roles de género: el macho proveedor, que sale con el palo a cazar mientras la mujer se queda en la casa. Las últimas investigaciones antropológicas desmienten esa mitología. Lo más probable es que salieran juntos y, lo que es aun más desestabilizador, que esa salida a cazar sea algo que sucedió hace relativamente poco tiempo en términos de historia de la humanidad. Porque, en realidad, el alimento vital durante miles de años fue la carroña. Es decir, que la raza humana fue durante mucho tiempo, predadora. Entonces, si uno es capaz de pensar en el hombre como presa, puede ser capaz de pensar que la mujer fue demonizada, reducida culturalmente a valores tales como lo doméstico, lo frágil, como un gesto de poner un límite a esas bestias predadoras que amenazaban su supervivencia. Y que ese mismo gesto “civilizatorio” a la vez que le pone un límite a la bestia le pone un límite a la mujer. Así, todo el aparato montado a partir de la dicotomía de género –hombre-inteligencia-fuerza; mujer-sensibilidad-fragilidad– está al servicio de un mito civilizatorio, de una ideología que tiene nada más que unos 200 años.
Otra manera de pensar peligroso, dado el contexto cultural actual, es pensar en términos feministas…
El feminismo tiene mala prensa, incluso entre las mujeres. Así que es medio problemático definir cómo te construís públicamente como mujer, especialmente en un medio como el literario. Estoy podrida de los roles femeninos que habitan el mundo de la cultura y realmente no me interesa siquiera discutir esa tradición. Prefiero entrar desde otro lugar. ¿Cómo vas a discutir un canon que está hecho todo por tipos? Es absurdo. Sobre este tema, me gustaría abrir un espacio de conversación con otras mujeres. Especialmente porque me parece un momento oportuno y necesario. Porque si esto sucede en el campo de la cultura explica, de alguna manera, por qué ante el tráfico de mujeres o el caso de Romina Tejerina no hay un discurso feminista organizado, que produzca una intervención política eficaz e influyente.
En esa tarea de construir una imagen pública de intervención, ¿tu belleza es un arma?
Podría pensarla así, ¡pero igual me están matando!
 
El cómic político
Pola tiene otras armas y me dispara con ellas para que quede claro. “Toda literatura tiene hoy que ser política y cómica”. Lo político, dice, tiene que ver con la necesidad de intervenir en los sistemas de pensamiento de la época, en la posibilidad de pensar otras cosas, esas que son posibles en la literatura y que permiten ampliar el imaginario hasta impregnar con él la realidad. Si el mundo de hoy es un mundo horrible, la posibilidad de pensar en la fealdad de otra forma es algo que se plantea su novela. Sus protagonistas son feas que no actúan como tales. Lo estético no influye en su capacidad de hacer. “Me parecía que había algo gozoso en dejarlas salir y que hicieran cosas que nunca las habíamos visto hacer. Y que no importa que esas cosas fueran indignas. No importa. Lo importante es estar afuera, en el mundo. Y mostrar que si pasa algo terrible, bueno, la pasás mal un rato pero luego todo sigue funcionando”. Lo cómico, sobre todo, está en la mirada generacional sintetizada en la escena en la que los pibes chorros de hoy asaltan a la protagonista y su pareja, un militante de ayer.
“-¿Sos político vos?”, pregunta el pibe chorro.
“-¡No, no! ¡Es sólo un intelectual de izquierda!”, interviene ella.
“Me miraron, lo miraron y empezaron a pegarle más fuerte”.
¿Cuál es tu mirada sobre lo que representa en la novela el “intelectual de izquierda”?
Creo que hay una vieja guardia de intelectuales que actúan como si los problemas ya estuvieran resueltos, con posiciones tomadas de antemano, y configuran entre todos una zona bienpensante donde cualquier movimiento es alejarse de “lo que está bien”, que es la zona de confort en la que viven. Pero esa zona de confort no debería existir porque los problemas no están resueltos más allá del discurso.
 
Pola me dirá que su interés por los 70 nace de pensar al kirchnerismo como un “plan branding”, una palabra que engendró el marketing y que se refiere a la estrategia diseñada por una marca para liderar el mercado. Siguiendo su juego preferido, al aplicar ese artefacto teórico al kirchnerismo, la pregunta que le surgió fue ¿por qué los Kichner eligieron presentarse como una continuidad ideológica de los 70? Es decir, ¿qué necesidad detectaron? Está claro que Pola nos invita a mirar al kirchnerismo como a una top model que luce el último grito de la moda y que con ese vestuario pone en evidencia aquello que toda moda representa: algo que emerge de la calle y en la pasarela se convierte en disfraz.
Siguiendo su juego podríamos preguntarnos, ¿qué emerge con Pola?
En su novela, la protagonista urde un video juego que consiste en alterar el Google Earth –esa herramienta cibernética que permite una mirada satelital sobre el planeta, ¡si Borges viviera!– para que la ciudad descubra sus más oscuros secretos. Al acariciar con el dedo el mapa de Buenos Aires quedan expuestas las impudicias del mito civilizatorio:
“En la lomita de la Biblioteca Nacional podía verse la casa que compartían Perón y su esposa y la actual estatua de Juan Pablo ii abalanzándose sobre la de Evita. Más al norte, bordeando el río, estaba el árbol que sangra rojo en la esma y los restos de los navíos enterrados bajo las tierras robadas al Plata. Hacia el centro del dibujo, había un chino llorando durante un saqueo, estaba el Mercado Central donde seducía Tita Merello, con Borges en su puesto como inspector de conejos. (…) La sangre desbordando en el Matadero, los cuerpos dormidos hundiéndose en el río, los paraguas de la primera multitud reunida frente al Cabildo y los límites para el malón que no eran ellos.”
 
Lo que emerge, quizá, con la literatura de Pola es un desorden puntillosamente zurcido sobre la cartografía cultural criolla. Recién entonces caigo: su apellido es un seudónimo, su persona es un personaje y esta nota es parte de esa batalla mental para la que se viene preparando desde vaya a saber cuándo. Lo que seguro emerge con Pola es la ira de quienes quieren conservar ese orden que ella altera Y, por supuesto, mi estupidez.

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