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El mundo desde abajo

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¿Cómo viven los obreros de la era global? ¿Quiénes encabezan el ranking de la discriminación en la sociedad moderna? ¿De dónde salen los delincuentes? ¿Qué oculta el racismo cibernético? ¿Cómo se construye una casa sin dinero y quiénes erigen otro modelo de sociedad? ¿Cuál es el arte de estos tiempos? ¿Qué suena en la música y qué grita la calle? ¿Cómo escapar del aburrimiento? ¿Quiénes son los desaparecidos de hoy? Estos y otros enigmas zurcen esta recorrida por la isla que marca el fin del mundo y traza una cartografía diferente de la actualidad. Postales para sembrar preguntas, desarmar el mapa y poner las cosas en otro lugar.

El mundo desde abajoSobre la nieve están los niños sikuris (por la flauta andina que aprenden a tocar), que se hacen cuernitos para la foto y luego saldrán a esquiar deslizándose en tablas de aglomerado. Están también un maestro kolla, un homosexual rapado, un cronista freezado y un globo terráqueo. La temperatura es de unos 3 ó 4 grados bajo cero y para vernos tiritar hay que mirar hacia arriba: en Ushuaia los obreros están escondidos en las laderas de la ciudad. Favelas sobre la nieve, hechas en madera o chapa. Las casas parecen flotar: la parte de atrás apoyada en la montaña, y la de adelante sobre vigas de varios metros, según la pendiente. En lugar de pasillos y calles, hay escaleras y senderos de madera. Desde allí pueden verse el Canal de Beagle, la bahía azul, los rompehielos rojos, las montañas blancas.
Según la moda global y el electroencefalograma local, estos asentamientos –que en Ushuaia albergan a 30.000 de los 70.000 habitantes que se calcula tiene la ciudad– son considerados aguantaderos. En los comentarios de algunos blogs locales se lee:
 
“Ladrones de tierras… sepan que son INDESEABLES en esta ciudad”;
“Okupas, sigan mamando”;
“NAPALM para los NEGROS DE MIERDA… hay que hacerlos jabón (eso a los gorditos que rinden más)”.
 
Hay muchos otros llamamientos por el estilo, realizados por cierto establishment nacido y criado en la zona, siempre con el coraje del anonimato. Para descubrirlos, hay que ir hacia abajo del globo terráqueo, hacia un puntito del que podríamos llegar a caernos sobre la mesa. La idea de que el sur es “abajo” es un capricho cartográfico del norte (que se reservó estar “arriba”), cuyo principal efecto gravitatorio ocurre en la cabeza y la escala de valores de la gente. Las oficinas turísticas refrendan el argumento: estamos –dicen– en el fin de mundo. Como hablamos de un artefacto esférico, ¿no habría que pensar que éste es también el principio del mundo, o el centro?
En todo caso, Ushuaia es la ciudad más austral del planeta, Tierra del Fuego es la isla más grande de Sudamérica, y la provincia más joven de Argentina. Es tierra de nómades, sede de un genocidio perfecto, isla de la fantasía del progreso.
Pero ahora tocan los niños el sikuri y el universo no es tan frío. Las latitudes laten, las brújulas danzan, y no es muy clara la utilidad del globo terráqueo ni de otros caprichos, en un lugar donde hay demasiada gente intentando sus propias cartografías.
 
Maricas sin gueto
Los chicos salen corriendo de la escuela y se quedan jugando en la pendiente, esquiando con risotadas y tablitas sobre la nieve. Son prácticamente el único grupo humano que pude ver en Ushuaia haciendo algo puertas afuera.
Leandro González se pone un gorro sobre la cabeza rapada. Quiere que lo llamen de cualquier modo, menos gay: “Que me digan homosexual, puto, marica, cualquier definición es preferible a la de gay” postula. “Gay es una palabra inglesa, que significa alegre, divertido, pero se ha transformado en un cliché, en la imagen estereotipada de un consumidor con plata, que además está metido en un gueto. Nosotros queremos otra cosa. Planteamos la cuestión sexual como una de las posibles luchas, pero priorizamos cuestiones como el derecho a la tierra y a una vivienda digna”.
Leandro es inspirador del colectivo Ají Picante, de donde nacen la revista Ají y un cúmulo de intervenciones sociales y culturales que facilitan que personas de Tierra del Fuego (mujeres y hombres homo y heterosexuales que a su vez son inquilinos, desocupados, niños, migrantes e inmigrantes, okupas, artistas, obreros y escondidos, entre otros oficios) puedan conocerse y ser conocidos. No es lo habitual: pese al clímax tecnológico de la comunicación, muchas veces las personas y grupos sociales andan ensimismados, absorbidos por sus problemas cotidianos, o reducidos al rol de espectadores de pantallas. La incomunicación de la comunicación.
Datos tipo wikipédicos de Leandro: nació en Mar del Plata, donde vivió con su mamá Alicia y su hermana. “Siempre me acuerdo que un día íbamos en colectivo, Yo tendría 5 años. Subieron dos chiquitos sin plata, y el chofer les dijo que si aparecía el guarda los iba a hacer bajar. Mi mamá fue y les dio nuestros boletos. Dijo: ‘viajen tranquilos’. Ella falleció, pero hoy estaría haciendo trabajo social en cualquier asentamiento”. Clásica historia de padre ausente: “Iba, venía, se fue. No pasa nada”. Terminó la primaria y llegó la mudanza a Ushuaia, a una casilla en un asentamiento: “Las ventanas eran de plástico, estábamos colgados de la luz, el agua la teníamos que ir a buscar al chorrillo, la garrafa a tres cuadras”. Siempre hizo militancia en el barrio por la suya, no en partidos políticos. “Lo importante es hacer cosas para acompañar, para ayudar a solucionar problemas. Hacíamos chocolateadas gigantes en el barrio. Pero para mí eso es lo natural, lo que hay que hacer”.
Sin embargo, se hacía preguntas inquietantes. “¿Cuál es mi función en la vida? No puedo pasarla trabajando y siendo feliz con lo que el mundo denomina ‘feliz’: haciendo turismo y comprando”. Siguen las preguntas “¿Y cuál es mi lugar si quiero lograr transformaciones, utopías, llamalo como quieras? No soy un intelectual, ni un artista. Pero me siento un productor. Alguien que puede colaborar para difundir, para que las cosas se conozcan, que no sean invisibles, y se conecten entre sí para ser más fuertes. Eso es revolución”.
 
¿Existe la revolución?
Existe en lo que uno puede hacer cada día. Es el cambio. Y yo lo veo: lo estoy viendo en montones de cosas. Es cuando uno descubre su función, su potencia, y la pone en práctica. El tema es que cada uno sepa qué rol va a cumplir en la revolución. Yo encontré ese lugar: soy un link.
 
 
¿Con qué rima boliviano?
Leandro anduvo recorriendo mundo: Chile, Bolivia, Europa, Buenos Aires, y el regreso a Ushuaia. Hace cinco años (tiene 36) creó el proyecto Ají Picante, y una productora de contenidos llamada Le Ind que edita revistas relacionadas con el turismo y el comercio. Podría decirse que con Le Ind se gana el sustento, y con Ají se gana la vida. “Al principio me negaba a una militancia homosexual, pero con el tiempo entendí que podía ser una parte de lo que yo hacía, porque para los que no somos heterosexuales, la sexualidad te marca la vida, las relaciones con la sociedad. Pero entonces empecé a juntar todo. Y aquí en Ushuaia vi el hostigamiento que había hacia la comunidad boliviana. Yo había vivido en La Paz, ciudad que amo. Y entonces hice un clic y por primera vez escribí mi propia frase: Boliviano rima con Hermano. Empecé a pegarla en papelitos con cinta scotch para que la gente se la llevase, o la pintaba con esténciles. ¿Sabés qué me decían, incluso algunos amigos? ´¡Qué frase chocante!´ Para mí es al revés. Es hermoso hermanarse con un pueblo”.
Otro descubrimiento: el torneo de discriminación en Argentina es encabezado por bolivianos y paraguayos. “En tercer lugar, la diversidad sexual. Entonces dije: juntémonos con los que están igual o peor que nosotros”.
El link con Leandro conduce, así, al asentamiento El Obrero, y a Edgardo Quisver, en la escuela de apoyo escolar del barrio. “Aquí ayudamos a los chicos de primario con el estudio, pero además armamos una banda de niños sikuri, enseñando el instrumento, y estoy en otra escuela del asentamiento que es un proyecto intercultural bilingüe con el quechua, donde tratamos que los chicos aprendan a socializar y no se avergüencen de usar su idioma. En todos los casos tratamos de no reproducir la educación tradicional, con ese sistema de maestros que depositan sus saberes en los niños como si fuera el depósito de un banco. Queremos aprender nosotros de ellos y con ellos, que se sientan cómodos, aprendan y puedan crear. Es una enseñanza que no apunta a lo individual, sino a lo colectivo”. Parece perplejo, y se cruza moviendo los dedos de ambas manos: “O sea: todo esto está entrelazado. ¿De qué quiere hablar?”.
Empiezo a sospechar que Edgardo es otro link.
Su nexo es musical, a través del sikuri, esa flauta hecha de tubos (originalmente de caña) que representa un sonido que es el adn de la música del altiplano. Puede ser místico y alado, o puro carnaval y fiesta. Pero en el fin del mundo, Edgardo enseña el sikuri con una particularidad: “El instrumento tiene dos hileras de tubos en los que hay que soplar, ira y arka, macho y hembra, con distintas notas y sonidos que se complementan. Nosotros separamos esas dos partes, para que nadie pueda tocar solo. Al tocar con los otros, se aprende lo comunitario. Nos necesitamos. Y encima sale mejor, con más intensidad y más posibilidades musicales”. Otro link: Leandro conectó a los niños sikuris con bandas de rock y hip hop fueguinas, que quedaron maravilladas y ensambladas con todo esto, y pensándolo para nuevas fusiones.
Edgardo llegó desde Jujuy hace unos 20 años. “Desciendo de aymaras, soy kolla. Y muchísima gente del asentamiento viene de allí: de Bolivia, Jujuy, Salta. Para mi la identificación es regional. Puedo pasar fronteras y ser boliviano o argentino, y no quedarme en el nacionalismo que genera xenofobia”. Los chicos de familias bolivianas detectan que es argentino, porque come pan: “Es como la milanesa, que es de aquí, allá es chuño con picante de pollo. Pero hay diferencias que a veces se hacen fuertes entre nosotros mismos. Un boliviano le dice ´indio´ a un santiagueño. O se ofende si le dicen argentino. Y viceversa. Divisiones que no nos sirven para nada. Y nacen de una sociedad totalmente discriminatoria que convierte la identidad o el aspecto en un insulto”.
¿Cómo lo insultan a usted?
Se te ríen cuando te ven. Más si me pongo el chulo (el gorro de lana con orejeras). Se lo pone un turista y es muy pintoresco, pero abajo, en la ciudad, cuando paso con el chulo me eructan en la cara. ¿Qué hicimos para merecer esto?
 
Progreso, lavado y minga
La población de Tierra del Fuego (estimada en casi 140.000 personas) creció un 153 por ciento en los últimos 20 años y se calcula que actualmente está incrementándose en un 10 por ciento anual. Un ejemplo: en 1980 Ushuaia tenía 10.000 habitantes, hoy llega a los 70.000. Edgardo explica estas cifras con dos palabras: “Necesidad económica”. Y la explica así: “Venimos de lugares donde no hay trabajo. La familia sigue siendo patriarcal, entonces depende principalmente de lo que el hombre consiga. Se trabaja en verano, en invierno es la veda. La gente no tiene dinero para alquilar. Entonces se viene a los asentamientos a construir su casa”.
 
¿Cómo se construye?
Los paisanos andinos tienen un principio, el ayni, la reciprocidad. La minga minkay es otro concepto que nos hace ser iguales y complementarnos sin una cuestión de dinero de por medio. Se concreta haciendo una casa entre todos, capaz que en un día. El que convoca invita con un asado, un picante, todos trabajan. Luego hacen la casa del otro. Es ayudar al vecino. Y se consiguen materiales haciendo el pasanaku, como un círculo cerrado de ahorro entre todos. Así se va avanzando. En la ciudad dicen: ´Mirá cómo progresan, seguro que lavan plata´. No: lo que hacemos es trabajar y movernos en conjunto.
 
Edgardo cree que el principal problema del barrio es el frío. La población urbana de Ushuaia tiene el gas de red subsidiado, que jamás se apaga, a unos 50 pesos el bimestre. Pero en los asentamientos dependen de las garrafas: las subsidiadas, de 10 kilos, cuestan 10 pesos. Duran un día y hay que hacer cola para conseguirlas. Las no subsidiadas están entre 40 y 50 pesos. Por eso se recurre también a la leña (y los vecinos con red de gas acusan a los asentamientos de daño ecológico). Otros problemas son obvios: desocupación, pobreza, indiferencia. Menos obvio: “El alcohol, que es algo ajeno a nuestra cultura, y es un flagelo para muchos paisanos, con el que por un lado te controlan la cabeza y por otro se afecta a muchas familias”.
Miguel Ángel, del asentamiento La Bolsita, dice que tan grave como todo esto es el problema del agua: “A veces hay presión, pero si no, tenemos que ir a buscarla en tachos”. Una opción clásica en muchos hogares fueguinos es tener siempre las canillas abiertas. Es un desperdicio de agua, pero en el fin del mundo se aprende algo importante: todo lo que se queda quieto termina congelado.
Cómo deshacerse de un pueblo
Leandro dice algo raro: “Me siento nómade”. (De hecho, oscila su vida entre Ushuaia y Río Grande). El nomadismo tal vez sea una marca de estos tiempos. Los migrantes e inmigrantes son nómades expulsados o empujados casi siempre por la pobreza, pasajeros en tránsito que no tienen claro su destino. Para Leandro ser nómade es el modo de no congelarse, como el agua de las canillas fueguinas.
Los nómades fueron los primeros habitantes reales de Tierra del Fuego (o sea: anteriores a los “nyc” que escriben blogs). Es una historia de 10.000 años que en 40 años de lo que se suele llamar “civilización” quedó exterminada. Los selk’nam (los rebautizaron onas), con sus hogueras, son los que inspiraron a Hernando de Magallanes para que esto se conozca como Tierra del Fuego. La historia oficial es narrada a veces como un anecdotario de viajeros españoles, criollos y británicos. Entre éstos estuvo Charles Darwin, colectando datos para estipular su teoría de la evolución (horror cristiano: no descenderíamos de Adán y Eva) que terminó siendo malversada como “darwinismo” o “ley del más fuerte”, según la cual la evolución es una carrera en la que los “débiles”, los que no pueden o no quieren adaptarse, quedan en el camino destinados a desaparecer.
Sin necesidad de teorías, en Tierra del Fuego exterminaron a todo el pueblo indígena a lo largo de unos 30 años. Se calcula que 4.000 habitantes de la isla murieron por enfermedades contagiadas, por envenenamiento consumado por los civilizadores blancos, y merced a la cacería: se pagaba una libra esterlina por indio muerto, dato que debía confirmarse con la presentación de la oreja correspondiente. Las masacres permitieron la instalación del progreso, a través de la ganadería (ovejas). Los selk’nam que sobrevivieron fueron deportados y recluidos en la isla Dawson, chilena, donde la misión salesiana rubricó la tarea santamente, con cementerio y cruces. En 1910 no quedaba ni uno vivo, y la misión se cerró.
Como la zona quedó un poco despoblada, las autoridades (temerosas de Chile) idearon reactivar el crecimiento demográfico instalando una cárcel. Los presos traídos desde el norte (en Tierra del Fuego, el resto del mundo es el norte) eran usados de paso como mano de obra. Hubo asesinos seriales como Cayetano Godino (el “petiso orejudo”), anarquistas como Simón Radowitzky (cuyo atentado mató al jefe policial Ramón Falcón), pero sobre todo obreros díscolos y dirigentes políticos (los radicales, en tiempos de la llamada Década Infame, por ejemplo). Entre presos, guardiacárceles y burocracias afines se sumaba menos de 1.000 personas. Se cerró en 1947, durante el primer gobierno peronista, por razones humanitarias. En los 70 se militarizó la zona por el conflicto del Beagle. Luego llegaron las leyes de promoción industrial, que llenaron la isla no de industrias reales, sino de ensambladoras de electrodomésticos, pero generaron la posibilidad de trabajo para miles de nómades que llegaron para reescribir su propia teoría de la evolución.
¿De dónde vienen los delincuentes?
Según informes policiales, en un semestre de 2009 hubo en Ushuaia 170 robos, 224 hurtos, 189 daños y 590 delitos contra la propiedad. Es difícil saber cómo se ensamblan estos informes siempre alarmistas y promotores de pedidos de mano dura, genéricamente, contra la gente de los asentamientos, culpabilizada por la supuesta ola de inseguridad. Esto fue desmentido por Gustavo Ariznabarreta, el defensor oficial de Tierra del Fuego ante el Tribunal Superior de Justicia, cuando informó, en junio pasado, que aproximadamente el 90 por ciento de los detenidos en las cárceles de Ushuaia son fueguinos, o personas instaladas desde hace mucho en la isla. Con lo que sí cumplen, aclaró, es con la selectividad del sistema penal, que siempre encarcela a un determinado tipo de persona, o de estándar socio-cultural: los pobres. Dijo Ariznabarreta: “Nos alteramos solamente con aquello que pone en peligro mi seguridad, estereotipada por un modelo o arquetipo de persona: tatuado, pelo largo, color de piel, determinada forma de hablar”. (Nada es exagerado, todo puede ser antológico: en junio, los taxistas de Tierra del Fuego solicitaron a la gobernación que impidiera el ingreso a la isla de personas tatuadas, hasta registrar sus antecedentes penales).
Ariznabarreta advirtió sobre las tendencias xenófobas, y agregó que la cantidad de presos en Tierra del Fuego es diez veces mayor que el promedio nacional. “El nivel de persecución penal y detención de personas es muy superior al promedio, al contrario de los que piensan que acá no pasa nada”. Aclaró que las condiciones en que viven esos presos son “aberrantes”.
 
Cooperativa de destrucción
El link-Leandro también conecta con otro asentamiento, La Bolsita, donde los vecinos se han organizado como cooperativa de autoconstrucción de viviendas Balcones de Ushuaia, inspirados en el moi (Movimiento de Ocupantes e Inquilinos) con el símbolo de dos caracoles que se dan la mano con su hogar a cuestas.
La Bolsita nació en 2005, sobre un morro. Cuenta Edi: “Abajo había un basural, el viento hacía volar las bolsitas de plástico. Toda la mugre venía hasta acá, y nos quedó el nombre”.
Teresita integra el Foro Social Urbano, otra asociación de personas que no se resignan, y explica que este proceso autogestionario logró dos cosas: “Una, desjudicializar, porque estaban todos con causas abiertas por usurpación. Y la otra, pelear por el acceso a la tierra a través de la cooperativa. Nunca se había hecho esto. Siempre es el Estado que te daba la tierra, o te hacía vivir en un listado”. Hay 5.000 familias inscriptas en el Instituto Provincial de la Vivienda (ipv), esperando acceder a casas de construcción discutible, por las que deberán pagar cuotas siempre arriba de los 1.500 pesos mensuales. Miguel Ángel: “Yo tengo el número 107, pero además de los inscriptos hay unas 17.000 personas que fueron a pedir casa o lugar”. La mayoría no logra ni anotarse, por no cumplir requisitos como el de tener cuatro años de residencia en la isla.
Otro filtro es el de los desalojos permanentes, que han sido tercerizados a través de una cooperativa de signo contrario, dedicada a la destrucción de viviendas, llamada Magui Mar. Instalaron casillas en las entradas de los asentamientos para evitar que suban materiales (y como un obvio modo de vigilar a los vecinos). Por lo tanto, en plan hormiga, las casas se van haciendo con elementos y retazos que no excedan el tamaño del baúl de un auto para burlar esa frontera. “No los dejan subir ni una cama” explica Fernanda Rivera Luque, que ha estado realizando ensayos fotográficos en los asentamientos durante los últimos cinco años.
Cuando aparece la orden de desalojo, Magui Mar sube con fornidos sujetos poco cooperativistas, custodiados por la policía local. Tiran abajo las casillas, y luego serruchan y hachan cada material para dejarlo inutilizable. El propio intendente radical, Francisco Sciurano (el ingenio local lo rebautizó Scianuro) salió a avalar a Magui Mar y se ha fotografiado junto a las casas así destruidas como mensaje para futuros nómades que quieran acercarse a la isla. Algunos concejales de Ushuaia (del ari y fpv) sospecharon que la contratación de Magui Mar era un tanto gaseosa, la pusieron en tela de juicio y fueron amenazados públicamente por los fornidos sujetos.
Edi, en La Bolsita: “Nosotros nos mensajeamos para convocarnos a resistir, y armamos barreras humanas, pacíficas, para evitar los desalojos. Lo logramos a veces. Otras no”. Su diagnóstico: “Esto era una mina de oro con las leyes de promoción industrial. Quedó la mina, pero ya no hay oro”.
Edi agrega un dato pocas veces pensado: “Nosotros somos los que llevamos adelante día a día la ciudad. Los que la armamos, los que la construimos, hacemos los hoteles, hacemos los trabajos, compramos en los negocios, pero no hay políticas sociales ni de ningún tipo para nosotros”. No vende falsas imágenes: “En los barrios hay problemas, para un chico no hay nada que le dé alguna perspectiva de educación, trabajo o vivienda. Para colmo la discriminación. Tenés que mentir tu domicilio. Bueno, acá ni siquiera teníamos un domicilio, fue otra pelea que tuvimos que hacer”. Se acomoda el gorro celeste y blanco argentino: “Además de la cooperativa, vamos a poner una radio. No queremos ser noticia, sino decir lo nuestro. Si ésta es una sociedad en la que todos vivimos, queremos que nos escuchen y que podamos participar en las decisiones que se toman sobre nosotros mismos”. La cooperativa Balcones de Ushuaia integra hasta ahora a 300 vecinos de La Bolsita. Teresita: “Y esto va a replicarse. Porque aquí pasa lo que decía la Biblia: crecemos y nos multiplicamos”.
Una fórmula
Ahora estamos en otro asentamiento y en otro galpón, con 50 personas en ronda, con carpetas, mate y proyectos. Desde Cero es otra cooperativa de autoconstrucción de vivienda, que está esperando la cesión de un terreno ya detectado donde instalarse para construir conjuntamente 36 casas. Nahuel Mieres preside la cooperativa. “Pero acá nadie manda, esto es horizontal” dice Marita, la tesorera. Nahuel: “Somos inquilinos. Yo pago 1.800 pesos por mes en la montaña por dos habitaciones”. Algunas características que explican casi coralmente.
 
Propiedad colectiva: “Vamos a ser los dueños del barrio pero nadie va a poder negociar la propiedad por su cuenta. Todo es de todos. Todos somos dueños de la propiedad colectiva”.
Ayuda mutua: “La vivienda se hace con el apoyo del moi y construida por autogestión se abarata en un 40 por ciento, pero encima se usan los mejores materiales. La casa que te hace una constructora es mucho más cara, y los materiales son de cuarta. Poniendo horas de nuestras vidas, vamos a ayudar en la construcción de nuestro barrio”.
Me pasan un mate y relatan que una casa actualmente puede valer entre 200.000 y 300.000 pesos, según el tamaño. “Sacale el 40 por ciento”. Bien, ¿pero de dónde sale esa suma? Nahuel: “Hay un convenio impulsado por el moi (que integra la cta) por el cual el gobierno nacional y provincial otorgarán créditos blandos a proyectos de autogestión. Cada vecino irá pagando su casa, pero el valor de la cuota será mucho menor que el de un alquiler”. Calculan 1.000 pesos por mes (todo según resulten los costos finales) para casas de calidad donde gran parte del valor estará dado por el propio trabajo de los vecinos.
El MOI ha planteado una especie de fórmula, que trata de responder una pregunta que venían haciéndose los zapatistas: ¿cuál es la velocidad del sueño? La fórmula es así:
vs = c x n x
(a + am + pp + op + m + at ) – fn
 
VS es la velocidad del sueño;
C es caracol (o sea, la familia que quiere tener su casa);
N es cantidad de caracoles;
A es la autogestión;
AM, la ayuda mutua;
PP, la propiedad colectiva;
M, movilización;
AT, asistencia técnica;
FN, las fuerzas negativas (burocracia, falta de voluntades políticas, no asignación de recursos, desaliento, debilidades internas propias, y la falta de todo lo que incluye el paréntesis de la fórmula). Marita lo explica de otra forma:
 
“Uno sólo no tiene fuerza.
El grupo te alienta.
No queremos que nos regalen nada.
Estamos probando cómo hacer algo diferente”.
 
 
Rap radioactivo
La conectividad fueguina de Leandro nos lleva ahora a conocer a José Luis Miralles, un artista que de la pintura pasó a la basura: “Reciclo lo destruido por el neoliberalismo para demostrar lo que se puede hacer con casi nada”. Instrumentos musicales que funcionan a partir de dibujos escaneados, construcción de imágenes luminosas y hasta un cortometraje sobre una fábrica recuperada, Renacer (la vieja Aurora Grundig) con el símbolo de un Mickey Mouse crucificado. José Luis aporta al trasfondo de mucho de lo que ocurre aquí: “Me cambió la vida cuando vi el cierre de fábricas, vi cómo les pegaban a los obreros que reclamaban, y estuve en el acto en el que la policía mató a Víctor Choque (obrero de la construcción asesinado de un balazo de plomo en la cabeza, en abril de 1995). Pensé: esto no puede estar pasando. Pero pasaba, y cambió toda mi relación con el arte”.
Otro link: Radioactiva, una radio instalada en una casita que parece de cuento, entre el bosque y la nieve. Es la única emisora comunitaria argentina al sur de Radio Encuentro de Viedma. “Por definición nos salimos de la agenda y el periodismo pedorro de las radios convencionales” plantea Paul Maturo, quien con Guillermo Wilson se encargó de revivir un proyecto que parecía coagulado como el hielo, pero que ahora propone una grilla de 21 producciones propias, con lo cual superan a todas las radios comerciales del área. En los barrios se ilusionan con radio propia: “Y para nosotros eso es buenísimo y vamos a ayudar en lo que podamos. No lo pensamos como competencia, sino como una forma de concretar la idea de pluralidad y libertad de voces”, dicen, aclarando que celebran la posibilidad abierta por la Ley de Servicios Audiovisuales.
En esta radio actuó, justamente, el conjunto de hip hop Edición Sur, formado por Fraca, Seraf, Pono y Charly (edad promedio: 20 años), que cantan:
 
“Patria sucia,
esconden la basura bajo la alfombra
escondidos siempre
detrás de la sombra
y qué te asombra,
nación acostumbrada
todos a kejarse,
¡pero nadie hace nada! ”.
 
Hijos de trabajadores migrados a Tierra del Fuego, ellos mismos trabajan haciendo changas, y se presentan en festivales organizados por Ají. Dice Fraca: “Yo le desconfío al gobierno tanto como a Canal 13. Todos hablan de libertad, pero nadie le da pelota a la sociedad que reclama y protesta. Los del gobierno dicen ‘qué lástima la gente pobre’ y se compran hoteles de millones de dólares. Pero con un hotel de esos, sacás a todos los pibes de la calle”. Y agrega: “Nosotros decimos lo que pensamos. Ésa es la libertad de expresión”.
 
 
El desaparecido
En Río Grande, a 210 kilómetros de Ushuaia, Leandro González ha instalado otro link con los jóvenes de la ciudad: “Estaba organizando el festival Abajo, en Ushuaia, y vino todo un grupo de chicos desde Río Grande. Flashearon y flashé. Otra vez lo mismo: no eran homosexuales, sino tipos creativos que querían hacer cosas”. Leandro de adolescente había hecho un juramento: “Lo escribí y todavía lo tengo. Juré que cuando creciera nunca iba a ser como la gente adulta que conocía. Prefiero seguir pensando como los adolescentes. Ahora soy adulto, pero comparto los espacios con los pibes para que puedan expresarse. Y de hecho creo que Río Grande es el polo cultural más importante de la Patagonia Austral, a pesar de las trabas”. Una confirmación: “Los adultos actuales siguen siendo iguales que los que yo veía de chico. Para permitirles hacer la muestra de arte tienen que pagar una custodia policial, o les levantan la presentación”.
Hay cosas peores. Uno de los jóvenes de Río Grande estaba haciendo un graffiti hace poco y lo rodeó la policía: “Me dijeron que si hubiera militares no existiría gente como nosotros. Me pegaron. Dijeron que me iba a pasar lo que le pasó a un pibe de acá, que desapareció”. El joven Ezequiel Huirimilla (18 años) está desaparecido desde abril último. Su familia apunta a la policía. Las investigaciones no avanzan y los medios repiten la narración policial acerca de un supuesto suicidio. En cambio, lo que los policías le dijeron al chico que pintaba el graffiti abre al menos la hipótesis de que la familia tenga razón. Mientras, otro chico sigue desaparecido en el país de los desaparecidos.
Pese a todo, lo que se armó entre Leandro y los chicos fue Maraño, una muestra artística que ya lleva siete ediciones, y que reúne fotografía, pintura, cine, DJs, poesía, teatro, hip hop, rock, danza, arte urbano, presentación de revistas, libros y fanzines independientes, entre el cúmulo de ideas y proyectos que forman una maraña que para cualquier concurrente desprevenido no puede resultar sino una fiesta. Detalle: hay más de 100 expositores, decenas de grupos musicales, artistas de todo tipo, y con un bajo promedio de edad, masivamente ubicado entre los 15 y los 25 años.
El proyecto ya ha permitido además la edición de tres libros: Mother Earth (recopilación de fanzines de Vicky Veganito), Jorf (sus bocetos y dibujos), y Solo (poesía de Florían D’Lumo). Maraño interviene además en las calles, con graffiti, pintadas y esténciles: dos curas besándose bajo el lema “Opus Gay”; “No seas parte del rebaño, sé tú mismo” o “Nazionalismo = Patriotismo = Mierda”. Los chicos de Río Grande linkean naturalmente con los raperos, con los okupas y desocupados, con los ofendidos y humillados, con Ají y las ideas de diversidad, con los problemas de la época.
Vicky Veganito (21 años) explica: “Ésta es una ciudad-fábrica. No te da muchas opciones. Pero las opciones uno tiene que crearlas. El problema es que Río Grande es aburrido”. El aburrimiento, según investigaciones inéditas, es un posible acercamiento al cementerio. ¿Qué hacer frente a eso? Diego: “Hay pibes que trabajan en las fábricas. Ganan bien. Viven con los padres. Esperan el sábado y salen a dar vueltas con sus autos nuevos. Se emborrachan. Pasa el fin de semana, vuelven a la fábrica. Y siempre así”. Nico: “No me copa pensar que eso es la vida, aunque todos crean que es lo correcto y lo normal”. Vicky: “Yo hice trabajos de ese tipo. La verdad, sentí que sólo perdía el tiempo. Creo que estamos mostrando que puede haber otra forma de vida. Que podés tratar de cambiar las cosas, hacer lo que te gusta. A veces estás solo, pero cuando salís, conocés gente, te juntás, pensás proyectos, libros, músicas, ideas, todo eso te enriquece”.
El moi armó una fórmula. Los chicos de Río Grande no son tan algebraicos. “¿Para romper el aburrimiento? Hay que estar con otros, pensar las ideas que querés, y concretarlas” dicen estos jóvenes que no necesitan memorizar fórmulas porque parecen conectar fluidamente con una intuición que a tantos adultos se les ha congelado: saben cuál es la velocidad de los sueños.

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