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El fuego eterno

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Hubo Blanco. Durante una semana paseó sus ojotas de campesino peruano por el asfalto porteño para presentar el libro que resume su mirada política actual: zapatismo andino.

El fuego eternoDel aeropuerto al hotel y de allí a mu a cenar empanadas. Los 75 años de Hugo Blanco no fueron el menor impedimento para que, después de la primera pregunta, comenzara a desgranar historias sin parar, con la misma pasión con que hace medio siglo se lanzó a lucha por la tierra en Cuzco. “Tengo principios morales basados en el respeto a la Pachamama y en la solidaridad humana: la igualdad de derechos de los seres humanos por encima de diferencias étnicas, culturales, de género, de orientación sexual. Cuando los incumplo, me castiga mi conciencia”, dice sin que nadie le pregunte. Ojos bien despiertos debajo de un sombrero que utiliza por prescripción médica, desde que superó una operación en el cerebro por los golpes recibidos en manifestaciones y calabozos.
“Mi primer nacimiento fue cuando un hacendado hizo marcar a hierro candente a un campesino como castigo. Tenía sólo 6 años y eso me revolvió”, cuenta para explicar el origen de sus rebeldías. En 1954, al cumplir 16 años, hizo su primera salida del país para irse a vivir a La Plata donde tenía un hermano, buscando aire fresco ya que Perú vivía bajo la dictadura del general Manuel Odría. “El viaje por tierra duraba una semana. Había que pasar por Bolivia, y ahí me enteré de que había habido una revolución hacía sólo dos años. Me sorprendió la literatura de izquierda que encontré y compré varios libros de Marx. Llegué con un enorme paquete a enriquecer la biblioteca de mi hermano”. En La Plata estudió agronomía y trabajó en los frigoríficos de Berisso. Buscando opositores de izquierda se hizo trotskista. El 16 de junio de 1955 marchó a Plaza de Mayo junto a los obreros de Berisso para hacer frente al golpismo. “Fue mi primera acción militante. Y fue en Argentina”.
A su retorno al Cuzco protagonizó la lucha campesina por la tierra (que logró luego de varios años que egobierno militar de Juan Velasco Alvarado, instalado en 1968, realizara una de las más vastas reformas agrarias del continente). Hugo se instaló como cultivador de café en la hacienda Chaupimayo donde fue elegido presidente del sindicato. En 1962, ante la escalada represiva, el sindicato optó por defenderse con las armas y organizó la columna guerrillera Brigada Remigio Huamán, en honor a un campesino asesinado por la policía. Duró poco. En mayo de 1963 se desbarató la columna y Blanco fue capturado. En 1966, tras tres años de prisión, fue juzgado y sentenciado a veinticinco años en la isla penal de El Frontón. Una campaña internacional lo salvó de la pena de muerte. A lo largo de su vida estuvo en once cárceles diferentes, incluyendo Devoto y un cuartel en Jujuy.
 
¿Cómo es el Hugo Blanco que sale de la cárcel?
Aprendí a leer inglés, porque los compañeros del Socialist Worker Party de Estados Unidos me mandaban revistas y libros. Sobre todo entendí el feminismo, la cuestión de los indígenas norteamericanos y la lucha de la población negra. Ahí veo que el centro de la lucha no es la clase obrera y aprendo a no tener prejuicios.
 
En 1970 el gobierno militar “progresista” de Juan Velasco Alvarado le dio la libertad, pero lo deportó un año después. Tras vivir en México, Suecia, Argentina y Chile, en 1973 tuvo que huir del golpe militar de Pinochet refugiándose en Suecia. Regresó en 1978 y fue electo como el candidato de izquierda más votado para integrar la Asamblea Constituyente. Luego fue diputado y senador, pero cuando la Cámara lo suspendió por llamar “genocida” a un militar asesino, se dedicó a vender café en el mercado. “Los periodistas me preguntaban si no me daba vergüenza. Les dije: ´a unas cuadras de aquí los parlamentarios están vendiendo el país, ¿por qué me va a dar vergüenza vender café…?´. Por desgracia se me acabó la suspensión y tuve que volver al Parlamento. En el mercado tenía mucha más relación con la gente”.
¿Cómo sintoniza el trotskismo con el ser indígena?
Nunca hallé contradicción entre la cuestión indígena y el marxismo. Me enseñó que la vanguardia es la clase obrera y cuando regresé de Argentina me metí en fábricas para ser obrero. Una de las cosas que aprendí del trotskismo es que hay que vincularse con la vanguardia real, por eso no tuve contradicción en meterme a trabajar con los campesinos.
Pero para el marxismo la vanguardia debían ser los obreros fabriles, no los campesinos.
Pero para mí eso no significó una contradicción porque la cuestión era ubicar la vanguardia real, no la teórica, que puede ser incluso el estudiantado. No me guié por los textos sino por ese sentido de estar junto al sector más avanzado.
¿Que le aportó el zapatismo?
Mucho. Por ejemplo, eso de construir poder es una propuesta zapatista. Los indígenas además de construir poder han conservado el poder político de la comunidad. Es un poder en choque con el poder central estatal. Marcos dijo que esas cosas no salen de su cabeza sino que vienen de la cultura maya. Y yo creo que eso está en todos los pueblos indígenas. El consenso, por ejemplo, funciona en las comunidades quechuas de la sierra, igual que el mandar obedeciendo y, sobre todo, que el cargo no es para servirse sino para servir.
¿Dónde quedó el trotskismo?
Yo creo que estuvo muy bien haber sido trotskista cuando existía la Unión Soviética porque se habían apropiado del marxismo. Pero una vez que desapareció, seguir siendo troskista es como pertenecer a una secta religiosa. Tengo dudas de que sea necesario un partido. En la cultura del movimiento indígena el partido no forma parte de sus tradiciones porque quien decide es la comunidad.
Panorama latinoamericano
Hugo sigue siendo un militante de base, un “rebelde social” como dice Marcos. Ahora pelea con la pluma desde Lucha Indígena, una publicación mensual que edita con otros dos compañeros de ruta y se empeña en recoger las diversas resistencias indias del continente. Según esa perspectiva, Bolivia y Ecuador “tienen gobiernos de avanzada, pero, en cambio, el Perú tiene un gobierno servil a los yanquis”. A su juicio, aún no ha superado la guerra interna en la que fueron asesinados 70 mil personas, en su inmensa mayoría campesinos quechuas. “La mayor parte de los indígenas asesinados eran dirigentes, matados fundamentalmente por el gobierno, que los acusaba de senderistas o por Sendero Luminoso, que los acusaba de enemigos. Por eso los movimientos son aún débiles en relación con los del resto de América Latina”. Según Blanco, el camino de la guerrilla de Sendero “no es el camino. Los métodos que usan no sirven a la causa, sino a la represión. Y de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”.
Afirma que el movimiento indígena no es excluyente. “Eso se ve en cualquier parte: el mismo MAS de Bolivia dijo que su gobierno es ‘el poncho con la corbata’ y por eso lo votó la mayoría de la gente”. En cambio critica el “racismo al revés” de Felipe Quispe (dirigente campesino boliviano) “al que lo votó sólo un uno por ciento” del electorado.
Bolivia, al igual que Ecuador, “son gobiernos progresivos” y deben ser apoyados, “pero tiene que ser un apoyo crítico, especialmente cuando confrontan con el movimiento indígena, que quiere más democratización y la aplicación real del mandato constitucional que dice que son estados plurinacionales”, dice.
Una semana en Buenos Aires fue poco para presentar su libro Nosotros los indios, publicado por las editoriales La Minga y Herramienta, reconocer viejos compañeros y descubrir nuevos, allí en La Plata donde hace medio siglo llegó buscando aire fresco.
 
¿Cómo ve Argentina después de tanto tiempo?
Me sorprendió la cantidad de estudiantes secundarios bloqueando la calle en protesta por el abandono del gobierno. Vi muchos jóvenes en todas las actividades. Me llevaron a un terreno tomado, donde los pobladores se ocupan de la vigilancia, y donde además sacaron agua del subsuelo e instalaron el servicio de agua potable y fabrican materiales de construcción. En Perú, por el contrario, las principales luchas se dan en el interior, en las ciudades hay poca resistencia. Los indígenas amazónicos, los que están menos contaminados por el progreso y la modernidad, son la vanguardia en nuestro país.

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