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Luz, cámara, prisión

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El documental El Almafuerte es resultado de un taller para los chicos alojados en ese centro de máxima seguridad. También abrió las puertas del Festival La Jaula, que trata la temática de los derechos humanos y el encierro.

Luz, cámara, prisiónPendejo, muchacho, joven, adolescente y si te gusta el término ibérico: chaval. Estas palabras pueden describir a un chico de entre 13 y 18 años. Sin embargo, el sentido común, amasado día a día en los diarios, masticado en la radio y digerido en la tv convierte a ciertos adolescentes pobres en pibes chorros, en menores. Esta condición justifica las acciones nada benéficas del Estado; el gatillo fácil y el encierro. Para completar el escenario, que otros dejan inconcluso, sólo un dato; la mitad de los pobres en nuestro país son niños, niñas y adolescentes. Así lo establece un estudio del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa). Uno de los problemas que explican esta cifra es la precariedad laboral de los padres de los chicos. Esto nos deja más inquietos: no queda otra que saltar el muro y ver qué hay del lado silenciado.
 
Crear salidas
“Queríamos ver la posibilidad de crear en una situación de encierro, y más en el caso de los adolescentes” dicen Roberto Persano y Santiago Nacif, dos de los realizadores del documental El Almafuerte. El trío de inquietos lo completa Andrés Martínez, ausente con aviso en esta entrevista. También pensaron en un cortometraje realizado íntegramente por los alumnos. Y luego un festival sobre la temática derechos humanos-encierro donde los especialistas y jurados sean los adolescentes detenidos.
Pero, vayamos por partes…
Andaban pergeñando estas ideas cuando se encontraron con la revista digital Seguir soñando, una publicación del taller de periodismo del Instituto de Máxima Seguridad Almafuerte, ubicado a 20 kilómetros de la ciudad de La Plata. Enseguida se contactaron con los docentes Marcelo Arizaga y Emiliano Erretegui para que los ayudaran en el proyecto: un taller de video para filmar el proceso de aprendizaje de los jóvenes dentro del centro de detención. “Parecía una locura, pero como Marcelo es más loco que nosotros hizo todo lo posible y lo logró” cuenta Roberto.
Las entrevistas con las autoridades, los permisos y todo lo que se puede agrupar bajo la palabra burocracia insumió alrededor de seis meses de paciencia oriental. Los realizadores destacan que el director del instituto por ese entonces, Martín Mollo, les facilitó el camino a cambio de un compromiso real con la actividad que iban a llevar adelante.
 
Otra onda
En mayo de 2007 empezó el taller de video dentro del Almafuerte. Se hacía cada 15 días y asistían 6 ó 7 chicos que debían tener buena conducta para acceder.
Roberto Persano recuerda que en los días previos se preguntaban con qué se iban a encontrar ellos como docentes, qué esperarían los chicos, cómo los iban a recibir. Para la primera clase llevaron cámaras, micrófonos y materiales de lectura. “Debemos admitir que fuimos con una onda medio intelectual, resultado de 7 años de carrera de comunicación de la Universidad de Buenos Aires y poca práctica en el ámbito del encierro. La onda intelectual se desarmó cuando vimos que casi todos los pibes apenas habían pasado por la escuela”. Los documentalistas decidieron, entonces, que todo lo que tenían que enseñar era práctica. Y a partir de ahí, cada alumno fue tomando un rol: el camarógrafo, el entrevistador, el iluminador.
Santiago resalta otro dato importante; el compromiso con el taller. “Los adolescentes sienten un gran abandono cuando un docente deja de asistir, porque en el Almafuerte los pibes son alojados en celdas individuales y cada taller o la escuela son posibilidades de encuentro, de sociabilización”. Roberto aclara: “Nunca preguntamos por qué estaba cada uno ahí, ése es un código. En cambio remarcamos lo que nos movía: la posibilidad de crear, de escapar un momento aunque sea con la mente de ese lugar”.
Los realizadores señalan que el taller fue un proceso de dos años con el objetivo de que los llamados menores hagan escuchar su voz y que ellos mismos puedan contar, a través de las cámaras, una historia. El resultado se llama Seguir soñando, un cortometraje sobre la revista digital que edita el taller de periodismo hecho integralmente por los chicos del Almafuerte y musicalizado por el Chango Farías Gómez.
¿Qué los sorprendió de la relación con los chicos? Contesta Nacif: “La avidez de aprender, de tener pilas para hacer cosas en un contexto muy complicado, muy difícil. Porque todo bien con el taller, pero los pibes salen del instituto y se encuentran con el mundo exterior, con la sociedad que los margina más que antes por haber pasado por el Almafuerte, y con la policía que ya los tiene marcados. ¿Frustración es la palabra que define lo que siento al trabajar en un contexto así?”. Coincide Persano: “Sí, es frustrante porque de los quince pibes que pasaron por el taller sobran los dedos de una mano para contar los que están en libertad. Creo que uno solo está libre. Los demás están adentro o los mató la policía”.
En el transcurso de los dos años de taller, el eje del documental fue variando. Pasó de ser un registro del proceso de enseñanza a retratar tres historias de jóvenes alojados en el Almafuerte. “Nos involucramos con estos chicos –cuenta Roberto–, los acompañamos, a uno en las salidas transitorias, y a otro en su libertad, conocimos a sus familias. Y el centro de la película cambia cuando este chico muere en un enfrentamiento con la policía. Tiempo atrás su hermano también había muerto de esa manera. Y esto nos tocó muy fuerte”. Santiago completa: “Al otro pibe le armaron tres causas y está detenido otra vez”.
Los realizadores se preguntan cuál puede ser una solución a un tema tan complejo. Ensayan una respuesta: “Ya sabemos que el encierro no sirve. Cuando salen, vuelve al barrio, a la esquina, a los amigos, a la familia y ahí se sienten protegidos, por más que sean lugares conflictivos. De ahí no se los puede alejar y mandarlos a trabajar a Trelew. El barrio forma parte de su identidad. Ni reinsertarlos ni sacarlos. Más que cambiar a los pibes de barrio, hay que cambiarles el barrio a los pibes”.

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