CABA
Evolucionando
Luego de reformar la Constitución y de derrotar a la derecha, al gobierno de Evo Morales le llegó el tiempo de definir sus horizontes. El rol del Estado, los alcances de la democracia directa y el reparto de la riqueza son ahora las cuestiones que se debaten en el real centro del poder social: la calle. Son estos problemas los que convierten a Bolivia en un laboratorio político de futuro que desafía a las bibliotecas y nos interpela. ¿Así es la ultramodernidad?En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nuestro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores.
Así comienza el Preámbulo de la Constitución boliviana. Que luego habla del racismo. De la pluralidad y la diversidad. De las sublevaciones indígenas, de las luchas populares de liberación, de las guerras del agua y de octubre, de las luchas por el territorio, de la igualdad y el respeto. Dice, por ejemplo:
“Dejamos en el pasado el Estado
colonial, republicano y neoliberal”.
O sea: Bolivia intenta desmentir el fin de la historia. No cree que el Estado democrático liberal sea la máxima y última forma de organización humana, y se asume como reto construir el Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, nombre que de por sí puede ser tanto un amasijo de posibles paradojas, como un desafío al futuro.
Las y los constituyentes ignoran también los dogmas de la izquierda (clasismo, dictadura del proletariado, etc.). Y suman a un par de protagonistas del gremio de lo sagrado:
“Cumpliendo el mandato de nuestros pueblos, con la fortaleza de nuestra Pachamama y gracias a Dios, refundamos Bolivia”.
Nada menos. ¿Ficción, realidad, buenas intenciones?
Pero la vida es más caótica que los preámbulos, y aquí se quedan sin oxígeno los lugares comunes de la política y las ciencias sociales. De la derecha, de la izquierda y del centro. Los bolivianos discuten hasta en las ferias, los bares y las calles la puesta en práctica de un proyecto político, cultural, económico, social, que se propone como superador del capitalismo y el socialismo: lo llaman “Vivir bien”, o “Buen vivir”.
Las cartografías indican que Bolivia está en el corazón sudamericano. Todo puede ser lógico, falso, absurdo, verdadero, pobre, fuerte, rico, frágil. Viejo y nuevo. Y todo al mismo tiempo. No son “categorías de análisis”. Son latidos.
Revolución vs. entorno
Tránsito loco, ferias infinitas, bocinazos y gritos desde las camionetas que funcionan como transporte público, avisando a qué barrio se dirigen.
La Paz es la calle. La ciudad sube, baja, tiene curvas, misterios, repliegues, cimas, abismos y sorpresas, como si se recorriese el cuerpo urbanizado de una mujer gigante. Se alza la vista y se ven los barrios sembrados en el seno de las montañas. Se la baja y se ve el ombligo de la ciudad. Siempre parece haber algo palpitando, algo gestándose. La plaza Pedro Murillo es uno de los posibles centros nerviosos de esta anatomía. Allí están el Parlamento, el Palacio de Gobierno. La plaza es lugar de tránsito de cholas con carpetas, funcionarios, indígenas y campesinos delegados por sus comunidades para hacer trámites, gestiones: lo que otros llaman lobby, aquí se llama “que se hagan las cosas”.
Las tres mujeres han conseguido asiento a la sombra. Las miradas pueden parecer herméticas al extranjero, hasta que se producen las presentaciones y fluye la conversación, la cordialidad y la riqueza del lenguaje.
Norma Apaza, primero dice: “Claro que han cambiado las cosas. Hace unos años no podíamos sentarnos aquí. Ahora se da a los indígenas una posibilidad de ingresar. Por eso nosotras estamos apoyando: usted sabe que El Alto es la ciudad revolucionaria para este proceso de cambio con el presidente Evo Morales”. Se trata del conglomerado obrero y popular que mira a La Paz desde arriba, literalmente. Norma pronuncia una palabra temible: “Pero”. Y completa: “Pero hay que ser sinceros. Este proyecto no impactó en El Alto”. Lleva un borsalino negro, el sombrero masculino llegado de Europa a principios del siglo XX y apropiado por las cholas. Saco blanco, pollera rosa, dos dientes de oro. Su amiga Cristina Angris Lao tiene borsalino habano, manto rosa de seda, pollera amarilla.
¿Cómo definirían la actual situación?
Norma: Hay muchas necesidades. De salud, de trabajo. Y no se hace lo suficiente.
¿Por qué?
Hay mucha gente corrupta a nivel nacional, embolsando el dinero. No se siente un cambio profundo para los indígenas, la clase morena. No nos dejan participar en entidades públicas. Con las señoras pensamos que no podemos quedarnos en que la gente que tiene dinero nos esté sobrepasando a nosotros. Ésa es la lucha. Pero no nos dejan hablar con el hermano Evo Morales.
¿Para decirle qué?
La gente de a pie sabemos las cosas. Estamos fiscalizando lo que ocurre. Queremos denunciar a los que hacen daño a este proceso. Pero hay mucha gente alrededor del hermano. El entorno. No lo estimamos al vicepresidente (Álvaro García Linera), pero vamos a apoyar hasta lo último al hermano Evo, por un cambio.
Cuando se enojan
Vilma Carize, también en la plaza, cuenta: “Hay conflictos, necesidades de agua potable, gas. ¿Y qué hacen? Negociados. Y no hablan. Imponen”. Cristina Angris Lao: “Algunos saben teorías, pero nosotras sabemos la práctica. Todas las hermanas y hermanos somos capaces. Pero nos marginan. El hermano Presidente no está muy consciente de eso”.
Todo lo dicen con una convicción que no es televisiva, ni para la platea, sino indígena. Es parte del nuevo tono de la última década, en la que los pueblos originarios incineraron siglos de desprecio (incluso autodesprecio), y se reciclaron como protagonistas de infinidad de alzamientos y puebladas, sumados a movimientos sociales, campesinos, sindicales y vecinales de diverso tipo. En Bolivia casi todas las personas forman parte de algún colectivo, junta, gremio, organización, movimiento. Así deliberan, participan y establecen una versión cada vez más directa de democracia, donde los representantes obedecen a los representados, y no al revés. Con ese tipo de herramientas, sumadas a un hartazgo histórico, celebraron las guerras como la del Agua (en Cochabamba, contra la privatización que incluía al agua de lluvia) y la del Gas (contra su exportación), bloquearon rutas, ocuparon ciudades, quemaron alcaldías, oficinas públicas, sedes de empresas privadas, enfrentaron y sobrevivieron a todas las represiones, voltearon dos gobiernos, y plasmaron una nueva agenda que terminó por hacer estallar el viejo sistema republicano y representativo (donde no había ni “cosa pública” ni representatividad).
Con esa rabia respondieron a siglos de violencia y racismo. Pero más allá de cada reclamo, lo que nació fue la percepción de las comunidades indígenas sobre su propia capacidad de acción y de influencia. Su poder.
En esas luchas aparecieron nombres como los del aymara Felipe Quispe, que organizó una guerrilla indígena, la Tupac Katari, junto al actual vicepresidente Álvaro García Linera (ambos resultaron huéspedes del servicio penitenciario durante cinco años). Otro fue Oscar Olivera, referente de la Coordinadora por el Agua y por la Vida de Cochabamba. La figura más famosa es el cocalero Evo Morales, actual presidente. Las relaciones entre los movimientos, y entre estas personas, es mutante: Quispe y Olivera han oscilado entre detestar y denunciar al actual gobierno, argumentando que no es lo que dice que ser.
Los movimientos sociales tampoco son un conjunto idéntico ni conectado, sino una diversidad bullente y muchas veces contradictoria. En mayor o menor medida, apoyan al gobierno de quien consideran un hermano (Evo), celebran los avances, pero sospechan que incluso los hermanos –centrifugados por una lógica estatal, electoral, de poder– a veces hacen cosas raras. Ejercen lo que en el autodenominado Occidente se menciona como “apoyo crítico” o, en términos hogareños, “evitar que nos metan los cuernos”.
“Entorno blancoide”
En caso ha sido el último congreso de la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE) de El Alto, organización territorial decisiva desde la que hizo bajar a La Paz las puebladas que cambiaron la historia de los últimos años y gestaron al actual gobierno. La FEJUVE reúne 600 juntas vecinales, representa a un millón de personas, y en su congreso de junio, 2.400 delegados desplazaron a los candidatos oficialistas del MAS (Movimiento al Socialismo), e instalaron por primera vez en la historia a una mujer (Fanny Nina) en la presidencia.
En las conclusiones de la Comisión Política la FEJUVE plantea (textualmente): “Pese de tener un presidente indígena como es Evo Morales, el Estado sigue siendo gobernado por la oligarquía criolla, pese que el MAS ha asumido el mando gracias al apoyo de los pueblos indígenas originarios y clases populares, sin embargo actualmente sigue manteniendo el sistema económico capitalista y el sistema político neoliberal, y no ha cambiado nada para el pueblo empobrecido que sigue siendo dominado políticamente, explotado económicamente por el sistema capitalista y marginado racial y culturalmente por la oligarquía criolla”.
Agrega: “El Estado sigue siendo un Estado neoliberal-colonial y no ha cambiado nada con relación a la estructura política y económica”.
Propone: “Luchar hasta sepultar el sistema capitalista neoliberal, que saquea las riquezas naturales, destrozando y contaminando el medio ambiente”.
Exige: al gobierno, “que no se entrometa en las organizaciones sociales de El Alto ni de Bolivia”. Al vicepresidente y a su “entorno blancoide”, un cambio de conducta, “de lo contrario exigiremos la inmediata renuncia a través de acciones de hecho”.
El texto apoya las demandas indígenas de autonomía, reclama “acabar con la propiedad privada de las grandes empresas extranjeras, latifundistas y terratenientes del país” y reivindica la libertad de expresión (que aquí se entiende como libertad de la sociedad, no de empresas autodenominadas periodísticas). Por último demanda “no satanizar a las luchas sociales como viene haciendo el actual gobierno del MAS”.
Fanny Nina está en una clínica de El Alto, donde la internaron tras la golpiza que le dieron algunos desconocidos. Reponiéndose, e impregnada de prudencia, dijo a mu: “No quiero acusar a nadie. A veces se infiltra gente mala. No queremos hacer las viejas prácticas de otros dirigentes que no defendieron El Alto. Queremos concretar proyectos. No hay servicios básicos, mucha gente no tiene agua potable. ¿Cómo hablar de Vivir Bien si unos tienen, y otros no? Tenemos proyectos grandes, de desarrollo, como industrializar el gas en El Alto, retomando la agenda de octubre de 2003. Transporte público, educación, salud. No somos funcionarios, ni siquiera tenemos un sueldo. Pero representamos a la sociedad. La sociedad es más importante que los gobiernos. Lo que no nos gustaría es tener que hacernos sentir para sacar las cosas por la fuerza”.
¿Y los golpes?
Soy la primera mujer presidenta del FEJUVE. Eso tal vez no gusta. Tendré que ser el doble de fuerte.
En la plaza Murillo vuelan las palomas. Norma lo sintetiza así: “No queremos que el hermano Evo se olvide de sus raíces. Se dan pasos, pero no son largos. Son cada vez más pequeños”.
Sumaj qamaña
Hay otro dato vital para comprender a Bolivia: quedó esfumada lo que genéricamente puede llamarse “la derecha”, al menos hasta nuevo aviso. Por lo tanto, todo el debate actual es dentro de este nuevo territorio social y estatal que se arma con dosis variables de indigenismo, izquierda, rebeldía, identidad, burocracia, revolución, inclusión, desobediencia, reformismo, feminismo, sueños y autoestima. Pero todas estas palabras, creencias o culturas pueden andar chocando entre sí. Uno de los problemas es: ¿en qué medida lo que llamamos “derecha” puede colarse en este nuevo universo? ¿Los cambios son maquillaje? ¿Aquí hay un emprolijamiento con rostro aymara de lo que la derecha ya no puede hacer? ¿Una transformación de fondo?
Las ferias son una fiesta de ropas, artesanías, electrónica, talismanes. De colores y regateos. Pero para conocer un país se recomienda desobedecer las guías turísticas y no mirar las cosas típicas, sino las atípicas.
Lucila Sullcata espera el almuerzo mientras envía un mensaje de texto en su celular plateado. A los 26 años, ataviada como chola, prepara la defensa de su tesis para el doctorado de Sociología. Cuenta: “Hay una idea que todos hablamos, el Vivir Bien. Sumaj qamaña. Pero el gobierno no permite el vivir bien. Uno ve negociados, pobreza. Si has sido un pegapapel del gobierno, un repartidor de volantes, te dan espacio. Actuar así es no tener conocimiento de causa”.
El Vivir Bien es un concepto en discusión. Parece lo que en otros parajes llaman “calidad de vida”, pero es mucho más. Es una propuesta política, económica y cultural que no se centra en el dinero o el consumo, sino en la convivencia con las personas y la naturaleza, una nueva democracia participativa. Ética sin excluidos, reducción de la brecha social, sin híper ricos, sin marginados. Es apenas un pantallazo de lo que se está gestando. El gran tema: ¿cómo se lo implementa?
Lucila: “Es un concepto aymara, todos tenemos que intervenir para lograrlo. Pero ahorita el gobierno se ha convertido en un espacio de mercado. Se negocian cargos. Weber dice en un escrito que muchas personas no viven para la política, sino que viven de la política. El poder les da dinero”. Lucila tiene un puesto de venta de correas para amarrar ganado en la feria de Huachaca. En La Paz, caminó 3 kilómetros en bajada y 3 en subida durante cinco años para estudiar Sociología. ¿Qué aspectos valora del gobierno? “Recursos como los hidrocarburos han sido recuperados. Hay bonos que son importantes, como el Dignidad (pensión para todos los mayores de 60 años, más de 700.000 personas, obtenida con los recursos de los hidrocarburos). Otros son marketing. Pero además hemos sido reconocidos mundialmente, con un indígena como nosotros. Antes pasábamos desapercibidos”.
Otra historia: “Felipe Quispe fue quien sembró la semilla para que el indigenismo crezca. Un día fui a verlo con unos amigos, que eran blanquitos. Abrió la puerta y se molestó al verlos. Le dije: si a nosotros nos han discriminado, nos han apocado, sabemos que al decir ‘tu cara es blanca’ estamos discriminando. Es el diente por diente y ojo por ojo. Me dijo: ‘tienen los celulares, nosotros no tenemos que ser así’. Pero yo pienso bien diferente. No podemos caer en retroceso. La tecnología te abre. Antes era sólo para los que tienen plata. El celular es un medio de comunicación. Pues bien, tengamos todos los medios de comunicación”. Los bolivianos hablan con orgullo del futuro satélite Tupac Katari (comprado a China), que habilitará las telecomunicaciones a todo el país desde 2013. Le fue muy bien a Lucila en la defensa de su tesis. Al día siguiente contó con voz suave y decidida: “Mi sueño es crecer más”.
El freno a los movimientos
Una señora queda desparramada en el piso atropellada por una moto. Sobrevive y se levanta. La Paz. Calles de doble mano, semáforos invisibles, autos a punto de colisionar que cada tanto lo logran. Todo parece caótico. Pero todo fluye. La novedad es que han puesto a jóvenes disfrazadas de cebras para amansar esos peligros callejeros. Son chicas de la calle que hicieron cursos de expresión corporal. Se plantan con mímicas delante de los autos para que los peatones crucen, les piden casi en broma a los conductores que respeten a sus congéneres, logran que la gente no se lastime o mate entre sí, generan un clima de alegría en la calle. Y además, el tránsito fluye mejor. Tal vez a la política boliviana le hagan falta algunas chicas de la calle.
Siku Mamani también es aymara, vende libros en un puestito del Museo Etnográfico y está enojado: “El gobierno es un freno a los movimientos fabricado por Occidente para hacernos creer que los indígenas llegamos al poder. No va a cambiar nada. Nosotros tenemos que seguir luchando por una cosmo convivencia que nos hermane con la naturaleza y con las personas”. Siku dirige la revista Chakana, que se propone como agencia de noticias de los pueblos indígenas, pero aclara velozmente: “No somos oenegé, ni partido político, ni religión. Todos esos viven de la pobreza. Son otro freno para el buen vivir”.
Abraham Delgado Mancilla vive en El Alto, ha estudiado Administración, Derecho, Historia y en forma autodidacta Sociología. Es un activista de su ciudad, conectado con los jóvenes indianistas y sociales.
¿Qué cambió en El Alto, con Evo?
La infraestructura no cambió. Por eso hay malestar. Evo representa una corriente indigenista del MAS. Otra corriente es la de García Linera, más teórica. Y hay otra, de oportunistas y paracaidistas. Del otro lado hay un empoderamiento de los movimientos sociales. Todos tienen la capacidad de asumir liderazgos. Ya no hay temor. Por ahora el gobierno es un puente: los cimientos para que en algunos años se siga construyendo otra cosa.
¿Qué cambió en las personas?
Las luchas de estos años fueron un proceso ideológico y político. Ahora sabes de dónde vienes, y a dónde quieres ir. Antes no pensabas como nadie. Ahora piensas como tú mismo. Nacen tus ideas, tu creatividad. Pero nada es fácil ni ilusorio: aquí sigue habiendo hambre, pobreza. La economía sigue concentrándose con un auge de élites locales. Y nuevas élites en el gobierno.
El florecimiento de barrios cerrados, 4 x 4, Mercedes polarizados y otras delicias, es el símbolo callejero de las nuevas situaciones. “No llega una redistribución de la riqueza. Hay un poder simbólico. La solución es una verdadera toma del poder. Que exista una economía comunitaria que no sea occidental –ni capitalista ni comunista–, que evite los daños ambientales, con un componente circular de distribución, sin pobres ni ricos”.
Abraham matiza: “No todo el gobierno es lo mismo. Hay compañeros que no cambiaron, y otros son paracaidistas. Dicen que El Alto se puede dar vuelta, como castigo para que el gobierno aprenda. No creo. Pero hay tiempo. Esto va para largo”.
Los levantamientos
En los últimos meses hubo levantamientos como el de Potosí, con bloqueos de ruta, huelgas de hambre, reclamos al gobierno por obras y promesas incumplidas. O en Caranavi, reclamando la instalación de una planta de cítricos prometida por Evo Morales. La represión provocó dos muertos. El gobierno respondió que los conflictos fueron atizados por la derecha desplazada. Nardi Suxo militó en la Asamblea por los Derechos Humanos de Bolivia y hoy es ministra de Transparencia y Lucha contra la Corrupción, y defensora cotidiana del oficialismo en estos casos. En su entrevista con mu dice: “No estoy de acuerdo con que haya malestar. El gobierno atendió todas las necesidades de Potosí. Hubo intereses particulares de cooperativistas mineros, de grupos opositores, que además no quisieron dialogar. En Caranavi hubo gente allegada a la embajada norteamericana. No han podido derrotarnos con golpes cívicos ni atentados. Decían sobre Evo: ‘Este indio no va a aguantar’, ‘les van a quitar la cooperación internacional’. Nada de eso sucedió”.
Pero las críticas no vienen de norteamericanos ni derechistas, sino del propio sector social que llevó a Evo a la presidencia.
Hay dirigentes de los movimientos sociales que ahora están en cargos del gobierno, y dejan las organizaciones sociales donde surgen nuevos liderazgos, que cuestionan todo. Tenemos que volver a tomar el liderazgo.
¿Y la represión?
Dicen que la policía mató a dos personas. Investigaremos. Pero también hay que ver las denuncias de una mujer que estaba en desacuerdo con el bloqueo, y le han cortado las trenzas.
No parece comparable: muertos por la policía y trenzas.
Vengo de los derechos humanos y la izquierda. No le tengo confianza a la policía. No vamos a permitir la impunidad. Pero hay que escuchar a los que denuncian del otro lado. Este proceso tiene cinco años y quieren que les resolvamos los problemas que no hemos sido capaces de reclamar antes. Claro, ahorita hay un gobierno –como decía una compañera ministra– tal vez con excesiva democracia: vienen todos a pedirnos lo que quieren.
Ése es el desafío, para eso los votaron. No hay que asustarse de tener problemas.
No me asusta. ¿Qué revolución no ha tenido problemas? Necesitamos la convicción necesaria para permanecer de pie y construir una Bolivia distinta.
¿Qué imagina después de Evo?
Evo.
La hora de la supramodernidad
Otro viaje, entre cebras y bocinazos, lleva hasta la oficina de una de las claves del poder actual: el ministerio de Obras Públicas y su titular, Walter Delgadillo. Fue obrero 14 años, luego dirigente de la Central Obrera Boliviana, antropólogo. Fiel a su época, adhirió a formas radicales de lucha social. La charla con mu comienza sin preámbulos.
Se nota malestar, insatisfacción, ¿cómo lo interpreta?
Éste es un proceso híbrido. Estamos discutiendo qué modelo va a funcionar. A consecuencia de la hibridez, hay sectores socialistas, otros hablan de capitalismo de Estado. Y otros de un socialismo comunitario. Es parte de la deconstrucción de un tiempo: desarmar los conceptos, y rearmarlos. Es el vigor de este momento, y su debilidad.
Delgadillo calcula que las dos terceras partes de la población forman el contenido social de lo que se está gestando. “Hay una acumulación del Presidente en el sector indígena y obrero, y siempre es más frágil en la clase media”.
¿Y cuál es el cambio?
El principal es el cultural. No podemos medir todavía el alcance de una impronta indígena marcando la época. Es un nuevo molde. La contradicción ahora es entre lo moderno, y lo supramoderno.
Delgadillo brinda una clave: “La variable tanto para lo político como para el desarrollo es el pluralismo. Con educación, salud, servicios, y alto protagonismo estatal. Nuestra arquitectura es sencilla: los sectores estratégicos como hidrocarburos, minería, recursos naturales, forestales, son el bloque de acumulación de excedentes, que derivan al sector de la producción, generación de empleo y bienestar. Transversalmente están los sectores de infraestructura y financiamiento. Ése es todo el paquete”. Traducción: ésa es la máquina que genera y bombea recursos. “Pero hay que cubrir la deuda social, y las expectativas democráticas y plurales son terriblemente más dinámicas que las posibilidades de satisfacerlas. Hay un desfasaje. Ése es el marco de la conflictividad que aparece”.
Delgadillo no se pone a la defensiva: “Nuestra tentación es pensar que los problemas son consecuencia del enemigo. Hay gente en el propio gobierno que lo cree. Yo creo que hay un imperio y una derecha, pero no quiero caer en el error del ciego que tropieza, y le echa la culpa al empedrado. Nuestros enemigos no duermen, obvio. Es un dato. Pero yo prefiero reflexionar sobre nuestras debilidades, nuestras incapacidades de gestión y de incorporar a la sociedad al proceso”.
Una ministra nos habló de exceso de democracia. ¿A usted qué le parece?
(Delgadillo piensa largo). Me considero un demócrata radical. La Constitución es muy clara: democracia representativa, directa, comunitaria. La marca es la pluralidad. Hay un camino autoritario para actuar. La otra posibilidad es buscar un horizonte, articulando las diferencias en un espacio democrático. Usted lo puede imponer, pero lo que no construya en democracia se lo cobrarán a la corta o a la larga. Se lo cobrarán. Usted puede transformar económicamente un país. Empezamos con el 12% de participación estatal en la economía, ya estamos en el 30%. Pero lo difícil es la otra transformación. La de la cabeza. Antes lo llamábamos ideología. Para mí la palabra cultura es más completa. Subjetividad. La manera de construir nuevos significados, símbolos. De otro modo usted hará lo que quiera en el gobierno, pero no cambiará la cabeza. Y para hacerlo necesita espacios democráticos. No se trata de venir con un machete, cortar, empezar de nuevo. No. Por eso creo que es un proceso progresivo.
¿Qué significa esa idea de supramodernidad?
Para mí es una respuesta superior a la moderna. En el capitalismo el centro es el capital. En el socialismo, el trabajo. En este nuevo tiempo que nos proponen los indígenas, el centro es la naturaleza. Por ahora a esta propuesta superadora se la llama Vivir Bien.
¿Y cómo juega en ese planteo el Estado, artefacto que suele ser burocrático y verticalista?
Es la pregunta. ¿Cómo lograr el acceso de multitudes al ejercicio de la gestión? Menudo problemita. ¿Cómo incorporar a la gente al aparato estatal, que se apoderen de él, sin dejarlo inerme, ineficiente?
O sin que se instale una relación clientelar y prebendaria.
Exacto. Estamos preparando un programa que llamamos de Formación Dual, justamente para facilitar la intervención de la sociedad. Porque si el bloque social que ha hecho las transformaciones no copa el poder, todo se va a torcer, y no van a alcanzar las cosas sólo con un liderazgo, por positivo que sea. Hay que construir calidad estatal desde la gestión.
¿Qué está afectando ese proceso?
A veces, al incorporar compañeros campesinos, indígenas, se nos ha trancado el aparato estatal. Hay que darle contenido incluso de clase, pero con los ritmos de inversión, de eficiencia y eficacia, para mostrar que somos capaces de hacer una gestión superior a las anteriores. Tenemos que ser más honestos, más democráticos, y más eficientes. Todo junto. Ganar más plata con menos costos y toda la participación. En ese debate estamos.
La crítica es que frente a la ausencia de una derecha convencional, los gobiernos progresistas terminan haciendo un neoliberalismo con rostro popular.
(Delgadillo ríe). Nosotros como mínimo haremos un capitalismo de Estado. O sea, un Estado intervencionista, planificador, muchas veces verticalista. Pero esto no es neoliberal. Estamos en la construcción de una nueva cultura. Y sin participación todo se va a trancar.
Planteo diferente a la izquierda clásica.
Mire usted. Esa izquierda creía que cambiando la infraestructura, cambiaban el país y la sociedad. Según mi mirada, lo que ocurrió en la Unión Soviética, en China, incluso en Cuba tiene la deficiencia de la falta de libertad. El centro de operaciones es la cultura, lo subjetivo, que debe ir rehaciéndose democráticamente, con un trabajo de educación, de apertura. Si seguimos hablando de imperio pero no deconstruimos la vieja subjetividad, los modos de pensar y sentir, siempre habrá posibilidades de retorno a lo anterior.
Otra crítica: el gobierno frena el proceso de cambio.
Si hablamos de lo real, no hay frenos. Desde una ilusión, puede ser, pero éstos no son tiempos de consignas. Yo digo: quiero una sociedad feliz. ¿Cómo lo logro?
El mensaje
El ministro no omite los datos: se acabó el analfabetismo, el PBI creció de 900 a 1.700 dólares per cápita. El ritmo anual de crecimiento va del 5 al 6 por ciento. Reservas de 9.000 millones de dólares, como nunca hubo. Se duplicó el ritmo de construcción de rutas. De 2.000 viviendas anuales se pasó a 17.000. El futuro satélite para comunicar al país. Bajó la pobreza extrema en 8 puntos. Pero ya se sabe: las sinfonías macroeconómicas no siempre tienen que ver con los murmullos de la realidad. “Lo que le criticaría a este proceso es que no ha tenido suficiente capacidad para definir el horizonte. Eso es bueno y malo. Si tuviéramos todo resuelto sería ideal. Pero irreal. Tenemos esa idea del Vivir Bien. Pero es todo muy nuevo. Si no tengo definido el horizonte, hay que caminar. Y para eso tenemos que conspirar el futuro con la sociedad”.
¿Y después de Evo?
Evo. Por ahora, hasta 2015, pero tiene músculo como para ir hasta 2020. Nunca hubo un proyecto nacional, siempre hubo discontinuidad. Creo que ésta es una etapa de aprendizaje mutuo, que necesita tiempo para que cambie la subjetividad, y que cambie el país”.
Caudillismo, democracia, naturaleza, lo social, lo partidista, la autoestima, la cultura, la gestión. Los modos de pensar, hacer y conspirar. El significado de vivir bien.
Todos los debates están ahí. En La Paz el horizonte no es lineal, está hecho de picos y de vértigos.
Dicen que al oscurecer, esto que estoy viendo como hipnotizado, no es la belleza de una ciudad iluminada sobre las montañas, sino estrellas que aterrizaron para compartir la noche.
Busco en la computadora “herramientas” y “contar palabras”. Hay más de 5.000 en lo escrito hasta aquí. En Bolivia más que contabilizar, el sueño es vivir bien, y compartir herramientas: las palabras, los días y las noches. Por eso la pregunta no es un final de la historia, sino apenas su comienzo: ¿qué nos está diciendo Bolivia?
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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