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Que sepa jugar

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Gerardo Starna y Leandro Kalén. El dúo acaba de estrenar primer disco en el que despliegan toda su sutileza. La presentación incluye papel picado para evocar la idea de que el arte es una fiesta.

Que sepa jugarGerardo Starna y Leandro Kalén se conocieron por pura casualidad este año, en un ciclo de cantautores. Algunos meses después, parieron un disco poco etiquetable, que parece ser un sincero festejo de su encuentro, canalizado en música. El proyecto en cuestión, ya consumado, se llama Dos dedos de frente, y si algo se puede decir de él es que si bien tiene mucho del folklore nacional, más tiene –o más importa decirlo- de felicidad o de una buena nostalgia, esa que nos permite “recordar o tener otra velocidad para ver las cosas”, como dice Leandro durante nuestra charla.
Poncharelo –como lo conocen a Gerardo desde chiquito, por motivos poco precisos– vino a Buenos Aires desde Santa Fe al terminar el Conservatorio, en tiempos difíciles, allá por el 2000, con un grupo de instrumentistas amigos. Recuerda: “Curtimos las calles y lugares que no conocía nadie. En esos años jodimos un montón. Creo que veníamos no con ganas de generar una carrera, sino de experimentar. Ni grabábamos, llegué en el 2001 y el primer disco que grabé fue en el 2004. Cada cual estaba en su búsqueda.” Y termina la frase con un tono del que es imposible escapar sin una sonrisa: “Vinimos a hinchar las bolas.”
Leandro es de Buenos Aires y de otros tantos lugares que cualquier gentilicio le quedaría escaso. Músico heterogéneo, profesor de jardín de infantes, estudiante de comunicación y de historia, se define –le da un poco de vergüenza decirlo– como una “multiprocesadora.” Kalén no es su apellido verdadero: “Me lo cambié el año pasado. Mis apellidos son Rodríguez (por Máximo, su padre, bajista) y Ramírez. No me sentía muy identificado, quería tener un cambio muy grande, hasta energético y pensé que la mejor forma era empezar por el nombre. Encontré una voz selcnam, Kalén, que significa diferente. Selcnam eran los indígenas llamados onas por los conquistadores, y que desaparecieron justamente en el año en que yo nací. Fue un pueblo arrasado violentamente. Ya no solamente por los españoles, sino por los mismos argentinos y la campaña del desierto. Tengo toda una reivindicación de los derechos indígenas, en su totalidad, no sólo de los guaraníes. Leandro, técnicamente significa nombre, así que quedó la combinación.”
Este muchacho de 24 años parece estar en constante movimiento, guiado por la curiosidad y ese espíritu inquieto que, confiesa, lo acompañó a lo largo de su vida. Antes de ese cambio rotundo, de nombre y energías, trabajaba en oficinas y call-centers, epopeyas que le “quemaban la cabeza. Y por ahí hoy gano menos, o más, depende del momento, pero soy mucho más feliz, dispongo más de mis tiempos, soy más poseedor de mi vida.”
Leandro cuenta que en su actual trabajo descubrió algo: “Tengo una fascinación con los chicos, por su espíritu, por cómo son, por lo inocente y sinceros, no son hipócritas; te aman o te odian, y eso puede cambiar de un instante a otro. Creo que está bueno recordar que fuimos todos chicos, que tenemos el instinto, ese que te puede sacar de situaciones jodidas.” Quizás por eso mismo en una de las canciones que le da origen al disco, Poncha escribe:
 
Tiene dos dedos de frente
Y no puede parar de ofrecer
Visto de esta manera
Despega los pies
 
Pero en la charla advierte: “A mi me da hasta vergüenza hablar de los temas. La canción la siento cuando la estoy cantando, en ese momento es la realidad. Después no es nada.”
De Dos dedos de frente existen solo trescientos ejemplares. Lejos de pretender ventas, la búsqueda es la de compartir, mostrar lo que hicieron “con una alegría tremenda, como la selección de Brasil jugando al fútbol. Algo que no fue forzado.” Poncha dice: “Yo prefiero andar con diez discos en la mochila y cuando voy conociendo gente se lo ofrezco; creo que es lo más sincero que puedo hacer ahora. Está bien ponerlo en una distribuidora pero para mí, ahora, no tiene sentido. Pero bueno… esto del éxito es todo tan nuevo para mí”, dice entre risas y con voz de star.
El cd viene en una presentación simple, papel picado incluido, lo que nos lleva a aquello del comienzo, de ver las cosas caer y moverse de otra manera. “Nos acostumbramos a que todo suceda muy rápido. Y es todo atropellado, todo apresurado, hasta hacés el amor rápido.” dice Leandro. Cuando abro el disco y veo al papel picado desplomar a una velocidad serena, acompasada, comienzo a entender de qué está hablando.
En su primer día como maestro de jardín, Leandro llevó todos los instrumentos que tenía en su casa, y les dijo a los nenes: “jueguen”, sin más indicación. Si uno se deja llevar por el clima de Dos dedos de frente puede imaginarse a Leandro y Poncharelo jugando en el estudio, riendo y disfrutando de recuerdos sin nombre, honrando ese santo decir “sí” y esa espontaneidad de todo chico.
Leandro, en el final, explica como cualquier maestro ignorante: “Creo que el arte no es para unos pocos. A veces no pasa por componer un tema o un cuadro, sino por llevar el arte a la vida de cada uno. Está en el espíritu y en la esencia de cualquiera, solo hay que saber encontrarlo. Y eso es lo que quiero lograr con mi experiencia educativa, no quiero ir a justificar mi sueldo. En la educación no importa la capacidad de crear de cada uno, sino que no se desbanden, que estén todos sentaditos, en la línea, y si alguno no da bola tiene que ser marginado de la clase. Son patrones educativos contra los que hay que luchar.”
Digamos que, ayudado por los mensajes de estos jóvenes entusiastas, uno trata de presentar su obra con cuidado –que siempre es pequeño– y algún que otro dejo de simplicidad. Eso sucede hasta aquí. Pero cuando el lector se encuentre con la evidencia de los primeros sonidos del disco, estas palabras quedarán perdidas, probablemente inútiles, como las del prologuista de un libro que no necesita más explicaciones que las de su propia cadencia, y que asombra sólo por su inconfesable luz.

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