CABA
Ser o no ser
Daniel Veronese. A 20 años del estreno de la primera obra de El Periférico de los Objetos, un grupo que revolucionó la escena teatral, tiene en cartel tres obras que convocan a miles de espectadores. Entre Ibsen y Francella, qué representa ser hoy un clásico.Ternura.
Ésa es la palabra que estoy buscando desde hace tres días y que encuentro en la puerta del teatro, cuando salgo huyendo de esa Casa de Muñecas que Daniel Veronese montó en la sala del Camarín de las Musas, con cinco actores, tres sillas, una mesa y poco más. Acabo de recibir una paliza de esas que aturden. Son golpes dirigidos a la conciencia anestesiada con modales polítikamente correctos, que borran del escenario público la violencia machista como drama de la modernidad.
Lo que acaba de hacer ahí Veronese es una cirugía mayor. Agarró un clásico y lo peló como una cebolla. Cortó a Ibsen por lo sano (la trama entre víctima y victimario está urdida con las mismas puntadas: dinero, sintaxis, temor). Suturó un homenaje a Igmar Bergman. (El director sueco iniciaba su Escenas de la vida conyugal con una pareja que comentaba la función de Casa de Muñecas que acababa de ver. Acá, Nora y su marido regresan de ver la película de Bergman). Acomodó cada personaje con sutileza hasta hacer hervir una comedia (que hace reír al público varias veces) y, cuando todo alcanza el aroma de una exquisita velada, bate con furia los límites sagrados del texto y hace explícita su versión. Nora no recita acá su parlamento liberador. Recibe, en cambio, varias trompadas y un desafío, puesto sobre la mesa, donde está la llave de su hogar-prisión. ¿Será capaz de arrebatársela a su marido? La respuesta, nos dice Veronese con el contundente apagón que marca el final, la tiene el público. En todos los sentidos posibles que esta obra hoy es todavía capaz de proyectar.
Que la herramienta escogida por Veronese para sacudir Casa de Muñecas sea el personaje de Nora no es casual, en más de un sentido también. Es el cuerpo y carne de la actriz María Figueras el que suda, llora, babea, grita, baila, salta, corre, tiembla. Es lo primero que me sale decirle cuando lo encuentro en la puerta del teatro, en plena estampida hacia el aire helado de la noche. Su respuesta es también instantánea:
–¿Viste? Hay veces que me da miedo que le pase algo…
Lo dice porque en ese momento no es otra cosa que la pareja de María, la protagonista de la obra y la madre de su pequeña hija Juanita. Pero lo dice con una voz y una mirada capaz de revelarme la palabra que estaba buscando para describir el tono con que él impregnó la charla que mantuvimos hace tres días y durante horas para hablar de su trayecto. Desde aquel Ubu Rey que dio nacimiento a El Periférico de los Objetos –y con el que creó una nueva escena en el más radical de los sentidos– hasta este hoy en el que navega entre Ibsen y Francella.
Es esa ambigüedad la que me contamina el repaso de los veinte años que recorre nuestra conversación, mucho más que la excusa del aniversario del debut de aquella compañía que, en el albor de los 90, se propuso manipular objetos y palabras para hacer salir a escena el atributo oculto de la época: lo siniestro.
Descubrir lo siniestro
Veronese arranca por el principio, literalmente. Cuenta con detalles minuciosos su vida en Remedios de Escalada, cuando el destino lo ataba a la carpintería paterna. La fundió, inconsciente y deliberadamente, para comenzar a perderse. “Quería trabajar en algo donde los lunes fueran como los domingos”. Fue artesano en Parque Centenario y adicto a cursos que nunca terminaba. Hasta que a su vida llegaron unas marionetas que diseñó para vender en el puesto y una clienta ocasional le mencionó las clases del maestro Ariel Bufano.
El fantasma del padre de su vocación es invocado entonces a la mesa del ruidoso café de Palermo. Él parece mirarlo a los ojos con las palabras: “Era difícil y duro. Te interpelaba. Creo que terminé de valorizarlo una vez que murió, pero en esos tiempos tenía que arrancarle las cosas porque él no te las daba. Ahora pienso que enseñaba lo que podía: el respeto, la constancia, la disciplina. Decía que a los niños nadie les da comida en mal estado, pero sí arte en mal estado. Yo le tenía adoración y miedo, pero más miedo”.
Ese temido maestro fue quien lo alentó a presentarse al concurso para cubrir una vacante del elenco estable de titiriteros del Teatro San Martín. Así encontró el sustento. Y a Ana Alvarado.
De esa unión fecunda nacieron El Periférico (cuya formación completa Emilio García Wehbi) y Valentina, su primera hija. También varias obras de teatro inolvidables, en el sentido en que suelen serlo las palizas. Veronese rescata especialmente El hombre de arena (1992) para poner sobre la mesa las emociones que estaban en juego en aquella época. “Hacíamos lo que queríamos, pero nadie nos veía. El Abasto era nuestro Bronx. Si venían cuatro espectadores estábamos felices. Repartíamos barbijos en la entrada porque la escena estaba construida a partir de un cuadrículo de tierra donde enterrábamos y desenterrábamos muñecas antiguas. Y agitábamos tanto polvo que el cuarto quedaba en tinieblas”. Al terminar una de esas funciones, se les acercó la directora Laura Yusem. “Quiero hacer algo con ustedes”. No fue esa frase, sin embargo, lo que los cautivó, sino su combinación con el comentario que siguió cuando le recordaron el escaso público al que estaban destinados. “Pero es lógico, ¿quién puede querer ver algo así?”, fue la respuesta de Yusem. “Que alguien que pensaba eso quisiera hacer algo con nosotros era lo realmente interesante”. Y así fue. “Laura, que es una mujer muy elegante, se bancó nuestra mugre, los ensayos al calor… era espantoso. Recuerdo que todos estábamos en traje de baño, sudados, y ella sentada, sin quejarse, esperando las indicaciones”.
Yusem fue la actriz y la llave que los llevó a un público mayor, aunque aun exiguo, que se fascinó con las secuencias breves y crueles de Cámara Gesell (1993). ¿Una metáfora de las peceras de la ESMA? ¿De las atrapantes vidrieras de la sociedad de consumo? ¿O algo peor? El espectador no tenía muchas posibilidades de responderse porque, como en todas las puestas de El Periférico, la posibilidad de racionalizar estaba deliberadamente vedada. “Sabotear la posibilidad de razonamiento del espectador, para eso dirigirse siempre a su sistema nervioso. Poética de lo mínimo. De lo que no tiene representatividad inmediata en nuestra vida cotidiana. De la perversión”, escribió Veronese en un texto que puede leerse en Internet y que resume cada obra que El Periférico representó. Un verdadero manifiesto teórico gestado después –ni antes ni durante– de cada representación.
Príncipes
El punto de cocción exacto lo encontraron en Máquina Hamlet (1995), una obra que quitaba el aliento. “En uno de los momentos más festivos de la puesta, por medio de un fraguado sorteo, era invitado a pasar por la fuerza al escenario un muñeco que estaba desde el principio de la obra colocado en la primera fila, como un espectador más. Este muñeco tenía un número en su solapa. Todos los espectadores tenían números en sus solapas porque se los repartíamos al inicio del espectáculo. El número del muñeco era el ganador ya que es el único que había adentro de la bolsa. El muñeco, entonces, era sacado de su asiento, arrastrado al fondo del escenario y fusilado con un disparo en la cabeza. Luego se lo ataba contra la pared y un actor le arrojaba dardos utilizándolo de blanco. Seguidamente se ofrecía a alguien del público si quería pasar también a dardear al muñeco. Y en varias oportunidades la gente aceptó como un juego pasar a arrojarle dardos a quien en algún momento estuvo sentado a su lado. Con mucha gracia y con muchas ganas de participar, si es que se lo pedían amablemente”. Por cosas como éstas Máquina Hamlet estuvo cinco años en cartel, esperando lo que hacía falta para que el mensaje de El Periférico, al fin, sincronizara otros relojes. Esos que convirtieron la calle en escenario en diciembre de 2001.
Veronese rescata hoy el espíritu que los llevó a hacer esa puesta. “Todo el mundo nos decía que era imposible llevar el texto de Heiner Müller a escena. Y por eso mismo decidimos hacerlo. Conseguimos que el Instituto Goethe nos pusiera a trabajar con el dramaturgo alemán Dieter Welke, que era un genio. No podría decir que a la gente le gustara la obra, pero sin embargo trabajamos siempre a sala llena. Creo que si hoy se repusiera seguiría siendo igual de contundente, pero para no tentarnos rompimos todos los muñecos.”
Es lógico que el trayecto de El Periférico se haya detenido y mucho más lógico que lo haya hecho tras la separación de Veronese y Ana. La última obra del grupo fue El manifiesto de los niños (2005), que les costó casi tres años terminar de montar y marcó el inicio de otra etapa personal y profesional. ¿Queda claro que para él son lo mismo?
Monarcas
Ahora hay que pararse en medio de la avenida Corrientes y frente a la monumental cartelera del Metropolitan para leer los nombres de las dos obras que lo tienen como director. En una, actúan Oscar Martínez y Carola Reyna. En otra, Alfredo Alcón y Guillermo Francella. Entre las dos, por fin de semana, convocan a más de 7.000 espectadores. No sé todavía lo que esto representa para él, pero para la escena teatral argentina queda claro que se trata de un proceso que puede describirse con dos palabras: consagración o cooptación. En la charla, prefiero mencionar una más provocadora: demagogia. Refiero así a la operación mediante la cual el espectador asiste a una ceremonia “cultural” que le permite expiar los pecados del burdel mediático. Sentada en la última fila de un teatro inmenso y repleto, lo que encuentro en estos Reyes de la risa es exactamente eso: la obviedad. Lo contrario a aquello que El Periférico buscaba provocar al poner en escena otras posibilidades de ordenar la realidad. Veronese escucha la palabra y la captura con toda su atención. No se defiende ni ataca. Se explica, quizás, a través del respeto que siente por esos actores, de las dignas intenciones que lo llevan a trabajar en eso que –por costumbre– llamamos teatro comercial y en la necesidad de lograr allí también lo único que se propone. Lo dice con una sola palabra: “emocionar”. “Cualquier cosa que haga, cualquier decisión que tome en una escena, está basada en eso. En cómo despertar en el espectador las mismas emociones que yo sentí con esa obra. Para mí el teatro no se trata de otra cosa. Si sólo fuera texto, prefiero leerlo. Si sólo es representación, prefiero ver en televisión cualquier pavada, que es gratis y no me exige nada. Pero si logra emocionar es porque logró vencer la indiferencia, la gran enfermedad que contamina el alma de nuestra época”.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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