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La ocultada y ahora reconocida paternidad del presidente Fernando Lugo cuando era obispo generó un amplio debate público sobre el patriarcado, el abuso sexual y la doble moral eclesial. La mirada de Raúl Zibechi, en su visita a Asunción.

E l miércoles santo, día en que Viviana Carrillo presentó la denuncia sobre la paternidad de su hijo Guillermo Armindo de 2 años, fue quizás el momento más temido y más esperado por el Presidente y sus colaboradores cercanos. Todo Paraguay sabía que Lugo era padre de varios niños engendrados siendo obispo, pero por algún milagro no hubo ninguna denuncia durante la larga campaña electoral que lo llevó a la presidencia. Cuando el lunes siguiente reconoció públicamente ser el padre de Guillermo, con un discuso solemne y hasta engolado (“Ante mi pueblo, aquí y ahora, ante mi conciencia y en homenaje a toda la gente que ha depositado su confianza en mí…”, dijo en rueda de prensa), todos sabían que se había abierto una puerta por la que se ventilarían otros casos. Seis asegura Damiana Morán, su amiga y madre del tercero; diez, le atribuyen personas de su entorno.
Sin embargo, fue la denuncia de Benigna Leguizamón la que encendió la indignación. Pocos días después del primer caso, una mujer muy pobre de San Pedro, la diócesis donde Lugo ejerció como obispo, se presentó con su hijo de 6 años, Lucas Fernando, asegurando que es hijo del Presidente. La rabia que no se había manifestado siquiera cuando se supo que Viviana mantenía relaciones con el obispo desde los 16 años, rebalsó cuando aparecieron las fotos de la misérrima vivienda donde habita Benigna, quien trabajaba como limpiadora en la diócesis en la cual el obispo era su empleador.
 
Desigualdad y abuso
“Cruzó la raya” tituló su columna de opinión Luis Bareiro, el 21 de abril en Última Hora. “Nadie puede juzgar a Lugo porque tenga relaciones con una, dos o diez mujeres (…) pero sí le podemos juzgar por embarazar a esas mujeres y haberlas dejado luego, a ellas y a sus hijos, en el más absoluto desamparo”, escribió Bareiro. La cuestión del abandono paterno fue colocada en el primer plano, junto a la foto de Benigna sola con sus cuatro hijos.
La otra cuestión es tanto o más grave. “No fueron deslices con sus iguales”, dice el periodista. La notoria desigualdad entre una mujer pobre, empleada del obispado, y el varón blanco y poderoso, habla por sí sola. “Esto ocurre a diario con miles de las llamadas criaditas, niñas expuestas a la explotación y al abuso por haber cometido el crimen de ser pobres”. Pero esto no debería ocurrirle a una persona que se dice de izquierda, revolucionaria, y defensora de los pobres. Que haya sido obispo es su problema, y el de la iglesia. Más o menos de ese modo razona buena parte de las personas de izquierda que apoyan, o apoyaron en su momento, a Lugo.
Muchos de ellos acuerdan con una de las afirmaciones centrales de Bareiro: “En el interior del país, un hombre con formación académica, de edad madura y para colmo detentor de un cargo relevante, tiene una superioridad psicológica aplastante con relación a cualquier mujer pobre y sin instrucción”. Sin embargo, la mayor parte de los paraguayos no acuerdan con la conclusión de que Lugo es “una mala persona” y “un enfermo”. El diario abc, el de mayor circulación en el país y de orientación conservadora, hizo una encuesta telefónica en Asunción entre sus lectores el mismo día (23 de abril) que el Presidente realizó un público y poco convincente pedido de perdón. El resultado fue que el 60 por ciento de los paraguayos se mostró dispuesto a perdonarlo. El dato permite intuir que a escala nacional, que incluye la población rural donde el apoyo a Lugo es mayor, la popularidad del Presidente no ha sufrido merma considerable pese al escándalo.
Llama la atención que Lugo haya pedido expreso perdón a la iglesia, a quienes se sintieron defraudados y a sus electores. Pero no lo hizo con sus hijos ni las madres. Como si el problema fuera la opinión pública y no los directamente afectados por su conducta. En el terreno político sucedió de todo. Desde el vicepresidente liberal Federico Franco, que de inmediato se mostró “listo para ser presidente”, ansiando la destitución parlamentaria de Lugo para sentarse en su sillón, hasta el bochornoso caso de las tres ministras que amenazaron con renunciar cuando se difundió la primera paternidad, para retirarse de inmediato a la cómoda posición de encarar una campaña por la paternidad responsable.
En efecto, las ministras Liz Torres (Niñez y Adolescencia), Gloria Rubin (Secretaría de la Mujer) y Lilian Soto (Función Pública) se consideran a sí mismas como “representantes del feminismo” en el gobierno. Fue desde ese lugar que pusieron el grito en el cielo cuando se difundió el primer caso y exigieron a Lugo que hable con la verdad y que se someta a pruebas de adn cada vez que sea necesario. Pero el miércoles 23, luego de una reunión con el Presidente, cambiaron de opinión y decidieron permanecer en sus cargos alegando que “les garantizó el trabajo libre y sin presiones” (Última Hora, 23 de abril de 2009).
Al parecer una parte del gobierno y de la izquierda coinciden con las declaraciones de Pompeyo Lugo, hermando del Presidente y miembro de la iglesia luterana, en el sentido de que en su país “hay un golpe de Estado encubierto”. En esta ocasión el culpable no sería el imperialismo sino “el narcotráfico internacional”, por el sencillo motivo que “Paraguay les está cerrando las puertas al lavado de dinero, al tráfico de drogas y al terrorismo internacional”, apuntando a la red Al-Qaeda, como dijo al diario argentino La Nación el 24 de abril.
 
Trofeos
La sensatez llegó de la mano de organizaciones de mujeres y feministas, tanto urbanas como campesinas. Clyde Soto, en un artículo del Centro de Documentación y Estudios, analiza las “lecciones de la paternidad de Lugo” y asegura que “en Paraguay no hay nada más común que la paternidad negada, irresponsable y sin consecuencias para el hombre”. Las razones históricas son muchas (desde el mestizaje abusivo de los españoles hasta el casi exterminio de los varones en la Guerra de la Triple Alianza), pero lo cierto es que esa paternidad para muchos hombres es “un trofeo de guerra al que ni siquiera tendrán que ocuparse de sacar brillo”.
Sostiene que ante la tradición patriarcal las mujeres tienen ahora herramientas y que las denuncias de las madres pueden ser “un importante paso hacia el ejercicio de los derechos”. La pobreza y la desprotección jurídica son obstáculos para ejercer esos derechos, ya que los poderosos tienen suficientes recursos para salir indemnes de los juzgados. Sin embargo, en la medida en que las pruebas de adn son obligatorias, como lo muestra la aceptación de las mismas por Lugo, el mensaje del escándalo presidencial indica que en el futuro no quedará otra que asumir la paternidad. “Quizá cuando este mensaje esté lo suficientemente interiorizado, tendremos como fenómeno frecuente a hombres preocupados ellos mismos de la anticoncepción y de la concepción responsable”, concluye Soto.
Una mayor conciencia de las mujeres, apunta Soto, hará posible que se ponga en cuestión la glorificación de relaciones entre hombres con mayor poder respecto a las mujeres. O sea, que en algún momento la sexualidad masculina deje de “expresarse como ejercicio de poder y dominación sobre las mujeres”.

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