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Entre el cielo y la mafia

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Los napolitanos la llaman “el sistema”. Y el sacerdote Alex Zanotelli asegura que incluye a los gobiernos y empresas. Dios, la basura y otras cuestiones celestiales.

Tiene 70 años, una remera azul con estrellas, una bufanda colorida, se mueve como un chico y anda con una versión en inglés de La Doctrina del Shock de Naomi Klein bajo el brazo. Alex Zanotelli fue a L’Aquila para participar en el Foro para la Reconstrucción Social que representó una posibilidad de diálogo, y de hacer algo más que hipnotizarse ante la denominada cumbre del G8, los países más poderosos del mundo. La conversación con mu ocurrió entre las carpas en las que se hizo el Foro, y las que albergan a los expulsados de sus casas por el terremoto del 6 de abril.
“No sé de qué clase de poder hablan, cuando nos están matando, nos están aplastando en todo el mundo, cuando la única realidad de la vida, ¿sabes cuál parece ser? -dice Alex- . La ganancia. La palabra fundamental es ganancia. Nos metieron el mercado en el corazón. El G8 representa a los países ricos en un mundo manejado por muy pocos. La mitad de la riqueza está en manos de 300 familias y corporaciones vinculadas a las mafias, servicios secretos, todo un desastre que afecta a más de 1.000 millones de seres humanos que sufren hambre”.
No lo dice enojado, es descriptivo. Abre los ojos claros como sorprendiéndose de lo que me está contando. Y de pronto los cierra mientras habla, como buscando las palabras allá adentro, en un lugar al que algunos llaman corazón.
¿Qué quiere decir Kogorocho?
Zanotelli es de las personas que se dedican a un arte extravagante: es coherente. Como sacerdote comboniano, estuvo en Sudán ocho años, oscilando entre guerras civiles y situaciones de pobreza extremas, volvió a Italia para dirigir la revista Nigritzia, en la que se dedicó a denunciar al sistema político convertido en un cóctel de mafia y corrupción que ni las películas alcanzan a mostrar en su verdadera dimensión. Preventivamente terminaron enviándolo nuevamente a África, como para salvarle el pellejo y salvárselo a sus denunciados.
Una vez en Kenya se instaló en Nairobi, más precisamente en un barrio de marginalidad africana, llamado Kogorocho, que significa “confusión” o “caos”. De allí volvió a Italia, a Nápoles, donde se radicó también en la periferia y asumió como propias las luchas de la comunidad contra la instalación de basureros industriales, químicos y de toda clase en la región de Campania.
“El problema es que hubo un acuerdo para arrojar allí todos los desechos tóxicos, cuando cayó la dictadura en Somalía en los 90 y ya no pudieron mandarlos al Africa. Eligieron Campania. La industria se puso de acuerdo con la camorra, la mafia, con la protección de los gobiernos. Así ganaron todos. La industria italiana se hace muy competitiva porque arroja toda la basura que incluye nanopartículas tóxicas que afectan a toda la población, especialmente embarazadas y niños”.
Alex plantea ciertas prioridades: “Para comprender, lo primero es saber que la verdadera mafia es la banca. Cuando atrapan a pequeños dealers o ladronzuelos, eso no es mafia. Hasta que no haya control de los flujos financieros, a la verdadera mafia nadie la ataca”.
Y algo más: “El secreto de la camorra son las finanzas. Entonces tienes que la empresas y la banca hacen business (negocios), la camorra es business, y el gobierno también. Comen todos lo mismo, de la misma olla. Han pasado gobiernos como el de Prodi, Lema, Amato, ahora Berlusconi, pero más de izquierda o más de derecha todos han aportado al mismo desastre. Y los medios de comunicación no dicen nada, porque también hacen business”.
Frente a ese panorama, parece que siempre hay luchas parciales (políticas o sociales o ambientales) pero provocadas por una única lógica de control. Alex piensa: “En Nápoles la gente llama a la mafia El Sistema. Los gobiernos son parte de eso. Y las empresas. Frente a todo eso yo veo que las comunidades son las que pueden hacer algo, las que pueden resistir todo este desastre que pone en peligro a la humanidad”.
Zanotelli no es apocalíptico en plan bíblico. “Lo que digo es lo que informan los científicos. Los próximos 50 años son cruciales para salvar el planeta. La esperanza nace de que las comunidades, la gente común, del pueblo, se organice. Está haciendo falta una democracia desde abajo, que incluya a todos y que plantee que la vida es más importante que la ganancia y el business”. En plan italiano, por ejemplo, menciona que Berlusconi ya logró la ley que privatiza el agua. Y otra ley, la que convierte técnicamente en delincuentes para la justicia penal a los inmigrantes sin papeles en regla. “Esa ley es una medida racista, xenófoba. Tengo vergüenza de ser italiano. Tengo vergüenza de ser cristiano”.
¿Crisis en relación con la Iglesia y con Dios? Alex cierra los ojos, piensa varios segundos y dice muy despacio: “Cuando uno ve tanta injusticia pregunta: ´Dios, ¿dónde estás, por qué no hacés algo?´. Tal vez Dios no es lo omnipotente que pensamos. Ratzinger (el papa) estuvo en Auschwitz y dijo: ´Dios, ¿dónde estabas?´ Mi pregunta es: Iglesia, ¿dónde estabas? Ser humano, ¿dónde estabas? Porque si le preguntamos a Dios, y no responde, ése silencio convoca a nuestra responsabilidad. Viví doce años en África en las peores villas. Vi el rostro de Dios sufriendo. En Nápoles lo veo ante la muerte por leucemia de un niño contaminado. Puedo insultar a Dios, pero creo que es mejor reclamar a los políticos y las instituciones. Y sobre todo, organizarse, no esperar, hacer juntos lo que todos sabemos que es necesario, creando esa democracia desde abajo ahora mismo”.
¿Y la Iglesia? “La Iglesia en general de Occidente, y del norte, aunque la de Argentina también ha sido terrible salvo por personas como Mugica o Angelelli, para mí es funcional al sistema. La Iglesia liquidó el espíritu crítico, de denuncia, profético. No debe denunciar las consecuencias del desastre, sino las causas”.
Esa actitud, en un planeta que bien podría llamarse Kogorocho, para Alex es pura doctrina: “La Iglesia tiene una tradición que revela a un Dios que siempre está con los pobres, los esclavos y los oprimidos. La Iglesia tiene que hacerlo: tomar posición. La Iglesia…” cierra los ojos, y los abre mirándome… “tiene que convertirse”. Le aclaro que le está hablando a alguien del bando no creyente. “La mayor parte de mis amigos son ateos –cuenta– pero su compromiso es el mismo del Evangelio. Ni la Iglesia se compromete como muchos de estos amigos. Creo que es un momento de salir de las ideologías y los dogmas, para juntarnos, y apoyar la vida. La vida está amenazada. Si no hacemos algo nosotros, ¿a quién le vamos a rogar que lo haga?”

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