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Adiós al amigo

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El escritor Daniel Riera despide en esta nota al poeta costarricense y así nos presenta su obra que se reduce por ahora a un libro perfecto titulado Soundtrack.

Adiós al amigoEstas palabras se escriben sin afecto. Deberían ser más fuertes
pero también más tristes.
Estas palabras están llenas de erratas,
se rompen por el lado más
largo de la página.
No sirven para adormecer
a ningún niño,
no sirven para hacer caer
algún amante joven.
Estas palabras van huérfanas de dios porque fueron escritas para nadie.
Pero las digo
con los puños y los dientes apretados.
 
Felipe Granados (1976-2009)
 
l 26 de agosto, a las 12.33, a los 33 años, en el Hospital Calderón Guardia de San José de Costa Rica, murió Felipe Granados, escritor, amigo. Me cuesta decirle “poeta”, porque la gente que repetía la palabra “poeta” cada dos segundos para referirse a sí misma le daba risa. Esa risa –mitad desprecio, mitad compasión– es esencial para entender su obra. Felipe publicó en vida un solo libro, Soundtrack, alcanzó a entregar a la editorial Perro Azul el segundo, Pop, y dejó algunos materiales para un tercero, cuyo título tentativo era…
Lo conocí en el año 2006: yo había emprendido una gira en ómnibus desde Buenos Aires hasta Tijuana por encargo de la revista Soho de Colombia. Cuando llegué a Costa Rica, el fotógrafo que viajaba conmigo tuvo que volverse. Pedí auxilio a la edición tica de Soho: todavía tenía que pasar por Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala y atravesar todo México cuan largo es. Antes que un fotógrafo, necesitaba un compañero de ruta, alguien dispuesto a compartir horas de viaje y moteles infectos. La directora de la revista me mandó a Felipe: gestos de esa naturaleza la convirtieron en mi amiga. Felipe ni siquiera tenía cámara: le prestaron una que apenas sabía manejar, pero él sabía mirar, de manera que hizo fotos formidables. Jamás había salido de Costa Rica hasta ese momento.
Supe mucho después que era considerado en su país como uno de los referentes de la llamada “Antipoesía”, un movimiento de poetas que se reconocían fuertemente influidos por la cultura rock y escribían de una manera llana y desencantada sobre temas urbanos, y que Luis Chaves, Luis Fernando Gómez y Camilo Retana también eran incluidos entre los “antipoetas”. Y si bien el término remite al chileno Nicanor Parra, Felipe decía que había leído poco a Parra y que se sentía mucho más cerca de Bob Dylan. En Centroamérica había muchos, demasiados devotos de Rubén Darío, muchos, demasiados creyentes en la figura del “vate” cuya misión en este mundo es iluminar con la magia de sus versos sublimes a la masa embrutecida. Felipe odiaba eso. Cuando pasamos por Managua nos regalaron unos cuantos libros de tardíos modernistas del siglo xxi, escritos por unos cuantos jóvenes viejos: recuerdo como un gesto liberador la decisión conjunta de olvidarlos para siempre en el hotel, de esconderlos en el placar para que nadie viniera a devolvérnoslos mientras hacíamos el check out.
 
Me piden poemas suaves
con caricia a la amante y
besos por doquier.
Me piden canciones que resulten
ser apologías del bien y otras miserias. Me piden que sea pulcro y
no diga a la mierda.
Me piden muchas cosas.
Me piden el olvido como forma
de reconciliarme con el mundo.
Me piden que no
aburra con mi queja perenne
la gran fiesta de todos.
Que no piense
en los días malos del Hombre.
Que olvide a aquel muchacho
que fue muerto en un parque. (…)
Me piden muchas cosas.
Ninguna con sentido.
 
o veo entrando en un sucucho donde venden ropa rockera, atraído por una canción irresistible: Vente en mi boca, de las Ultrasónicas. Lo veo comprando una remera de Bowie. Lo veo sorprendido, mirando, en uno de los miles de buses en que viajamos, una película con Jim Carrey en la que Morgan Freeman hace de Dios, diciéndome:
–O sea que Dios, entonces, es un negro vestido de blanco…
…habíamos chateado, me había contado que iba a leer en el bar Rayuela de San José. Dos o tres días después volvimos a chatear, hola Feli, cómo te fue en la lectura, dice que no fue, que prefirió ir a un show de Calle 13, dice que estuvo buenísimo. Hace poco vi escrita esa misma anécdota en la edición online del diario tico La Nación: el periodista ertold Salas Murillo refiere que Felipe le dijo entonces que había preferido “escuchar a poetas de verdad”.
Por un error en el armado, al final de Soundtrack, después del índice, hay unas 20 páginas en blanco. Ahora es imposible evitar el más morboso de los lugares comunes: pensar en esas páginas como páginas perdidas, las páginas que Felipe jamás escribirá. Aunque tal vez haya una opción más interesante y menos lacrimosa, que de hecho al propio Felipe le encantaba: completar esas páginas con ideas sobre lo leído, dialogar con su libro, o simplemente escribir allí lo que a uno se le dé la gana.
Escucho su voz repitiendo frases que por diferentes razones se hicieron leitmotiv de nuestro viaje: ¡Vamos los pibes!, Cerveza SalvaVida… Escucho su voz. Los que leen esta nota también pueden escucharla si se lo proponen: pongan en YouTube “Felipe Granados en El Observatorio”. Mírenlo, y sobre todo escúchenlo leer cinco poemas: El animal más bello del mundo; Raimar; Balada para un loco; One Bourbon, One Scotch, One Beer; Reginella. Les tomará cuatro minutos y dieciséis segundos. Cuando termina de leer, Felipe dice gracias y sale disparado, como si no tuviera más nada que hacer allí.
Lo veo en Tegucigalpa, escuchando a un modesto cantor de corridos mexicanos, lamentándose porque su repertorio privilegiaba a Vicente Fernández por sobre José Alfredo Jiménez. Lo veo en San Salvador, alucinado con un barrio extraño que combina piñaterías y funerarias para pobres. Lo veo en la frontera San Marcos-Tapachula, esperando el cambio de guardia en un hotelucho para ver si entonces sí nos dejarán entrar de una buena vez a México. Lo veo paseándose por el df con su antología de poesía Beatnik.
Lo veo en Tijuana, haciéndose amigo de cada migrante, deseándole suerte en la aventura por venir. Lo veo en Tijuana, observando con asombro las barras de hierro que se meten en el mar para constituir la frontera con Estados Unidos. Lo veo desolado ante artistas plásticos que hablan de sí mismos con un entusiasmo digno de mejores causas, gente que se cree genial y más bien parece idiota (la escena se repite, casi calcada, en un bar de Guatemala y en una casa de Tijuana). Lo veo feliz, realmente feliz, mirando lucha libre de madrugada en otro bar de Guate, fotografiando a un enano enmascarado, subiéndose al ring cuando termina todo. Lo veo mirando un paisaje árido por la ventanilla de un bus cualquiera. Lo veo en Buenos Aires y lo lamento, porque Feli nunca estuvo en Buenos Aires, el que veo es alguien que se parece a él, alguien que quiero que se parezca a él, alguien que quiero que sea él y es un desconocido, alguien que se pierde en la multitud. La última vez que hablamos por teléfono me dijo que en cuanto se pusiera bien iba a empezar a trabajar en un libro de poemas basado en nuestro viaje que se iba a llamar Mil hoteles. Me dijo que quería leer a Paco Urondo. Le dije que le iba a gustar. Los dos sabíamos que nos estábamos despidiendo. Los dos lo disimulamos en la medida de lo posible. Lo último que me dijo fue: “P’alante: ése es el espíritu”. Lo voy a extrañar mucho. Sus poemas se quedan acá.

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