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Teatro abierto

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Ningún pibe nace chorro, la obra. Veinticinco chicos, coordinados por dos docentes, escribieron, produjeron y actuaron esta obra de teatro que retrata sin metáforas la realidad que viven. En el patio de la escuela n°8 de San Fernando y sin ningún otro recurso que su capacidad de creación y concentración lograron trasmitir qué significa ser joven en un barrio de la periferia bonaerense. Desde allí, apuntan contra la discriminación y la indiferencia.

Teatro abiertoEl policía se cruza con el pibe en el medio del escenario y le dispara directo al corazón. Ya en el piso, lo remata. Y dice mirando al público:
–Uno menos.
“Uno menos” es la frase que escucharon en la calle los chicos de la escuela media N° 8 de San Fernando y que convirtieron en la escena inicial de la obra Ningún pibe nace chorro. Son 30 minutos de verdad narrada en breves escenas, todas así de contundentes. Las zurcieron en el patio de la escuela, un amplio predio que hoy está decorado con siluetas que recuerdan a los desaparecidos durante la dictadura y en el barrio. Conversar con ellos con esa escenografía de fondo es también un disparo directo al corazón. No te mata: te despierta. Como cada palabra con la que ametrallan la conversación.
“En este colegio tuvimos que acompañar a muchos chicos al cementerio, cuyas muertes ni siquiera son casos públicos, porque acá sabemos que los asesinatos por gatillo fácil muchas veces se soportan en silencio por la culpa o la vergüenza social”, dirá Diana, la profe de Historia y entusiasta motor del proyecto. Diana recuerda especialmente el caso de un chico asesinado por un policía con seis tiros y por la espalda. “Fuimos a acompañar a la familia al velatorio y escuchamos el murmullo de muchos vecinos que decían que la mamá no tenía derecho a llorar porque el pibe se lo había buscado y porque ella no había hecho nada para evitarlo. Eso es lo que quisimos reflejar en la obra. Nunca la muerte puede ser el destino de ningún chico. Más en un país como el nuestro, en el que vemos cómo asesinos que han torturado y hecho desaparecer a miles de personas tienen derecho a juicio y a cárcel. Esa es la gran lección moral que nos dejaron las Madres y las Abuelas y ese es el quiebre ético que quiere imponernos el gatillo fácil”.
El último de sus alumnos así asesinados fue Nelson, un mes antes de estrenar la obra y por eso a él estuvo dedicada la primera presentación. Fue en noviembre pasado en Chapadmalal y en el marco de un encuentro educativo dedicado a la memoria. “El año anterior habíamos participado con un video, pero nos resultó muy difícil y no quedamos conformes. No tenemos un profesor de informática que nos acompañe, no tenemos recursos tecnológicos, no tenemos dinero, pero nos dimos cuenta que tenemos recursos humanos de sobra y con esa idea nos quedamos”. Diana convocó entonces a todos sus alumnos de 2° año a crear una obra de teatro y en el camino se sumaron los de tercero impulsados por otra idea: volver a Chapadmalal.
No fue fácil. El año escolar estuvo cascoteado por varios paros del personal auxiliar y la pandemia mediática del Gripe A que dejaron a la escuela sin clases. “Los chicos venían igual a ensayar. El patio era nuestro escenario y ahí nos teníamos que imaginar todo: que se apagaba la luz, que había sillas, que se escuchaba una música. Teníamos que hablar a los gritos porque sino no nos escuchábamos.”
 
 
Embarazo y gatillo fácil
La chica se acaba de enterar que está embarazada y grita:
–¿Cómo se lo digo a mi vieja? Me va a matar.
La madre no la mata: la echa de la casa.
–Sos una boluda. Arreglate como puedas. No te quiero ni ver.
El novio le responde:
–Sos una hija de puta. Me cagaste la vida. Andate a la mierda.
Otra chica, en cambio, recibe el apoyo de su familia y pareja.
En este paralelo transita la obra sin sermones, con frases breves y palabras adolescentes.
Que sus autores hayan decidido este recorrido tampoco es casual. En el grupo hay ahora mismo dos adolescentes embarazadísimas –a las dos le falta apenas una semana para dar a luz– que han vivido esas historias que parecen de cuento. A una la echaron, a otra la acompaña su mamá. “Todo el tiempo me preguntan cuántos años tengo y cuando digo ‘17’ me contestan ‘qué boluda’. Me hablan como si no fuera nada”.
 
¿Cómo es eso?
El otro día en el hospital, por ejemplo, estaba esperando a la doctora para el control y veo que llega una chica muy chiquita con terrible panza. Cuando le dice que tiene 14 años, le empieza a gritar: cómo no te cuidaste, sos un pendeja, de todo. Ahí me paré y le dije: no ve que es una nena, no ve que no le puede hablar así ahora. Se lo hubiera dicho antes. Ahora que ya está, en lugar de gritarle lo que tiene que hacer es contenerla.
¿Y qué te contestó?
Que hoy en día lo único que hay que tener para no quedar embarazada son dos dedos de frente.
 
En la obra hay una escena que refleja este tipo de situaciones, con médica y enfermera irradiando este tipo de miradas que construyen, ladrillo por ladrillo, la soledad. “Uno menos”, también podría decirse luego de mirar la forma en que los chicos representan todo el arco de indiferencia social. Está desde la asistente social que dice “¿qué podés esperar de estos chicos” hasta la maestra que aconseja a otra con una frase demoledora: “desentendete”.
“En la escuela muchas veces nos enteramos antes que la familia de los embarazos de las chicas –dirá Diana– Y eso tiene que ver con que hay otra apertura de la institución hacia esos temas, porque hasta no hace mucho la escuela era una de las cosas que perdían si quedaban embarazada. Hoy hay todo un acompañamiento y hasta un régimen especial para que puedan seguir y completar el secundario. Pero aún así no alcanza: necesitan otras instancias de contención que no siempre aparecen.”
Los chicos dirán que lo que más le sorprendió de este pasaje fueron los aplausos que brotaron del sector adolescente de la platea de Chapadmalal. “Me gritaban: ídolo”, cuenta indignado el chico que interpreta al novio que manda a la embarazada “a la mierda”.
Así, embarazos adolescentes y asesinatos por gatillo fácil, desnudan en esta obra un mismo prejuicio social que ellos han elegido mostrar sin metáforas.
 
 
Ser y tener
El debate sobre estos temas fue dentro del grupo una clave para encontrar la forma de contarlo. Ahora mismo están discutiendo, entre ellos y en medio de la charla, qué lleva a un chico ser chorro o a una chica “dejarse embarazar”. La profe Diana es quien retoma el hilo y la síntesis. “Nos dimos cuenta de que hay gente que tiene más fortalezas que otras. Que estas cosas no tienen solo que ver con cómo te crió tu mamá. No todos somos iguales. Hay chicos que ante una situación de crisis se quiebran y ya no pueden salir, porque no encuentran de dónde agarrarse. Y cuando uno está en crisis y no tiene de donde agarrarse, aparecen otras cosas que nos resultan salvadoras y ya sabemos lo que sigue: ¿de dónde va a salir la plata para tenerlas? Ahí está la tele prendida todo el día diciéndonos que si no tenemos esto o lo otro, no somos nada. Que para ser alguien tenés que tener tal zapatilla, tal celular, tal color de ojos. Y uno puede tener o no la fortaleza para enfrentar a ese discurso. La verdad es que no podemos acusar a nadie sobre cómo reacciona frente a eso y menos desde un lugar de cierta comodidad, como puede ser tener la heladera llena, tener a alguien en la casa que trabaje, tener amigos o tener una escuela. No puedo juzgarlo porque no sé cómo sería yo con sus circunstancias. En la obra tratamos de reflejar esto, porque estas cosas existen y porque ellos las vivieron. No hay nada ahí que no haya salido de este debate, pero basándonos en sus propias experiencias”.
Mariela, la otra profe que le puso garra al proyecto, fue la encargada de resumir las conclusiones a las que llegó todo el grupo. Escribió, así, las palabras que la voz en off de Diana recita en la escena final. Dicen:
 
“Las palabras son la esperanza de los pueblos que resisten y luchan por sobrevivir. Pero hay palabras, también, que nos convierten en asesinos, en cómplices de muertes inocentes, en vidas que podrían haber sido otras vidas.
Todos y cada uno de nosotros, desde nuestros lugares en el mundo, podemos hacer algo para cambiar las cosas. Empecemos por cambiar las palabras.
Seguridad por igualdad.
Exclusión por esperanza.
Gatillo fácil por justicia.”
 
Los chicos agregan lo más importante: “Hicimos esta obra porque queríamos que la gente haga algo para cambiar esto”. La hicieron, dicen, para que haya menos “gente indiferente”, menos “apoyo a las injusticias”, menos “personas que piensen que estos chicos, por desastre que sean, no tienen derechos”.
La hicieron con la convicción de crear un momento capaz de pelearle el destino a la muerte y apuntar, directo a la conciencia, el gatillo de las palabras con que nos despiden en esta obra:
 
“A ustedes que están ahí sentados, que vinieron a ver y vieron, les pregunto:
¿Esto pasó o var seguir pasando?
¿No vamos a hacer nada?
Basta de mirar para otro lado, basta de discriminar, basta de lavarse las manos, basta de gatillo fácil.
Basta”.
Intentan sumar a ese grito, uno más.
Y uno más.
Y otro.

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