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Un canto de sirena

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Paula Trama. Hace apenas un año que compone sus propios temas y ya logró un estilo original que cuesta clasificar. Con un ukelele y la libertad de hacer lo que siente.

Un canto de sirenaEscuchar la música de Paula Trama puede resultar algo complejo y divertido. Charlar con ella también. Paula habla y se cuelga, se toma tiempo para pensar y contesta sólo lo que se le pregunta. Es precisa, sí, pero no sólo eso: muchas de sus respuestas son puntos suspensivos. “Las preguntas a veces buscan cosas muy precisas que no siempre existen”, resume esta cantautora por demás particular, al igual que su manera de encarar la charla. Permítanme utilizar en estos dos primeros párrafos la primera persona para explicarlo: al escucharla tocar y, sobre todo, cantar, sentí que nunca había oído algo parecido. No sé si producto de mis limitaciones musicales o de su originalidad, pero lo cierto es que su voz aguda, quebrada y ronca por momentos, junto a un pequeño instrumento de cuerdas para mí indescifrable, me hicieron pensar que estaba más cerca de lo segundo. El instrumento, luego supe, es un ukelele, especie de guitarra chiquitita de un sonido sorprendentemente agudo por el que parece tener una particular debilidad.
Las letras, o al menos lo que alcancé a retener de ellas en ese momento, me parecieron graciosas. Y no porque tuviese chistes explícitos, o algo de ironía. En una canta un perro –con ladridos, obvio–; en otra, unas sirenas emiten sonidos sumamente agradables, con cánticos sirenísticos inventados por Paula. Son apenas ejemplos del humor que encontré en sus canciones, y del que admite no darse cuenta. “No tengo una lectura de mis canciones, una interpretación. Eso me viene después, cuando quizá me lo dice otra persona. La del perro, por ejemplo, tiene que ver con los sonidos. Cuanto más se amplía ese campo llegás a sonidos de animales que son increíbles y que nosotros, los humanos, no nos animamos a hacer”. Y Paula es un humana. Y de las lindas. ¿Por qué, entonces, se toma la libertad de cantar como un animal? He aquí una de las respuestas cuasi-inexplicables: se divierte componiendo. Las canciones “le salen” espontáneamente y su espectro de sonidos es infinito, tan infinito como se le ocurra. Tal vez suene más simple cuando ella misma lo explica. “Tiene que ver con estar tranquilo, relajado, seguro de vos mismo y de lo que hacés. Cuando estás preocupado por el estilo, la forma, hacer esto y no lo otro, te vas trabando y poniendo encrucijadas. Tenés que estar confiado en tu canción”. La fórmula parece fácil –todo lo explicado por Paula lo parece– aunque las tendencias musicales actuales cuidan cada vez más un sello, una estructura propia, muy lejos de las libertades de las que Paula habla. La canción   sobre el estilo y no al revés. Los perros y las sirenas sobre cualquier prejuicio musical.
Paula volvió de veranear el febrero de dos mil ocho con una idea atravesada en su cabeza: quería un cavaquinho. Un cavaquinho –también llamado cavaco– es un instrumento portugués similar a una guitarrita y muy agudo, de cuatro cuerdas bien tensas y de acero. “Yo siempre amé la música brasileña: Caetano Veloso, Tom Zé, y todo eso”, explica, como justificando la obsesión por el instrumento. Buscándolo en las casas de música porteñas, se topó casualmente con otro físicamente parecido, que luego se convertiría en su aliado incondicional: el ukelele. Este encuentro no es menor, pues sin el ukelele Paula no había compuesto formalmente temas hasta ese entonces (recordamos: febrero del año pasado). ¡Sí! Su historia como cantautora tiene apenas más de un año.
Paula y el ukelele tuvieron de luna de miel tres meses furiosos de composición. Pronto comenzaron las presentaciones: al principio tocaba sola y se aburría. “Mientras estaba en un escenario tenía en mi cabeza sonando un clarinete, o algo de percusión”. Y así llegó Fede con el instrumento de sus pensamientos. “Él ordenó muchos temas que yo tenía hechos un caos”. Ahora, ya sin el clarinetista, admite estar volviendo a ese caos musical, aunque ya no está en esa soledad aburrida: Carminha, otra muchacha, la acompaña con una guitarra o una caja de percusión. La propuesta resulta sumamente íntima, como entre amigos. Sus instrumentos no están amplificados, la voz tampoco, por lo que buscan a menudo lugares pequeños, de techos bajos, como para que el sonido y los sueños no se escapen por ahí.
 
Dos cosas
“Soy profesora de las cosas que sé”, me dice Paula, y resulta gracioso escucharla. ¿Qué sabe? Música, claro. Inglés. Da clases de castellano para extranjeros –gracias a su actual cursada en Letras en la Universidad de Buenos Aires–, y enseña guitarra en ensambles musicales. Los ensambles son clases grupales que para Paula se transforman en una forma de encontrarse con los demás. “Por ahí soy más disléxica al hablar, y no me hago entender en la vida cotidiana, pero me entiendo tocando”.
Nació en Temperley, creció en Lomas y reside actualmente en el barrio de Once. ¿Barrio? Paula lo define de otra manera: “Es un punto de circulación. Van y vienen, nadie se queda”. Resalta, además, lo que llama “la energía” del lugar, aunque se queja del ruido de los autos, los colectivos, el tren, la plaza. Parece importante para Paula estar relajada, y éste es otro de los términos difíciles de explicar. Relajada no en el sentido corporal lánguido, explica, sino más bien mental. La conexión es otro de los términos que repite tal vez sin darse cuenta, pero que forman parte de sus pilares básicos.
Tiene un disco “por la mitad”, y su lanzamiento depende de estas bases personales y del tiempo. Las clases, la facultad y la organización de su casa en el “punto de circulación” de Once, son los obstáculos a vencer, pero aun así se anima a estimarlo para fines de este dos mil nueve.
Paula repite que sabe dos cosas, no más. Música, inglés. Les sumo otra que descubrí entre sus poemas para que puedan valorar si la modestia o el pudor es su tercera virtud. Paula escribe:
“tengo miedo de haber comido
tantas frutillas sucias
de que el café hervido
me haya hecho un agujero
de que la pasantía resulte ser carísima
de que el profesor me grite
cuando le voy a hablar
de engordar justo para la fiesta
de olvidarme el pasaporte en la cocina
de que mi canción les suene conocida”.
¿Hace falta saber más?

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