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Sin transa, con rasta

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Sentido Rústico. Formaron una banda con todo lo bueno de un barrio donde sobra lo malo. Hacen reggae con pasión y con letras que reflejan el cotidiano. Una manera de cambiar su mundo y su barrio: Villegas, la ciudad de la furia.

Sin transa, con rastaLa avenida Crovara separa derechos. En Villegas, la única garantía es la luz del sol. Las casas son bajas y desaliñadas y obreras; se articulan en pasillos y calles internas. Los niños patean la inocencia en plena calle. El sol baja: todos adentro. La escena transcurre rutinaria. Hasta que golpea.
Villegas, Ciudad Evita, provincia de Buenos Aires, Argentina, Latinoamérica, Planeta Tierra. Del otro lado de Crovara, Willy empuña su verdad: “A veces me pregunto dónde hubiésemos ido sin la música”. Willy es diez veces hermano. Su padre es chileno y su madre una coplera de las montañas del Jujuy. La familia unida fue el caparazón contra las drogas y las armas. Willy tiene una teoría: “En estos barrios, o la familia se une tipo en clan cerrado o crecés en el desamparo. No hay términos medios”. En el ojo de la tormenta, Willy y compañía enseñan en las letras armonía y paz; junto a cuatro de sus once hermanos y otros tantos amigos del barrio, tejieron un futuro al compás del reggae y sus valores.
El hermetismo familiar filtró en amigos. “Así te salvás”, dirá Paul, saxofonista de la banda. Las juntadas y ensayos fueron moldeando un sueño que no acaba en lo musical.
 
¿Por qué el reggae, entonces?
Willy: El reggae matemáticamente es una música mántrica: lleva el mismo compás de tiempo y siempre es la misma base. Se denomina mántrico al llamado espiritual, a cierto estado de meditación. Y el reggae genera un movimiento pendular que, si está bien tocado, lleva a que el cuerpo se mueva.
Paul: Elegimos el reggae porque nos gusta ese costado más espiritual.
 
Está claro: el reggae es para Sentido Rústico más un modo de vida que el género musical que interpretan. Ese contenido espiritual –parido por la cultura rastafari jamaiquina– los planta a un lado de la lógica violenta y destructiva del barrio y, al mismo tiempo, resalta su contenido callejero y “de los pasillos”. Paul extenderá el género como reggae roots, esto es, el reggae de raíz, más puro, “que contagia buena energía y es más del gueto”, dirá. En ese sentido, Willy escribe en Un lugar:
 
En mis sueños existe un lugar
donde la muerte
no es moneda corriente
y donde la esperanza
vivirá por siempre
 
Sentido Rústico es el recoveco que Willy reserva para sus sueños, ahí, entre la muerte y la esperanza.
 
 
La primera ovación
 
ero hablemos de música. ¿Se puede? Sentido Rústico atraviesa la difusa frontera entre música y barrio. Por eso, cuando Willy augura nuevo disco y menciona el dvd, tropieza otra vez: “La idea del documental es que conozcan no sólo nuestra música sino de dónde venimos y con eso se ve nuestro esfuerzo para caminar”. Willy habla de hace seis años atrás, cuando las ganas superaban por mucho el talento musical y “no sonábamos bien”, confiesa. Quizá para emparchar decepciones decidieron reírse de ellos mismos, antes que nada ni nadie: Sentido Rústico, el nombre que los junta, nació como la ironía de ese fracaso. Que no fue. Porque los verbos están en pasado.
El obrero, el jardinero, el plomero y los metalúrgicos se reunieron incansables hasta moldear un estilo propio y lograr que lo rústico aflore armónico. Los once de la banda se amigaron con sus instrumentos a fuerza de años y a años de fuerza. Por fin, el desafío tuvo lugar en un patio de Ciudad Evita: decidían mostrarse al público. Sentido Rústico nació en aquel patio barrial y, aunque nunca volvió, puede decirse que nunca se fue de allí. Willy y compañía recuerdan aquella ovación como si hubiese sido ayer. El primer paso estaba más que dado.
Su primer disco, Sembrando conciencia, redondea esas primeras etapas; el arte y diseño y calidad del cd poco tienen que envidiarle a las grandes producciones. Fue grabado en el estudio-living-comedor acompañados por otro vecino, Mariano Costa (Ciudavitecos) y mezclado en los estudios Spiritual Records de la mano de Pappi Guerrina (Todos Tus Muertos). Willy recuerda: “Estábamos presentando un par de canciones del disco y veníamos tocando otras antiguas y aprovechamos para grabar el recital. Después produjimos el dvd con un poco de la historia del barrio”. La trompeta de Ale, la bata de Neco, el saxo de Paul, las congas de Jonatan y el trombón de Ambassador copaban la parte de atrás del escenario de aquel Niceto; un tanto más adelante, la voz de Willy y las guitarras de Lucas y Leo completaban el despliegue escénico. A las imágenes de aquella noche se les suman otras del barrio, “para que conozcan el proceso de antes de subir al escenario y vean cómo es el barrio”, se repite Willy.
 
 
Territorio tóxico
 
Cómo es el barrio?
Willy: Es raro. Hay mucha movida y gente que está viviendo en malas condiciones. Hay como una moda de pandilleros, de grupos que quieren mostrar que tienen el poder y ya no por una cuestión de drogas.
¿Por qué es, entonces?
Es una cuestión barrial, de territorio. No sé, yo digo que viene más de arriba: de los políticos y la policía. Por un lado le meten miedo al barrio y por el otro, le sacan el voto de alguna forma… Reparten yerba y harina y juegan con la necesidad. Éste es el mundo que tenemos: las guerras de bandas, sin querer, incluyen a todos.
¿De qué forma, por ejemplo?
Que estamos jugando un campeonato de fútbol y en medio del partido se arman tiroteos y tenemos que tirarnos al piso. O que ves a nenes de 6 años en la puerta de la casa del transa para comprarle paco. Son chicos que se manejan solos y que a esa edad ya están curtiendo la experiencia de un adulto. No es difícil suponer que esas sustancias son lo único que los alimenta. Entonces lo que generan es un plan macabro y perfecto: ésos son los pandilleros del mañana.
 
Ese plan, precisamente, es el que convirtieron en un tema cuyo título dice todo: Impunidad.
 
Tenemos frente a nosotros
un presente que duele,
un presente de injusticias
caos, dolor y muerte.
Siempre va a ser lo mismo:
quien nos cuida nos daña.
No quiero oír esas armas sonar
no comprenden que sólo violencia
han de crear.
 
Así, al ritmo del reggae supieron retratar y rechazar lo que la vida (la muerte) les convidó desde niños; Ese gueto contaminado también les enseñó las amistades con las que tejieron (buscaron) una amistad sana, musical, futura, esa palabra sin presente en el barrio. Tiene sentido.

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El huevo de la serpiente

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Barrio Villegas, Ciudad Evita. La noche del 10 de mayo, Penélope Lauman recibió tres tiros por la espalda. Sobrevivió para contarlo y revelar con su historia la trama de violencia de esas periferias sin ley y sin derechos. Zonas liberadas, donde dominan las pandillas que siembran miedo y droga entre los vecinos que se refugian tras las rejas y el silencio. Un caso testigo que desnuda las consecuencias sociales de un Estado que se muestra ausente e impotente. La pregunta que se hicieron entonces las amigas de Penélope abre un horizonte: ¿qué se puede hacer? Allí, donde habita el terrorismo de barrio y su vecina, la indiferencia. Apuntes sobre cómo vencer la parálisis y ganarle a la muerte.
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La ley de la transa

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Pablo Pimentel, de la APDH de La Matanza. Zonas liberadas, secuestros, desapariciones y torturas forman parte del plan criminal. La diferencia: la policía terceriza el grupo de tareas, ahora a cargo de menores.
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