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La banda paranormal

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Conjunto Falopa. El quinteto estrena su primer disco con composiciones que revitalizan los géneros clásicos. Milongas, chacareras y valsecitos se transforman en una sátira. Ironía & poesía para romper etiquetas y bronces. Y disfrutar.

La banda paranormalLos mapas están viejos, sirven como adornos no de geografías, sino de otros tiempos. Para ubicar al conjunto Falopa conviene usar una cartografía inédita, de varias dimensiones, que permita encontrar coordenadas entre el punk y la chacarera, la poesía y la profanación, la lucidez y el vals; que indique longitud y latitud donde se arremolinan risas, milongas y neuronas, un link entre alma y orejas. Con tales herramientas y una brújula con auriculares, se pueden escuchar las canciones que estallan cuando Federico Marquestó usa ciertas palabras como un latido: “un, do, tre…” y abre un borbotón de guitarras criollas y guitarrones, galaxia sonora en la que un tipo rapado canta unas cosas muy raras sobre sexo, anarquía, extraterrestres, drogas, sofoviches, zombies, policías, chinos, amistad, chicas montoneras, agenda de una dimensión sin mapas que estaba ahí, pero que nadie había visto hasta que el conjunto Falopa se puso a hacer lo suyo.
La historia comenzó en las reuniones de padres del jardín de infantes. Andrea, mamá de Ramón y pareja de Federico, volvió contando que había visto al papá de Lina, un grandote rapado con una remera que decía “Viva la pintura en caballete”. Federico supuso: “Nos vamos a hacer amigos de ese tipo”. Tanteando gustos mutuos, Andrea le recomendó un día al rapado leer la revista Barcelona. Pablo Marchetti –papá de Lina, periodista y poeta– le respondió: “Soy uno de los que la hacen”.
Federico y Pablo solían encontrarse en la calesita, hablaban de música, saludando cada vuelta a Lina y Ramón que giraban felices en ese universo de la plaza de Pasco y Alsina, Buenos Aires, zona sur del cosmos, donde de vez en cuando les compraban a sus niños alguna golosina enfrente, en un supermercadito chino.
Pablo había tocado con sus compadres de la revista Barcelona en la banda Sometidos por Morgan, creadora de la Cumbia del Odontólogo, dedicada a Ricardo Barreda, contribuyente platense que en 1992 asesinó a escopetazos a todo familiar femenino que tuviera a mano. La cumbia se pasaba por televisión, sometida por Gelblung. Luego, Pablo se embarcó con el bandoneonista Marcelo Mercadante, en las letras para el disco Suburbios del alma, grabado en Argentina, Uruguay y Europa, con la participación de los españoles Miguel Poveda y Martirio, criollos como Alejandro del Prado y Omar Mollo, con la participación de músicos como Leopoldo Federico o el uruguayo Hugo Fattoruso, entre muchos otros: “Una produccion hollywoodense nacida de dos monotributistas piojosos” sentencia Pablo.
Federico, músico, arreglador, tiene genealogía con bandas como la tanguera Muy Señores Míos, o de fusión, como El Emporio de la Impericia. La primera actuación conjunta fue en la fiestita de fin de curso del jardín de infantes Proyecto sur (no se trataría del ala juvenil del partido de Pino Solanas) en un grupo de papás que incluía al músico Gabriel Senanes.
Federico y Pablo siguieron dándoles vueltas a sus charlas calesiteras, hasta que Pablo se concentró en el supermercadito chino e inventó una posible letra: décimas octosílabas. Federico la imaginó como una milonga desbordante y subversiva, y nació Foco Amarillo, una crónica sobre la violencia supermercadista. Vaya una introducción:
 
Los chinos del mercadito
se cansaron de amenazas
y decidieron que en casa
las cosas son a su modo
y no contentos del todo
con la poli en la garita
que les sacaba la guita
optaron por la más sana:
compraron chumbos y armaron
un foco, guerrilla urbana.
 
Luego se describe la contrarrevolución de los grandes supermercados junto a la policía pizzera, mientras los chinos atacaban siguiendo las enseñanzas del Libro Rojo de Mao (pero desenchufando las heladeras de noche), con final tremendo para los coreanos. Pablo: “Me imaginaba a los chinos entrenándose para la guerrilla en la placita a la que iban nuestros hijos”. Federico empezó a armar su propio foco: llamó a Gustavo Popo Carretino, Juan Ignacio Juani Spolidoro, y al saxofonista Francisco Fran Huici (pero para cambiar saxo por guitarra). El grupo se armó así con guitarras y guitarrones (con afinación más grave) logrando un sonido que cualquiera podrá comprobar como único en el horizonte actual.
“Los ensayos eran raros, porque nunca me había pasado estar tocando y desconcentrándome de la risa que me daban las letras” dice Popo. Nacía un conjunto. Vía mail Federico propuso varios nombres, como Defensores de la mandolina. Pablo contestaba: “Falopa”. Nunca quedó claro si era una contrapropuesta, o una crítica. Pero Federico respondió: “Ése es el nombre”.
Pablo (clase 1967) tiene oídos amasados en el punk y el rock, mezclados con uruguayos varios, y genes tangueros por vía paterna. Don Néstor Marchetti, militante del vinilo –entre otras cosas– coleccionaba discos y amor por orquestas como las de Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese. “Una vez hizo al revés, me grabó un casete que se llamaba Tangos Manliba, con letras horribles, una basura” relata Pablo entre risotadas. El humor también pudo venirle por ese lado. Dos coordenadas más: “De chico me hice fanático de Alfredo Zitarrosa, y de ese tipo de formación de guitarras, como también tenía Edmundo Rivero. Y también del lado uruguayo, me encanta Leo Masliah. Todo eso escuchaba de chico. Y de grande”.
Federico (generación 1972) comparte muchas de esas elecciones, aunque la cuestión tanguera lo impregnó por pura convivencia con la Historia (no corregir la mayúscula). “Me crié cerca de Sebastián Piana, abuelo de mi medio hermano. En la casa escuchaba zapadas tangueras. Iban Horacio Salgán, Enrique Cadícamo y otros músicos, pero yo era chiquito, para mí eran señores grandes y desconocidos. A mí me gustaba Queen” confiesa Federico, a quien el alma musical le quedó de todos modos impregnada por semejante elenco. Piana había sido autor de la música de un clásico de 1931, Milonga Sentimental, letra de Homero Manzi, grabada por Carlos Gardel: “Milonga pa’ recordarte / milonga sentimental / otros se quejan llorando / yo canto pa’ no llorar” empezaba. El segundo tema de Falopa empieza: “Milonga para olvidarte, milonga paranormal, un medium me la ha dictado, abducción satelital”. Se llama Milonga Paranormal, homenaje y ruptura: “Es una milonga rockera” dice Federico. “Tiene una intención paródica con lo nostálgico tanguero” suma Pablo, “y rompe con la idea de ‘actualizar’ al tango, decir hoy lo que se decía en los 40 con letras que ponen WiFi donde había un farolito. Lo que tenían Manzi o Cátulo Castillo era una búsqueda poética, no de poética de tango”. Canyengue mezclado con Fabio Zerpa, la canción está poblada por espectros, vampiros y platos voladores.
“Cuando encontré el tono de esos temas, vino la catarata” dice Pablo, que seguía cruzando mails y encuentros con Marquestó. Inspirado en los Sex Pistols y su Anarquía en el Reino Unido, (“soy el anticristo, soy anarquista, no sé lo que quiero, pero sé cómo conseguirlo”) Pablo pensó una chacarera que Federico terminó de convertir en una belleza llamada Anarquía en la republiqueta. Pablo: “Aquél había sido el tema fundacional del rock punk, y hablaba de anarquía como quilombo. Pensé que se puede hacer punk desde otro lugar, sobre todo cuando el punk demostró que puede ser una etiqueta más. Y resignificar una palabra como anarquía, que no tiene que ver con la destrucción, sino con lo mejor del ideario del ser humano, con la solidaridad”. En las presentaciones Pablo suele informar al público que la anarquía está a poco de llegar, aunque Falopa ha tratado de imaginársela como la pensó Bakunin, y no al estilo que presumen el ex presidente Duhalde, la revista Noticias o el locutor Gustavo Silvestre. “El mundo nuevo da para el asombro, tras los escombros” plantea esta chacarera. Los que la escuchen percibirán que no es probable que se popularice entre los DJ’s de la Sociedad Rural.
 
Descontrol Pipo Pescador
A Pablo le gusta más la antigua acepción de la palabra falopa: “Tenía que ver con lo trucho, más que con la droga”, para referirse al conjunto que debutó en julio de 2008 y pronto se puso a preparar el disco que acaban de editar, que incluye otra pieza que algún día será clásica, y que frente al marketing setentista del sexo, droga y rocanrol, propone el siguiente vals:
 
Y pasamos esa noche entera
escuchando a Mozart,
Pipo Pescador
A Stockhausen, Gilda y a Pugliese
Ginastera, Sandro, Zamba Quipildor
Nuestros cuerpos vibraron al son
de la música, pura pasión
Y viajamos, noche delirante
con estimulantes de todo color
hongos, Paco de Lucía, Ravel y Piazzolla
San Pedro, ayahuasca, tabaco y licor
Cuerpos desnudos,
drogas, sexo puro
Nadie extrañó el rocanrol.
Juani toca también en conjuntos de folklore, tango y cumbia. Fran en Jué Mandinga (frase del desterrado Patoruzú), y Popo trabaja armando sonido en vivo para bandas. “Es insólito estar tocando y escuchar las carcajadas de la gente a cada rato” dice Fran sobre un conjunto que tal vez logre hacerle algunas transfusiones de sangre a eso que se llama “música argentina”. Pablo mecha las canciones con lecturas de poemas o de textos en los que habla, por ejemplo, de las virtudes terapéuticas del arte que se verifican en las reproducciones de Monet en las paredes de las clínicas y consultorios. “Encontré un lugar para la poesía, pero me interesa abrir el gueto de lectores”. Traducción: poesía como elemento de comunicación, y no lo contrario, fiel al catalán Joan Brossa o al chileno Nicanor Parra (los neófitos en cualquiera de estos temas pueden recurrir a Google, o a algún viejo pre-Alzheimer, en cualquier caso vale el esfuerzo). “Ellos hacían cosas que serían la contratapa de Barcelona, cosas con una potencia publicitaria” explica Pablo. “La poesía tiene mucho de publicitario, o en todo caso me interesa hacerme cargo de esa relación, tomando los elementos de comunicación y contundencia, y dándole vuelta el contenido ético que es una mierda. La poesía es una publicidad que no quiere vender nada, pero en muchos casos se la despoja de ese impacto y esa síntesis. Seguro que hay miles de ejemplos geniales que me contradicen, pero este otro aspecto es el que me interesa, también en las letras de las canciones”.
 
Policía, Gardel y montoneras
El conjunto Falopa fluye como aire fresco frente a una sustancia de venta legal, espesa, adictiva, reseca, embotante y con propiedades alucinógenas llamada “normalidad”. Por eso puede inventar otra dimensión, generada a fuerza de disparate, poesía y trabajo.
Ying Yuta es la historia de un policía que le lleva sahumerios al comisario, lee a Osho y a Chopra, y “saluda a los ratis haciendo om”. La picana es a energía solar. Séptimo Ensarte es un tango cinematográfico, que conecta a Buñuel, Godard y Woody Allen con Carreras o Sofovich de un modo acaso inolvidable. Otra milonga que ya es un clásico entre quienes la escucharon es Carlitos Zombie, crónica del día en que Gardel –visitado por fans un tanto colocados– se levantó de su tumba y transitó la noche porteña convirtiéndose en “di yei”. Cuatro amigos es una biografía que homenajea a un grupo de oficinistas: “Después de un jornal rudo / margaritas, pisco sour / los reyes del happy hour / ¡pero hay que ser pelotudo!”. Compañera es un vals situado en los 70, pasa por Perón, luche y vuelve, los imberbes, el sueño del Sheraton Hotel como hospital de niños, la patria socialista, El Descamisado… “Pero en este caso cambió el tono de sátira, porque tiene guiños, pero también tragedia” cuenta Pablo, inspirado en una historia familiar y en canciones de la Guerra Civil Española como Gallo Rojo.
El debut discográfico incluye la alegría litoraleña de Consuelito, la maradoniana La siesta desterrada, el intento de ruptura con la asfixia hogareña de Diosito medio santo y todo lo que revela la Zamba de mi escepticismo, entre otras cosas que llegaron a grabarse como todo lo que hacen, por las suyas, autogestivamente o –de modo más bello– a pulmón y corazón.
Allí nace el contagio. Después de sentir a estos cinco amigos tal vez no haga tanta falta ir a los cementerios a venerar zombies tangueros, rockeros o punks, ni a las clínicas que cuelgan reproducciones falopas, para disfrutar las virtudes terapéuticas del arte.

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