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Repartiendo el capital

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Puente del Sur. Con el clásico método de trabajo hormiga lograron tejer una red que une productores y consumidores. Movimientos campesinos, fábricas recuperadas y emprendimientos sociales llegan a cada casa a precios razonables y con garantizada calidad.

Una señora va de compras al supermercado y lleva su carrito lleno. Las góndolas ofrecen distintas variantes de un mismo producto, un abanico de marcas, precios y sabores. Envases atractivos, multicolores, todo invita a comprar. Ésta es una escena repetida, una costumbre urbana que incorporamos a nuestra rutina. Sin embargo, al contemplar el carrito, satisfechos por la buena compra, no sospechamos que estamos sosteniendo una cadena de consumo de características poco convenientes para muchos, incluidos nosotros mismos. Las reglas del capitalismo son amigas de la masificación, apuestan a que la mayor cantidad de personas posible adquiera un determinado producto y para eso buscan generar la necesidad mediante la publicidad. A mayor cantidad de deseos comunes, mayores posibilidades de demanda. Las estrategias del marketing pulen, reparan, maquillan y adornan. La ilusión viene envasada, etiquetada y lista para consumir. Ante este panorama, aparece la inquietud: ¿es posible evitar este comportamiento tan arraigado que perjudica a muchos y favorece a pocos?
La respuesta es prometedora. Existen vías alternativas que alientan lo que se denomina consumo responsable.
 
 
Popular y solidario
El colectivo de trabajo Puente del Sur propone una solución. Su tarea consiste en repartir alimentos a pedido, producidos por movimientos campesinos, fábricas recuperadas, pequeños productores, organizaciones de desocupados, cooperativas y espacios vecinales de varios puntos del país. Sus proveedores son el mo.ca.se Vía Campesina, el Movimiento Agrario de Misiones, la Cooperativa La Nueva Esperanza (ex Grisinópoli), la Asamblea Popular Gastón Riva de Caballito, el mtd Oscar Barrios, la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Cuyo, Granja Naturaleza Viva de Santa Fe y pequeños productores de Mendoza, La Rioja y Cañuelas, entre otros. “Nuestro objetivo es ayudar a las personas a elegir un producto que viene de un origen popular, solidario, que apunta a que la gente no quede relegada, y distinguirlo de otro que proviene del capitalismo, que es un sistema excluyente que genera cada vez menos puestos de trabajo. Entonces ¿de dónde van a salir? Como pueblo tenemos que crear nuestras formas de trabajo, luchar por los recursos desde lo educativo. Ofrecemos una opción de consumo que permite pensar no sólo en lo rico, en lo sano que pueda ser el producto, sino también priorizar que de esta manera estás definiendo otra realidad cuando lo comprás”, comenta Javier Di Matteo, que forma parte del colectivo desde sus inicios.
El emprendimiento de Puente del Sur comenzó en el año 2003, en el marco de la crisis económica local un grupo de personas en condiciones precarias de trabajo decidió poner en marcha un proyecto que las mantuviera alejadas de la instancia de trabajar en una empresa. Gracias a su participación previa en organizaciones sociales y a lecturas acerca de la soberanía alimentaria, lograron crear un sistema de distribución de productos provenientes de gestiones colectivas de trabajo, con precios razonables, que alcanzan ellos mismos a domicilios particulares o laborales. En sus inicios, la lista era de ocho productos disponibles. Actualmente cuentan con más de cien: desde yerba, miel, mermeladas, aceite, quesos, chocolates, frutas secas, harina integral, condimentos, vinos, fideos, hasta bolsas de residuos y productos de limpieza. La oferta se completa con remeras, libros, revistas, videos y música. ”Nosotros no sabíamos si esto iba a ser posible, ahora salimos con el auto lleno de productos que hacen los compañeros y es un gran orgullo”, se entusiasma Javier. Comenzaron con un listado de amigos y conocidos que buscaron en sus agendas, recurrieron al envío de e-mails, llamaron por teléfono y se fijaron el plazo de un mes para evaluar los resultados. El balance fue auspicioso y la cantidad de clientes fue creciendo en estos años: cuentan con 600 en total, de los cuales 300 suelen comprar todos los meses. Los siete integrantes, cuatro mujeres y tres varones, organizan 16 recorridos mensuales por Capital y Gran Buenos Aires, trabajan de lunes a sábados. Un depósito en Ituzaingó les sirve de refugio a estos “productos ricos, sanos, dignos, sin conservantes, sin acidulantes, sin edulcorantes ni procesos que dañen la naturaleza, sobre todo, sin explotación y sin sometimiento”. Así los define Puente del Sur para resaltar las principales diferencias con cualquier otro producto industrial.
 
 
Hormigas en acción
El transporte de los alimentos, que suele ser un inconveniente porque las distancias son grandes en un país tan extenso como el nuestro, se resuelve en algunos casos gracias a la buena voluntad. Aparece lo que Javier define como: “un sistema de hormiga”. En varias oportunidades cuentan con la asistencia de micros que concurren a movilizaciones a las provincias y traen los productos en un rinconcito de sus vehículos. También trabajan con la empresa de transportes Rabbione, que fue recuperada por sus trabajadores.
Javier está convencido de que es posible construir otra realidad a partir de la toma de conciencia cada vez que necesitamos proveernos de los alimentos que consumimos a diario. Reflexionar acerca de qué sistema queremos favorecer con nuestro pequeño aporte: “Hay que actuar sobre el efecto del desinterés acerca de las prácticas individuales. Pensar que si voy al supermercado, si todo el mundo va, no cambia demasiado que yo también lo haga, es desestimar el poder de la acción individual. Queremos que los productos contengan trabajo y no tanto marketing, sistema de control, usura financiera y ganancia capitalista que uno paga cuando realiza una compra. Le pagamos un tributo al capital. En cambio, si compramos productos en los que hay participación colectiva, generamos mejores condiciones de trabajo y se fomenta la producción local. En este momento, la mayoría se dedica a la siembra de soja y hay un saber productivo que se va perdiendo. Tenemos que elaborar criterios de justicia para el uso de los recursos, conciliar el impacto sobre el ambiente con la necesidad de producir; ésas cosas son las que nos importan”.
 
 
Crecer y multiplicarse
En algunos casos les sucedió que recibieron comentarios prejuiciosos con respecto a los productos, ya que los posibles clientes sospechaban que los alimentos de origen popular no podían ser de buena calidad. Al respecto, Javier aclara: “Las organizaciones populares estamos en mejores condiciones de brindar calidad que una industria, porque en la búsqueda de rentabilidad, la empresa puede llegar a ´meter el perro´, nosotros no tenemos necesidad de hacer eso, podemos ajustar detalles del proceso productivo, eliminar gastos superfluos y mantener la calidad. No hacemos publicidades en las que aparece Pancho Ibáñez relatando las bondades del producto, pero explicamos personalmente cómo están hechos y quiénes los elaboran”.
Esta iniciativa popular apunta a difundir la opción de consumo solidario, y para eso concurren a plazas públicas donde dan a conocer lo que comercializan. Sus próximos pasos están dirigidos a seguir creciendo, incorporar nuevos productos, generar más trabajo y ayudar a varios compañeros a desarrollar la producción. El sabor de la satisfacción por contribuir con el bienestar de otros es tan dulce como la miel santiagueña o los dulces caseros mendocinos.

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