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¿Dónde queda adelante?

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La vanguardia hoy. La palabra es una excusa para ubicar esas experiencias que rompen los límites establecidos y se atreven a crear otras formas de pensar la realidad. A partir del intercambio entre un puñado de cómplices que comparten sus miradas, armamos una cartografía arbitraria y pasional de personas, grupos y obras que juegan nuevos juegos y ponen a prueba gustos y sensibilidades. Pistas para desintoxicar el alma.

¿Dónde queda adelante?MU dice:
Este ejercicio de reflexión no es algo que pueda hacerse en solitario ni a partir de las propias convicciones. La mirada personal reproduce aquello que, precisamente, es necesario combatir: el miserable pedacito en el que estamos encerrados en una sociedad que nos divide en anaqueles y con férreas etiquetas que nos alteran no sólo la vista, sino el alma. No se trata de luchar contra quienes nos dictan quiénes somos, qué podemos hacer y qué no, sino contra las formas en que condicionan nuestra subjetividad para aprisionar nuestros sueños y nuestros deseos.
 
Sueños y deseos, precisamente
son los que producen eso que
llamamos arte.
 
En 2001 fuimos privilegiados testigos de cómo una nueva generación de producciones artísticas nació y pobló las calles. Lenguajes, formatos, signos y símbolos nuevos, novedosos, fueron paridos en un proceso colectivo y heterogéneo que sacudió los anaqueles y arrancó las etiquetas. Eran creaciones que se proponían todo, porque no había nada.
Ni Estado, ni dinero, ni mercado.
Casi diez años después, esa turba ha impregnado todas las formas de producción, de pensamiento y de organización de lo creativo, pero también y al mismo tiempo, ha insuflado en las instituciones más decrépitas un soplo de vida.
El problema es qué vida.
No se puede analizar esta incógnita –que es nuestra, nuestro enigma– en solitario. Las preguntas, entonces, que les planteamos son sencillas y enormes:
 
¿Dónde está eso que por costumbre y en relación al arte llamamos
vanguardia? ¿Alcanza esta palabra hoy para definir una forma de
hacer distinta?
 
¿Por qué el destino de todas las formas que subvierten el orden es terminar necesitando algún tipo de reconocimiento institucional? ¿No hemos podido o sabido crear otras formas de aliento? ¿Es tan caníbal, competitivo y solitario el proceso creativo independiente que favorece, con esto, las cooptaciones?
 
¿Cómo y quién logra hoy jugar otro juego?
Amador Savater dice:
Creo que no me hubiera costado contestar la pregunta sobre la “vanguardia” en torno a 2001. Habría enumerado: hackers, militantes de la autonomía, okupas, guerrilleros de la comunicación… Habría señalado las alianzas entre underground cultural, espacios políticos, artivistas, telemática antagonista…
En definitiva, todos aquellos mundos que construían la potencia de las redes (físicas y virtuales), que expresaban y encarnaban el mismo paradigma de la red: inteligencia colectiva, cooperación, obra como proceso, público activo, etc.
Esos mundos vivían, o nosotros los vivíamos, como una especie de “afuera”, efectivamente, un afuera que jugaba a la vez a la infiltración (la guerra de guerrillas en el espectáculo) y al éxodo (la producción de nueva realidad: centros sociales, espacios telemáticos antagonistas, comunidades alternativas, etc.).
Ya no estamos ahí. Ha habido un cambio a la vez general y generacional. Es decir, que al mismo tiempo que se disolvía el plano general de politización, muchos hicimos (tuvimos que hacer, aún estamos haciendo) el ingreso duro en el mercado laboral.
La red ya no es un paradigma alternativo, sino el mismo modo de ser del “sistema”.
Ahora veo que es muy difícil contestar la pregunta por la “vanguardia” hoy. Yo podría contestar algo, pero otro contestaría otra cosa completamente distinta. Es decir, no sólo es difícil ver qué pasa, sino que es difícil que veamos lo mismo.
Para contestar, aunque sea aproximadamente, hablaría:
1) del “reparto de lo sensible” (que dice Rancière) y
2) del “reparto de los fungibles” (que añado yo medio en broma).
 
1) El reparto de lo sensible alude al problema de cómo interrumpir hoy el “hilo musical” que define la realidad y abrir lo posible. No sé muy bien cómo se hace esto, pero sí cómo NO se hace (creo que es la “banalización”):
 
Presuponiendo el anticapitalismo, es decir, partiendo de una conclusión que se supone común y dada de antemano (el anticapitalismo).
Mediante el modelo de la denuncia, porque “quien denuncia, se exime” como dice la gente de Tiqqun, es decir, evacua el problema de su propia responsabilidad e implicación en lo que ocurre.
Mediante la crítica estereotipada de los estereotipos (el juego izquierda/derecha, las críticas previsibles o las que parten de una “línea correcta” para la que quieren reclutar gente, etc.).
Sin asumir el problema de la “crisis de palabras”, la dificultad para crear lenguaje, para acoplar palabras y experiencias, y la facilidad para que se den desacopladas (decir una cosa mientras se hace otra, el discurso que gira en el vacío, etc.).
Sin asumir el problema de la autorreferencialidad y los circuitos cerrados, la dificultad para “generalizar” las experiencias, para que se comuniquen, etc.
 
¿Qué prácticas desafían esa banalización, ese devenir-banal del pensamiento-creación que no dice nada, ni toca nada, ni genera nada? Pues por ejemplo:
 
Algunas “perlas” dentro de la cultura de masas más cutre, como es el programa Vaya semanita que satiriza la situación político-social-cultural en el País Vasco. Aprovechándose de las ambigüedades del humor, logra desmontar los estereotipos que reproducen una y otra vez el conflicto vasco.
A mí me interesan también las “flash mob”, esas autoconvocatorias que se lanzan desde la red para tomar la calle con alguna finalidad “lúdica” o “absurda”.
Lo que llamamos “filosofía de garaje”, experiencias de “nueva artesanalidad” que piensan/crean por fuera de las instituciones, con amigos, sin pasar por intermediarios, mercado, lo masivo “porque el futuro prescinde de todo eso” (como dice la gente del grupo de música mexicano La Lengua).
Experiencias de relectura del pasado, porque el pasado también es capaz de desafiarnos y exigirnos pensar más y dar más de sí, cuando logramos que no nos acompleje.
Etc.
 
2) El reparto de los fungibles alude al problema de la radical pérdida de control sobre los ritmos, las condiciones, los formatos y las finalidades de lo que hacemos.
 
Hoy se hace/trabaja:
 
En la mayor de las precariedades (falta de seguridades, etc.)
En la presión constante por “producir” (todos los amigos y yo mismo andamos siempre con problemas de estrés, ansiedad, relajación, falta de tiempo…).
Bajo la lógica de proyectos que impide que se construya nada porque todo se disipa de un año para otro.
En la estandarización expresiva. (siempre se evalúa la visibilidad mediática, las audiencias contables)
En la privatización de los saberes mediante el copyright y demás.
En la división del trabajo entre quien manda y quien obedece, quien paga y quien crea, etc.
 
Las experiencias que desafían esta situación son las que refuerzan nuestra autonomía para trabajar en otras condiciones, materiales y simbólicas.
Aquí lo más curioso y a pensar son las pocas luchas que hay. ¿Por qué? ¿Porque las herramientas antiguas ya no valen y no se inventaron nuevas?
¿Por la dificultad que tenemos de poner el dinero en el centro de la acción política (de jugarnos juntos los cuartos que necesitamos para vivir)?
¿Por el ideal del Yo-autónomo que florece en los trabajos creativos y que cree que puede salvarse solo, sin necesidad de lucha o colectivo?
¿Por la dificultad de repensar qué significan hoy las mismas palabras “lucha” y “colectivo”?
 
Pero haberlas haylas:
 
La lucha de los “intermitentes del espectáculo” en Francia:
Las experiencias de trabajo autónomo, cooperativo, que son directamente políticas contra el miedo, contra el miedo que genera ese “enfrentarnos solos al mundo” que define nuestra situación contemporánea.
Las instituciones realmente alternativas que construyen otras condiciones de tiempo y trabajo, como puede ser el caso de Medialab en Madrid.
Los centros sociales…
Etc.
 
En fin: que ya no haya “afuera”, que todo haya pasado “adentro”, no quiere decir que todo esté absorbido o recuperado, sino que todo es más ambigüo, complejo. Estamos aprendiendo a movernos ahí.
Vuelvo a la horchata.
Abrazo de Amador.
 
 
 
daniel link dice:
 
 
 
Mmmmmmm (que no es lo mismo que mu).
Yo diría:
La vanguardia es un fenómeno histórico que tuvo circunstancias bien delimitadas para su aparición (y también su ruina). Los caminos de la vanguardia (que siempre soñó con acabar con el arte y la cultura, al mismo tiempo) terminaron en un callejón sin salida, cuando se vio que todo podía ser recuperado, en algún sentido, por los dispositivos de normalización social (que, en el caso del arte, pasan por los Museos, las Academias, los Aparatos Escolares). De modo que yo no me lamentaría por la imperceptibilidad de la vanguardia como la conocimos siempre (quizá, su último estertor fue durante los 60), porque lo que hoy se impone es otra forma de pensar la experimentación estética. ¿Qué es un experimento? Algo cuya salida se desconoce de antemano (al contrario, la vanguardia siempre fue muy programática).
Está en prensa un libro de Diego Bentivegna, llamado Castellani crítico. Ensayo sobre la guerra discursiva y la palabra transfigurada que es una intervención decisiva en ese sentido: recupera la obra de Castellani como aquello que no se puede leer (que la crítica ha decidido no leer). Eso es un experimento intelectual que nos obliga a pensar todo de otro modo. En cuanto a las artes visuales, todo es muy chato, porque todo está muy comprometido con los mecanismos de compraventa. Pero en cine, Edgardo Cozarinsky acaba de estrenar una película llamada Apuntes para una biografía imaginaria que es totalmente experimental en el sentido antes señalado. Y Albertina Carri tiene en los cines un corto llamado Restos que va en la misma dirección.
En literatura, ni hablar: hay muchísimas “obras” que interrogan el presente desde un lugar radicalmente contemporáneo, es decir, que se interrogan sobre los lazos comunitarios, sus alcances y sus imposibilidades. Sobre esto, prefiero no dar ejemplos, porque me siento muy involucrado. La vanguardia, en definitiva, diría, siempre fue un juego de jóvenes burgueses que hoy, naturalmente, ya no tienen interés alguno en el arte y la cultura.
Digamos que hay muertes que uno no lamenta tanto…
Saludos
DL
 
 
 
maría galindo dice:
 
 
 
El arte como todas las producciones sociales tiene edad, tiene sexo, tiene color de piel, tiene lugar geográfico, origen cultural y opción sexual. No hay un arte por encima de todos esos sentidos sociales, no hay un arte que esté por encima de la mezcla compleja de todos esos sentidos sociales al mismo tiempo. E inclusive todos esos sentidos de edad, sexo, color de piel que acabo de nombrar son sólo unos cuantos, de entre todos los que no alcanzo a nombrar y a veces de los tantos otros que mi sensibilidad no alcanza a entender vivir y sentir. Todos y cada uno de esos sentidos son sentidos que tienen un valor y un significado político, estético y ético al mismo tiempo.
No tengo la clave que resuelva los laberintos de la creación y su potencial transformador de una sociedad. No tengo la clave que permita descifrar como una frase, un signo, un dibujo o una canción resquebrajan y erosionan los poderes que enmudecen a una sociedad. No tengo la clave que permita descifrar cómo una frase, un signo o una canción disuelve mecanismos de opresión y abre caminos de esperanza.
Pero así como me queda claro que ningún banco subvencionaría una operación de robo de sus arcas para repartir los billetes entre todos los transeúntes, sino que ese robo será siempre un acto conspirativo.
Me queda claro también en cuanto a la creación: que entre creación y creatividad como valores universales a todos y cada uno de los seres humanos y arte como producto escogido y seleccionado hay una expropiación por parte de la institucionalidad del arte de la fuerza creadora de una sociedad y es en ese momento en el cual el artista se convierte a su vez en un objeto de la propia institución que lo ha proclamado como artista.
Me queda claro en cuanto a la creación que hay de por medio un profundo problema político, un problema político que es ético y estético al mismo tiempo. Un problema político que pasa por las subvenciones y los auspicios que están destinados a ser antidemocráticos, condicionantes y excluyentes por definición y de antemano.
Un problema político que pasa por las legitimaciones y las alianzas con el poder político establecido sea en su versión de partido, en su versión de oenegé, o en su versión de tendencia de consumo.
Me queda claro que la creación está atravesada de principio a fin por un problema político que es ético y estético al mismo tiempo y ese problema político es un problema de poder y de relaciones de poder a la hora de asignar valor de arte a un objeto o una acción: por eso en la relación hombre-mujer el artista es en principio hombre creador versus mujer como musa inspiradora.
Por eso el artista es en principio blanco, europeo y civilizado y por eso es que las tendencias creativas van marcadas de norte a sur en una especie de seguidilla estúpida de los cánones estéticos marcados por las sociedades europeas e introducidos en nuestras sociedades por las clases dominantes y asimilados por nuestros “artistas” en una suerte de relación complaciente con todas las formas de subordinación creativa.
El papel del arte y lo que es arte o no lo es, es un problema irresuelto que tiene que ver con la asignación de valor artístico. Asignación de valor artístico que es administrada por la institucionalidad artística de cada sociedad. En el sur del mundo este problema se convierte en un doble problema porque los cánones de valor artístico son administrados en función de los cánones y códigos producidos por las instituciones artísticas de las sociedades del norte. En una suerte de pliegues y pliegues de relaciones de poder que terminan constituyendo una costra que atrofia las fuerzas creativas de las sociedades del sur. En sociedades como la boliviana esos pliegues de poder adquieren una dimensión trágica que enmudece a la sociedad misma.
Por razones que tienen que ver con la vitalidad creativa de mi trabajo, por razones que tienen que ver con el valor subversivo de la creación, me coloco y ubico como agitadora callejera y no como artista, en una reubicación política, ética y estética.
Me interesa desatar voces tímidas, estridentes, roncas, bajas y altas;
Me interesa desatar todas las rebeldías que me habitan;
Me interesa desatar todas las rebeldías que entiendo;
Y todas las rebeldías que no entiendo también;
Desatar conflictos fecundos ricos en incertidumbres;
Desatar escándalos fecundos ricos en curiosidades;
Desatar opiniones fecundas ricas en pensamiento.
 
Entiendo que la creatividad es un instrumento de lucha.
Y el cambio social un hecho creativo que permite a una sociedad entera reinventarse a sí misma y en eso trabajo y a ese proceso aporto con mi cuerpo con mi rabia y con mi creatividad.
Dejo estas reflexiones explícitamente inconclusas.
María
 
cecilia wara dice…
 
 
 
En las artes plásticas vos podés ver algo que es “cualquiera” y tener un disfrute de eso. En la música es más difícil. Si algo suena muy raro, si se corre de un padrón estético definido quizá no resulte “escuchable”. Sin embargo, hubo compositores como John Cage, que rompieron límites. Él usaba el término “música no-intencional” para algunas de sus obras. Un ejemplo es 4′ 33″ (1952), cuya partitura no especifica sonido alguno que deba ser producido durante los 4 minutos y 33 segundos que dura… y la gente era capaz de admirarla. Eso era supuestamente vanguardia en esa época. Ahora casi no hay cosas insoportables.
De lo que está sonando rescato a Leonardo Martinelli y su Tremor, que suena como una re banda. Él pudo profundizar, viajar, trascender un poco más allá de los géneros, de las fronteras, y el resultado es esa mezcla de lo folklórico y lo tecno, lo digital y lo cotidiano. El tipo mete el charango, el bombo legüero, el acordeón, el violín y la computadora y para definir lo que suena se tienen que inventar términos como “malambo electro-timbal” o “chacarera glitch”.
También está Camilo Carabajal, que toca el bombo salvajemente… Para mí él es vanguardia. Y creó toda una movida a partir de su estilo cuando tocaba el bombo y la batería en Semilla, que era una banda de la movida de la peña eléctrica del folklore. Hicieron un cover en castellano de un tema de los Stones, con ritmo de chacarera. El chabón es como que reinterpretó, desde su visión, la música que le interesaba para hacerla propia. En vivo, lo vi un par de veces. Laburaba con un DJ que hacía unas cosas muy locas. De repente, en pleno agite, sonaba como un pájaro y entrabas en un clima que te colocaba en otra realidad…
La vanguardia, en algún punto, muestra hoy algo antiguo, su germen: el reflote de una idea ancestral. Siempre fue así, en realidad, pero ahora se ve más claramente. Cuando Occidente se quedó sin ideas, volvió a buscarlas a los pueblos originarios. Lo nuevo puede ser algo viejo, en un nuevo contexto.
Eso.
Ceci
 
 
 
pablo marchetti dice…
 
 
 
Durante siglos, el arte (fundamentalmente la pintura, pero también el dibujo y la escultura) debía comunicar. Por supuesto, existía en Velázquez o en Goya la vocación de tocar una fibra íntima, narcisista y espiritual, es decir, el nervio artístico, ese que existe gracias al regodeo personal, a la emoción o como quieran llamar a eso que le pasa a quien ve una obra; pero también era fundamental que el monarca retratado o la escena religiosa a la que se aludía, se entendiera. Es decir, que tuviera un sentido narrativo y/o ilustrativo absolutamente comunicacional. Este aspecto comunicativo se vio puesto en duda con la aparición de la fotografía, que comunica mucho mejor y de manera más certera que cualquier arte plástica tradicional.
Después de medio siglo de vagar por zonas absolutamente brillantes para la historia del arte, pero al mismo tiempo de fin de época (el impresionismo y sus secuelas), surgieron las vanguardias. Y las vanguardias artísticas retoman la idea de comunicación en el arte. En las vanguardias los movimientos, si bien surgen desde las artes visuales, están siempre encabezados por escritores, fundamentalmente por poetas (Tristán Tzara, André Breton, Vladimir Maiakovski, Tomaso Filippo Marinetti, Vicente Huidobro, etc.).
La poesía es el puente entre la palabra y la imagen, entre el arte y la comunicación. Y es también ambas cosas al unísono, como si de un acorde musical se tratara (aunque nada pretenden las vanguardias de la tonalidad).
Las vanguardias suelen conllevar una fuerte paradoja: por un lado, son necesarios los manifiestos, las proclamas, los dogmas, y los límites bien precisos para definir una vanguardia, pues si no, se puede caer en el riesgo de terminar nadando en las putrefactas aguas de lo perimido, lo establecido y lo esclavizante. Pero, al mismo tiempo, los manifiestos, las proclamas, los dogmas, y los límites bien precisos que proponen las vanguardias parecen más dignos de una institución castrense que de un movimiento artístico liberador.
La vanguardia se instala varios pasos por delante de la masa. Y esa distancia puede resultar tan liberadora como reaccionaria. Una vez aclarado esto, confieso que en lo personal, prefiero asumir riesgos y compartir experiencias vanguardistas. O al menos poder saborearlas.
En los últimos diez, quince años, fueron dos las veces que me llamó la atención el uso del término vanguardia, de artistas que se autoproclaman vanguardia.
Uno: Charly García diciendo “La vanguardia es así” para justificar/explicar/rematar alguno de los actos de insurgencia vital que llevaba adelante en sus años de Say No More.
Dos: Paco y Oliverio, la creación bifronte de Daniel Riera, autoproclamada “la vanguardia de la ventriloquia”. Un choque tan irreal (el de una actividad del ventrílocuo, absolutamente marginal en cualquier canon artístico, con el término vanguardia) que no se puede hacer otra cosa que rendirse ante la evidencia de estar ante algo absolutamente nuevo… ¡y vanguardista!
Peter Capusotto y sus videos es hoy, una expresión vanguardista que desafía a la televisión, al arte y a la comunicación. A la tele, porque nada de lo que ocurre allí es televisión. Ni desde el lenguaje, ni desde la producción, ni desde la realización. Y sin embargo, sale en la tele y es lo más revolucionario que salió por una pantalla de televisión en años. Al arte, porque mete el dedo en la llaga de lo comunicacional, aquello de lo que el arte reniega. Y a la comunicación, porque comunica con arte.
Hoy Capusotto está solo. Pero hubo en los últimos años algunos ejemplos de televisión vanguardista. Uno es la serie Mi señora es una espía, la creación de Andrea Garrote, especie de Súper Agente 86 peronista de Perón. Una obra maestra de la que sólo se emitieron algunos capítulos en la marginalísima pantalla de Ciudad Abierta, pero que debería tener una oportunidad en la grilla nocturna de Telefé. Sería un grandísimo acto de justicia. Y, sobre todo, un grandísimo gesto vanguardista. Porque allí sí lo masivo profundizaría el sentido de vanguardia.
Otro ejemplo es Televisión Abierta, con la que Mariano Cohn y Gastón Duprat se anticiparon a Facebook, YouTube, MySpace y los realities, pero de una manera radical y al mismo tiempo transparente, sin la crueldad propia del gran show ni la posibilidad de acceder al show bussiness.
Creo que, en tanto combinación de arte y comunicación, de ética y estética, la vanguardia o los gestos vanguardistas se nutren también de relaciones de trabajo, de resignificación del negocio, de pensar no sólo el producto artístico final, sino de reflexionar también sobre todos los pasos de la producción. Por eso veo chispazos de vanguardia (aunque en este caso creo que sería más certero hablar de “contemporaneidad absoluta”) en las trasnoches de la Orquesta Típica Fernández Fierro en su propio local, el Club Atlético Fernández Fierro. Porque la escena resignifica y magnifica los contenidos de por sí muy buenos de ambos artistas.
Quiero, necesito vanguardia. La vanguardia está tan vieja, tan gastada, tan desprestigiada que, supongo, debe estar muy cerca el momento en que vuelva a tener su lugar original de generar incomodidad. Pero una cosa es el desuso en que cayó la bendita palabreja (ay, vanguardia) y otra muy distinta es creer que el concepto ha sido desterrado. Parafraseando a Evita podemos asegurar que “el arte será revolucionario o no será”. Entonces la vanguardia es constitutiva del arte. Aunque, afortunadamente, no todo el arte sea vanguardista. Si no, sería un embole. Casi tan grande como este texto, si continuara.
Beso
pablo

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