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El verdadero malón

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Marcelo Valko, historiador. En su libro Pedagogía de la desmemoria analiza la herencia de negación del genocidio indígena que logró, entre otras cosas, el saqueo de 42 millones de hectáreas.

El verdadero malón“Todo genocidio es heredero de un genocidio anterior”. Con esa oración, con la que comienza el primer capítulo de Pedagogía de la Desmemoria. Crónicas y estrategias del genocidio invisible, Marcelo Valko emprende la extensión de la frontera que al hablar de genocidios nos detiene únicamente frente a la atroz dictadura de Videla, Martínez de Hoz y cía.
De esta manera, empieza a desinvisibilizar la masacre contra los pueblos originarios que tuvo (y tiene) lugar en nuestro país. Y algo más: presenta pruebas contundentes e irrefutables que señalan y comprometen a sus responsables materiales e intelectuales, y a los que dieron amparo político y discursivo, enseñando a ejercitar el olvido y la desmemoria.
Un libro no para guardar en la biblioteca sino para despertar. Para pegárselo en la frente. Un trabajo que revela y rebela. La isla Martín García como campo de concentración (tan feroz como la propia ESMA), el terrorífico protagonismo de la Iglesia católica, los Mitre, Sarmiento, Alsina, Roca, Rosas, entre otros tantos que más que monumentos merecen el repudio. De tan minucioso, el libro es abrumador En verdad, lo que escribió Valko no es un libro: es un prontuario.
Nuestro Holocausto
Marcelo Valko tiene la estirpe de los hombres simples. Su voz es fina y petisa con quiebres, como saltos irregulares de un río caudaloso. No eleva el tono. No da cátedra. No posa. Habla, también, con la piel, que se eriza cuando lo que narra le cala hondo. Un sensible, pero no sólo eso. Un intelectual que piensa con los pies, haciendo, y un tozudo constante.
Con esas cualidades logró que, tras meses y meses de vericuetos, el propio cardenal Bergoglio le abriera los archivos del Arzobispado de Buenos Aires, esos que callan más de lo que cuentan, salvo cuando caen en manos como éstas. Además, accedió al Archivo General del Ejército, de la Armada, de los Salesianos, entre otra gente preocupada por la memoria (para ocultar todo lo que se pueda).
Es psicólogo, se dedica a la investigación antropológica en la UBA, dirige proyectos sobre imaginario andino y es docente fundador de la Cátedra “Imaginario Étnico, Memoria y Resistencia” en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Antes de este trabajo, en forma de disparo al olvido, publicó Los indios invisibles del Malón de la Paz. De la Apoteosis al confinamiento, secuestro y destierro. “Hace mucho tiempo que trato el tema de la invisibilidad. Hasta no hace demasiado, nuestra Constitución establecía la obligación de convertir a los indios al catolicismo. No sólo les quitan la tierra sino el nombre”, dice con una presumible mueca de indignación.
Más: “Lo que sucedió en América es el mayor genocidio en la historia de la humanidad. Y el segundo es el que les sucedió a los africanos que vinieron como esclavos. Hay mucho interés en manipularlos y ocultarlos. En Argentina es más frecuente hablar del Holocausto judío que del de los indígenas porque acá se repartieron 42 millones de hectáreas. Hay mucha gente implicada, muchos intereses, mucho diario La Nación, mucho Mariano Grondona. En cambio hablar de los nazis de Alemania es políticamente correcto”.
Como investigador académico, Marcelo rompe ciertos moldes y critica, también, a muchos de sus pares y a las oenegés: “Ocuparse de los pueblos originarios es, académicamente, muy bien visto. Es cavar y buscar huesitos, sacar restos óseos, fecharlos con Carbono 14 y ponerlos en la vitrina para llevarlos a un congreso en una ponencia de 30.000 caracteres. Eso es muy agradable. Ahora, ocuparse de un indio vivo, que sueña, trabaja y transpira, que quiere sus tierras y no tiene trabajo y está en la nada, eso no: no conseguís subsidios, es dificultoso… El indio muerto ejerce fascinación y los vivos, desprecio”.
La Historia según el Mago Merlín
Pedagogía de la Desmemoria es, entonces, un minucioso y documentado testimonio de las aberraciones contra los pueblos originarios y un detallado registro de las estrategias para legitimar la masacre. En uno de esos capítulos, Valko hace, por ejemplo, un rastreo bibliográfico de libros de texto, en los cuales los indígenas aparecen siempre en pasado: “Habitaban, cazaban”, como una forma de demostrar que ya no existen.
“Es el Mago Merlín, que es Bartolomé Mitre”, dice Marcelo: “Él va a tener el mérito de escribir la historia a piacere; va a seleccionar, incluso, quiénes serán nuestros ‘héroes’ pero, como dijo Homero Manzi: al morir dejó un guardaespaldas formidable de su memoria: el diario La Nación”.
Más sobre nuestros próceres: “Rosas mató más indios que Roca. La relación es de tres a uno. Tenemos cartas terribles a Facundo Quiroga en las que le describe los procedimientos. Dice: ‘hay que tomar solo dos o tres prisioneros representativos, a los demás se los ladea del camino y se los fusila’. Esas cartas las tenemos aunque todos hablen de ‘Rosas y sus indios amigos’, que los tenía, pero que cumplían funciones parapoliciales”.
Marcelo siente el dolor de este pasado como si estuviera ocurriendo ahora mismo. No hace falta ser muy avezado para darse cuenta cómo estos temas lo interpelan, mucho más allá del investigador. Se impacienta como si pudiera hacer algo para modificar ese pasado.
Desánimo no es una palabra que se halle en su diccionario, así que ya anda preparando el segundo tomo, con más pedagogía de la memoria, y que se centra en loq ue pasó luego de 1885, que es el límite temporal hasta el que llega esta investigación.
Otros ejemplos de la “civilización” contra la “barbarie”: “En la historia de la humanidad, en cuanto a líneas de separación, la que más se destaca es la Muralla China. La segunda, es la Zanja de Alsina, una iniciativa de Adolfo Alsina: construir una zanja de 830 kilómetros de largo, desde Bahía Blanca hasta Córdoba, un mapamundi entre el bien y el mal. ¿No es tremendo?”. Marcelo se pregunta y se contesta solo: “Como los argentinos no somos chinos y no tenemos su paciencia ni su constancia, de los 800 kilómetros no se terminaron ni 350, aunque el Estado puso muchísimo dinero para separar a los humanos de los subhumanos. Pocos países hicieron algo semejante. Es parecido a lo de Israel con Palestina, pero en zigzag”, dice para nombrar otro genocidio invisibilizado.
Perdona nuestros pecados
De Alsina a Roca hay un trecho más pequeño que la zanja: hermanado con ambos aparece monseñor Federico Aneiros, director del Consejo para la Conversión de Indios al Catolicismo, un organismo tan siniestro que pocos adjetivos lo definirían con precisión.
Valko aporta un dato sobre la pedagogía eclesiástica, con un pedido explícito a los lectores de mu: “Les pido que vayan a la Catedral Metropolitana y miren cuál es la única estatua de un arzobispo argentino hecha en busto entero de mármol de Carrara: León Federico Aneiros. Su mérito es haberse apropiado de las almas de los salvajes, convirtiendo niños al catolicismo y haber dado cobertura al archipiélago de campos de concentración que tuvimos y que no inauguraron Videla y Massera, sino que son parte de una larga y triste tradición argentina”.
Los enumera según su ubicación: “Trelew, General Conesa, Junín, Olavarría, Tigre, Retiro, en Hipólito Yrigoyen y Sánchez de Loria, donde hoy está el Ejercito de Salvación; y por supuesto, la isla Martín García que superó a la ESMA en cantidad de detenidos”.
Triste privilegio: “El horno crematorio, que es de 1874, lo inauguró el padre del aula, Sarmiento inmortal, 29 años antes que el crematorio de Chacarita. Tengo datos de diarios uruguayos que relatan que cuando ya no daban abasto, tiraban a los indígenas al agua. No se le puede negar consecuencia al Ejército: estuvieron un siglo entero haciéndolo. Los uruguayos se quejaban, no porque la corriente arrojara indios muertos, sino porque tenían viruela y ellos bebían de esa agua. El virus infectó a los originarios confinados en la Isla por el militar Sabino O’Donnell”.
Por último, este hombre que en silencio hizo un libro que grita, lanza su última reflexión, con una pregunta cuya respuesta es un golpe a las estrategias invisibilizadoras: “Nosotros no tenemos ningún bicentenario: somos milenarios. ¿Por qué nos amputamos la historia?”. 19 Arbolito_9x
 

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