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Super peste al ataque

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A partir de la enfermedad de su hija, este profesor de yoga se convirtió en un investigador del impacto de las fumigaciones en la salud de sus vecinos. Y explica con la claridad del sentido común cómo se cultiva el modelo sojero en las cabezas.

Super peste al ataqueChacabuco ya no es más aquel pueblo que describió alguna vez Haroldo Conti en sus cuentos, caracterizado por fábricas, molinos, personajes pintorescos y tapiales amarillos. Ni es aquella localidad agrícolo-ganadera como fue pensada en sus comienzos. Chacabuco ya no es más un pueblo. Chacabuco hoy es otra cosa. Es una ciudad con algo más de 35 mil habitantes rodeada por extensos campos sembrados con soja, “mosquitos” fumigadores y máquinas aplicadoras que circulan por sus calles.
“Con un montón de enfermedades rondando”, agrega Santiago Muhape, integrante de la Agrupación Chacabuco Sustentable y colaborador de la campaña Paren de Fumigar del Grupo de Reflexión Rural (GRR). “No puede ser que en Chacabuco se vaya al médico por gripe y por cáncer”, se indigna Santiago. Y me reproduce el siguiente diálogo cotidiano:
-¿A dónde vas?-, pregunta Santiago.
-A hacerme “la quimio”-, le responden como si fuese algo normal.
Una frase
Santiago tiene 37 años, es profesor de yoga, padre de Sol y de Amauta y como él mismo se define: “fundamentalista de la vida”. Dice, por ejemplo: “Yo no quiero que me envenenen menos, yo quiero que me envenenen nada”.
La historia de vida de su hija Sol es directamente proporcional al fundamentalismo que sembró, regó y desarrolló Santiago. Sol tiene 15 años y sufre trastornos neurológicos, como la epilepsia. Hasta la fecha tuvo 86 convulsiones en ocho años, seguidas de apneas y un parocardio respiratorio. “¡Y estuve una hora bolseándola!”, grita Santiago agarrándose la cabeza al recordar lo que cualquier padre quiere olvidar. Y palabra más palabra menos, Santiago transforma la frase que leyó hace un tiempo en mu en una declaración personal:
 
“Frente al peligro de daño irreversible, la falta de certeza científica no debe impedir adoptar medidas concretas -en función de costos- que protejan al medio ambiente y la salud”.
 
“Han puesto en riesgo una vida por una cuestión que podría haber sido evitada, porque si bien no tenemos certeza de que la epilepsia de Sol esté relacionada con este agroquímico (se refiere al glifosato), hay una relación directa entre un ambiente plagado de pesticida y mi casa: en épocas de fumigaciones quedamos bajo una nube de un cóctel de agrotóxicos. Y en esa época es cuando Sol empeora”.
No hay que ir muy lejos para corroborar lo que Santiago cuenta. A pasitos de su casa hay un terreno baldío sin cercar, y sobre los restos de lo que fue alguna vez una planta de manzanilla hay un bidón tirado cuya etiqueta delata: “glifosato Syngenta”.
A metros de ese terreno fumigado los chicos juegan, esquivando esos envases luego algunos vecinos usan para rellenalos con kerosene que será usado en casas de familias. Y si uno tiene ganas de caminar dos cuadras, encontrará estacionada en el cordón de la vereda una máquina aplicadora de glifosato.
“Que el glifosato contamina ya lo sabemos. El informe del doctor Andrés Carrasco lo confirma: causa abortos espontáneos y malformaciones. Lo que me preocupa es que nadie escuche. Ni los políticos, ni los médicos se preguntan qué está pasando, ni cuáles son las causas de tantos casos de cáncer. Yo pensaba que en esta cuadra había cuatro casos. Ahora me confirman que son nueve personas que lo padecen. Es evidente que aumentan. Sin embargo no hay un registro oficial. Nadie se anima”.
Las aritméticas del veneno
Hagamos cuentas. En dos cuadras continuas y céntricas tenemos:
 
Un terreno fumigado
Bidones de herbicidas usados y tirados.
Niños que pasean en bicicleta por el terreno fumigado.
Una máquina aplicadora.
Nueve casos de cáncer.
 
Si agudizamos la vista, ponemos la lógica en acción y hacemos una cuenta simple y sencilla, deducimos rápidamente que algo anda mal. Y si tenemos ganas de hojear los papeles, llegamos a un resultado un poco más complejo: no se está respetando lo impuesto por la ordenanza municipal 4252/06, originada en las notas publicadas por Chacabuco Sustentable, cuyas denuncias propiciaron la primera reglamentación contra los agrotóxicos que tuvo la ciudad. La norma, de manera clara y concisa, prohíbe la tenencia de productos plaguicidas aunque los mismos sean “para uso particular, no sujetos a comercialización, y los equipos terrestres de aplicación dentro del área urbana”. Señala, además, que los envases vacíos de productos tóxicos deben pasar por un triple lavado antes de desecharse y que deben ser acopiados en un lugar afín. También dispone que las máquinas aplicadoras no pueden estar dentro de la zona urbana.
Para los políticos y productores chacabuquenses Santiago Muhape es un maleducado. Le aconsejan, por ejemplo, que sea más respetuoso. “¿Vos creés que yo tengo que moderar mi discurso cuando las fumigaciones no son moderadas y cuando tengo una hija que, con 15 años, recién está aprendiendo a leer y a escribir como posible consecuencia de los agrotóxicos?”, disfraza de pregunta la convicción indeclinable a no darse por vencido. “Mirá”, me señala. Abre y me muestra una carpeta obsesiva y cronológicamente ordenada donde se pueden encontrar desde notas periodísticas e informes ambientales y hasta la copia de el permiso para poner una Planta Experimental.
Derecho a la información
Santiago cuenta que el subsecretario de Medio Ambiente de Chacabuco lo acusa de improvisado. “Me desautorizan a mí y autorizan a los que envenenan. No seré ingeniero, pero quiero respirar aire puro. Tengo que estar formándome todo el tiempo porque esto no es una cuestión voluntariosa, sino un tema de pleno conocimiento. Porque nuestro derecho a la vida se convierte en derecho a la información que es negada y escondida”.
Santiago habla pausado pero sin detenerse. Va hasta la cocina, retira la pava del fuego, y chequea nuevamente la carpeta en la que guarda como tesoros sus documentos. Elige dos de ellos, los pone sobre su falda, los lee, los compara y suelta: “Acá hay un diálogo desfasado”. Entonces me cuenta que en el mismo mes que recibió desde la Municipalidad copia de un pedido realizado por Bayer CropScience (noviembre de 2006) para poner en Chacabuco un campo experimental, Santiago presentó al intendente de Chacabuco, Rubén Darío Golia, una investigación titulada: “Hay denuncias sobre agrotóxicos en localidades”. Como respuesta, la Intendencia decidió otorgarle el certificado de habilitación a la empresa Bayer S.A. El permiso viene acompañado por dos “bonus track”. El primero: habilita a Bayer no sólo como depósito de productos agroquímicos para uso experimental, sino también para oficina (sí, leyó bien: le dieron más de lo que la empresa pedía). El segundo: el campo experimental de Bayer tiene el aval municipal, provincial y nacional. Sin embargo no se sabe cuál será el impacto de los tóxicos que se probarán en estas tierras.
La incógnita que nadie responde
Santiago me dice: “Agarremos la bicicleta y vayamos a visitar a Magui”. En el camino me cuenta que Magui Argüello tiene 15 años y sufre un retraso mental madurativo producto de una agenesia de cuerpo calloso. Llegamos a la casa de Magui y ahora la que habla es Mónica, su mamá. “El problema de Magui es que duplicó el cromosoma número 8. Tiene un retraso mental y la parte más comprometida es la de la comprensión y el habla. Magui es una nena chiquita en un cuerpo grande. Y si bien nos informaron que una de las causas es la contaminación ambiental -los estudios médicos realizados y los diferentes médicos con que hablamos nos orientaron hacia ese lado-, ningún médico hasta este momento lo ha puesto por escrito”. Ni en el Hospital de Pediatría Garrahan ni el el Rivadavia, donde se le realizaron los estudios genéticos, se expidieron hasta ahora y por escrito al respecto. La sola duda que siembra su caso da miedo.
Santiago interrumpe la charla: “No hay registro de nada. Nadie sabe la cantidad de enfermedades neurológicas que existen en Chacabuco. Ni siquiera hay un registro de la cantidad de chicos con discapacidad. Pero si sabemos que más transgénicos significan más pesticidas. Y que más pesticidas son sinónimo de menos control”.
El corazón sojero
Chacabuco no está solo. Lo acompañan varias localidades más en este nuevo rol de “laboratorio humano”. Santiago explica y enumera: “El noroeste de la provincia de Buenos Aires es el corazón sojero del mundo. En la localidad de Rojas, Monsanto montó un campo experimental. En Pergamino y en Alberdi, Syngenta puso el suyo. Pensá que si en esta ciudad abrís un kiosco y te detectan una canilla con un tamaño diferente a lo que las autoridades consideran normal, te lo cierran. Y sin embargo, otorgan permisos a estas empresas que la visión que tienen del suelo, de las plantas y las plagas es la misma visión que se tiene en una guerra. El objetivo es matar al enemigo. No saben qué matan: si insectos, plagas, gente. Imaginate esta escena: pasa un mosquito fumigador, rocía el terreno con tóxico y luego esa nube la respiran los vecinos. Es lógico que en Europa no les permitan realizar este tipo de ensayos.
 
¿Por qué creés que ante la evidencia de contaminación los políticos miran para otro lado?
Por varios motivos. Uno de ellos es que los políticos están endulzados con este tipo de agricultura, ya que muchos son productores. Luego está el problema generacional. Ellos nacieron con este modelo y no se animan a vislumbrar otras posibilidades productivas. Sin saberlo son cómplices de algo que no entienden, entonces repiten mentiras. Y esto viene de la mano de otro factor. El monocultivo, cuando se instala (es decir que no debemos reducir el tema al glifosato), no sólo lo hace como modelo productivo, sino que también se cultiva como pensamiento. Por eso necesita instalarse en las escuela y en las universidades. Entonces ya no es sólo el mercado el que te lo vende como única posibilidad productiva, también esta única opción se baja desde la enseñanza. Esto en Chacabuco queda claro: en la Escuela Agrotécnica se siguen gestando técnicos que promocionan un modelo de agro plenamente basado en transgénicos y agrotóxicos. No existe la opción agroecología en sus cabezas.

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