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El cuarta poder

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Diego Capusotto. El estreno de la séptima temporada de Peter Capusotto y sus videos y sus repercusiones le disparan una serie de reflexiones acerca de estos tiempos que, advierte, están dominados por los pelotudos. También formula premoniciones que no son chiste.

El cuarta poder
Señor juez: todo comenzó el jueves, a las 10 de la mañana, en el bar de siempre, ese que Diego Capusotto usa como oficina y al que incluso lo llama por teléfono María Laura, su mujer, para avisarle de alguna urgencia, porque él no tiene celular ni quiere tenerlo, y es ella la que recibe los mensajes, como por ejemplo el nuestro, el que le dejamos para hacer esta nota y pedirle que, además, formara parte de la campaña organizada por la Asociación de Revistas Culturales Independientes para exigir una ley de fomento y apoyo al sector. Él aceptó por mail, porque es de los que todavía usan ese medio y no el muro de Facebook para conectarse con extraños que trata como amigos, y nos citó en el bar de siempre, el de Barracas, su barrio, y fue puntual y amable y paciente, como siempre.
Fue el jueves de la misma semana de su retorno televisivo y por eso lo primero que le pregunté fue si estaba contento con las repercusiones del programa. Admito que no fue la mejor manera de comenzar una buena entrevista, ahora lo sé, sino una expresión de mi propia alegría: en tiempos tan negros como los actuales esa había sido la hora más liviana, simple y alegre que me habían ofrecido los medios sin hacerme sentir una pelotuda. Y si utilizo ese término, señor juez, es porque él mismo pronunció la palabra mirándome fijo a los ojos, sin intención alguna de ofenderme, pero sí de alertarme sobre los peligros que me acechaban. Ahora sé que se trataba de una premonición, que apenas dos días después se transfomó en una sabia sentencia que golpeó mi ego.
La acepto, señor juez, como un justo castigo en nombre propio y de mi oficio, que ya no es violento en el sentido que alertaba Walsh, sino en el otro.
Recuerdo, eso sí, que la palabra surgió luego de una larga explicación durante la cual cambió abruptamente el tono amable con el que venía conversando. Fue cuando comenzó a crisparse por algo o por alguien que lo había acusado de hacer “humor K” y eso, se notaba claramente, lo indignaba. No hago humor K, de la misma manera que no hice humor UCR en tiempos de Cha cha cha ni humor Alianza en épocas de Todo x 2 pesos. No existe el humor partidario, doy fe que dijo. Afirmar eso es una simplificación intencionada, propia de esta época, tan marcada por la batalla entre quienes hacen algo y quienes sólo se dedican a opinar de todo. Fue entonces cuando formuló esa frase que me sonó tan profunda, tan descriptiva y tan consoladora, como si brotara de alguien que hubiese sido testigo de mis padeceres más íntimos:
“Lo que caracteriza a esta época es que somos rehenes de los pelotudos”.
Palitos, bombas y helados
Ese jueves él estaba de buen humor e incluso hizo un par de chistes. El primero fue al llegar, cuando le dijo a la fotógrafa que comenzara a dibujarlo. Le habíamos advertido que queríamos hacerle un retrato y esa idea la asoció así al lápiz y no al flash. Supe, entonces, que nos habíamos ganado su confianza, porque habitualmente es la persona más seria que pueda imaginarse un periodista. Alguien que habla sobre su oficio, su realidad, lo que cree y lo que hace, la época que vive y lo que él representa en ese contexto, con la densidad de un intelectual formado, reflexivo, que pocas veces recurre a la ironía porque no es una entrevista el territorio que él elige para hacer reír. Lo entrevisté varias veces, algunas largamente, y nunca encontré en su discurso ni en sus gestos otra cosa que no fuera una declaración de principios, como si necesitara mantener esa distancia prudente entre él y la simplificación que siempre implica una entrevista; entre él y el jajajá mediático.
Protege así, con el peso de su discurso, a esas criaturas que desde hace siete años está pariendo con su pareja creativa, Pedro Saborido. Juntos representan el todo y las partes de ese ciclo que iniciaron para transitar un camino que ellos bautizaron “la cultura del rock”. Un tema, me dice, que parecía chiquito, pero que evidentemente es grande porque puede verse desde muchos ángulos o hechos que a priori no parecen ligados directamente, pero que están generacionalmente anclados en un mismo código. Desde ahí y sólo desde ahí debe entenderse cómo surgió ese Bombita Rodríguez, porque su abracadabra fue para ellos imaginarse a un “Palito Ortega montonero”. Es decir, el resultado de aplicar la cultura rock a los 70.
Pelotudos en el horizonte
Es ahí donde lo asaltó el recuerdo del comentario que ligó el sketch del chat y sus kakakaka tipeados en la pantalla con la etiqueta de “humor oficialista”. Necesitaba aclarar que siempre trata de tener una visión crítica del poder. Que lo que él ve actualmente es un escenario en cual hay una estructura de poder que es el gobierno, que ha hecho cosas muy interesantes, pero que también comete errores, pero en donde también ve que está plantada una oposición con proyección de poder que le parece de cuarta. Como le parecen de cuarta aquellos que dicen que cuando criticás al gobierno sos funcional a la derecha. Como le parecen de cuarta aquellos que dicen que todos los errores los comete el gobierno…
Y así, transitando estos escalones, llegó a la descripción de la lógica que domina esta época: vos hacés algo que tiene claramente una intención y hay una cantidad de pelotudos que intentan desviarla hacia sus propios valores que nada tienen que ver con los tuyos, es más, que están en tus antípodas porque se trata de personas que se dedican a establecer una guerra de discursos, como si la realidad se tratara de palabras, se construyera con palabras. Y, sin embargo, hay ahí un poder que te deja atrapado, te enreda con la fuerza de su pelotudez, que es, por cierto, impresionante.
Capusotto dice entonces que se trata de un proceso de involución, una tendencia que por momentos le parece imparable. Vamos hacia un horizonte dominado por la pelotudez humana. Lo dice tan serio que con la misma solemnidad le pregunto si sabe cómo evitarlo. Lógicamente me responde: el humor es nuestra arma.
La medida del éxito
La cultura rock es, entonces, el gatillo que dispara ese humor, apuntando a ese adolescente que fue rebelde desde la mirada de este apocalíptico e integrado que es el hoy. Desde la valoración de estos tiempos por la fama, que construye todo a partir de ahí y que ya no cree ni le interesa creer que el resultado es una consecuencia, sino un objetivo que justifica que cualquier cosa famosa tiene valor. El rock y eso que Capusotto y Saborido llaman su cultura, refiere a ese cambio de paradigma: de artista a estrella.
Le pregunto si él mismo puede ser famoso e independiente y me contesta que nunca, en televisión, alguien se puede definir independiente. Que él mismo trabajó para Ideas del Sur, la productora de Tinelli, donde le dieron una patada en el culo sin que mediara una explicación y que ahora mismo, refugiado en Canal 7, no se atreve a usar esa palabra, aunque logró producir su programa de manera autosuficiente: lo entregan listo para emitir. Pero que al menos pudo, supo y quiso elegir estar en esa pantalla porque así se aleja de los trastornos del rating, pero también porque tiene la necesidad de ser fiel a lo que hace y no entrar en las mieles de esa sensación ficticia e irreal de “aprovechá el momento”, frase que no significa nada para él porque sólo representa explotar comercialmente un éxito y si siguiera esa lógica, seguro que el programa se le va a la mierda en dos meses. Le pregunto entonces qué entiende él por éxito y me responde: mantener un grupo de afinidad, sensibilidad y trabajo. El éxito es para él algo concreto: tener a su lado y de su lado a Saborido, por ejemplo.
La premonición
Reconoce que todos los programas en los que participó surgieron de la autogestión –desde Cha cha cha, hasta incluso el fallido Delicatesen–, que todos tuvieron bajo rating y que todos terminaron siendo recordados por el público, que los convirtió en objetos de colección o de culto, como una forma de apropiárselos. Y que no sucede lo mismo con programas que alcanzaron 30 puntos de rating, que duran dos años y mueren en su lógica, reemplazados por otros que nacen con la obligación de funcionar igual o mejor. Y que en ese sentido sí, él podría decir que es independiente, porque creó las condiciones para no estar obligado a lograr un determinado rendimiento, pero que aun así prefiere reservar ese término para el teatro, a donde se refugió después de la patada de Tinelli.
Cierta añoranza en su mirada me hace pensar que quiere volver a un escenario, pero parece que en su agenda no hay tiempo para jugar: ahora debe concentrarse en terminar lo que empezó el lunes.
Creo que fue ese el link que me llevó a festejarle el nuevo himno feminista de Violencia Rivas, que titulé El twist del sindrome premenstrual, cuyo estribillo dice:
“Si me pone nerviosa
alguna situación
no le eches la culpa
a mi menstruación,
la razón de mis nervios
es tu pelotudez.
Yo menstrúo 4 días al mes
y vos sos un forro todo el año”.
Él me explica entonces que Violencia fue concebida desde otro género, porque ellos son hombres y ella expresa exactamente eso, la mirada masculina sobre la mujer en el rock. Y es ahí donde me clava los ojos y me aclara que no es de los que piensan que las mujeres están a resguardo de la tendencia general. Las mujeres también pueden ser pelotudas, me advierte.
Y yo, que creo estar a salvo de ese riesgo y tomo su frase como muestra de la ausencia en su discurso de cualquier sospecha de demagogia, comprendo recién su significado cuando me grito esa misma palabra en el momento en que me dispongo a escribir esta nota y compruebo, señor juez, que he cometido el peor de los pecados que una periodista pelotuda puede cometer: el grabador no grabó.

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