CABA
El oficio más violento
Cristián Alarcón lleva vendidas 11 ediciones de un libro sobre las periferias urbanas estigmatizadas. Ahora comparte esa experiencia en talleres donde enseña a escribir crónicas sobre jóvenes, violencia y pobreza. Aquí, sus lecciones.¿Cómo pararse frente a la triste épica de los territorios excluidos? Compactar todas las implicancias –los orígenes, las bifurcaciones– de la violencia no es un trabajo fácil; sin embargo, narrar la complejidad de las zonas de la periferias –esos llanos marginales que generan sus propios códigos– es la tarea que emprende día a día Cristián Alarcón, un periodista acostumbrado a lidiar con la violencia explícita: pandillas que controlan un barrio, ladrones que consiguen botines para alimentarse y envalentonarse y que, haciendo circular el dinero de los dealears –siempre escudados por la policía– renuevan ese círculo que ni Dante imaginó: si la idea del Infierno contiene a la del Paraíso, esta violencia está incluida en el combo de la modernidad. Dirá Alarcón: “Lo más difícil es asumir que la violencia no se va a extinguir porque las condiciones materiales que la generan no van a cambiar”.
Cristian sabe sobre el tema. Ha escrito un libro perfecto, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, que le otorgó el extraño privilegio de convertirse en un manual de referencia para la crónica urbana de estos tiempos violentos. Un libro que traduce crudamente las traiciones, las muertes, los mitos que nacen en la marginalidad, que revela con prosa vertiginosa los intersticios para poder observar la vida que habita en las villas del tercer cordón del conurbano bonaerense. “Hay una forma de estar, de caminar, y de quedarse en los sitios y en las personas durante el tiempo necesario para poder comprenderlas” asegura Cristián, confesando parte del secreto.
Su trabajo no se reduce sólo a nuestro país. Ha recorrido El Salvador, Brasil, Colombia y conoce la enormidad del problema. Por eso mismo, advierte los peligros a la hora de enfrentarse a este tipo de relatos. En su opinión, el factor de mayor riesgo es la propia lógica del periodismo comercial, que simplifica y obvia infinidad de incidencias, restándoles peso a los sucesos, apartándolos de nosotros mismos, impidiendo que sean interpretados como un reflejo de nuestros días: como un espejo en el que podamos mirarnos y descubrirnos.
“Plantearnos que existe algún tipo de receta para desestigmatizar, sobre todo teniendo en cuenta que los textos y los productos audiovisuales terminan en la mass media, siendo utilizados por las grandes corporaciones, es bastante utópico. Me parece que se trata sobre todo de un aprendizaje personal. Lo único que hay es un método de inmersión. Si existe la inmersión, si hay un acercamiento a esos sujetos complejísimos a los que se va tratar de narrar, ese afán de rotular y repetir esos clichés sobre cómo son los sujetos violentos, empieza a remitir. Pero no estoy seguro de si es posible dar un curso anti-estigmatización”. También conoce la enormidad de este problema y por eso habla de los límites que encontró en esos otros territorios violentos ocupados por pandillas que hacen circular el dinero de otros dealears, que en la jerga de las tumbas mediáticas se hacen llamar “editores”. Cristián está también inmerso en talleres que impulsan la reflexión sobre el violento oficio de escribir. Acaba de ofrecer uno en El Salvador, prepara otro para la Fundación Nuevo Periodismo y mantiene un grupo sobre crónica que acaba de estrenar blog.
En ambos territorios, “la violencia lo pregna todo”, pero hay una espesa niebla que no deja que veamos su cuerpo desnudo. Cristián se dedica a correr esa cortina para arrojarnos a un teatro lleno de nuevos personajes y significados.
Los mundos violentos
Confiesa que sólo ficcionalizando la realidad logra acercarse fielmente a ella, como si la transcripción cruda no alcanzara para hacerla ver. En esos bordes en los que zurce la literatura y el periodismo, intenta lo imposible: revelar aquello que debería rebelarnos. “En los cursos que he dado, salen los prejuicios a flote. Lo maravilloso de la experiencia en El Salvador, por ejemplo, es que por un lado tenía periodistas con experiencia, de entre 5 y 10 años en medios, y, por otro lado, organizaciones de la sociedad civil que trabajan con jóvenes. Las organizaciones tenían un tremendo prejuicio respecto a lo que es un periodista. La sociedad no tiene un manejo de lectura de cómo funcionan los medios. Entonces nos emparentan a todos con la televisión. Por lo tanto, se le achacaba al periodismo la construcción del enemigo joven morocho pobre, tatuado (algo típico en el caso de Centro América), pandillero, etc. Y por parte de los periodistas, la creencia de que todos esos personajes que están vinculados a esa trama delictiva son igual de crueles, de impiadosos, y que carecen de espesura, de otro tipo de profundidad; personas cuya existencia se reduce a estar permanentemente disparando una pistola o extorsionando a otra. Entonces, esta confrontación entre las personas de las organizaciones –muchas de ellas que venían de las academias y del activismo– y los periodistas –con buenas intenciones y cierta práctica– dio un resultado increíble, porque los dos se tuvieron que correr del lugar en el que estaban parados. Ni los periodistas eran lo que los de las organizaciones creían, ni los jóvenes que integran las pandillas centroamericanas son asesinos. Después, cuando bajás al terreno, te enfrentás con el relato de estos jóvenes sobre su práctica cotidiana, sobre sus vidas. La violencia pertenece a su mundo desde que nacieron, no hay una instancia en la que haya habido una especie de remanso. Desde el abandono de sus padres por la migración a Estados Unidos o porque los perdieron en la guerra, pasando por el Estado absolutamente ausente salvo en su práctica represiva y continuando por una educación que los excluye. Pero sobre todo, te enfrentás a cómo en la convivencia diaria –primero con otros niños violentos y luego con otros jóvenes violentos– la resignificación que han hecho de la violencia es increíble. La mayoría de ellos ha perdido sus familias naturales y ha construido un espacio nuevo en la pandilla. La pandilla para ellos no es algo que esté mal: es lo que les ha dado sobrevivencia y es lo que les da identidad. Entonces, para poder comenzar a repensar sobre cómo se escribe sobre violencia, hay desacralizarla”.
El valor de la palabra
La primera lección de Cristián es acerca de la sintaxis que es capaz de producir cierta ética. “Creo que la ética es la de un método etnográfico que es imposible de evitar, que nadie enseña ni en las facultades ni en ningún lugar”. Lo explicará luego, cuando el café del coqueto bar Brighton ya está helado e intacto, mientras relata su último encuentro con una pandilla centroamericana. “Lo único que te piden es respeto. Eso significa que vas a entrar a un lugar privado, casi sagrado, como cuando entrás a una iglesia. ¿Viste que el cuerpo se te pone de otra manera, aunque no seas creyente? No es lo mismo caminar por una iglesia que caminar por la calle. Entrar al territorio que controla una pandilla es como transitar un espacio sagrado, un espacio en el que los códigos han sido construidos en base a mucho derramamiento de sangre. Hay entonces mucho de lo que no se puede hablar en voz alta. Y hay que aceptar que uno es tremendamente extranjero a eso”.
¿Cómo es ese territorio?
El territorio violencia es un territorio complejo, que incluye policías, ladrones, pibes chorros, paqueros, consumidores, corruptos, pequeños traficantes, traficantes grandes, etc., etc. Hay códigos y hay discursos que se juegan ahí.
¿Hay periodistas?
Si como periodista lo que hago es mantenerme con diez fuentes policiales y diez fuentes judiciales, todos los sujetos que pasan por mis historias son papeles, como esta servilleta. Y así ordeno estos elementos que me fueron entregados por estos sujetos y los dispongo con una lógica que, en general, es de la pirámide invertida y una forma de narrarlos que los cosifica. El resultado es que no estoy narrando lo que pasa. Yo creo que hay nuevos periodistas que tienen inquietudes que son de otro tipo porque, en general, los sueños de quienes llegan al oficio hoy no son los que nosotros teníamos. Yo soñaba trabajar en Página/12, por ejemplo. Los chicos que llegan a mi taller tienen entre 25 y 30 años y no se comen más el verso del periodismo. Ya saben que no van a contar grandes historias entrando en un diario. Entonces trabajan de cualquier otra cosa, gastan su tiempo en leer y cada tres meses producen un texto que intenta ser una crónica. Entienden una dinámica que tiene que ver cada vez más con una frontera entre el relato periodístico y la forma de vida que te propone la literatura.
Pregunta básica del realismo puro y clásico: ¿por qué los miedos producen miedo?
Lo impresionante del tema de la concepción social del miedo en sociedades como la nuestra es que ya no es una dinámica que puede ser denunciada desde la crítica cultural sobre cómo los medios producen el miedo: es un proyecto político en sí mismo. Creo que los medios no hacen más que expresar ese proyecto político y ese proyecto de sociedad, que conforma a una mayoría espantosa. Las formas de romper con la adhesión a ese proyecto político no tienen que ver solamente con las formas que asume el periodismo: no podemos seguir creyendo que son los medios los que construyen la realidad.
¿Con qué tiene que ver?
Para mí hay acá otro tipo de asuntos, que vienen de mucho más atrás y tienen que ver con las formas de vincularnos, con las formas de traicionarnos, las formas de construir poder en cada uno de los microespacios que ocupamos como sujetos. La violencia se expresa ahí. La violencia se expresa en el debilitamiento de los vínculos, en el debilitamiento de la palabra. Cuando los chorros hablan de la pérdida de códigos lo que están poniendo en juicio, para mí, es la validez de la palabra. Justamente, en este gran monstruo que se ha solidificado durante los últimos años que son las “maras” centroamericanas lo que descubro es que el tema de la palabra es fundamental. Ellos dicen por ejemplo: “La palabra no la tenemos aquí en la clica. La palabra viene de Los Ángeles”, me dicen. Se refieren a la ciudad donde viven los superiores de esa red transnacional que son, hoy por hoy, las pandillas centroamericanas. En su estructura interna, el jefe de la clica no tiene la palabra. Hay un sujeto dentro de ese grupo –que puede estar integrado por 10 ó 40 jóvenes que forman esa unidad de la pandilla–, que es el “palabrero”. Y el palabrero es el que se comunica con un círculo de veteranos, que son los que en definitiva toman las decisiones.
¿Hay una manera de crear vínculos con esa realidad? Me refiero a experiencias concretas, no a palabras.
Conocí en El Salvador la experiencia de una oenegé que trabaja con jóvenes a partir de la filosofía maya. Al principio pensé que eran unos truchos bárbaros. Pero no: tienen un trabajo persistente. Ellos tomaron de la filosofía maya el concepto de “círculo de reconciliación” integrado por los diferentes líderes de la comunidad. Así convocan a los diferentes actores sociales del territorio: desde iglesias evangélicas hasta pandillas. Al reunirlos, usan la figura del “bastón palabrero”: el que tiene el bastón habla y los demás, deben callar y escuchar. Así lograron que los jóvenes pandilleros se sumen, porque les garantizaban que iban a escucharlos con el respeto que ellos necesitan. Se trata de una experiencia que parte de una propuesta concreta: la reducción de daños.
Un término que viene del tratamiento de adicciones…
Exactamente. Se trata de aceptar que lo que podemos hacer, concretamente, es reducir los daños de la violencia. Te permite lograr acuerdos mínimos, pero que al menos permiten establecer relaciones. Todo ese proceso ahora está en peligro por el asesinato del fotógrafo español Cristian Poveda (autor de La vida loca, un documental sobre las maras de El Salvador, asesinado el pasado 2 de septiembre) y que se adjudica justamente a la pandilla con la que ellos trabajan. Este asesinato ha puesto en crisis un proceso que inició nada menos que el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí, que llega al poder por la vía electoral luego de tantos años de lucha armada. Se trata de un proceso que llega después de que esa sociedad probó todas las políticas de mano dura, de extrema derecha, y de comprobar que sólo servían para reproducir de manera exponencial la violencia, la delincuencia y los homicidios.
¿Qué diferencia hay entre las pandillas de El Salvador y las del resto de Latinoamérica?
La diferencia es su relación con la migración. Muchos de esos chicos fueron expulsados de Estados Unidos y se reorganizaron en el territorio de sus padres, manteniendo los vínculos con las pandillas originales. Colombia, en cambio, no tiene jóvenes repatriados. Los jóvenes son instrumentos del narcotráfico, el paramilitarismo o la guerrilla.
¿Y en Argentina?
Tenemos un narcotráfico en estado muy larval. Su desarrollo no ha terminado de estallar.
De eso se trata, justamente, su próximo libro, que planea parir en marzo con el cumbiero título Si me querés, quereme transa en el que cuenta las peleas por el control del mercado local. Advierte Cristián tres cosas sobre el tema. La primera: eso que llamamos narcotráfico es en realidad un sistema económico paralelo que sostiene al legal. “Estos mercados nuevos que están vinculados al trabajo ilegal y la explotación son las maneras de sobrevivir de millones de personas”. El infierno incluye al paraíso, remember. La otra: en esa para-legalidad no hay descontrol, sino todo lo contrario. El orden es estricto, sólido, compacto. Unos mandan y muchos obedecen.
Por último, y ya para cuando el café es un recuerdo helado, nos deja de tarea algunas preguntas. ¿Cuál es el impacto que el Estado clientelar ha dejado a tantos jóvenes sin sueños, sin voluntad y sin ambición? ¿Cuál es la consecuencia de ver a sus padres convertidos en personas que no pueden hacer otra cosa que pedir, humillándose? “Tenemos que preguntarnos qué ha pasado con la subjetividad de esos chicos para encontrar la forma de restablecer lo que nos reclaman: dignidad”.
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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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